BAJO UN VESTIDO (YoonMin) - Capítulo 16
CAPÍTULO 16
YoonGi POV:
Rebusco por todas partes dentro de mi mente y
alrededor de mi cuarto. El sol pega fuerte y el calor aumenta pero creo que es
la ansiedad subiendo por mi cuerpo ante la desaparición de mi crema de manos.
Al despertar me he notado las manos agrietadas y con los cortes sin curar y
necesito de esa crema especial para manos si quiero que se me curen rápido. He
revuelto ya el pequeño cuarto de baño al lado de la cocina que uso como aseo
personal y también lo he hecho con todo mi cuarto hasta que de repente recuerdo
que tal vez no lo he traído de casa. Doy un respingo y golpeo mi frente con un
gran sentimiento de arrepentimiento invadiéndome. No quiero creerlo. No quiero
hacerme a la idea de que necesito regresar y sigo rebuscando debajo de la cama
imaginándome la posible situación de que se haya desprendido de una de las
bolsas y haya caído rodando hasta debajo de la cama.
-¿Yoongi? –Oigo la voz de Jimin y doy un
segundo respingo incorporándome a medias mientras le veo entrar con cuidado en
el cuarto, preocupado de encontrarse una escena que no debiera ver. Como me ve
sentado en el suelo me mira confuso-. ¿Dónde está mi bolsa de deporte?
–Pregunta receloso pero al rato me levanto y mientras suspiro camino agitado a
la cocina.
-¡Lo siento! Lo he olvidado por completo, estaba…
da igual.
-¿Ocurre algo? –Me pregunta mientras se queda
de pie viéndome organizar su mochila.
-Creo que he dejado en mi piso una crema de
manos.
-Ah. –Dice desinteresado mientras me ve meter
en la bolsa todo lo necesario. En su cuerpo ya viste el traje de deporte.
-Era algo importante. Tengo las manos muy
maltratadas. –Jimin hace un puchero.
-Puedo dejarte yo…
-No, necesito esa. –Le corto-. Era especial.
Mis manos se han hecho a esa crema. –Jimin se encoge de hombros comprendiendo
mi problema y recoge la mochila de mis manos cuando está lista-. Tendré que
aguantarme. No podré regresar en mucho tiempo…
De nuevo esa expresión desinteresada y yo me siento
en la mesa mientras él sale por la puerta pero no le oigo marcharse del todo.
Se ha quedado en la puerta, probablemente mirándome. Yo me dejo caer derrotado
sobre la madera y él da un largo y audible resoplido. Uno que me hace suspirar
a mí también.
-Joder Yoongi… -Se queja y yo me giro para
verle dejar la bolsa por ahí tirada-. Vamos, cámbiate, te llevo. –Dice
marchándose y desaparece por la puerta de la cocina para dejarme con una
sonrisa infantil y atontada.
Rápido y sin pensar en su repentina compasión
me dirijo a mi cuarto y me cambio el traje por una falda normal y una camiseta
amplia de manga corta que arremango dentro de la falda. Ambas dos prendas de
dos tonalidades de rosa diferente y junto con todo, unas zapatillas blancas y
unos calcetines blancos. Me peino la peluca y rápido salgo del cuarto para
subir al piso superior y esperar frente a la puerta de Jimin. Me siento
emocionado e impaciente y antes de lo esperado abre la puerta y se me muestra
un chico normal. Un chico cualquiera pero en un traje mucho más caro que mi
casa entera. Su expresión al mirarme es la de un chico sorprendido por mi
vestimenta y probablemente yo tenga la misma extraña expresión en la mía,
seducido por su traje y él avergonzado por el mío.
-¿Qué te has puesto? –Me pregunta.
-¿Y tú? –Le contesto-. Vamos a los suburbios,
no tienes que ir trajeado…
-Es mi ropa. –Se encoge de hombros-. ¿Qué
querías que me pusiera? –Niego con el rostro.
