EL PESO DE NUESTRA PERDICIÓN (YoonMin) - Capítulo 1

 CAPÍTULO 1


Yoongi POV:

Año 1937

 

“Señor Min.

Mi esposa y yo tenemos entendido que usted es uno de los psicoanalistas más prestigiosos en el campo de la orientación sexual de nuestro país. Conocedor de las últimas técnicas de reorientación le escribimos mi esposa y yo para pedirle de forma personal que trate a nuestro hijo, el cual, enfermo del mismo delirio que los pacientes que usted trata, teníamos la esperanza de que pudiese usted curarle. Estamos tremendamente asustados y desconsolados. No sabemos qué hacer al respecto y usted es el único que puede solucionar este problema y devolvernos la familia que éramos antes. Hemos descubierto por una carta que hemos encontrado en su habitación que está enamorado de uno de sus compañeros de universidad y no podemos tolerarlo. Si llega a saberse, de una familia como la nuestra, podía abocarnos a la perdición de seguro. Tenemos la esperanza de que sus conocimientos puedan ayudarnos a mí y a mi familia y cure a mi hijo. Sé que está sufriendo y solo deseo que vuelva a ser quien era. Si es usted tan amable nos gustaría concertar una cita con usted y explicarle más detenidamente nuestro caso, y entonces, valore usted la gravedad en la que mi hijo se encuentra y piense si aceptarle como paciente.

Gracias por su tiempo y atención.

El señor Park.”

 

Vuelvo a leer una vez más esta carta. Las palabras han quedado registradas en mi mente e incluso puedo escuchar de fondo la súplica con la voz del señor Park haciéndose paso a través del silencio en el espacio. La sumisa condescendencia, la hipócrita sonrisa, su expresión, como bien ha dicho él, desconsolada. El papel de la carta está ya doblado en varias partes. Alguna extraña arruga recorre su superficie por culpa de mis torpes dedos y la tinta se ve ya muy impregnada en el papel, como si esta hubiese devorado las fibras contiguas a donde la pluma hizo presión. El sobre el cual portaba esta carta está, sin embargo, en muy buen estado sobre la mesa del escritorio frente a mí. Me reclino un poco más en mi asiento y vuelvo, una vez más, a leer detenidamente cada una de las palabras. No es como si no las conociese o no entendiese el trasfondo de estas. Tan solo intento entender algo que no alcanzo a ver. Siempre buscando detrás de las palabras. Parecen bien escogidas, con cuidado. Por la forma tan descuidada e impacientada con la que ha empezado su carta diría que no es la primera que escribe, seguro que hizo varios borradores, calibrando su letra, mordisqueando las palabras.

Fue en la entrevista de ayer cuando realmente pude valorar mucho más basándome en la forma de sus expresiones. La señora Park, con un vestido negro similar a uno de luto, se secaba las lágrimas desconsolada mientras tan solo pretendía excitar mi pena para sobre estimular mi empatía por su situación, lo cual no hizo más que repugnarme. Con un pañuelo, seguramente de su marido a juzgar por el bordado en color azul y gris, se restregaba los ojos hasta correrse el maquillaje tan mal aplicado. Su nariz hinchada denotaba el efecto de su llanto pero ni sus manos temblaban ni su labio tartamudeaba. Cuando se dirigía a mí su tono de voz se endulzaba para provocarme, pero sus palabras eran firmes, y me atrevería a decir que muy bien pensadas y ensayadas.

El hombre por el contrario pretendía parecer más espontáneo. Llevaba la camisa con el primer botón desabrochado y su corbata intentaba disimularlo. Su cuello, a pesar de ser fuerte, parecía sentir una cierta presión de ahogo. Mi egocentrismo me hace pensar que yo era la causa de su sofoco. Estar ante mi presencia, ante la salvación de su hijo. Pero tal vez fuese la mala interpretación de su esposa lo que le estaba haciendo sudar. Me atrevería a apostar por la primera, dado que el título de mi doctorado colgaba y cuelga detrás de mí en mi consulta. El hombre comenzó a balbucear cuando se disponía a terminar la entrevista hablando sobre los honorarios de mis servicios y aunque la cantidad no pareció asustarle, sí le asustó la forma tan fría con la que aseguré que aunque el paciente no se recuperase o incluso muriese durante el tratamiento, no se le reembolsaría el dinero.

Vuelvo a leer por décima vez la carta en mis manos y negándome a la simple idea de encontrar algo más entre esas palabras, guardo de nuevo la carta en su sobre y lo miro detenidamente. El apellido Park es muy conocido en Seúl, dado que es una familia de burgueses adinerados con varias empresas industriales dedicadas a la fabricación de material de construcción de edificios. Estos hombres son sin duda los hijos de los que fueron fundadores de las empresas. Les delata su falta de humildad y juraría que su hijo puede haber heredado su misma arrogancia y suspicacia a la hora de intentar embaucarme con falsas máscaras de pena y concordia. Ellos lo único que buscan es que la imagen de un hijo desviado no les perjudique en sus inversiones. No les importa el dinero ni el tiempo que su hijo pueda estar aquí encerrado. Solo quieren un peso menos sobre los hombros y es por eso que acepté. Mis palabras al darles mi aceptación fueron simples y directas: “Necesitamos más material de estudio”.

