ABEL Y CAÍN (YoonMin) - Capítulo 12
CAPÍTULO 12
Jimin POV:
Cuando el sol ilumina mi cara como cada
mediodía, estiro mis brazos debajo de mi cama y me revuelvo entre las sábanas
desperezándome. Nada más moverme a un lado y sentir el vacío propio de la
soledad de mis noches, doy un respingo y me incorporo asustado, pues hubiera
jurado que hasta hacía unos segundos el cuerpo de Yoongi estaba tumbado a mi
lado. Recuerdo nuestra extraña conversación de anoche como un turbio sueño y
pequeñas partes de la noche en la que su cuerpo me abrazaba y en la que yo
despertaba tan solo por segundos para acomodarme más cálidamente entre sus
brazos. Caí rendido sin darme cuenta y más ridículo que eso es pensar que tal
vez eso no fue real.
Miro a todas partes confuso y cansado y me
desplomo en la cama de nuevo comprobando que no hay nadie en el cuarto. Ya sin otra
alternativa me levanto y salgo de mi habitación con las piernas temblorosas sin
poder evitar que a cada segundo me golpeen nuevos recuerdos de la conversación
y más perturbarte aún fue su tono de voz, pervertido pero sincero y cálido.
Engatusador.
Cuando llego a la cocina mi madre ya prepara la
comida y yo me siento en una silla mientras la miro cansado. Ella se percata de
mi presencia y me sonríe algo molesta.
–¿No es muy tarde? Cada día duermes más hijo.
–Dice y yo frunzo el ceño.
–Estaba cansado. Solo eso.
–¿Has pasado mala noche? –Pregunta y yo sonrío
recordando el olor del cuello de Yoongi y como de seguro volvería a dormirme
ahora si estuviese aquí.
–No. He dormido bien.
…
Como me esperaba, hemos vuelto a la terrorífica
rutina en la que me dedico a estudiar y no me permito nada más que eso. Empiezo
el lunes con la esperanza y la recompensa de que el viernes es fiesta en mi
universidad y no tenemos que asistir a clase. De lo contrario, harán una fiesta
para los alumnos e invitarán a cualquiera que vaya. Irán excursiones de
escolares en la edad de elegir universidad y habrá barra libre de aperitivos y
refrescos. Yo no iré, sin duda. Prefiero ayudar a mi madre en lo que necesite.
A la rutina se le suma el hecho de que Yoongi
no aparece por casa y desearía poder hablar con él sobre lo que ocurrió y desde
luego reñirle y aconsejarle que no vuelva a hacerlo. Sin embargo no se me
presenta la oportunidad de hablar con él y mucho menos de sacar el tema. Lo he
escuchado un par de veces regresar a casa a las tres de la mañana pero nada
más. He permanecido despierto esperando que él regresase a mi cuarto como
aquella noche o atreverme al menos a ir yo a su cuarto pero a parte de una
grosería es una estupidez y solo demuestra la inmadurez que aún me corroe. Sin
embargo y a pesar de creerme superior, no duermo hasta que no oigo sus
ronquidos atravesando la pared.
El jueves amanece como cada día excepto por mi
sonrisa que es mucho más amplia que de costumbre. Cuando me incorporo miro la
hora en mi reloj de pared y me descubro que probablemente mi madre me reprenda
pues he dormido mucho más que de costumbre. Salgo corriendo de la cama oliendo
ya el humeante olor de la comida ascendiendo por las escaleras. Parecen
interminables estas hasta que llego abajo y veo a mi madre poner la mesa a lo
que rápido le ayudo sintiéndome tremendamente culpable.
–¿Por qué otra vez, Jimin? –Me dice curiosa.
–No sé, mamá. Creo que es de tanto estudiar.
–Suspiro mientras camino con tres platos a la mesa. Ella me sigue con los vasos
y las servilletas.
