BAJO UN VESTIDO (YoonMin) - Capítulo 13

 CAPÍTULO 13


YoonGi POV:

 

La noche se ha instalado en todo el hogar. Los señores Park y su hijo ya descansan en sus camas y lejos de sentirme somnoliento estoy cansado y hambriento. Me he cohibido de cenar hasta no haber terminado de recoger el salón y toda la cocina con lo que me veo obligado a esperar hasta la una de la mañana para comer algo y no es sino las sobras de lo que Jimin no ha querido lo que caliento en el microondas y apago todas las luces menos una, anaranjada, que al menos me permita distinguir lo que como. Mis manos están magulladas del trabajo y mi peluca desaliñada. Confiando en que nadie va a descubrirme me la quito y la dejo sobre la mesa que iluminada con esta luz parece un animalillo muerto, reposando sobre la madera cansado y abatido como yo.

Puedo incluso percibir la respiración de su pequeño cuerpecito pero antes de seguir fantaseando con ella sigo comiendo degustando el desagradable sabor de la comida recalentada de hace horas. Es sin embargo reconfortante meter algo caliente al estómago y más aún después de haber trabajo durante todo el día. Con una mano libre revuelvo mi cabello, un poco aplastado por el constante peso de la peluca y hago que coja de nuevo su forma natural. Sentirme así de libre es un lujo que echo de menos y antes de darme cuenta ya me estoy desabrochando los dos primeros botones del traje, para poder respirar de nuevo con la normalidad que me impide el cuello de este.

Cuando creo que el silencio no puede ser más absoluto, este se desvanece con el sonido de unos pasos desnudos que me hacen dar un respingo pero cuando reconozco el cuerpo de Jimin me relajo mientras sigo comiendo. Él sí que parece tremendamente sorprendido cuando me encuentra aún despierto y se detiene a la entrada de la cocina mirándome de arriba abajo asustado. Confuso incluso pero después de unos segundos se decide a entrar y alcanzar un vaso de una estantería para caminar hasta la nevera y servirse un vaso de agua. Mientras lo hace me da la espalda y puedo ver en su cuerpo el pijama de verano que usa. Una simple camiseta de manga corta amplia y unos pantalones cortos y anchos de deporte. Cuando el agua ya baila en el vaso de cristal cierra la nevera y bebe un trago abundante, que sacia la sed que tuviera. No es la sed lo que le pide el agua, estoy seguro, sino el vacío de su estómago.

Cuando está respirando para poder dar otro trago mira el plato de comida en mis manos y lo reconoce haciendo un puchero y frunciendo su ceño preguntándose por qué diablos como de su plato.

—¿Esa era mi cena? –Asiento.

—No querrá que la tire…

—Me parece de mala educación que el servicio se coma mi comida.

—No te confundas. –Le digo mientras me llevo un poco de arroz a los labios—. Estoy comiendo tus sobras. No me hables como si me hubiera sentado a tu lado en la mesa.

—Solo faltaría… —Pongo los ojos en blanco y él vuelve a beber pero se detiene al ver mi gesto—. ¿Qué ocurre?

—¿Tan feo verías que me sentase a tu lado en una mesa…?

—Claro. Eres el servicio.

Yo le señalo la peluca, indignado.

—Ya no. Ahora solo soy Yoongi. –Él me mira—. El chico que se muere de hambre por haber limpiado platos todo el día. –Jimin resopla y mirando la hora en el reloj de la cocina considerando que no es demasiado tarde, coge una silla y se sienta frente a mí en la mesa mientras pone entre nosotros el vaso de agua que rodea con sus manos—. ¿Ves? No es para tanto. –Él esboza una débil sonrisa y eso me hace sentir más cómodo. Sigo comiendo frente a él lo cual me resulta incómodo por lo que le ofrezco con un débil gesto pero él niega con el rostro—. Si has bajado a buscar comida puedo prepararte algo rápido. ¿Tal vez algo de fruta?

