BAJO UN VESTIDO (YoonMin) - Capítulo 6
CAPÍTULO 6
YoonGi POV:
Mis manos, acostumbradas a los productos
químicos ya no molestan mientras las noto resentidas por haber pasado una hora
desinfectando el cuarto de Jimin. Después he hecho el del señor y la señora
Park con sus respectivos cuartos de baño y el despacho del señor Park. He de
reconocer que son mucho más limpios de lo que me esperaba teniendo a su hijo
como referente en mis expectativas. El único desorden que me he encontrado ha
sido en respecto a la indecisión de la señora Park por no saber qué ponerse y
ha dejado lo que no ha visto de su gusto sobre su cama deshecha. Lo único y lo
agradezco. Las marcas en su ropa, aunque no he sido tan exhaustivo como con
Jimin, también son altas marcas y me avergüenzo de mí mismo nada más mirarlas
por lo que he preferido ni siquiera asomarme a los cajones del señor Park por
si otra colección de Rolex me salta a la yugular.
Quedan dos horas para que todos regresen y me
he puesto a tender la ropa. Después de haberla volcado toda sobre un barreño de
color blanco me lo que encaramado a los brazos y he salido por la puerta
trasera donde la vista de los jardines me golpea. Tal como dijo la señora Park
hay un gran tenderete en forma de cuadrado donde puedo tender la ropa. Como hay
otra lavadora en funcionamiento por culpa de las guarrerías de Jimin, dejo una
de las cuatro cuerdas para las sábanas y el resto la ocupo poco a poco con la ropa
que acabo de sacar. En su mayoría es ropa que ya estaba en el cubo de ropa
sucia al lado de la lavadora, con lo que entiendo que ya lleva ahí algunos días
por culpa de la falta de servicio y por ello me he dado prisa en lavarla.
Mientras el sol calienta mi cabeza a través de
la peluca de pelo negro y el viento sopla débilmente haciendo que un par de
camisas blancas iluminen aun más el paisaje con su textura, al fondo, a los
lejos del paisaje recortado por arboles, veo al mismo chico de ayer que se conduce
a mi posición con la escalera colgada de un brazo y unas tijeras en el otro. Le
miro disimuladamente mientras se acerca y puedo distinguir sus rasgos a medias,
por culpa de la luz del sol haciendo reflejo en mis ojos. Es un palmo más alto
que yo, un cuerpo fuerte, atlético. Pero posiblemente tan solo conseguido a
través del trabajo duro. Me sonríe. Me está sonriendo y yo sonrío como
respuesta viendo en su sonrisa unos dientes protuberantes que más bien
parecería un conejo si no fuera por la falta de sus dos orejas sobre su cabeza.
Cuando se ha acercado lo suficiente pasa por mi
lado con una agradable sonrisa y se queda detrás de mí. A unos metros, apoyando
la escalera al pie de la pared de la casa donde unas enredaderas crecen hasta
alcanzar los balcones del primer piso. En el suelo deja las tijeras y del
bolsillo del mismo mono que llevaba ayer saca unas pequeñas cuerdas de lana que
usará para anclar las ramas rebeldes de nuevo a la reja que recorre la pared.
Yo me giro para volver con la ropa y poniéndome de puntillas coloco un par de
pinzas a la cintura de unos pantalones de traje negros.
—Mi nombre es Jeon. –Dice el chico a mi espalda
y yo me giro para verle y sonreírle. Él me habla mientras me da la espalda,
concentrado en su trabajo—. Jeon Jungkook.
—Hola, Jeon.
—¿Eres nueva? –Pregunta y yo asiento con un
movimiento de cabeza—. ¿Cómo te llamas?
—Yoongi. –Digo con una voz agradable y
acaramelada.
—Supongo que estás en periodo de prueba.
–Asiento de nuevo—. Yo soy el jardinero, vengo dos días a la semana.
—Ya te vi ayer. –Le digo y señalo los árboles
donde trabajaba. Asiente y sonríe avergonzado—. ¿Somos los únicos empleados en
la casa?
—Eso me temo. Mucho trabajo para solo dos
personas, ¿no es cierto? –Asiento pero le veo encogerse de hombros como si
fuera normal—. Tener dinero no significa tampoco derrocharlo sino tomarte una
vida más cómoda.
—¿Cuánto tiempo llevas trabajado para los Park?
Pareces muy joven. –Asiente.
—Tengo veinte, señorita.
—Yo veinticuatro.
—No quería preguntarlo, no es de buena
educación, pero gracias, noona.
—No me digas así. Hago un mohín mientras me
acerco al barreño y cojo uno de los calzoncillos de Jimin en la mano—. No me
gusta.
—Está bien, lo siento. –Me mira por encima del
hombro mientras se sujeta a la enredadera—. ¿Qué tal su primer día? ¿Atareado?
—Ya he trabajado en casas iguales, no es algo
nuevo.
—Ya veo. Eso es bueno, si tiene experiencia
seguro que la cogen fija. Nos veremos más a menudo.
—Eso me temo. –Cuelgo los calzoncillos desde la
cintura en una de las cuerdas y les clavo dos pinzas.
—Si necesita algo noon… —Se corrige—. Señorita,
si necesita cualquier cosa, solo pídamela si estoy por aquí.
—¿Me veo como alguien que necesite ayuda?
–Rápido pienso que debería haber modelado mi voz a una más aguda y femenina,
pero algo que odio de aparentar ser mujer es que los hombres ofrezcan su ayuda
desinteresada.
