TRANSMUTACIÓN [Parte II] - Capítulo 26

 

Capítulo 26

 “Pacto de Fuego”

York, Inglaterra, 1620.

2 de abril de 1620

 

Más de una semana había pasado ya cuando sucedió algo inconcebible y perturbador. La felicidad no parecía tener fin en mi vida y poco a poco todo se iba resolviendo como un puzle al que apenas le quedan piezas y la imagen parecía traslucirse de las ya colocadas. Mis hermanas estaban felices y tranquilas en su hogar, yo estreché mi relación con Sr Williams y me cohibí de volver a guardarle secretos y menos relacionados con Ciara y en el pueblo el ambiente se había terminado por calmar. Todo volvía poco a poco a su cauce. Pero el día en que me decidí a contarle a Ciara  mi relación con Sr Williams y todo lo que habíamos hablado entre nosotros y sobre ella, ese día, ocurrió un extraño suceso que aún hoy en día no soy capaz de comprender. Y casi prefiero no hacerlo.

Cuando llegué a la casa de Ciara no había nadie dentro. Por la chimenea ascendía una columnilla de humo pero tras golpear repetidas veces la puerta nadie me atendió. Volví al caballo y lo conduje alrededor de los terrenos en dirección al huerto. Los campos de cultivo estaban desiertos y los caminos silenciosos. Me pregunté si por casualidad podía estar oculta entre las altas matas de trigo o acaso recostada en la tierra en alguna parte. Decidí seguir el camino que conducía a las aéreas donde tenía a los animales. La puerta del establo estaba abierta y fuera solo pastaban el caballo blanco y la indomable oca. El resto de los animales debía estar en el interior. Y habría pasado de largo si no hubiese visto en la cerca que vallaba la linde del terreno para los animales su chal color granate postrado sobre uno de los maderos.

Bajé del caballo que dejé fuera del establo atado a un poste y me acerqué al chal palpándolo con mi mano enguantada. Me daba apuro entrar en el establo para buscarla, pero llamarla desde esta distancia podría alterar a los animales. La oca me miraba desde el fondo del terreno con un aleteo amenazante. Pensé en bordear el lugar hasta encontrar una forma de mirar dentro del establo para buscarla con la mirada pero la puerta no estaba demasiado abierta como para poder recorrer todo el interior de este con la mirada. ¿Esperar a que salga? ¿Marcharme y hacer como que no había venido? Todo era válido, pero al final salté la valla y caminé directo hacia la puerta del granero. La oca quedó allí al fondo, picoteando algo del suelo, pero sin perderme de vista en ningún momento.

—¿Ciara? —La llame cuando me aceraba la puerta. Ella me escuchó desde dentro.

—¡Pim! Estoy aquí. Pasa. —Su voz me llegó desde algún lugar dentro del establo.

Cuando entré busqué dentro entre los corrales para los cuatro o cinco cerdos que tenía, el establo vacío del caballo, un corralito para las gallinas, y el apartado para las seis ovejas. Allí estaba, sentada entre la paja y con el vestido abultado sobre sus piernas. El pelo recogido pero con mechones saliéndole del moño, todo despeinado, el rostro sudoroso pero con una expresión serena. Lo único que pude ver de ella eran los brazos ensangrentados y la falda del vestido toda manchada. El delantal parecía no ser más que un paño empapado en sangre pegado al resto de la ropa. En el rostro de ella también había algo de sangre, solo unas cuantas pintas. Sus manos estaban enguantadas en sangre.

—Por el amor de Dios. —Dije en un susurro ante aquella cantidad de sangre, pero su expresión era tranquila y sosegada. Aquello fue lo único que logró serenarme.

—No es mía. —Dijo ella sonriéndose. Había visto mi mueca de horror y prefirió ser precavida.

A ella la veía a través de una portezuela que estaba entreabierta. Terminé por abrirla y pude verla mejor, a ella y al resto de ovejas que habían quedado apartadas. Una de ellas, recostada en la paja a unos metros de donde ella estaba se lamía el vientre. Tenía allí unas motas negras, como unos hilillos. No parecía sin embargo dispuesta a incorporarse

—¿Qué le ha pasado a la oveja? —Le pregunté, señalando con la mirada aquella oveja que se lamía el vientre, la única cuya lana estaba manchada de sangre. Como respuesta a mi pregunta, Ciara levantó su mandil y de debajo de aquella prenda apreció la mirada curiosa y algo atontada de un corderito negro que alzó el mentón para mirar alrededor. Ella lo estaba limpiando de la sangre y los líquidos de la placenta.

—¿La oca te ha dejado entrar? —Preguntó ella divertida, yo asentí—. Suele tener muy mal genio con los desconocidos.

—Ya me he dado cuenta. No me ha quitado el ojo de encima. —Ella se rió y acurrucó a la cría sobre su regazo. Era pequeña, de las crías más pequeñas que había visto. Sus ojos aún estaban tintados del gris de la ceguera prematura. Su colita se movía inquieta. Su rostro se volvía de un lado a otro impulsado por los sonidos de alrededor. Su madre yacía a unos metros, cada vez más inmóvil.

