BAJO UN VESTIDO (YoonMin) - Capítulo 19
CAPÍTULO 19
YoonGi POV:
El reloj toca las ocho de la tarde y rápido
siento el silencio tras las campanadas algo incómodo y atormentador. Sin
embargo no ha sido la situación más incómoda en el día porque mientras que en
la mañana Jimin se la ha pasado todo el día en el cuarto, en la hora de la
comida me ha pedido que me sentase con él a comer pero yo he reusado su oferta.
Me ha suplicado que me cambiase de ropa, porque le avergonzaba verme así
vestido más aún cuando se había recreado en verme con ropa masculina. Me he
negado a ello también no tanto por el miedo de que sus padres regresen sino por
la ferviente necesidad de hacer como si nada y aparentar estar viviendo un día
normal.
El sonido de sus cubiertos comiendo desde el
salón me hacía sentir pequeño e incómodo mientras yo me ocultaba de su mirada
en la cocina. Llegó un punto en que el sonido de los cubiertos chocó contra los
platos y la silla arrastrándose hacia atrás me provocó un susto indeseado. Creí
que se acercaba a la cocina por la forma tan decidida en la que se había
levantado, pero solo se alejaba de mí subiendo por las escaleras para
desaparecer nuevamente en su cuarto. Tras recoger su comida compruebo, con
desagradable decepción, que no ha debido parecerle satisfactoria y la ha dejado
a medias.
Desde entonces solo le he visto una vez
mientras me he sentado a releer una revista que andaba perdida por la cocina y
ha sido cuando por la necesidad ha bajado a beber agua y temiendo no volver a
verle le he advertido que debía vestirse. Eran aún las siete pero me obedeció
con seria diligencia porque comencé a escuchar al ducha minutos después y tras
eso, las puertas de armario ceder ante su propio cierre. No es hasta las ocho y
diez minutos que no oigo su voz llamándome desde la planta superior y me veo en
la obligación de asistir a su llamada. Cuando tras golpear la puerta de su
cuarto me anima a entrar su voz, paso para encontrarme la sorpresa de un Jimin
trajeado de una manera tan perfecta que no sé hasta qué punto estoy idealizando
a este muchacho.
Su pelo, abierto por la mitad de su frente y
retirado hacia atrás le da un aire mucho más desgarbado de lo que piensa y que
sin embargo hace un elegante contraste con el resto de su depurado aspecto. Una
corbata de seda beige dorada con un alfiler de perla blanca sobre ella. Un par
de gemelos de oro en sus muñecas contrastan con la oscuridad de la americana y
los pantalones pero casan a la perfección con la blanca camisa en su pecho.
Lleva un reloj de oro. Un Rolex, como no. Sus zapatos, lejos de aparentar una
tradicionalidad que no le corresponden tienen las puntas doradas, apegadas a un
cuero negro que reluce mucho más que el oro. Es todo un sueño. Una malsana
envidia me recorre pero no me siento completamente conmovido hasta que no me
acerco a él y puedo oler como un suave aroma a coco me abraza con la calidez de
un buen abrazo.
—¿Sí? –Pregunto cuando he entrado y nos separan
un par de palmos. Él, con un rostro y una expresión mucho más teatral de la que
me imaginaba en su infantil enfado viene hasta mí para mirarme de arriba abajo
con un dedo acusador.
—Me falta un Rolex. ¿No sabrás por casualidad
dónde diablos está? –Una descarga de adrenalina me recorre de pies a cabeza y
niego con el rostro agitado.
—No. No señor. ¿Cómo es eso posible? –Camina
conmigo hasta las puertas del armario y saca la banda donde los relojes se
exponen en un fondo de terciopelo negro. Dos de los huecos están ausentes del
objeto. El que debe estar en su muñeca, y el que ha desaparecido.
—¿Seguro que no sabes dónde está? –Me mira
curioso, con una sonrisa traviesa. Niego, asustado, mucho más preocupado de que
alguien haya entrado en casa que de que piense que haya podido ser yo.
—No, no Jiminie, te lo juro. Yo no…
—He visto cómo los miras, cuando llevo uno
puesto. ¿Crees que soy idiota?
—Ji—Jimin… —No sé qué decir. Mi mente se queda
en blanco y con su mano agarra mi endeble brazo para apoyar mi espalda en la
puerta del armario.
—No vas a ninguna parte. –Me advierte cuando
intento zafarme—. Tendré que cachearte. –Frunzo el ceño mientras siento como
una de sus manos baja hasta el borde de mi falda e introduce la mano debajo
produciéndome un escalofrío que me recorre. No sé si es la complicidad que ya
tenemos o la férrea convención de que yo no he robado nada, pero le dejo hacer
sintiendo como sus fríos dedos caminan entre mis muslos hasta rozar mi
entrepierna con las yemas de sus dedos. Después mi trasero y no se resiste a
estrujarme unos segundos las nalgas. Como no parece satisfecho cuela su mano
por mi escote para perderse dentro de él y de repente, el contacto de algo frío
en mi pecho me hace dar un respingo. Él parece encontrar algo y lo saca
descubriendo un reloj de platino brillante y llamativo. Llevo mis manos a mi
ropa, asustado—. ¿Y esto? Vaya, vaya…
Frunzo el ceño, confuso. De haber tenido un
maldito reloj en mi pecho lo habría notado. Ha sido una broma y no contiene la
risa por más tiempo para mostrarme sus dientes en una expresión de diversión
infantil. Yo le golpeo el brazo, aún confuso y decepcionado.