-Da igual, vamos. –Cojo la manga de su camisa y
tiro de él para salir pero rápido el rostro de su madre nos mira desde las
escaleras y frunce su ceño curiosa. Jimin le explica que tan solo va a
acercarme a mi casa, a recoger algo porque al parecer mi moto no funciona.
Nótese el engaño.
Ella accede encantada de que al menos muestre
un poco de humildad para conmigo y salimos de la casa para ser mi moto
atropellada lo primero que se me muestra. No es una imagen agradable y mucho
menos algo que quisiera recordar pero me recuerdo que voy a ir a casa de todas
maneras y se me olvidan las penas. Jimin a mi lado, bajando las escaleras que
dan al pavimento, saca de su bolsillo las llaves del coche y pulsa uno de los
botoncitos del mando a distancia haciendo que las luces de su coche se
iluminen. Ya lo he visto otras veces, pero nunca antes había imaginado montarme
en uno de ellos. Un Matserati negro, con una línea casi a ras de suelo y con
unas ruedas negras, violentas, potentes.
-¿Seguro que quieres ir en eso? –Le pregunto
mientras caminamos hacia él y me mira curioso.
-¿Cómo quieres que vayamos si no?
-No me hago responsable si sale desguazado. –Le
miro encogiéndome de hombros y él se detiene pero yo le empujo para que
continúe andando-. Vamos, que era una broma.
Aun desconfiado me acompaña y caminamos para
entrar dentro y una vez el asiento de cuerpo blanco me absorbe puedo sentir
como todo a mi alrededor me hace sentir indigno de donde estoy. Todo el coche
huele a Jimin y es una sensación que me perturba. Me siento incómodo y al mismo
tiempo, envuelto en los brazos del coche.
Cuando Jimin se sienta a mi lado e introduce la
llave en el contacto todo el coche ruge y me agarro al asiento con fuerza. El
sonido es a la par que excitante, temeroso. Él me mira de reojo y frunce el
ceño.
-Ponte el cinturón. –Me dice y asiento mientras
le obedezco y antes de darme cuenta la capota sobre nosotros ha desaparecido.
-¡No! Ni se te ocurra. ¿Qué diablos haces? –Le
digo y él frunce el ceño-. ¿Quieres que mi peluca salga volando? –Rápido sus
ojos se iluminan con el conocimiento y rectifica regresando el techo a su
sitio.
-¿Cómo haces para que no salga volando cuando
vas en la moto?
-Llevo el casco, estúpido. –Me mira altivo y
arranca con violencia haciéndome agarrarme al asa en la puerta. Salimos rápidos
como el viento y antes de ser consciente, tremendamente preocupado de matarnos,
estamos en la autopista-. Conduce con cuidado, niño. –Le digo casi de forma
inconsciente a la par que algo enfadado. Él me mira de reojo y me sonríe
cínico. Pagaré por lo que he dicho pero no ahora, al parecer.
…
El sol entra como rayos cribados por los
cristales a ambos lados del coche y a través de la luna con una intensidad algo
moderada. Los laterales están tintados y el frente algo decolorado para poder
permitirse la ausencia de unas gafas solares. A mi alrededor todo es pulcro y
sobrio. Nada más que el coche, sin adorno, sin un mísero ambientado del que
achacar un olor intenso, ni un solo pequeño objeto de decoración ni tampoco una
figurita que le acompañe en el viaje. Me siento con curiosidad de mirar en la
guantera o tras los paneles sobre nuestras cabezas, pero algo me dice que no
encontraría más que lo necesario, y eso me produce un extraño agobio
inquietante.
-A la derecha. –Le digo cuando ya llevamos un
tiempo en el centro de la ciudad y le conduzco poco a poco al bloque de pisos
donde habito-. A la izquierda. –Asiente y con un gemido se dirige donde le
pido. Conduce tranquilamente hasta que le hago detener en medio de una calle
estrecha, iluminada pero tan solo para descubrir como en las aceras se acumula
la mierda y la decrépita estructura de mi edificio. Él se vislumbra
desorientado y confuso, pero lo reconoce cuando tras verme salir del coche me
imita y se queda mirando a todas partes como si realmente creyese que estamos
en medio de la nada.