—¿No has dicho que ya no eras el servicio?

—No lo digo como el servicio, sino como alguien que te ofrece algo de comer.

—No tienes que ofrecerme nada, la comida de esta casa es mía, no tuya. –Asiento encogiéndome de hombros y sigo comiendo.

Pasan al menos cinco minutos en silencio, pero no en un silencio incómodo, porque el sonido de mis cubiertos sobre el plato parece amortiguar la incomodidad que pudiera surgir. Al rato, hablo.

—¿Cómo es tener una familia así…? –Pregunto curioso, y nada más decirlo siento que no debería haberlo hecho porque puede sentirse ofendido o contrariado. Una pregunta demasiado íntima.

—Normal, supongo… —Me responde, sin embargo, con complicidad.

—¿Normal? ¿Entonces el extraño soy? –Pregunto curioso.

—No quería decir eso. Me refiero que a mí no me resulta extraño. ¿Te refieres a la situación económica? –Asiento—. Todos mis amigos tienen familias como la mía. Para lo bueno y para lo malo.

—¿Qué hay de malo en esta vida? –Jimin suspira, bajando su mirada a sus manos en el vaso.

—Todos mis amigos han perdido un padre o una madre, apoyándose en el contrario y en su nuevo cónyuge para sobrevivir económicamente. Ya sabes… matrimonios por compromiso, mujeres jóvenes para aparentar, maridos con dinero para sobrellevar de una digna manera la vida…

—Yo no sé qué es eso… pero entiendo.

—¿Cómo es tu familia? –Yo niego.

—Ya no tengo familia. Mis padres murieron hace tiempo.

—¿Los dos? –Pregunta sorprendido.

—Sí. Ambos. Mi padre primero en un accidente de coche, y mi madre después. Enfermó y trabajé para mantener el coste de su medicamento. Falleció de igual manera pero ya tuve edad para trabajar por mi cuenta y sobrellevar los gastos del piso.

—Lo siento mucho… —Me dice mientras me aparta la mirada—. Perder una madre siempre es duro, pero a ambos padres…

—La vida es así, se iban a ir de todas formas. ¿No? Mi madre sufrió mucho por la muerte de mi padre y a causa de la depresión enfermó. Está mejor así. Yo lo sé. Yo tampoco era feliz viéndola irse cada día. Cada día estaba más lejos de mí, pero nunca acababa por marcharse… fue duro.

—¿No tienes más familia?

—Sí, pero no quiero que se hagan cargo de mí. Ya sabes… Ya soy adulto. No quiero ser un estorbo para nadie.

—¿Siempre has trabajado como servicio?

—Sí. –Asiento—. Y siempre bajo un vestido, si es lo que te preguntas. –Asiente sonriendo.

—¿Por qué no trabajas como hombre? Es decir, entiendo que yu fuerza física no te permita trabajar en algo complicado pero de camarero… de…

—No, no. Para esas cosas piden estudios. Hay muy pocos trabajos para los que no tienen una formación, tan solo una buena recomendación. Este es uno de los pocos y en buenas condiciones. Tu padre me ha dicho que si supero el tiempo de prueba me venderá la casa y podré quedarme de interno aquí.

—¿Qué trabajo hay peor que esto? –Pregunta confuso.

—Prostituirme era mi segunda opción. –Yo frunzo el ceño asqueado con la idea pero él hace un puchero pensativo y me retira la mirada mientras deja libre su imaginación para encender mis mejillas—. ¡No pienses en eso! –Golpeo su brazo pero el ríe con mis palabras. O tal vez ría por lo que haya podido surgir en su mente.

—¿Y estás contento trabajando aquí? –Me encojo de hombros.

—No puedo quejarme. Tengo comida, techo y una cama. ¿Qué más puedo pedir?

—No tener que vestirte de… —Me mira—. Camarera sexy…

—Tus padres buscaban una chica, y eso es lo que soy.