—Pasa dentro. —Me susurró ella con ternura. Me pidió que me sentase a su lado pero yo estaba algo receloso aún. El corderito me miraba sin verme, pero sabía que estaba allí.

—Esa oveja no tiene muy buen aspecto.

—Morirá en unos minutos. —Dijo ella consciente—. Pero si no le sacaba la cría, morirían los dos. Ha sido un embarazo complicado desde el principio. Al cuarto mes ya estuvo dando problemas. No se movía, no comía… Debería haber dado a luz a mediados, finales de este mes. Pero he tenido que sacárselo.

—La cría es algo prematura. ¿Vivirá?

—Eso espero. Cualquiera de estas ovejas puede darle leche, y si no, yo le daré de la que recolecto. Todas ellas tienen instinto maternal, la cuidarán…

Al final opté por sentarme a su lado. Era consciente de que no acercaba la cría a su madre para que esta no se encariñase demasiado y después notase la falta de su madre y a la par no quería perderse la muerte de aquella oveja, pues como si fuese incluso algo religioso, debía estar presente hasta el último instante, en silencio y observando, como un deber. O un derecho.

Extendí un dedo hacia el hocico del corderito y este respondió al tacto con un lametazo inocente y después un murmullo ahogado. aún estaba algo húmedo y manchó mi mano con sangre, pero no me importó. Después rasqué su cabecita, su cuello y una de sus orejitas. Miré de nuevo alrededor y me cercioré de algo. Allí no había machos.

—¿Cómo habéis tenido una hembra preñada si no tenéis machos?

—Sois un excéntrico. —Dijo ella con una risa y yo miré de nuevo al corderito.

—¡Es cría del carnero de Sr Williams! —Dije al reconocer en el corderito a su padre—. Es la cría de ese condenado carnero. Que Dios nos cuide si este animalito sale igual de cabezota. —El nombre de Sr Williams en mis labios la hizo sorprenderse y me lanzó una mirada cauta. Yo solté un suspiró y ella acabó por entender que se habían unido los hilos de la trama.

—Al fin os ha dicho que me conoce. —Dijo ella, meditabunda—. Me dijo que jugaría con vos algún tiempo a fin de saber si se lo confesabais.

—Me descubrió hace una semana ya. —Le dije y ella se rió—. Me lo hizo pasar mal, no os quepa duda. ¡Igual que vos! ¿Cómo no me habéis dicho nada? Habéis hecho creer que teníais duendes que os proporcionaban vino y miel.

—No quería quitarle el placer a Sr Williams de divertirse con vos. Se lo debía, pues sin él vos no estaríais hoy aquí. Él os dijo que anduvieseis por estas tierras.

—Mala hora en la que caí en su engaño. —Dije—. Me hizo creer que habría brujas y monstruos.

—¿Y acaso no habéis encontrado carneros negros sin padre, vino sin viñedos o miel sin abejas? Más misterio que eso… —Dijo divertida, burlándose de mí. Yo resoplé, rodando los ojos.

—¿Cómo es que os conocéis? Él no me ha querido dar demasiadas explicaciones al respecto y yo no estuve en posición de pedírselas.

—Es algo complicado. Mi abuela, antes de venirse a vivir aquí tuvo mucha vida social en Londres antes de casarse y establecerse en este lugar. Asistía a muchos bailes y era de alta clase social. Allí conoció al abuelo de Lady Dafne y cuando ella se mudó a estas tierras con mi abuelo aún seguían manteniendo el contacto. Ese contacto entre familias se heredó, por así decirlo y los padres de Lady Dafne construyeron una casa al norte de la comarca, donde hoy se han instalado Sr Williams y Lady Dafne. Aquello duró poco, estuvieron apenas unos años. Yo ni siquiera había nacido aún cuando se fueron de las tierras. Vuestro pueblo les asustaba lo suficiente como para temer represalias. Al poco de que Lady Dafne y su marido Sr Williams se casasen y tuviesen a su hija, mi abuela falleció. Yo les envié una carta y al saber que estaría aquí sola se aventuraron a rehabilitar la casa donde hoy residen y hacerme compañía, dentro de lo que cabe.

—Es muy generoso por su parte. Y muy arriesgado, como habéis dicho, pues el pueblo puede armarse en armas contra ellos si saben que tienen relaciones con vos.

—Igual que pueden hacer con vos. —Me advirtió ella. Yo enmudecí.



Cuando la oveja hubo muerto al fin y el corderito parecía que se pondría en pie lo lavamos con agua del abrevadero para quitarle los restos de sangre y lo dejamos allí, al abrigo de las otras ovejas. Me despedí de él con una última mirada que me devolvió con toda la confianza. Ciara me pidió que ayudase a llevar la oveja muerta a su casa, así que monté el cadáver en la montura del caballo y la acompañé a pie hasta la casa, ella toda cubierta de sangre y yo sujetando la oveja al tiempo que tiraba de las riendas.