-¿Dónde está tu casa? –Me pregunta incrédulo,
como si los bloques de pisos en yeso morroñoso no fuesen realmente dignos de
habitar. Yo sonrío alisándome la falda y colocando el pelo de mi peluca tras
una de mis orejas mientras le veo rodear el coche para ponerse a mi lado y mirar,
como hago yo, el bloque de tres pisos que se alza tímido al otro lado de la
acera. Con el ceño fruncido me mira y después mira el piso con ojos tristes.
Una mueca aparece en su expresión y no es hasta que no hace un desagradable
gesto que no siento una pequeña punzada en el vientre. Un sentimiento que no
había conocido hasta ahora porque nunca antes se me había presentado la
oportunidad. Un remordimiento de vergüenza. De miedo. Incertidumbre. Un asco
por mí mismo y mis condiciones. Comienza a mirar mi hogar de esa altiva forma
como me miraba a mí los primeros días de trabajo. Entonces no me molestó pero
ahora, que parece estar arrepentido de haberme traído, duele.
-¿Ocurre algo? –Le pregunto molesto pero él
niega con el rostro mirando el suelo y tras suspirar se da media vuelta.
-Te espero en el coche. No tardes. –Sin más
desaparece de nuevo dentro del coche y yo suspiro, casi agradecido porque no
entre dentro y me conduzco, sin más remedio, dentro de casa subiendo las
escaleras laterales de piedra hasta perderme dentro y entrar en mi piso. El
silencio dentro es algo brutal y más lo es aun la atmósfera de polvo que inunda
la estancia. Rápido abro las ventanas para que el aire pase y el olor a cerrado
y humedad desaparezca. Me muevo de un lado a otro haciendo lo posible en el
menor tiempo que puedo y para mejor comodidad me quito la peluca arrojándola
sobre la cama en la estancia de al lado, de la cual me separa un biombo que
dejé plegado la última vez que estuve. En esta ala de la casa, el salón con una
mesa baja, la cocina y una puerta que da al baño. En la otra solo una cama
tirada en el suelo. Igual que la última vez cojo una pequeña mochila de tela y
meto dentro las cosas que vayan a requerir de mi atención.
Antes que nada voy al baño en busca de la crema
y la encuentro en uno de los estantes al lado del espejo. La cojo con el ceño
fruncido, enfadado con ella y conmigo mismo por olvidar algo tan importante.
Acto seguido rebusco en el resto de estantes y cajones algo que vaya a
necesitar y meto con ello un par de cremas más, algo para el pelo y un par de
peines que también olvidé la vez anterior que me vienen bien para alisar el
pelo de la peluca.
Me levanto de inmediato y camino a la cocina
para sentarme de rodillas en el suelo y abrir uno de los cajones que uso como
despensa para mirar por encima aquello que pueda caducarse pronto y llevármelo
conmigo para usarlo en la casa de los Park para mí. La nevera está vacía. Solo
quedan un par de botellas de agua, algún medicamento que necesite estar en fío
y alguna salsa de esas que me veré en la obligación de tirar en unos pocos
meses. Pero en la despensa encuentro mucho más de lo que me hubiera gustado
ver. Algunos botes de noodles que caducarán en menos de dos semanas. Un par de
latas de conservas que no hacen nada aquí. Me veo en la postura más incómoda
del mundo para llegar al fondo del mueble con las manos y me pongo a cuatro
haciendo que mi falda se esconda mostrando mi trasero. Siento el frío colarse
por mis piernas. No es hasta que no oigo un grito que no siento vergüenza.
-¡Yoongi! ¡Por el amor de Dios! –Rápido doy un
respingo chocando mi cabeza con el interior del mueble y suelto un quejido
sordo mientras me giro acariciando mi cabeza para ver a un Jimin con los ojos
cubiertos por sus manos casi como un acto reflejo pero que en realidad puede
ver a través de los huecos entre ellos, como le pide su instinto más profundo.
