BAJO UN VESTIDO (YoonMin) - Capítulo 14

 CAPÍTULO 14


YoonGi POV:

 

La semana transcurre con la normalidad más extraña con la que me he topado jamás. El silencio entre desayunos, comidas y cenas instalado en la familia me ha hecho sentir mucho más incómodo que en la conversación con Jimin. A veces, juraría que por las miradas, estaba inquieto pensando que se lanzarían a los rostros los platos de comida que adornaban la mesa pero a pesar de ello, el sosiego y la fingida tranquilidad lograban calmar los humos. Cuando alguno de los tres suspiraba, otro miraba al techo y el tercero comía tranquilamente refugiando todos sus males en la comida. He dejado de sentirme fuera de lugar al tercer día pero llegado el sábado, todo era mucho mejor.

En el desayuno Jimin se sentó a la mesa ya que al parecer había madrugado. Extraño en él un sábado pero dejé la sorpresa de lado porque la semana no había sido del todo normal. No al menos en el ambiente. Sentados los tres ante un sol radiante que entra por las ventanas en un día cualquiera sirvo zumo de naranja en la copa de Jimin hasta que él me detiene y la siguiente es la señora Park. El señor Park lee su periódico como cada mañana y los ojos de la señora miran el teléfono en sus manos.

Algo aún más extraño es que Jeon Jungkook ha venido no dos ni tres días, sino cuatro. De martes a viernes y ha cobrado extra por un trabajo que desconozco. Verle pululando de un lado a otro me hizo sentir inquieto pero dándolo de lado preferí no saberlo y centrarme en mis verdaderas tareas, las cuales me ocupan la mayor parte del pensamiento. No lo suficiente al parecer porque a pesar de todo no he podido evitar fijarme en el alicaído rostro de Jimin que se empeña en no separar la mirada del vaso de jugo frente a él.

—¿Estás nervioso? –Le pregunta la señora Park mientras yo le sirvo a esta su zumo y dejo a su lado el tarro de azúcar para que endulce el zumo a su gusto. Jimin asiente sin mirarla.

—Esta noche al fin lo arreglaremos todo… —Dice el señor Park a donde me dirijo para servir en su copa.

—¿Tiene que ser esta noche? —Pregunta Jimin mientras mira suplicante a su padre. Puedo ver en su rostro la mayor expresión de inocencia y sumisión que jamás se ha presentado a mí—. Me siento cansado…

—Tiene que ser hoy. Hace un día excelente y ellos están muy ilusionados por esto. –Comienzo a verter el zumo en la copa del señor Park pero las palabras de la señora me distraen haciéndome mirarla con atención.

—Yoongi, esta noche prepararás una cena especial. Para seis comensales. –Asiento curioso.

—¿Algo en especial?

—Pollo asado. ¿Hum? No escatimes en comida ni en decoración. Es una fecha muy especial.

—Sí señora. –Como si no fuera suficiente, ella continúa.

—Queremos que la prometida de nuestro Jimin se sienta como una reina. –La palabra golpea dentro de mi cerebro como una pelota que rebota entre las paredes. La oigo de mil formas y en las circunstancias más crueles. Todo parece encajar con su recorrido por mi memoria y rápido miro a mí alrededor hasta encontrar el rostro de Jimin que al fin es valiente de alzarme la mirada y enfrentarme con ese ceño fruncido que más que autoridad muestra un enfado contenido que lucha por salir. La expresión al conjunto de su rostro me parte el alma en dos y lejos de sentirme a gusto con la situación se me hace muy difícil ponerme en su piel. Y más a sabiendas de que no son las mujeres lo que le gusta. La vida me ahoga, la realidad se me muestra distorsionada. Sus palabras se tornan de un sentido repentinamente.

—¡Yoongi! –Grita el señor Park tras sentir como sus pantalones se mojan por el zumo que no he dejado ningún momento de servir en su copa y tras derramarse ha llegado al borde de la mesa—. ¡Ten más cuidado jovencita! ¡Estate a lo que tienes que estar!

Rápido comienzo a inclinarme ante él asustado por la altura de su voz y por cómo se levanta nervioso para sacudirse el traje. Yo ya no tengo ojos más que para el derrotado sentimiento de Jimin que me invade sin poder evitarlo. Frente a él el zumo de naranja se condensa en el vaso y él no lo ha tocado. La fruta en el cesto está intacta y el resto de la comida distribuida en la mesa le es insulsa y desagradable. No es que no quiera comer. Es que se le ha cortado el apetito.

 

 

La comida no ha sido muy diferente del desayuno y el resto de la tarde me la he pasado inevitablemente de un lado a otro. Cuando la señora Park no me mandaba a limpiar con un plumero los cuadros de tal altura que me tuve que subir en un par de sillas, me ordenaba subir corriendo a los baños para encerar las tazas de los retretes como si verdaderamente se fueran a orinar en todos y cada uno de los cuartos de baño. He barrido la escalera con cuidado de no levantar polvo, he limpiado las barandillas del poco polvo acumulado. Me he partido el lomo raspando entre las juntas de los azulejos de mármol en el suelo. La casa reluciente no ha sido más que el primero de los pasos pues cuando ya se ha sentido la señora medianamente conforme me he visto obligado a encerrarme en la cocina para preparar el pollo asado que ella ha sugerido.

