BAJO UN VESTIDO (YoonMin) - Capítulo 7

 CAPÍTULO 7


YoonGi POV:

 

Los señores Park están ya tomando el postre que consta de una macedonia de fruta con un poco de azúcar por encima para degradar la acidez de la naranja. Todos la disfrutan menos Jimin que remueve un poco la fruta por encima y frunce el ceño. Doy por hecho que es por el azúcar añadido, porque la fruta la come bien. Los espaguetis tampoco los ha tocado demasiado. Estaba más pendiente de recuperarse de la caída que de degustar la comida. Cuando la señora Park termina hace el amago de levantarse y recoge el teléfono a su vera.

—Deliciosa la comida. –Dice pero yo la detengo antes de marcharse.

—Disculpe, señora Park. Me pregunta si podría esta tarde pasarme por la ciudad. Necesito hacer unas compras urgentes. –La señora me mira de arriba abajo y frunce el ceño.

—¿Qué clase de compras? Si necesitas comida, algo para la higiene… —señala su casa pero yo niego con el rostro.

—Es algo más personal. –Mis mejillas enrojecen y ella asiente suspirando, comprendiendo mi carente necesidad.

—Está bien. Pero deberás estar aquí antes de la hora de la cena…

—Claro, señora. Muchas gracias, señora. –La señora se va y Jimin me mira desde la distancia con el ceño fruncido mientras se levanta una vez su madrastra ha desaparecido y camina por la puerta sin quitarme el ojo de encima. Una vez ha desaparecido ajusto el botón de mi camisa y tapo mi nuez con la mano avergonzado. No volveré a ser tan descuidado con algo tan evidente. Me regaño. Solo me faltaba ir mostrando mi verdadero cabello.

 

 

Las luces de la tienda son agradables y el ambiente es muy discreto y sobrio, a pesar de que es una tienda cualquiera. Nada extravagante que no pueda permitirme, pero tampoco puedo ir con cualquier ropa que a los dos días vaya a romperse o desgastarse y me obligue a comprar más. Una tienda de lencería femenina es lo que me rodea y aunque soy el único hombre en la tienda no me hace sentir avergonzado. Después de haber estado el día entero con un traje de sirvienta, ahora no se me hace extraño verme rodeado de toda esta ropa, con ojos mirándome pensativos. Una mujer aparece a mi lado mientras yo toqueteo un conjunto de encaje rosa en una percha cercana.

—¿Puedo ayudarle, caballero? –Suena genial el apelativo. Suspiro animado al verme reconocido por hombre y le miro con ojos tristes y perdidos. Espero que me ayude seriamente.

—Pues sí, la verdad. Me gustaría comprarle un par de conjuntos a mi pareja. Hacemos tres años de novios y me encantaría sorprenderla… ya sabe…

—¡Oh! Entiendo. –Dice de repente con una sonrisa amigable. Es una mujer algo más adulta que yo, con el cabello largo, moreno y ondulado. Eso me hace pensar que tal vez debería tener cuidado con la peluca. Si notan que no me crece el pelo, pueden sospechar. En la casa de los Kim no eran tan atentos—. Lo primero es saber la talla de pecho de su novia.

—La más pequeña que tenga. –Digo rápido, asustado ante la posibilidad de aparecer con un par de pechos crecidos de repente. Deben sugerir, pero no impactar. La dependienta ríe de lo que parecen ser unas sinceras palabras y rápido se avergüenza. Busca entre las perchas de alrededor hasta dar con un conjunto rosa con encaje blanco que más bien me recuerdan a la combinación de una niña de seis años. Es sexy, pero a la vez infantil. Muy femenino—. Me encanta. –Le digo.

—¿Será de su gusto? Tenemos varios estampados si lo desea. Otros colores… de varias formas… ¿Tangas? ¿Culotes?

—Unas normales. De toda la vida. –La mujer se ríe de mi poco conocimiento y rápido la detengo cuando alcanza unas negras—. ¿Pueden ser rosas? Será mejor así. –Ella asiente y me da tres conjuntos rosas como el anterior. Uno de ellos simple, tan solo rosa. El sujetador apenas es nada más que un par de triángulos de tela semitransparente. El segundo tiene dibujos de corazones y el tercero lazos y tiras de cinta de raso rosa. Femeninos, infantiles y muy ridículos—. Perfectos. Me los llevo.

La señora me acompaña a la caja y dada la cantidad me hace un descuento antes promocionado. Me extiende la bolsa y con ella me encamino fuera de la tienda a mi hogar, para cambiarme de nuevo a una ropa más femenina y para traerme algo de ropa que dejé la última vez que estuve. ¡Ah! Y para probarme la ropa. La estrenaré de inmediato. No puedo permitirme ser cazado por Jimin en un intento de levantarme la falda. Espero que si lo hace no se fije demasiado, porque el bulto en mi entrepierna no puede disimularlo un conjunto rosa.

