TRANSMUTACIÓN [Parte II] - Capítulo 30
Capítulo 30
“Pacto de Fuego”
York, Inglaterra, 1620.
16 de abril de 1620
Ciara se dirigió a la chimenea en primera instancia.
Apenas habíamos acabado de entrar ella encendió el fuego e hizo que mi hermana
se sentase al lado de la lumbre. Calentó sus brazos con sus propias manos y
después las manos de mi hermana, frotándolas entre ellas con las suyas. Amanda
no podía parar de mirar alrededor, seguramente de la misma forma que hice yo la
primera vez que estuve allí, impregnándome con los colores, los olores y las
formas. De igual manera hacia ella, temiendo de todo y cauta de cualquier
sombra extraña. Parecía muy reconfortada con la presencia de Ciara pero no
podía evitar mirarme a mí de soslayo, de vez en cuando, para asegurarse de que
yo estaba igual de confiado que ella y de que podía dejarse hacer por aquella
desconocida.
—¿Y quién sois vos? —Le preguntó al fin cuando parecía
que había entrado en calor. Intentó que su tono fuese amable pero pude notar
que sobre todo recelaba. Ciara me miró a mí como si buscase en mi expresión una
confirmación de que podía llamarse a sí misma amiga de su hermano, o al menos,
conocida. Yo desvié la mirada, porque era el menos indicado para llamarla a
ella nada mío, así que acabo optando por sonreírle con candor y señalarme con
la mirada.
—Una amiga de vuestro hermano. —Aquello me llenó de
esperanzas.
—¿De qué la conocéis? —Me preguntó entonces a mí
Amanda.
—Eso no importa ahora… —Empecé y noté que mi hermana
se angustiaba, pero Ciara se acuclilló delante de ella y le cogió ambas manos
con ternura, igual que habría hecho nuestra madre.
—Os llamáis Amanda. ¿No es cierto? —Ella asintió
sorprendida—. Vuestro hermano me ha hablado mucho de vos. Sois su hermana
mayor, la que le ha cuidado desde siempre como una madre, la que cocina ese
guiso de carne del que me ha hablado y la más guapa de las dos hermanas.
Mi hermana se volvió a mí con pasmo y yo les aparté la
mirada a las dos. Era incapaz de enfrentar lo que estaba sucediendo, y menos de
involucrarme hasta un punto en que pudiera echarlo todo a perder. En manos de
Ciara ella estaba bien, y aunque fui testigo mudo de lo que acontecía me fue
imposible alejarme de ellas.
—¿Le habéis hablado de mí? —Preguntó Amanda con
ternura.
—Así es. —Contestó Ciara por mí—. También me ha
hablado de vuestra hermana menor, y de vuestro tío. Podéis confiar en mí, tanto
como vuestro hermano lo ha hecho. —Me lanzó una mirada sincera, llena de
culpabilidad y al mismo tiempo de resentimiento. Culpabilidad por herirme,
resentimiento por involucrarla—. Si vuestro hermano os ha traído aquí conmigo
es porque yo puedo ayudaros en algo. ¿No es cierto? Si no, no se presentaría
aquí con vos.
—¿Por qué no me habéis hablado de ella, hermano? —Me
preguntó Amanda con inquina. Ciara se angustiaba por no poder tener toda la
atención que hubiese querido de mi hermana para tratar el tema.
—Amanda, por favor, hacedla caso. Está intentando
ayudarnos. Ya hablaremos de lo que sea más tarde. Solo confiad en mi palabra,
ella puede ayudarnos.
—Eso es. Estáis vos aquí porque requerís de mi ayuda.
Decidme lo que es. —Mi hermana receló unos instantes y después Ciara le puso
una de sus manos en su bajo vientre. Amanda dio un respingo, asustada por su
astucia y yo me mordí el interior del carrillo—. ¿Estáis embarazada? ¿Es eso lo
que os trae aquí?
—¿Cómo lo sabéis? —Preguntó mi hermana con miedo y
algo de tristeza.