—¿Se puede saber qué diablos te pasa? ¡Casi me
da un infarto!
—No ha sido para tanto…
—Vaya excusa más mala para sobarme el culo. –Le
digo y estoy dispuesto a marcharme pero él aún me acorrala y me coge la muñeca
para mirarla con cuidado mientras con su otra mano se ayuda para introducirme
el reloj. Su mirada es más curiosa que animada y cuando me ajusta la correa, me
mira desde la distancia para comprobar el resultado. Yo no entiendo nada, aun
desorientado y aturdido—. ¿Qué diablos haces?
—Con ese reloj tu mano parece mucho más
masculina. ¿No crees? –Me miro la mano pero tan solo veo el brillo del caro
material con que el reloj me rodea. Me siento incómodo. No, indigno de
portarlo, así que con una expresión de enfado intento deshacerme de él pero
Jimin me detiene y me hace caminar frente al espejo de pie que tiene en el cuarto
y me coloca delante con una expresión divertida. Desaparece, solo unos segundos
para coger algo del armario y caminar a mi lado para poner sobre la figura de
mi cuerpo un traje como el suyo pero con mi cabeza recortada por la percha—.
Somos de la misma altura, creo que este puede sentarte bien.
Sus palabras son del todo enigmáticas. Yo me
alejo de él y me quito el reloj, angustiado.
—Deja de jugar a las muñecas y termina de
arreglarte, te estarán esperando. –No sabe hasta qué punto esto me duele.
—¿Jugar? –Su voz es calmada. Confusa—. ¿Crees
que estoy jugando? Vamos, ven. –Cuando me giro a él me tira la percha con el
traje y yo lo cojo preocupado por su estado en mis manos descuidadas. A esto
añade unos calzoncillos y unos calcetines negros—. Ve a ducharte. Y ponte esto.
Estaré esperando aquí.
—¿Qué…? –No entiendo nada.
—Vas a venir conmigo. ¿No pretenderás que vaya
yo solo a ese sitio…?
—Pero… ella…
—No te reconocerá. Vamos. Cámbiate o llegaremos
tarde. –Me amenaza como una madre haría y no me queda más remedio que obedecer
sus peticiones lejos de que me parezcan coherentes o que sea incluso digno de
estar tocando este carísimo traje. Con el ceño fruncido me encamino al baño y
cuando cando detrás de mí su voz suena desde el otro lado—. Usa el gel y el champú
que quieras, pero date prisa, no quiero llegar tarde.
…
Termino de abotonar la camisa blanca bajo la
americana negra. Me he metido la camisa en los pantalones y he de reconocer que
esperaba sentirme mucho más incómodo pero es agradable volver a tener un
cinturón aprisionando mi cadera y unos calzoncillos en mi cuerpo. Salgo del
baño para ver el rostro aburrido de Jimin sentado en la cama. Nada más verme se
levanta y camino hasta una distancia prudencial en la que puede apreciar mejor
mi aspecto y juzgarlo con criterio. Niega con el rostro desconforme y se acerca
al armario para sacar una pajarita negra y pasármela junto con el mismo reloj
de antes y unos gemelos de plata. Él se encarga de todo. De colocar la pajarita
en mi nuca, de abotonar las mangas de la camisa ayudándose de los gemelos y de
colocarme el reloj donde antes lo puso. Aun no está convencido por lo que me da
un par de zapatos negros y tras enfundarme en ellos ya parece mucho más
convencido.
—¡Mírate! ¡Todo un seductor! –Frunzo el ceño y
me miro en el espejo sintiendo unos remordimientos y una culpa impropias de mi
ética.
—¿Sí?
—¡Claro! Mi mejor traje, mi mejor reloj. Mi
mejor par de zapatos. Te ves realmente genial. —La culpa se vuelve mucho más
intensa y comienzo a quitarme de nuevo el reloj pero él me detiene angustiado.
—¿Qué te ocurre? Yoongi… ¿Qué te pasa?
—¿Te estás riendo de mí?
—Claro que no…
—Entonces lo haces por caridad, eso es peor…
—No es caridad. –Coge mis muñecas con fuerza,
con posesividad. Me hace mirarle y escucharle aunque no quiera—. Solo quiero
que estés conmigo. ¿Prefieres ir con falda y peluca? A mí me da igual. ¿Qué hay
de malo?
—Me haces sentir mal. ¿No te das cuenta? Me haces
sentir como que me estás tratando con pena. ¿Te doy pena? ¿Por eso me prestas
tu ropa? –No me deja hablar más porque suelta mis manos para aprisionar mis
mejillas y besarme con intensidad cortándome aliento. Sus besos son adictivos y
nunca me doy cuenta hasta que no vuelvo a catarlos. Cuando se separa, habla aun
con ojos cerrados.
—No me dejes solo. No hoy, te lo suplico.
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