Suspiro y guardo la carta en uno de los cajones del escritorio en el que estoy sentado y miro alrededor. La soledad de mi consulta es tremendamente imponente. Un par de líneas de sol entra por entre las cortinas beige. Unas cortinas que hacen que el sol se vea más cálido de lo que puede ser en plena primavera y me gustaría pensar que ese sol tiene algo de calidez, pero solo es luz amarillenta sin ningún reflejo de temperatura. El escritorio de caoba delante de mí, un sofá cerca de la ventana. Un par de cuadros baratos y el silencio. Un silencio brutal que se rompe por unos golpes de unos nudillos sobre la madera de la puerta. Yo doy un leve respingo y miro a la puerta cerrando el cajón donde estaba la carta que acabo de introducir en el. Con un “adelante” la persona hace acto de presencia en mi consulta y el rostro de Jin me sorprende con una sonrisa más que amable, incluso emocionada. Su expresión es tranquila cuando me habla.

-Tu nuevo paciente está esperándote. –Me dice con voz regulada adrede con la idea de que está tratándome de forma respetuosa dada mi presencia a pesar de que él es el dueño de toda la institución. De normal, si fuese una situación corriente, sería su secretaria o el empleado que tiene para los recados el que vendría a avisarme, pero es una ocasión un tanto peculiar y el de seguro que ha sido él mismo el que ha recibido al paciente. Yo asiento levantándome de mi silla y me llevo conmigo un cuaderno en blanco que estrenaré con mi nuevo paciente y una pluma de mango negro brillante. También nueva. Es una ocasión especial, aunque solo sea un paciente más al que trato.

Al contrario de marcharse, Jin se queda en la puerta sujetando desde dentro el pomo de esta con una expresión sonriente. Amable. Me espera en todo momento y yo le miro preguntándome sus intenciones. O bien quiere ver mi reacción por algo que él conoce y yo desconozco o bien quiere consultarme algo a lo que aún no se atreve. Yo salgo de detrás de mi escritorio y cojo la bata blanca que tengo colgada en un perchero cerca de la entrada. Me la pongo haciendo malabares con la libreta y la pluma para ponérmela sobre la camisa y el chaleco del que cuelga una cadena de rojo sujeta a un reloj en el correspondiente bolsillo. Cuando está sobre mis hombros la bata, miro la hora en el reloj, y meto en el bolsillo sobre el pecho la pluma dejando que sobresalga un poco. Cuando estoy listo Jin me deja pasar primero y cierra la puerta de mi despacho detrás de mí. Comenzamos a caminar por el pasillo a través de las ventanas con este extraño solo pálido de primavera.

-¿En la sala de espera, con sus padres? –Pregunto haciendo referencia a la localización del paciente, pero él niega con la cabeza.

-No, está ya en la sala de terapia. –Yo frunzo el ceño y le miro con una mueca extrañado.

-¿Y sus padres?

-Ya se marcharon.

-¿Cuándo han llegado?

-Hace media hora. –Yo vuelvo a mirarle de esa manera que le hace retirarme la mirada, levemente avergonzado por mi confusión.

-¿Y por qué no me has avisado antes?

-El chico se ha empezado a poner nervioso, le hemos tenido que sedar.

-¿Está drogado? ¿Voy a hacerle de inmediato la entrevista? No puedo hablar con él si no está consciente… -Sentencio pero Jin niega con el rostro.

-No ha sido una dosis muy fuerte, solo le hemos dado un calmante. Estaba comenzando a ponerse violento.

-¿Qué le habéis hecho?

-¿Nosotros? –Pregunta casi ofendido pero cuando le miro directamente me aparta de nuevo la mirada. Sin duda es un gesto que repite a menudo conmigo. Estoy seguro de que hay algo dentro de él que cree que puede reflejarlo su mirada y tiene miedo a que yo lo descubra. Entorno los ojos y él me habla mirándose los pies mientras caminamos hasta el piso superior y nos adentramos en el pasillo donde están las salas de terapia-. Solo le hemos dicho que se despidiese de sus padres, que iba a estar un tiempo ingresado aquí.

-Que poco tacto… -Digo pero sé que yo no soy mejor. Jin ríe por lo bajo por mis palabras pensando que son irónicas y suspira largamente.

-No te preocupes por el estado del paciente, el médico le ha administrado tan solo un poco de morfina, la suficiente como para calmarlo, nada más. Le ha hecho un reconocimiento médico y nada más decirme que estaba en plenas facultades he venido a llamarte.

-Bien. –Digo y comienzo a tamborilear los dedos sobre la tapa dura de mi libreta de color negro.  Jin vuelve a romper el silencio.

-Les he dicho a los padres que les mandaremos una carta semanal informándoles de los avances que vaya teniendo su hijo pero…

-…Pero no se han mostrado interesados. –Termino su frase y él asiente, pensativo y sorprendido por mis palabras.

-Eso es. –Llegamos al fin a la puerta cerrada de la sala de terapia y me quedo observándola. Siempre un rostro diferente cada vez que me acerco a esta puerta, siempre una nueva vida, un nuevo problema que resolver, pero siempre la misma confusa y deteriorada mentalidad extraviada. Agarro el pomo mientras oigo la voz de Jin despedirse de mí y le veo caminar a través del pasillo con pasos acelerados. El borde inferior de su bata blanca se mueve con la forma de su caminar y yo sigo tamborileando el cuadernillo con los dedos, como respuesta fisiológica a la ansiedad de un nuevo comienzo, un nuevo paciente.

 

 

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