BAJO UN VESTIDO (YoonMin) - Capítulo 4
CAPÍTULO 4
YoonGi POV:
El sol ya no está en lo alto, pero alumbra con
mucha más intensidad que antes mientras que entra con fuerza por las ventanas
de la cocina. A un lado del fregadero y sobre un trapo de tela, las cacerolas y
los platos de la comida se secan mientras lo he estado fregando. Igual que los
cubiertos y las copas del agua. A mi otro lado, una bayeta me espera para que
esparza por toda la vitrocerámica algún producto químico que encuentre y la
limpie con parsimonia. Por lo que he podido comprobar, tanto la comida como los
cacharros de cocina están bien dispuestos por los armarios y en orden y bien
limpios. Incluso la vitrocerámica que parece tener ya unos cuantos años, está
impecable. Han tenido buen cuidado sobre ella y no voy a ser menos, cubriéndola
con un trapo de cocina después de haberla limpiado para impedir que nada la
ensucie o la estope. Aún estoy terminando de limpiar el granito sobre la cocina
cuando unos pasos se acercan y escucho como las pisadas entran en la cocina con
naturalidad.
A mi espalda alguien camina de un lado a otro,
desorientado. Tal vez buscando algo. No me giro por cortesía pero él llama mi
atención una vez no encuentra lo que busca.
—¿Dónde están mis cosas? –Pregunta la voz que
he escuchado antes de Jimin y me giro mientras le veo completamente embutido en
un traje de deporte de lycra. Un material elástico que se amolda perfectamente
a su cuerpo mostrándome todas y cada una de las curvas de este. Las de sus
piernas en los pantalones cortos negros y sus muslos, protuberantes en su
cuerpo que parecen querer reventar los pantalones. Una línea azul recorre el
lado del pantalón. Una línea similar a la que recorre su camiseta que me
muestra su cuerpo esculpido. Le miro de arriba abajo y rápido le retiro la
mirada regresando a mi trabajo.
—¿Qué cosas? –Pregunto aturdido.
—Mis cosas de deporte. Mi bolsa, mi bebida
energética, mis dos barritas…
—Yo que sé. –Mi voz sale más grave de lo que me
gustaría y se pone a mi lado para mirarme mejor, con el ceño fruncido y una
desagradable mueca de enfado.
—Se supone que tienes que prepararlo tú. ¿Eres
nueva? Pues te lo diré una sola vez. Todos los días, a esta hora, tienes que
tener preparada mi bolsa de deporte con la botella de bebida, las dos barritas,
una toalla limpia y una pomada para los dolores musculares. Punto. No es demasiado,
creo que tu cerebrito podrá asimilarlo. –Le miro de reojo frunciendo el ceño y
suelto el trapo con el que estoy limpiando para cruzarme de brazos.
—Entendido. ¿Algo más?
—Nada. Por hoy te libras porque tu escena con
la sopa ha hecho que la bruja de la esposa de mi padre se enfade, pero mañana
ya puedes tenerlo todo preparado. –Asiento y me giro de nuevo a limpiar
mientras le veo con atención ir de un lado a otro cogiendo todo lo que me ha
dicho que es necesario.
Primero se conduce a la nevera y saca de ella
una de tantas botellas de bebida azul que él abre y mete en una especie de
termo morado brillante que obtiene de un mueble alrededor. Mientras rellena el
termo con la bebida fresca, me mira de reojo y sin querer, sus ojos se desvían
a mis piernas. Yo hago como si nada y sigo limpiando pero no puedo evitar
sentirme incómodo. Pienso que mira mis muslos, nacientes bajo la falda, o
incluso mis pantorrillas, pero cuando dejo de un lado el disimulo, me doy
cuenta de que lo que está mirando son mis zapatillas. Frunce el ceño mientras
las mira y después me mira a mí y nuestras miradas coinciden, lo que debería
avergonzarle, pero le hace sentir mucho más curioso.
—Las otras llevaban tacones o manoletinas. ¿Por
qué no llevas tacones? –Pregunta aturdido y yo sonrío de lado. Me imagino por
un momento con tacones y rápido me veo mirándole desde una altura que le haría
avergonzarse de sí mismo.
—Para no acomplejarle. No quería tener que
mirarle por encima del hombro. –Rápido sus mejillas arden y me mira descaradamente.
Yo me arrepiento de lo que digo al instante pero tampoco puedo evitar sonreír
por mis palabras. Él se enfada.
—Serás desagradecida. ¡No se te ocurra hablarme
en ese tono! –Termina de rellenar su termo y rescata de la percha de detrás de
la puerta una mochila de deporte donde mete el termo y camina alrededor aun
dándole vueltas a mis palabras para recoger el resto de cosas que necesita.
Necesita ponerse a mi lado para alcanzar las barritas de un mueble sobre
nuestras cabezas pero al hacerlo, apoya su mano al lado de la mía y no puede
evitar mirar mis manos sobre la encimera. Las mira curioso y rápido me mira con
el ceño fruncido—. ¿No tienes las manos muy grandes para ser una chica?