—Puedo hablar con ellos…

—¡No! –Le interrumpo—. La gente como tus padres no quiere hombres. Son desconfiados y retrógrados. Solo buscan a una chica, cuanto más joven e inocente mejor, para degradarla como una esclava y aumentar su ego y vanidad.

—Y tú les das eso… ¿No es denigrante?

—¿Y qué puedo hacer? Esta es la vida que me merezco.

—No digas eso. Nadie debería “conformarse” con lo que le ha tocado en la vida. Lucha por lo que quieres. –Me río de sus palabras con condescendencia.

—No todos tenemos las mismas posibilidades. No tengo estudios, no tengo dinero, no tengo familia, no tengo más que un piso morroñoso al que no puedo llegar porque alguien destrozó mi moto. –Le miro y él me retira la mirada. En sus ojos puedo ver un golpe de culpabilidad.

—El dinero no da la felicidad… —Me dice en un susurro.

—Claro que no, yo no tengo y soy feliz. –Me mira confuso—. La felicidad se alcanza a través del autoconocimiento y el amor por uno mismo. –Se encoge de hombros y me da la impresión de que mis palabras le suenan a chino.

—No lo entiendo.

—¿Qué no entiendes? –Mis palabras parecen despertar algo en él. Algo dormido que no debí tocar.

—Mírate, tienes las manos destrozadas. Con varios cortes, húmedas, magulladas. –Me coge una de las manos y a los segundos me suelta. El contacto ha sido extraño—. Estás vestido con una peluca barata y un vestido asqueroso, sucio y denigrante. De furcia barata. No tienes estudios, ni un físico envidiable. No tienes familia ni amigos. No vales para nada y sin embargo eres feliz con lo que tienes. ¿Y yo? Tengo todo lo que quiera, al instante puedo conseguir un coche mejor, un traje recién cosido por las manos más ilustres del país. Puedo conseguirlo todo menos lo que realmente deseo. ¿Cómo puede ser la vida tan cruel? –Dejo de comer y me aparto el plato. Quiero preguntar pero él sigue hablando—. ¿Sabes? Es como un círculo vicioso. Me esfuerzo para conseguir algo que no quiero pero que alcanzándolo es la única forma de dejar de esforzarme. –Suspira—. ¿Alguna vez has tenido la sensación de que te ahogas ante la realidad? ¿Alguna vez te has hecho el ciego creyendo que lo que sabes que va a suceder inevitablemente no va a ocurrir pero que cuando te golpea en el rostro, te haces el sorprendido? ¡Incluso llegas a creerte tu propio teatro! ¿No es patético?

—¿Qué me estás queriendo decir? ¿Estás bien? ¿Quieres hablar de algo…? –Algo dentro de él le quema, le destroza y estoy seguro de que es la primera vez que se sincera con alguien.

—¿Sabes qué tenemos tú y yo en común? –Niego con el rostro—. Ambos nos conformamos con la realidad que se nos presenta. Una realidad que al parecer nos han hecho creer es la que nos corresponde.

—Jimin…

—Señorito Park. –Me corrige y eso me hace fruncir el ceño. Su voz ha vuelto a ser la misma autoritaria y severa de siempre—. Soy el señorito Park. ¿No es así? Deja de cambiar la realidad, poniéndote y quitándote la peluca como si fuera tan fácil fingir ser otra persona. En eso también coincidimos. ¿Quiénes somos realmente? Yo me pregunto, ¿podemos escondernos de nosotros mismos hasta que nuestra verdadera persona se pudra y desaparezca en el olvido?

—No. –Le digo firme—. La putrefacción no hará sino envenenar al resto de personas que creemos ser. Esta predominará sí o sí.

—No sé. –Me dice divertido mientras se levanta—. Vamos a probar… —Se encoge de hombros y con una sonrisa triste se despide con un movimiento de cabeza y se marcha por donde ha venido dejando el vaso de agua a la mitad frente a mí.

 

 

 

 

 


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