BAJO UN VESTIDO (YoonMin) - Capítulo 5

 CAPÍTULO 5


YoonGi POV:

 

La alarma en mi despertador a las seis de la mañana me hace dar un respingo en la cama y rápido me incorporo apagando el estridente sonido y vuelvo a caer rendido sobre el agradable colchón en el que me han instalado. Mis cosas aun siguen en las maletas y a pesar de ello no tengo interés en sacarlas porque el tiempo que me supondría tener que sacarlo me hace no tenerlo para las tareas del hogar y en el caso de que alguien entrase en el cuarto tendría que rebuscar bien a fondo entre faldas y recatados conjuntos femeninos para encontrar mis calzoncillos. De lo cual aún no pretendo desprenderme.

Miro de reojo la ventana con la persiana echada y aun la noche se hace presencia con su oscuridad lo que me incita a regresar de nuevo entre las sábanas. Pero es demasiado agotador volver a abrazarme al sueño una vez mi corazón palpita tan fuerte por el sonido de la alarma. Con un suspiro cansado me incorporo y lo primero que distingo entre las tinieblas de la oscuridad es el uniforme de trabajo que me saluda con una irónica sonrisa desde el perchero tras la puerta. Con una desagradable mueca me incorporo y el aire refrescante de las seis de la mañana choca con mi cuerpo y suspiro apesadumbrado cambiándome de calzoncillos y enfundándome en el  uniforme, como cada día. Me miro al espejo y rápido noto la carencia de la peluca, la cual rescato de una bolsa negra a parte de todo el resto de la ropa.

El día de ayer terminó de forma normal, mucho más pacífico de lo que se me había presentado. En la hora de la cena solo asistieron los señores Park y cuando ambos dos se retiraron cené yo en las cocinas y fregué los platos, limpié la cocina y puse una lavadora. Dado que ninguno de los señores aquí se molesta en absoluto por la colada, me veré en la libertad de lavar también mis prendas íntimas sin la presión de que me descubran. Solo tendré que no confundirme con los calzoncillos de los dos hombres en esta casa a la hora de plancharlos. Solo imaginarme la escena, sería muy incómodo, ambos dos preguntando de quién son los calzoncillos. Pensándolo fríamente dudo que me viesen a mí como culpable, tal vez la señora Park tendría una aventura… Solo pensarlo me hace sonreír y eso me anima a salir del cuarto para adentrarme en la cocina y rebusco un par de magdalenas y un vaso de leche que me sirva como desayuno.

El olor de la leche fría es agradable y el dulce de las magdalenas me hace la boca agua. Desayuno con tranquilidad hasta las seis y media y entonces es cuando me pongo a preparar el desayuno de los señores. No sé qué diablos desayunan ni cuáles son sus gustos pero no escatimo en gastos preparando la mesa de igual forma que a la hora de comer o cenar y comienzo a trasladar bandejas con bollería de toda clase, fruta variada en una fuente y jarras de zumo, leche y café. Algún azucarero, algún pedazo de mantequilla. Algo de mermelada con tostadas. Cuando los señores bajan yo ya estoy en la puerta del salón con las manos unidas tras las espalda esperando por una de sus agradables sonrisas matutinas, pero al contrario de eso, ni siquiera percatan en mi tremendo trabajo poniendo la mesa. No me desanima pero si es un poco decepcionante. Más cuando ambos dos señores se sientan y comienzan a comer sin ni si quieras fijarse en qué se llevan a la boca.

A los cinco minutos de que el desayuno haya comenzado Jimin aparece por la puerta ya con el uniforme escolar gris y negro que le hace ver mucho más elegante que de costumbre, y sin apenas fijarse en mí o en sus padres, coge una de las manzanas rojas sobre la mesa y cargando con su mochila al hombro sale del salón dirigiéndose por la puerta a la calle. A los segundos, el motor de un coche hace rugir y le oigo alejarse. Al parecer, tiene prisa.

—Señora Park, siento interrumpir su desayuno. –Le digo mientas me presta atención con una agradable sonrisa—. Me gustaría saber donde tiendo la ropa. No he visto tendedero ni…

—Fuera, frente al jardín tiene cuerdas. –Asiento y suspiro mirándome las manos.

—Gracias señora. Tenderé nada más terminen el desayuno. –Ella niega con el rostro.

—Haz primero las habitaciones. La de mi hijo primero. Antes de que vuelva de la universidad.

—Si señora.

Cuando ambos terminan el desayuno comienzo a recoger todos y cada uno de los trastos y los conduzco de nuevo a la cocina para lavar todo lo que necesite ser lavado y lo que no, regresarlo a su lugar dentro de los mueble que me rodean. Tardo menos de lo que pienso y antes de las ocho ya estoy encaminándome a las habitaciones con una fregona y el cubo. De camino, la señora Park aparece con un vestido azul, ajustado a sus curvas y con unos zapatos de tacón de cuña blancos. Me mira por encima del hombro y pasa a mi lado bajando las escaleras.

—Me voy de compras. Regresaré a la hora de comer.

—Si señora.