—La verdad es que sí, señorita. –Me mira
sonriendo y yo frunzo el ceño—. Es usted menuda y muy delgada. No me
malinterprete…
—No importa. –Termino con las últimas piezas de
ropa y rápido él baja de la escalera tras haber terminado su trabajo y yo estoy
a punto de adentrarme en la cocina cuando paso por su lado y le veo retirarse
el sudor de la frente con cansancio—. Entra, te daré algo fresco de beber. –El
chico me mira dubitativo—. Vamos, hace mucho calor.
Una vez entramos dejo el barreño sobre la
lavadora en la entrada y nos encaminamos a la mesa central de la cocina para
sentarnos allí mientras le sirvo un vaso de agua de una jarra de la nevera. El
frío hace que el cristal del vaso se empañe y él lo bebe gustoso, agradecido y
con una sonrisa infantil que me levanta el ánimo.
—¿Trabajarás todo el día?
—No. Tengo dos horas de descanso en el tiempo
para comer. Por la tarde regreso y hasta las nueve o diez. Depende como esté
con el trabajo. –Asiento.
—¿Tienes coche? –Niega con el rostro y yo me
sirvo otro vaso de agua—. Una bici. –Se encoge de hombros y yo sonrío—. ¿La
vespa de la entrada es tuya?
—Sí. Bueno, era de mi madre, como verás está ya
muy estropeada.
—Ya he visto. Pero me encanta, no es tan mala.
¿Cómo es que te la ha dado?
—Murió. –Digo encogiéndome de hombros—. Igual
que mi padre.
—Vaya. –Sus ojos se abren, confusos—. Lo siento
mucho, no…
—No importa. Vamos, da igual. –Él niega con el
rostro—. Dime, tengo curiosidad, ¿cómo es el señorito Park? Parece todo un
gilipollas. –Sonrío pero él se siente ofendido con mis palabras.
—¡Nada de eso! Es un caballero.
—Tú no tienes que limpiar su cuarto… —No me
cree.
—Es un chico muy agradable. Más de una vez me
ha ayudado a podar los árboles del jardín o me ha sujetado la escalera, para
que no me caiga. –Niega con el rostro mientras yo frunzo el ceño confuso.
Muerdo mis labios y rápido asiento.
—Tal vez le haya juzgado mal.
—Seguro que ha sido eso. –De nuevo esa inocente
sonrisa—. Bueno, tengo que irme. Y tú debes preparar la comida.
…
Desabotono el primero de los botones en mi
camisa blanca para poder respirar con más facilidad después de haberme pasado
horas frente al fuego. El calor es algo sofocante y más en pleno verano cuando
lo que me gustaría es ir a la fuente esa, que reposa tan pacíficamente al otro
extremo del jardín, y tirarme en plancha para apaciguar el cansancio. Cuando el
tomate ya está burbujeando echo los espaguetis y los sirvo en tres platos
colocando sobre ellos un poco de queso rallado, pimienta y orégano. Con los
tres en mi mano enfilo el salón y llego hasta él para ver la misma escena que
el día anterior. Todos y cada uno de los presentes con un dispositivo de
comunicación en sus manos para evadirse y conmigo, repartiendo los platos.
Solo hay un pequeño detalle, algo
insignificante, que me hace reaccionar. Los ojos de Jimin se levantan del móvil
cuando aparezco por el salón para mirarme y alzar sus cejas un par de veces
llamando mi atención. Una sonrisa ladina aparece en él y eso me hace recordar
el desastre de su cuarto en la mañana. Yo, avergonzado, me limito a caminar
alrededor de la mesa para servir a los señores intentando ignorar sus
provocaciones.
Primero dejo el plato del señor Park enfrente
de él y después el de su esposa. No es hasta que no estoy al lado de Jimin que
no siento mis piernas flaquear y al dejar el plato a su izquierda, él alza la
mirada para mirarme superficialmente pero algo le llama la atención en mi
cuello que le hace mirarme con descaro lejos de que sus padres puedan sentirse
incómodos. Yo me siento así y más cuando descubro que mira mi nuez descubierta
por los botones abiertos en mi camisa. Disimulo lo mejor que puedo haciendo como
si nada y evitando tragar saliva para que la nuez no sea más que una
protuberancia de mi tráquea y no algo en movimiento por culpa de mi saliva.
Él posa sus ojos allí y le hago despegarlos
cuando dejo el plato y camino alrededor para dirigirme a su otro lado y
servirles agua y vino a los señores. No me quita la mirada de encima a pesar de
que estoy a metro y medio de distancia y antes de darme cuenta, ya me mira las
piernas que caen desde la falda. Me mira y se inclina apoyándose en la mesa
para no ceder. Lo hace más descaradamente a los segundos buscando encontrar
algo debajo de mi falda y se cree que no le veo pero si digo algo, corro el
riesgo de que me despidan. Sería su palabra contra la mía frente a unos
testigos que solo tienen ojos para la pantalla de sus móviles.
Se inclina un poco más, agarrándose del mantel
y ya ejerce tirantez y mueve un poco las copas que sirvo. Yo cierro mis piernas
temiendo que realmente pueda ver algo y suspiro mientras intento mantener la
concentración sobre la copa de vino frente a mí. Un poco más. Se inclina un
poco más hasta que se ve obligado a sujetarse en el suelo con una mano pero el
peso de su propio cuerpo le traiciona y vuelca la silla con él al suelo. Yo doy
un respingo pero los dos adultos aquí apenas toman conciencia de lo que acaba
de suceder. Jimin lleva una de sus manos a su frente donde se ha golpeado y se
queja en silencio mientras aprovecha la altura a la que se encuentra para mirar
aún más descaradamente debajo de la falda.
Yo termino de organizar la mesa y me encamino a
la cocina con una mano sobre mis glúteos evitando que pueda colar su mirada
debajo. Solo la voz de la señora Park me hace darme cuenta de que son algo más
que dos maniquíes sentados como señores.
—Jimin, amor, deja de jugar y come.
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