—Puedo véroslo en el rostro. Estáis asustada como solo
una madre puede estarlo, y sentís vergüenza solo como una niña puede sentir.
¿De quién es? —Le preguntó.
—No creo que eso importe. —Intervine yo, provocando
que Ciara me lanzase una mirada felina—. Hay que deshacerse de él. —Mi hermana
asintió a mis palabras y bajó el rostro, lagrimeando. Ciara cogió su mentón con
las manos y lo alzó, para mirarla directamente a los ojos.
—No lloréis, mi niña. —La consoló—. Si no deseáis
deshaceros del niño, no tenéis por qué hacerlo. ¿Es de algún amigo vuestro?
¿Estáis comprometida? —Me hermana negaba a todas sus preguntas. Ciara parecía
confundida—. Tener un hijo puede parecer complicado, pero no tenéis que tomar
decisiones precipitadas…
—Es de nuestro tío. —Dije con rotundidad y aquello
hizo a mi hermana romper a llorar. Ciara se sorprendió al principio, mirándome
con asombro y confusión, y unos segundos después ya levantaba a mi hermana del
asiento para conducirla, con un brazo por encima de los hombros fuera de la
casa, en dirección al jardín trasero.
Yo las seguía a ambas. Ciara comenzó a recoger unas
cuantas hojas de algún rincón del jardín mientras yo abrazaba a mi hermana y
esta lloraba en mis brazos. Ciara regresó con unas cuantas hojas en una mano
que aplastó y dobló para comprimirlas. Se las extendió a mi hermana pero esta
quedó tan atónita como si le hubiesen extendido una piedra del suelo.
—Estas hojas os harán sangrar. Desprenderán al niño de
forma natural. Pero dolerá. —Le advirtió—. No me separaré de vos en todo lo que
pueda durar, pero debéis estar segura de lo que hacéis. ¿Es esta vuestra
decisión? Puede que haya posibilidades de que fallezcáis con esto. —Mi hermana
asintió y cogió aquél coagulo de horas y se lo metió en la boca—. Masticad bien
y tragadlo todo. En un rato os hará el efecto. Sangrareis, abundantemente.
Puede que incluso desfallezcáis, por eso no nos separaremos de vos.
—¿Así de sencillo? —Pregunté yo pero Ciara negó con el
rostro.
—Es de todo menos sencillo. Iré a ensillar mi caballo.
Nos veremos en el río. Llevadla allí, sentadla en la orilla y dejad que el agua
se lleve la sangre que vaya soltando.
Ella desapareció, camino a sus graneros y yo llevé a
mi hermana conmigo de vuelta al caballo. Montó ágil y algo entusiasmada y se
agarró de mi cintura cuando yo hube montado delante de ella. Cuando llegamos al
río el sonido del agua rompió el silencio que parecía haberse estancado en
aquellos bosques. Todo estaba oscuro pero media luna parecía querer salir por
entre las nubes. No llovería, pero el cielo parecía que nos escondía con su
oscuridad. La luna no quería ser testigo de aquello y por mí estaba bien.
A los diez minutos llegó Ciara cuando mi hermana ya
empezaba a notar molestias. aún no había querido sumergirse en el río y yo no
tuve el valor de contradecirla. El agua estaba fría pero no lo suficiente como
para provocarle una hipotermia. El caballo de Ciara quedó alrededor como el
mío, ella bajó de un salto y tocó el vientre de mi hermana que comenzaba a
sentir contracciones y sofocos.
—Venid conmigo. —Le dijo ella mientras se descalzaba,
se remangaba el vestido y caminaba de la mano con mi hermana para internarla
dentro del cauce. Yo me quedé allí quieto pero con una sola mirada de soslayo
Ciara me pidió que las siguiese. No me descalcé. No me importó. Las seguí como
hipnotizado, como un cachorro siguiendo a dos brujas hacia un aquelarre, y no
estábamos haciendo en realidad algo más honrado. Lo que estábamos cometiendo
estaba penado tanto por la ley de Dios como por la ley del hombre. Me sentí por
un momento como un asesino, escondiendo mi delito en la oscuridad, limpiando
mis manos con el agua y sumergiendo el cadáver en aquel río. Era mi hermana la
que estaba cometiendo todo aquello, pero yo la había conducido a eso, y me veía
en la responsabilidad de cargar yo mismo con el crimen.