Mis mejillas arden y llevo una de mis manos a mi trasero mientras aliso mi
falda para cubrirme con ella pero inevitablemente me puede ver los muslos
lascivamente.
-¿Qué haces aquí?
-Ta-tardabas… mucho…
-Lo siento… tengo que…
-¿Estás buscando ahí la crema? –Me interrumpe y
yo niego con el rostro mientras sigo buscando en el interior del mueble más
comida mientras que con una mano tapo inútilmente mi trasero.
-Estoy cogiendo comida que se vaya a caducar.
No quiero tener que tirarla…
-¿Para servírnosla… a… nosotros…? ¡Yoongi!
–Vuelvo a dar un respingo-. ¡Cámbiate de ropa! –Le miro con ojos curiosos
mientras él está enrojecido y completamente avergonzado. Suspiro. Me siento en
el suelo con un par de botes de salsa picante que no he siquiera empezado.
-No. Para mí.
-No… no tienes que hacer eso. Puedes comer de
la comida que compran mis padres…
-Lo sé. Pero no quiero tirarla. La he comprado
con mi dinero. –Me levanto y me pongo en pie alisándome la falda mientras
camino hasta el cactus y mientras lo miro con tristeza suspiro y me conduzco al
grifo para llevar con agua un pequeño vaso y verterlo en la arena de la pequeña
planta. Jimin me mira a cada paso y mientras, se acerca hasta donde he dejado
la mochila y comienza a rebuscar dentro lo que le pueda interesar. Le dejo
hacer aunque no debiera porque cuando encuentra una bolsa con una ración doble
de noodles con kimchi me mira frunciendo el ceño.
-¿Comes estas mierdas? –Me encojo de hombros.
-Los fideos instantáneos son baratos y rápidos
de hacer. A mí me gustan. –Como si mis palabras le importasen bien poco deja
donde estaban los fideos y mira alrededor por todas partes en busca de algo
pero no mirando nada en concreto. Camina un par de pasos cerca de la puerta del
baño y se asoma dentro con la nariz arrugada. Después un par de pasos al fondo
para ver tras el biombo mi cama. Punto. Ya lo ha visto todo y aun así parece
sentirse insatisfecho porque sigue con la mirada por todas partes.
-¿Ya está?
-¿Hum?
-¿Esto es todo? –Yo me encojo de hombros.
-¿Qué esperabas?
-¿Cómo diablos puede alguien vivir aquí?
–Vuelve a mirar por todas partes.
-Viviendo, Jimin. Tengo baño, cocina, cama,
techo. ¿Qué más necesito? Y compañía. –Señalo el cactus y él bufa sarcástico-.
No tengo amigos, Jimin. No tengo familia. No tengo pareja. Son lujos que no
puedo permitirme. Mírame. ¿Cómo podría presentarme frente a nadie en esta
apariencia? Me da vergüenza incluso que tú veas mi casa, y eres, no obstante,
un completo desconocido. –Jimin no dice nada, escuchándome atentamente-. Mi
padre me habría golpeado si llega a saber que me visto de esta forma para
trabajar. Mis amigos me habrían dado de lado. ¿Y de aceptarme? ¿Crees que puedo
estar con ellos? Mis veinticuatro horas están dedicadas a limpiar la mierda que
tú vas dejando…
-Ten cuidado, Yoongi. –Me advierte. Yo no tengo
la peluca sobre mi cabeza y eso es tremendamente liberador.
-¿No es la verdad? –No me contesta.
Como si de un extraño impulso se tratara,
camina de nuevo al lado de mi bolsa y saca nuevamente los fideos de la mochila
y los mira con la misma expresión cansada de antes. Le da un par de vueltas al
envoltorio y mira las calorías, escandalizado. Tras suspirar varias veces me
los extiende.
-¿Tienes hambre? Quiero probarlos…
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