—Supongo que no ha sido un buen momento para visitaros.

—Dijisteis que me ayudaríais siempre que lo necesitase. Habéis sido de mucha ayuda cargando vos con el cadáver. Tendría que haberlo despiezado allí mismo en el granero para luego traerme pieza por pieza todo el cuerpo. Así es mejor.

—Entonces me alegro de haber venido en el momento oportuno.

—Podríais haberme ayudado con la cesárea, pero la verdad es que no es la primera que hago. —Se encogió de hombros.

Cuando llegamos a su casa me acompañó hasta un recodo del exterior donde había un pozo, un poyo de piedra y un pequeño cobertizo, casi pegado a la pared del terreno.  Dejé la oveja en el poyo de piedra y ella se condujo al interior de la casa, seguro que a la cocina, y regresó con un machete, un cuchillo pequeño y unas tijeras. También con varios barreños.

—¿Os quedaréis a cenar? —Me preguntó mientras volcaba la oveja para tener el vientre de cara a ella y parecía incluso distraída, capaz de realizar ambas tareas, mientras hablaba conmigo.

—No, lo siento mucho. Le he prometido a mis hermanas que estaría para la hora de cenar. Solo pasaba para veros y estar un tiempo con vos.

—Siento mucho que esto se haya convertido en una matanza. —Dijo divertida mientras desollaba al animal y se quedaba con la piel y el pellejo de la mano. Lo dejó caer en uno de los barreños—. Seguro que os esperabais otra tarde entretenida haciendo pastelitos de limón. —Se volvió a mí, divertida. Yo le sonreí pero rápido volvió a la tarea. Fue precisa y rápida.

De un tajo abrió en canal al animal y hurgó unos instantes para cortar los intestinos sin abrirlos y verter las tripas todas juntas en un barreño. Pero no sé qué sucedió ni qué vio allí dentro que quedó quieta unos instantes, meditabunda, con las manos dentro del cadáver y el cuchillo sobre el poyo. La sangre se desparramaba por la piedra, la poca que debía quedarle a la oveja, y el cuerpo de ella estaba estático. Parecía que estaba rebuscando algo dentro de la oveja, y de repente paraba, meditaba. Después tembló, se inquietó y volvió a rebuscar dentro.


—¿Ocurre algo? —Le pregunté pero aquellas palabras quedaron en el aire porque ella nunca las contestó. Muda había quedado con aquello que hubiese visto o encontrado porque cuando se volvió a mí tenía en su rostro una expresión de espanto. Tragué saliva, asustado y ella con las manos manchadas de sangre y parte de los intestinos sujetos en ellas se volvió a la oveja que volvió a rellenar con aquellas tripas y se limpió las manos con la falda, sin importarle cuan sucia estuviera ya—. ¿Está mala la oveja?

—No. —Dijo ella mientras miraba en derredor—. Mejor será que os marchéis.

—¿Marcharme? —Pregunté, y temí no haber oído bien. O más bien, prefería que ella se hubiese equivocado.

—Sí, por favor. Marchaos tengo mucha tarea y solo entretendréis.

—¿Preferís que vuelva en un rato, o mañana?

—No. No volváis. —Sentenció con rotundidad. Su expresión estaba lívida pero sus palabras estaban cargadas de fuerza.

—¿Cómo?

—Tal como habéis oído. Marchaos.

—¿Qué ocurre? —Pregunté, intentando acercarme a ella pero retrocedió espantada y negó con el rostro repetidas veces. Pensé que se le desenroscaría la cabeza.

—¿Es que no me habéis oído? —Comenzaba a vociferar presa del pánico dado que yo no la obedecía—. ¡He dicho que os marchéis! ¡Iros, y no volváis más!

—¿Os he ofendido con algo que os haya dicho? —Le pregunté y ella no quiso darme explicaciones—. Perdonadme, os lo ruego. —Intenté alcanzar sus manos pero me las despreció.

—¡No os acerquéis! Coged vuestro caballo y marchaos de aquí de inmediato. Y no…

—Os amo. —Solté y ella quedó pasmada—. No me hagáis este feo, no me despreciéis así. Me estáis matando… —Mis palabras la hicieron temblar, pero no supe si de ternura o de terror. Acabó lagrimeando, y haciéndome a mí llorar.

—¿Es que estáis sordo? Estáis en mis tierras, estáis en mi casa. Os he ordenado que marchéis, porque no deseo veros más. No volváis. —Acabó por enfadarse tanto que alcanzó el machete sobre el poyo de piedra. No lo usaría contra mí, pero era razón suficiente como para alentarme a que la obedeciese.

No tuve más remedio que tragarme el corazón que tenía atascado en la garganta y con una expresión enfadada montar al caballo y marchar de allí al galope, porque si iba lento y era capaz de saltar del caballo, saltaría para suplicarle una vez más que me perdonase. Llegué al pueblo lleno de confusión y malos pensamientos.

 



 


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