–Pregunta incriminatorio y eso me hace dar un respingo no pudiendo evitar
comparar nuestras manos la una al lado de la otra. Sin duda la diferencia es
evidente y más teniendo en cuenta que yo debería tenerlas mucho más pequeñas
que él.
—Son las suyas. –Le digo sin darle importancia—.
Que son demasiado pequeñas para ser hombre.
De nuevo esa desagradable mirada y muerdo mis
labios conteniendo la risa. Murmura por lo bajo.
—Hija de puta… —De nuevo se pone a caminar
alrededor hasta acabar en uno de los cajones más lejanos, cerca de la puerta
trasera donde al parecer hay un pequeño botiquín. Sigue murmurando—. Yo no
tendría que estar haciendo esta mierda…
Coge una de las cremas y la mete en la mochila
colgándosela a la espalda. Va a salir pero antes pasa por mi lado.
—Espero que hayas aprendido para la próxima.
—Sí.
—Sí, señor. –Me corrige y le miro desafiante.
—Sí, señorito. –Frunce los labios y rápido una
de sus cejas se alza, curioso.
—Tienes la voz muy grave, para ser una chica.
–Yo hago un intento de aclarar mi voz pero lo veo innecesario. Delante de él me
molesta tener que fingir.
—Comparada con la suya sí, señor. –Sus ojos se
salen de sus orbitas y mirándome por encima del hombro, indignado y dolido, se
marcha pero yo me giro y no le oigo traspasar la puerta. Al mirarle de reojo le
veo escrutar mi cuerpo. Me mira de arriba abajo y se inclina, para rebuscar
algo debajo de mi falda pero yo llevo una de mis manos a mi trasero para cubrir
bien mi cuerpo. Él se da por vencido y desaparece por la puerta llevándose con
él los colores de mis mejillas. Muerdo mis labios con fuerza mientras dejo caer
mis hombros y apoyo mis manos en la cerámica de la cocina. Suspiro amargamente
y comienzo a pensar que tal vez no haya sido buena idea venir a este empleo.
Las posibilidades de que me descubran aumentan por momentos y no parece muy
agradable esta posibilidad.
Recuerdo, en casa de los Kim, como TaeHyung, el
hijo de la familia, sabía perfectamente quién era yo. Recuerdo como me
descubrió, un día mientras limpiaba las escaleras y él bajaba atropelladamente
por ellas. Era un chico mucho más joven que yo, al menos en edad mental, y
mientras ambos caímos rodando por ellas mi peluca salió despavorida. Estábamos
solos en casa, para mi suerte, y mientras yo corrí a cubrirme de nuevo con
ella, él me miraba mucho más aterrorizado que yo. La impresión le dejó sin
habla durante unos segundos que me parecieron días. No fue hasta que no me
levanté y caminé hasta él y su rodilla amoratada que no me dijo algo.
—¿Eres un chico? –Pregunto mucho más feliz que
enfadado o sintiéndose engañado.
—Yo… Yo… señor Kim, tiene que darse crema… —Su
mano se dirigió a mi peluca y acarició mi pelo como si realmente fuese de
verdad. Me ayudó a colocar mejor el cabello y lo peinó con sus manos
cuidadosamente. Nos miramos ambos incómodos.
—Tu secreto está a salvo conmigo. –Puso su dedo
sobre sus labios y yo asentí satisfecho. Después de eso fuimos amigos, más que
empleado y señorito.
En comparación con la relación que me espera de
este descarado y malcriado chico, aquello fue el cielo. Me temo que si este
nuevo señor me descubriera, probablemente me golpearía y me echaría de su casa
a patadas en comparación con la gratitud con la que Taehyung me trató. Suspiro
amargamente y miro fuera a través de la ventana como algo llama mi atención. Un
joven, vestido con un mono de trabajo y una camisa blanca de manga corta camina
con unas tijeras de podar sobre sus manos enguantadas. Pasa a varios metros de
la ventana y se detiene en el primer árbol. Lo mira un poco confuso y se sube a
unas escaleras para podar algunas de las ramas que le parecen irregulares.
Yo sonrío ante ello y mira en mi dirección con
una sonrisa tremendamente agradable. Sonrío yo también y le saludo pero por la
expresión de su rostro descubro que no es a mí a quien está saludando sino a un
chico que acaba de aparecer por el jardín y que corre en su dirección con una
mochila a la espalda. El chico sobre la escalera le mira y mueve la mano como
saludo. El chico que corre hasta él se detiene a los pies de la escalera y
hablan amigablemente unos segundos. Un par de minutos contados hasta que el
chico vuelve a su trabajo y el señor Jimin regresa a correr mientras de soslayo
no pierde de vista al chico sobre la escalera. Frunzo el ceño. Al parecer el
mal humor se debe a mí, y no al resto del mundo.
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