–No te quedarás hasta tarde a estudiar, ¿no? No
es bueno…
–Tal vez, mamá. –Suspiro y me siento a la mesa
hambriento. ¿Cómo reconocerle que me mantengo despierto hasta que YoonGi llega
a casa?
…
El profesor mira por tercera vez su reloj en la
tarde y con un leve suspiro deja los apuntes en la mesa con una caída de
hombros. Todos le miramos sabiendo lo que viene a continuación y tras una leve
inclinación todos le despedimos viéndolo conducirse fuera del salón. Yo suspiro
aliviado y comienzo a ordenar los apuntes dentro del archivador y una vez este
está completo lo introduzco en la mochila que cuelgo de uno de mis hombros
mientras salgo del aula el último. Las voces de los alumnos caminando de un
lado a otro son algo que siempre he odiado porque no me toman como ejemplo de
sobriedad caminando en silencio y tan solo produciendo el sonido de mis pisadas
en el suelo. A pesar de haber avanzado y estar en segundo curso, sigo viendo en
mis compañeros el mismo comportamiento que observé durante años en la escuela
secundaria. Obligados a estar entre otros, agrupados en rincones marginándose
del resto de la sociedad. Culpándose de sus aciertos, agradeciendo sus errores
tan solo por verse semejantes a otros. No tengo amigos aquí y doy gracias
porque no me gustaría verme implicado en ningún altercado como los que surgen
de vez en cuando. Creí, que en una carrera como era el derecho, los alumnos se
verían más formales y disciplinados pero me equivoqué, todo lo contrario. A
cuanta más presión ejerces sobre sus hombros, más rebeldes se muestran. No es
algo en lo que quiera participar así que me limito a caminar con las manos
metidas en los bolsillos de mi abrigo y salgo al exterior animado por fin de
saber que al día siguiente no tengo clase.
El frío rápido hiela mis mejillas y mi cálido
aliento se escapa de mis labios en forma de un vaho denso y perturbador. Miro a
los compañeros que a pesar del frío se encienden un cigarro y fuman, ajenos a
su alrededor, antes de regresar a sus casas. El cielo se ha oscurecido y ya es
de noche. Son las nueve y media y quiero dirigirme rápido a mi hogar donde me
caliente con una buena cena de mi madre. Mis ojos se cierran, mi aliento se
congela. Mi respiración se detiene nada más que reconozco entre los árboles
asentados en la acera, una moto negra que me mira violentamente igual que su
dueño cruzado de brazos apoyado en ella.
Él me mira, con dos cascos de la mano. Yo le
miro, con mi mochila a la espalda y una tímida sonrisa que me hace ver mucho
más perdido de lo que quisiera. Camino aun no muy convencido de ser real lo que
veo así que procuro no saltar a sus brazos una vez estoy frente a él, temiendo
que sea una fanática fantasía. Incluso cuando me saluda sigo dudoso, no encajan
él y su moto en este contexto de mí día a día.
–¿Qué haces aquí? –Pregunto tremendamente
confuso y él deja escapar aliento buscando las palabras adecuadas para
regalarme.
–Vamos, sube. Te invito a cenar. –Sin más,
rodea la moto y se sube colocándose uno de los dos cascos. El otro me lo otorga
pero yo no reacciono aun.
–¿Qué quiere decir eso? No, llévame a casa. –Él
niega con la cabeza como si un poder sobre él le impidiese hacer otra cosa. Así
es.
–Nuestros padres van a tener una cena romántica
hoy. Hacen seis meses juntos. ¿No recuerdas? –Asiento un poco triste por no
haberlo recordado–. Vamos, te llevo a comer algo. –Suspirando me monto con él
atrás y abrazándome a su cintura como aquella vez, me dejo llevar por la moto a
donde él quiera llevarme. No es muy lejos, al contrario de lo que había pensado
y tampoco es nada que yo no conociese. Un simple restaurante de comida
tradicional, barata, pero de buenos productos. Cuando la moto se detiene y
bajamos ambos entramos y nos sentamos en una mesa tras avisar a la camarera de
nuestra llegada. No es hasta unos minutos después que no nos pide el pedido y
se marcha a la espera de tener la comanda lista. En ese silencio que se ha
instaurado entre los dos, soy el primero en hablar.