—Mi marido se irá de un momento a otro también. –Justo sale de una habitación habilitada como despacho el señor Park con un traje elegante y un maletín en la mano. Pasa por mi lado y me inclino ante él mientras ambos bajan las escaleras y desaparecen por la puerta. Con un suspiro cansado camino por entre las habitaciones hasta llegar a una donde la puerta se entreabre mostrándome un mobiliario de habitación juvenil. Entro y rápido dejo el cubo a un lado para ver el desorden propio de un adolescente. Muerdo mis labios mientras el olor de la habitación lejos de ser algo desagradable es más bien un fuerte aroma a hormonas pre adultas que me pone  los pelos de punta. La cama está revuelta, con las sábanas caídas y desordenadas por todas partes, hay ropa sobre la cama, su pijama, de colores negros y grises igual que su uniforme pero con un pequeño dibujo en la parte delantera. Un par de zapatos gastados pero que parecen tremendamente costosos tirados por el suelo. Por no hablar del escritorio. Santo dios, no veo la madera de la que está hecho por la acumulación de libros, cuadernos, ropa y trastos inútiles. Diviso entre la montaña de aparejos una pequeña lámpara de escritorio que parece muy moderna. Que desperdicio.

Un par de puertas dan a una terraza exterior. Otra más a un lado parece ser el baño privado del chico. Con un gran suspiro me adentro en la leonera para comenzar a limpiar por el primer sitio que me parece imprescindible. La cama. Camino hasta ella y miro a mi alrededor nerviosos por tener que toquetearlo todo para conseguir un orden decente en el cuarto. Recuerdo a Taehyung y su tan agradecida minuciosidad. Cuanto lo añoro. Con una mano retiro las sábanas ventilando la cama y me encamino a las ventanas que dan al balcón para abrirlas y que el aire recorra la estancia llevándose el olor a hormonas lejos.

Regreso a la cama y me dispongo a acomodarlas al colchón cuando entre ellas noto unas cuantas manchas de humedad. Con una gran fuerza de voluntad llevo allí mi mano y la humedad me cala las yemas de mis dedos con una trasparente viscosidad que me hace limpiarme rápido en el uniforme asqueado conmigo mismo. Respiro profundo y ya comprendo de donde el olor a juventud. Sin pensármelo más tiempo retiro todas las sábanas de mi vista y las dejo a un lado en el suelo mientras voy a buscar unas limpias para acomodarlas en el colchón.

—Niño cochino. —Susurro mientras sigo restregando mis dedos en mi uniforme sintiendo aún la humedad y la viscosidad de lo que haya querido que sea eso en mis dedos. Cuando alcanzo del armario unas sábanas nuevas las recoloco en la cama y las sucias las saco al pasillo incapaz de verlas durante más tiempo.

Una vez está la cama decente, recojo los zapatos del suelo, la ropa la dirijo de nuevo al armario y me obligo a olerla para comprobar que no está ya usada. La que lo está, la tiro fuera con las sábanas. Las que veo que aún se pueden volver a usar, las dejo en perchas dentro del armario donde me sorprende el gran repertorio de grandes marcas que lo componen. Tomándome unos segundos de descanso me divierto mirando la variedad de marcas en su ropa. Armani, Hugo Boss, Lacoste, Ralph Lauren… Sin poderlo evitar rebusco por entre los cajones encontrándome con uno primero de ropa interior. Sus calzoncillos, que reconozco de la colada que puse en la noche, ya me son familiares.  Calvin Clain en su mayoría. Suspiro mientras miro el reborde con el característico nombre y cerrando de nuevo el cajón abro uno a su lado lo que me hace saltar del susto. Una fila de Rolex dispuestos uno tras otro. Todos diferentes y ninguno menos que el otro. Frente a ellos, corbatas y pajaritas. Tirantes, gemelos, anillos. Cierro el cajón angustiado mientras retiro la mirada de él y envidioso, me dirijo al baño para quitarme la mala sensación de las manos de encima.

Cuando llego al baño me veo obligado a dar la luz conduciéndome al lavabo con ambas manos por delante para limpiarme pero algo me hace dar un respingo.

—¡Será cerdo el hijo de puta! –A mi alrededor sobre la cerámica del lavabo, contados, tres trozos de papel higiénico revueltos, pegados, húmedos y con la misma viscosa textura que la de las sábanas en ellos. Tres a mi lado en el lavabo, dos sobre el retrete y uno caído en el suelo. Tragando saliva fuertemente busco el valor dentro de mí para recoger todo y tirarlo al váter para tirar de la cadena y dirigirme rápido a lavar mis manos con jabón y amoniaco si tuviera—. Esto no puede haber sido sin querer. Este tío va a pagármelas.

Convencido de que esto ha sido por mis palabras del día anterior regreso a la cocina para coger desinfectante y un trapo y regreso al cuarto, completamente seguro de mi sospecha, pues la anterior empleada no podría haber estado persiguiéndole de tener que limpiar esto cada día. Se me han cortado las magdalenas y la leche en el estómago.

 

 

 

 

 


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