Cuando salgo me encaramo a la vespa y con la bolsa en mi muñeca me conduzco de nuevo a mi hogar. Allí, una vez he aparcado en medio de la calle donde tan solo un par de coches decoran la cuesta que el asfalto muestra, dejo la moto como si nada y camino hacia el primer bloque gris que se presenta. Un bloque con unas cuantas grietas que en cualquier momento cede ante su propio peso precipitándonos a todos hacia la nada. Subo por las escaleras laterales del edificio y termino en una de las puertas que da a mi hogar. Entro y el sonido de las llaves en mi mano es algo tan familiar que me hace sentir una nostalgia tremenda. No han pasado ni dos días desde que estoy aquí pero tampoco me siento demasiado aferrado a este lugar. Todo a mí alrededor me recuerda a mis padres, pero no a mí a pesar de todo. Cerrando a mi espalda me encamino hacia lo que es la cama en medio del espacio entre la cocina y el salón y dejo sobre el colchón ya polvoriento la bolsa de lencería nueva, a estrenar.

Antes de nada recojo una mochila de deporte que tengo en el perchero tras la puerta y la lleno de comida que pueda caducar pronto para consumirla cuanto antes, algo de ropa femenina, mis complementos de higiene que dejé y no creí necesarios pero lo he acabado echando en falta y cualquier cosa personal más que prescinda de mi atención. Con un vaso de agua bebo de él y lo que me sobra se lo hecho al pequeño cactus cerca de la ventana. Una pequeña planta que compré poco después de que mi madre muriera, necesitado de la compañía de un ser vivo al que poder hablarle cada día.

Convencido de que nada más requiere mi atención me dirijo a la cama y me desnudo quedándome como Dios me trajo al mundo frente a un delicado conjunto rosa que me espera para que me lo pruebe. Suspiro ante él y primero me encaramo en las braguitas y después me ato, no sin dificultad, el sujetador a la espalda y me coloco los tirantes sobre los hombros. Es una situación incómoda que se torna vergonzosa cuando me miro en el espejo. Me reconozco a mí mismo, que es lo peor, tras la ropa y me acaricio el sexo sobre ella para acomodarlo a la lencería femenina. Frunzo el ceño, hago un puchero y comprobando que no me queda demasiado pequeño, camino hasta el cuarto de baño y desmenuzo unas bolas de algodón para meterlas como relleno en el sujetador. Ahora sí que me doy asco y camino avergonzado de nuevo al salón para vestirme con una falda y una sudadera, y guardar el resto de cosas de nuevo en la mochila y caminar con ella a la espalda fuera del edificio, de vuelta a la casa de los Park.

 

 

Cuando los señores Park ya están llegando a la mesa para cenar, yo aun no la he terminado de colocar, pero como parecen no darle mucha importancia, se sientan y comienzan a conversar entre ellos alegremente. Primero hablan de cómo les ha ido el día a cada uno como si su rutina realmente saliese de reuniones de trabajo y compras por las grandes calles de Seúl. Los dos amenizan la velada con un par de carcajadas que suenan agradable a los oídos y sin embargo la hipocresía se cuela por entre las copas.

—De cena les serviré una sopa de verduras y un poco de arroz. ¿Bien? –Pregunto y ellos asienten pero cuando regreso con los cuencos de sopa, alguien más ahí sentado. El señorito Park. Yo me detengo en el camino y miro a todas partes confuso.

—¿Qué hace aquí? –Pregunto pero mi osadía puede costar cara.

—Cenar. ¿No es obvio? –Las hebras de sus cabellos están húmedas, y en su rostro puedo ver un brillo característico de la limpieza o alguna crema que se haya echado en él. Acaba de salir de la ducha después de una tarde de entrenamiento.

—Pensé que usted no cenaba. –Digo angustiado pero la señora Park me respalda.

—No te preocupes, sírvele un poco de esta sopa.

—Lo…Lo siento, pero solo he hecho para dos…

—No quiero sopa. –Dice Jimin—. Quiero una ensalada con tomate, cebolla y... mmm… nueces. –Dice de la nada y me mira con una ceja alzada. Muerdo mis labios con fuerza y suspiro apesadumbrado mientras me dirijo confuso a la cocina y me quedo paralizado mientras miro a mi alrededor buscando los ingredientes que el gilipollas me ha pedido. Con paciencia troceo la lechuga, pico un poco de tomate, un poco de cebolla y rebusco entre los cajones hasta dar con una bolsa de nueces. Las miro sintiéndome completamente quemado y recordando la guarrada de su cuarto esta mañana miro a mi espalda buscando ojos cotillas y cuando nadie me mira escupo en la ensalada removiéndola con una sonrisa satisfecha. Me conduzco de nuevo al salón para dejar el cuenco de cristal con la ensalada frente a él y me responde con una sonrisa victoriosa. Dejo también a su lado la pequeña cesta con el aceite, el vinagre y la sal y me marcho sonriendo por lo bajo hasta colocarme al lado de la puerta de la cocina donde pueda verle degustar la ensalada mientras me mira altivo. Yo cruzo mis manos frente a mi cuerpo y sonrío sintiéndome a gusto mientras le veo masticando la lechuga con agrado. Muerdo mis labios, y juraría que podría correrme en las braguitas solo de verle, pero es demasiado satisfactorio y suspiro agradado una vez ha comido medio cuenco.

Cuando ha llegado a un límite se detiene, se limpia los labios y se levanta marchándose. Se cree que puede jugar conmigo. Ni lo sueñes.

 


 

 


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