Cuando ellas se detuvieron me esperaron. El agua nos
llegaba a todos por encima de las rodillas y mi hermana estaba temblando por la
temperatura del agua pero al mismo tiempo estaba segura y dispuesta a
permanecer allí todo el tiempo que fuese necesario. Se llevó una mano a su
entrepierna, para después alzarla y mostrar sus dedos manchados de sangre. Su
vestido también estaba impregnado de rojo y Ciara le pidió que se tumbase, que
se recostase y flotase, para que el agua la acompañase y ayudase en llevarse la
sangre. Cuando mi hermana ya flotaba seguimos avanzando hacia alguna zona más
profunda. El agua estaba lenta, tranquila. Aquello era de ayuda. Cuando el agua
nos llegaba por la cintura nos detuvimos y sujetamos ambos a mi hermana por la
espalda y la cintura, con las manos bajo el peso de su cuerpo que gracias al
agua era liviano. El frío ayudaba con sus sofocos pero las contracciones la
hacían revolverse de vez en cuando. Antes de darme cuenta el agua a mi
alrededor se había vuelto negra, por la sangre que emanaba de ella.
—Habladme de vos. —Le pidió mi hermana a Ciara en un
sutil momento de lucidez, o tal vez como algún remedio contra el silencio tan
sepulcral que se había establecido entre los tres. Yo me sentía como en un
funeral tras un asesinato.
—¿Qué queréis saber de mí?
—¿De qué conocéis a mi hermano? ¿Os ha tratado bien?
Mirad que es un poco tonto, el pobre. —Dijo ella riendo e hizo reír a Ciara
también algo apenada.
—Ha sido todo un caballero. —Dijo ella y yo me mordí
el labio—. Nos hemos conocido cuando él paseaba por los parajes y yo hacía mis
labores. Como un digno poema pastoral.
—Tantas escapadas… —Decía mi hermana, mecida por el
agua—. Ahora lo entiendo todo…
Nadie dijo nada después de aquello. Yo no estaba de
ánimo para sumarme a sus bromas y Ciara estaba más pendiente del estado de mi
hermana que de la propia conversación. Me hubiera gustado pensar que me había
perdonado, que nada de lo ocurrido la última vez que nos vimos había sucedido
realmente y que todo estaba olvidado. Pero tenía la profunda sensación de que
nada de lo que pasase hoy podría arreglar aquellas palabras que me dijo, y que
al contrario de ayudarme a acercarme a ella de nuevo, esta ayuda que le pedía
me distanciaba definitivamente de ella. La tenía delante, pero era como si no
estuviese allí.
—¿Aumentan las contracciones?
—Así es. —Dijo mi hermana, poco a poco más tensa. De
vez en cuando contraía el gesto, gemía y poco a poco se relajaba, como un dolor
que iba y venía, como olas de dolor que de vez en cuando la golpeaban como el
vaivén de un barco chocando contra la mar.
—Me permitirás… —Decía Ciara mientras internaba la
mano debajo del vestido de mi hermana y hurgaba en su intimidad. Sacaba los
dedos, se los miraba y después se los lavaba con agua. Repitió aquello durante
al menos una hora. Serían las doce cuando repitió aquel gesto y su mirada se
volvió asustadiza—. Saquémosla del agua ya. Ha sangrado suficiente. —Dijo y nos
condujimos fuera, mi hermana estaba débil, cansada y algo ida.
—¿Qué habremos de hacer ahora? —Le pregunté mientras
cogía a mi hermana en brazos y me dirigía al caballo—. ¿La llevamos de vuelta a
vuestra casa?
—Sí. —Dijo Ciara rotundamente—. ¿Podéis llevarla en el
caballo? Ponedla delante, sujetadla. Está algo desfallecida.
—Así haré. —Dije y senté a mi hermana con ayuda de
Ciara en el caballo.