–¿Has venido aquí antes? –Pregunto y él asiente
mientras juega con una servilleta de papel en sus manos. Doblándola y
volviéndola a desdoblar.
–Un amigo trabaja aquí. –Miro a todos lados
buscando con la mirada a la supuesta persona que pueda llamar nuestra atención
pero no veo a nadie más que a esa camarera.
–Solo trabaja de lunes a miércoles, media
jornada. Por las mañanas estudia. –Asiento comprendiendo y muerde sus labios.
Él no parece muy dispuesto a hablar, o al menos hasta que no nos traen la
comida y puedo ver delante de mi planto un cuenco de fideos con salsa picante y
una fuente con arroz y curri humeante. Pierdo sin querer el hábito de rezar y
me lanzo a la comida hambriento por el duro día que he tenido. Él sonríe cuando
me ve engullir como un animal pero yo me avergüenzo y modero mis modales al
menos porque estamos en un lugar público.
–Perdón. –Susurro.
–¿Por qué? Me da igual. –Se encoge de hombros y
sigue comiendo pero yo siento que es el momento y dejo a un lado la comida para
hablar.
–¿Puedes explicarme a qué vino lo del otro día?
–No necesita más detalle para saber a qué me refiero y asiente mientras traga
confirmándome que no fue un mal sueño.
–¿Qué quieres que te explique?
–¿Por qué lo hiciste? –Se encoge de hombros.
–Me apeteció. –Sin más come de nuevo mirándome
como si la respuesta fuera suficiente como para saciar mi apetito.
–¿Por qué dijiste esas cosas tan feas? Me
hiciste sentir mal, hyung… –Reconozco angustiado y él se torna sorprendido.
–¿Qué hice que te hizo sentir mal? Creí que te
estabas divirtiendo. –Sus palabras son traidoras. Suenan mucho más mentirosas
que verdaderas.
–¿Te estás riendo de mí? –Niega con el rostro
de nuevo con ojos bien abiertos, impactados por mis palabras–. Pues si no lo
haces ahora lo hiciste el otro día. Te estabas riendo de mí, hyung. Y eso no
está bien.
–No entiendo qué hice mal. Solo quise
divertirme. –Se encoge de hombros nuevamente. Yo suspiro y nos quedamos en
silencio mientras cavilo sus despreocupadas palabras totalmente aburridas y que
sin embargo me hacen mal.
–Entonces, ¿no lo dijiste en serio? –Pregunto y
él mira mi expresión decepcionada.
–¿El qué?
–Lo del Dios y…
–Cuidado, Jimin. –Me advierte con una sonrisa
malvada–. La soberbia es uno de los pecados capitales…
–Ya lo sé. –Saco la lengua y se la muestro como
un niño enfadado–. Tú cállate. No sabes nada de esas cosas. –Se encoge de
hombros y yo sigo comiendo preocupado por su silencio. Mientras veo aún humear
el arroz, él habla de repente.
–¿Por qué eres creyente, Jimin? –Detengo el
arroz en mis palillos a mitad de camino y le miro comprobando que su pregunta
es totalmente en serio, tan solo por curiosidad.
–No lo sé, son cosas que son así, y ya está.
–Algo tiene que haber.
–Creo que es por mi padre. –Me mira atento–.