Sobre mi traje me he puesto un mandil adicional para no mancharme ni un ápice, a propuesta de la señora Park, porque deberé atender la mesa de la forma más elegante y perfecta que se me pueda exigir. Por suerte he seguido su amable consejo que lejos de ser pretencioso solo mantiene una actitud de madre que me sorprende y al mismo tiempo me agrada, porque me he puesto perdido mientras intentaba hacer la salsa para el pollo. La harina para espesarla ha acabado por toda la encimera, sin olvidar mis mejillas, manos y mandil. El vino con el que le he proporcionado sabor ha salpicado y me ha cubierto el traje de pequeñas gotas con ese aroma dulce y afrutado que no es desagradable pero sí incómodo. Por no hablar de que los tomates que he picado estaban demasiado maduros y lo he llegando todo de jugo. No soy capaz de concentrarme.

Unos pasos se acercan a la cocina y yo no puedo permitirme mirar porque el fuego con las verduras de la guarnición está en pleno auge y de despistarme me veré obligado a hacer otra tanda porque estos se habrán quemado. Y el pollo necesita de ser revisado cada cinco minutos para dejarlo en el punto exacto. Los pasos han entrado dentro y se han detenido a un par de metros de la puerta. Veo la sombra negra de alguien y rápido miro para descubrir a un Jimin trajeado de negro con una pajarita que le hace ver mucho más infantil de lo que pretende su presencia.

—¡Sal de aquí! ¡Te pondrás perdido! –Le grito inconsciente—. ¡No querrás… —Miro de nuevo ahora sí plenamente embobado con la imagen ante mis ojos. Él no parece alardear de lo que a mí tanto me fascina, con sus manos en sus bolsillos y su mirada curiosa en mis palabras y más aún, en mi mal apariencia. En su pelo, el acostumbrado remolino que se forma en su flequillo por habérselo retirado con la mano le hace poder mirarme sin la amargura de algún mechón que le dificulte la visión. Su cuello, enfundado en una camisa blanca y una pajarita negra me hace sentirme subordinado a un segundo plano donde yo no entro dentro de su realidad. El traje se ajusta a su cuerpo y aunque parece excesivo en esta época del año, él se ve obligado a portarlo con naturalidad como si no supiera que la pajarita le ahoga. Me ahoga a mí solo de verla. En sus pies, unos zapatos de charol negros con las puntas en plata. Igual es su reloj, plateado y con una esfera brillante y reluciente. Ese reloj vale más que mi casa entera. Probablemente valga lo que la aguja pequeña—… Jimin…

—¿Qué ocurre? –Me pregunta realmente curioso.

—Estas… —No tengo palabras y antes de quedarme corto prefiero centrarme de nuevo en la comida sobre los fogones, que es mi trabajo. Él se ríe de mí pero no parece que la risa le dure demasiado porque pronto regresa al silencio mientras termino de hacer las verduras y las alejo del fuego. Controlo el pollo y él sigue con los ojos todos mis movimientos—. Creo que debería poner ya la mesa. –Le digo y él se mira el reloj.

—Aún queda una hora.

—Lo sé pero si no la señora se enfadará. –Jimin niega y me tomo su gesto como un incentivo para descansar aunque sean unos segundos—. Sal de la cocina, por favor. –Le pido pero él se ofende.

—¿Te molesto? ¿No puedo estar en mí cocina?

—Claro que sí, pero no quiero que te manches la ropa. –Él se encoge de hombros y como yo ya le he advertido no caerá sobre mi conciencia nada que pueda suceder. Con la mirada encuentro una bayeta y comienzo a limpiar la encimera que está tremendamente hecha unos zorros. Él me sigue con la mirada y aunque es incómodo, aún más lo son sus palabras.

—¿Qué opinas de todo esto? –Pregunta y le miro confuso.

—¿A qué te refieres? –Sé a qué se refiere pero acaba negando con el rostro, arrepentido de haberle preguntado al servicio por ello.

—Me siento como que tenía que habértelo dicho antes.

—¿Por qué?

—No lo sé. Solo me siento así. –Asiento mientras me encojo de hombros y él se cruza de brazos.

—¿Cuánto hace que lo sabías?

—Es algo que sabes desde siempre. ¿Entiendes? Dada mi situación económica no está a mi alcance elegir con quién puedo o no casarme.

—Supongo que ella estará igual de desganada que tú. –Él ríe de mis palabras y niega con el rostro.

—Ella está enloquecida con que nos casemos. –Mira mis manos en la bayeta y me la arrebata. Yo me quedo unos segundos patidifuso e intento alcanzarla por miedo de que se ensucie pero cuando me acerco a él me coge de la barbilla y con cuidado limpia mis mejillas de la harina que aún quede en ellas. Lo hace con tal cuidado que me estremezco y me dejo hacer temiendo que alguien entre y se encuentre una escena a parte de extraña, muy perturbadora—. Ya sabes… ¿Cómo resistirse a mí? –Me mira sonriendo y yo levanto una ceja, sarcástico.

—Espero que el señorito Jimin cene bien esta noche, si no quiere que sea usted quien se desfallezca en los brazos de ella. –Él ríe de mis palabras.

—Solo si me prometes que el escupitajo estará en el plato de ella y no en el mío. –Sonríe con una amplia y agradable sonrisa y me devuelve la bayeta para girarse y marcharse tan tranquilo como ha aparecido. Mis mejillas están ardientes y no me doy cuenta hasta que no ha desaparecido, lo cual me hace sentir extraño y cuando ya no puede verme me llevo las manos a las mejillas para estrujarlas y sentir de nuevo la calidez de sus manos sobre mí. 

 

 

 

 

 

 


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