—Yo me adelantaré. Prepararé unas gasas. No quiero que
siga sangrando más.
—¿Debería haber dejado de sangrar? —Ella asintió, a lo
que yo comencé a inquietarme más de lo que me hubiera esperado. Sentí una
oleada de adrenalina reconcomerme por dentro y el remordimiento se adueñaba de
mí. Sujeto a mi hermana temí que ella fuese otra víctima más de aquella
tragedia y cargar con su cadáver era algo impensable, tanto que ni siquiera
quería pensar en ello. La sola idea me aterrorizaba.
Cuando llegamos a casa de Ciara esta tenía la puerta abierta y el dormitorio iluminado. Con mi hermana en brazos me interné dentro del hogar y la conduje a la cama donde Ciara colocaba unas mantas gruesas y ya apilaba al borde de la cama una docena de gasas blancas. Tumbé a Amanda con la cabeza sobre el almohadón pero Ciara me detuvo.
—Quitémosle la ropa. Está empapada. Puede coger
demasiado frío. Sequémosla.
Al principio dudé. Ver desnuda a mi hermana me
espantaba pero Ciara me lo pidió como un general le pediría a un soldado que se
lanzase a la batalla y no pude negarme. Ella ya le estaba desabrochando los
botones de la espalda y me lancé a sujetar el cuerpo de mi hermana para
facilitarle la tarea. Primero las mangas, después el corpiño, por último la
combinación y la ropa interior. Todo calló a los pies de la cama. Pude ver todo
su cuerpo desnudo tan solo unos instantes antes de que Ciara la cubriese con
mantas secas y la frotase por todas partes para hacerla entrar en calor.
Después se sentó al borde de la cama y abrió de piernas el cuerpo de Amanda. Le
puso varias compresas en la entrepiernas y después le cerró las piernas. Yo
miraba aquello tan nervioso como abatido y confuso.
—¿Podéis preparar agua caliente? Cuando se espabile le
haremos beber algo caliente. —Asentí. Y no fue hasta que no me acerqué a la
lumbre que no me di cuenta de que me
temblaban las manos, todas ellas cubiertas de sangre. Igual que la ropa de mi
hermana. Cuando la tetera estuvo en el fuego regresé a la habitación para ver
como Ciara le cambiaba las compresas.
—¿Qué más necesitáis?
—Trae un barreño de agua. Lavaremos las compresas. —De
nuevo obedecí.
Las horas que siguieron a aquello fueron devastadoras.
Mi hermana parecía que poco a poco vertía menos sangre, pero ninguno de los dos
sabíamos si era porque poco a poco se recomponía o porque su organismo ya no
tenía más sangre que verter. Mis brazos estaban manchados hasta casi los
hombros de sangre, pues solo con tocarle las piernas a mi hermana ya me
embadurnaba. Ciara no estaba mucho mejor que yo. Poco a poco podía traslucir de
su expresión que comenzaba a arrepentirse de aquella decisión y verla de
aquella manera me llenaba de culpabilidad, dado que por mi causa se había
involucrado.
Amanda de vez en cuando se espabilaba y se desgañitaba
con los dolores. Intentábamos hacer que bebiese algo para que repusiese
líquidos, incluso en algún momento ciara le sacó un poco de bizcocho o algunas
sobras de carne pero no quiso comer nada. Al rato volvía a desfallecer y
aprovechábamos para cambiarle las compresas y lavarlas. Pasadas las cuatro de
la mañana fui incapaz de permanecer un segundo más en aquella habitación y me
sumergí en la oscuridad de la cocina al menos unos instantes para dejar que mis
demonios me devorasen en paz, sin la presencia de mi hermana y de Ciara. Allí
estaba, en plena penitencia cuando Ciara se acercó a mí, poniendo una mano
sobre mi hombro e inclinándose a mi lado con ternura.
—Decíais que teníais otra hermana, ¿no es cierto?
—Asentí, algo ido—. Bien. ¿Podríais ir a buscarla? Traedla. Tal vez quiera
despedirse de ella…
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