Cuando mis padres discutían tenía a Dios para refugiarme. Cuando mi madre lloraba,
ella se refugiaba en Dios, y cuando mi padre nos abandonó, solo tuvimos la
religión para unirnos. Para creernos parte de algo. Sé que algunos piensan no
es real y todo eso pero, para mí, es real. Puedo sentirlo. –Llevo mis manos a
mi pecho para apretar–. Puedo sentir la fuerza, el valor en cada momento
preciso. Rezo, y me siento bien haciéndolo. Le pido a Dios por mi madre, por
ti, por mí. Cuando algo malo pasa recuerdo que Dios estará para ayudarme y
salvar mi alma en caso de que algo muy malo me ocurra. –Él ha escuchado todas y
cada una de mis palabras y asiente cuando termino.
–¿Eres de esos que van con la cruz al cuello y
se hacen llamar católicos o los que cumplen a rajatabla todos y cada uno de los
dogmas?
–¿A qué te refieres?
–¿Vas a la iglesia los domingos? –Asiento–.
¿Rezas antes de las comidas? ¿No blasfemas y tomas el nombre de Dios en vano?
–Niego–. ¿No sucumbes a los pecados? ¿Gula? ¿Pereza? –Niego de nuevo mucho más
rotundo que antes–. ¿Nunca has faltado a ninguno de los mandamientos? –Niego
igual pero él se detiene sacando una sonrisa mucho más sádica y divertida–.
¿Nunca has realizado actos impuros?
–Yo… eh… No. Nunca.
–Mmm… ¿Has dudado? Vamos, dime la verdad. ¿Qué
diablos es eso de que eres virgen? A lo mejor tu madre se lo cree pero a mí no
me lo cuelas. Es imposible aguantar a tu edad… tú no… –Mientras ve mi rostro
descender alicaído y decepcionado asiente resignado a mi conducta.
–Tal vez sepas más de los pecados de lo que yo
pensaba. –Digo y él sonríe cínico.
–Tal vez. –Cuando su sonrisa desaparece de
golpe, me mira preocupado y no es hasta que habla que no veo el miedo en él de
que tal vez haya malinterpretado su conducta–. ¿Tan malo me crees?
–Sí. –Reconozco aunque con la boca pequeña pues
considero que no debo excederme en mis confianzas dado que dependo de él para
regresar a casa.
–Vaya…
–Tú mismo me has dicho que haces cosas de las
que me podría escandalizar. Vamos, asume que no eres precisamente un buen
modelo de conducta. –Me mira atónito.
–Yo me tengo como mi mejor modelo de conducta.
–Eso solo puede degenerar en un comportamiento
mucho más degradante de lo que ya es.
–¿Insinúas que no seré mejor cada día sino al
contrario?
–Exacto. Seguir un modelo de conducta
imperfecto, equivocado, débil y humano es lo que suele traer. Por eso la
religión es el mejor camino para seguir a un modelo firme de conducta.
–¿Acabas de llamarme débil, imperfecto…? –No le
dejo terminar.
–Eres humano, y por lo tanto imperfecto. Solo
Dios es perfecto, y nos ha creado así. “Entonces el Señor Dios modeló al hombre
con arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se
convirtió en un ser vivo.” –Génesis 2 –7. –Suspira angustiado con mis palabras
y suelta los palillos para limpiarse sutilmente los labios con la servilleta y
dejar un silencio entre mis palabras y las suyas, demoledoras.
–“Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen
de Dios lo creó; varón y mujer los creó”. –Génesis 1–27.
Silencio de inmediato mientras veo uno de los
extremos de sus labios alzarse genuinamente, mordaz y sátiro. Palidezco y sin
duda tiemblo.
–Si Dios es perfecto, y estamos hechos a su
imagen y semejanza, ¿no somos nosotros también perfectos? –Hago un mohín pero
él no detiene sus palabras ahí–. Mañana pasarás un día entero conmigo, ¿te
parece? –Pregunta y yo le miro frunciendo el ceño desconfiado–. Sabrás entonces
a cuántos pecados sucumbo y cuantos mandamientos desobedezco.
Comentarios
Publicar un comentario