TRANSMUTACIÓN [Parte II] - Capítulo 22
Capítulo 22
“Pacto de Fuego”
York, Inglaterra, 1620.
12 de marzo de 1620
Ya oscureció fuera cuando hubimos cenado. Como ella bien predijo se había puesto a llover con intensidad hasta que se formaron charcos de lodo por todo el suelo al que nos alcanzaba la vista. El sonido de la lluvia era bienvenido porque al menos cortaba el silencio que se había establecido entre ambos. Entre eso, el chisporroteo del fuego y tener que sacar el pan a tiempo habíamos matado el tiempo como pudimos. A cada minuto me preguntaba si estaba importunándola con mi presencia allí, si no sería mejor marcharme y dejarla sola o si debía decir algo como disculpa. Pero ni encontraba las palabras ni estaba seguro de que ella quisiera escucharlas. Era toda una maestra en la mente humana, porque de vez en cuando me sonreía y yo podía ver en aquella faz que mis palabras la habían perturbado, y ella disfrutaba con el calvario que estaba viviendo yo dentro de mi cabeza.
El pan que hizo era de semillas, con la corteza crujiente y harinosa y el interior jugoso y tierno. No había probado un pan tan dulce y agradable al gusto como aquél en toda mi vida y aquello acabó por ablandar mi estado de ánimo. Yo solo me comí casi un tercio del pan y ella disfrutó de verme comer así. El puchero se vació en un instante y cuando estuvo todo limpio puso agua en una tetera y esta al fuego.
—No dejaré que lo cojáis vos de nuevo. —Sonrió malvadamente—. Os quemareis otra vez.
—Ya he aprendido la lección. —Dije ofendido y ella rió.
En lo que el agua se calentaba rescató el bizcocho y lo repartió entre los dos. También sacó algo de vino para ella y unas fresitas que había recogido del huerto aquella misma mañana. Cuando la tetera bramaba me sirvió una taza. Era de canela y manzana. En vez de sentarse frente a mí como solía hacer y como había hecho durante la cena, se sentó a mi lado, en el ángulo de la mesa para quedar a mi izquierda.
—Mañana será un día muy importante para mí. —Dije, intentando buscar un hilo de conexión nuevamente con ella—. Perdonadme si estoy algo distraído, o incluso a la defensiva. No pretendía ofenderos. —Cogí su mano en la mía. Jugué con ella allí y disfruté de su tacto.
—Quedáis perdonado si me besáis la mano. —Dijo ella altiva. Yo no dudé un instante atraído ante la idea y me llevé el dorso de su mano a los labios. Sus nudillos sabían a harina y lavanda—. Perdonado pues.
Para mí no fue suficiente y volví a besarla, ahora en el dorso de su muñeca y después en la parte interior de esta. Aprovechó el gesto para acariciarme la mejilla y después la oreja, descubriéndola detrás del cabello. Yo mantuve mis dos manos alrededor de su antebrazo, con los ojos cerrados y las mejillas ardiendo. Notaba su tacto en mis pestañas, en mis pómulos. Deseaba llorar y al mismo tiempo sonreír. No era capaz de detenerme en todo lo que me evocaba aquella mano sobre mi mejilla. El tacto de una madre, el de una hermana, tal vez el de una hija. Ella era una diosa que lo abarcaba todo, y era mi todo, solo para mí.
—Tenéis razón, soy un cobarde, y un mal hombre. —Solté y ella no dijo nada. Esperó a que yo continuase pero no dije nada más.
—Solo sois un hombre. —Suspiró—. No podéis ser mejor de lo que ya sois por naturaleza.
—Me siento herido. —Dije—. Y siento que estoy traicionando a mi Dios cada vez que os veo. Siento que me escabullo de mi iglesia para acudir a una deidad superior a ella que me proporciona todo lo que no alcanzo a obtener a través del rezo y la plegaria. Vos me dais calidez, color y seguridad. Siento en vos mi hogar.
Ella recorrió con sus dedos mis pómulos, mis mejillas, mi barbilla y mis labios. Yo sujetaba su mano con todo el temor a bambolear demasiado el barco y caer al agua. Ella era mi seguridad, lo era todo. Ella suponía desde ese momento la tierra sobre la que me asentaba y el cielo al que imploraba. Era ella el aire que respiraba y el calor que me apaciguaba. Nada que no fuese ella era digno de adoración y todo lo que deseaba es mantenla a salvo y feliz. Como si protegiese a un hermano, como si resguardase a una hija, o salvase a un amigo.
Sus labios me sorprendieron sobre los míos. Apenas si di un respingo, temí asustarla. Ella estaba inclinada hacia mí con su mano sujetándome el cuello y sus labios probando los míos. Era un beso tan casto y dulce que incluso dudé en que realmente me estuviese besando, pero poco a poco intensificó el beso hasta volverlo más intenso. Su nariz pegada a mi mejilla, nuestras mejillas inflamadas, sus labios de vez en cuando suspirando. Una de sus manos vagó por mi cuello hasta mi nuca, jugó con mis cabellos y después se dirigió al cuello de mi camisa. El beso terminó abruptamente cuando yo me levanté y ella se quedó allí plantada, asustada de mi reacción y con los ojos abiertos de par en par, aturdida.
Por un momento pude ver que en su expresión aparecía el temor de haberme espantado, incluso la idea de que podía marcharme. Pero nada más lejos de la realidad. Hundí mi brazo en su cintura para levantarla a ella también de la silla y la estreché en mis brazos, la levanté en el aire, di vueltas con ella, como si tras años de sequía ella me hubiese dado una gota de agua, tras años de soledad la reencontrase en medio de un paradero desconocido y solo ella me fuese familiar. Ella reía, y su risa llenó toda su casa, la luz de la chimenea nos alumbraba y la lluvia nos acompañaba en nuestra alegría. Volví a besarla aún con ella en mis brazos, en el aire. Se había abrazado a mi cuello y no se dejaría caer. Cuando puso los pies en el suelo de nuevo y me sujetó el rostro con decisión y volvió a besarme. Nos besamos así por horas, o por días. Puede que incluso por años o décadas. Sus labios sabían familiares, sus gestos me resultaban conocidos y no podía estar más seguro de que ella era el ángel que me conduciría al cielo, el alma que me acompañaría el resto de mi vida. Era ella el rumor del viento que de pequeño me reconciliaba con dios. No era dios. Era ella.
Caminamos en dirección a su habitación sin darnos cuenta. Ella me guiaba a mí y yo me dejaba hacer. Se deshizo del mandil, y después de los zapatos que dejó por alguna parte en el suelo. Yo me quité el chaleco y comenzaba a desabotonarme la camisa cuando llegamos a su cama. Ella cayó de espaldas y yo sentado a su lado, inclinado para besarla. Con sus manos me exploró tanto como yo hice con ella. Interné mi mano bajo su vestido y palpé su rodilla, después su muslo y a medida que iba ascendiendo me encontraba con la piel suave y abundante su muslo. Descubrí su pierna por entero y ella me miró con picardía. Me desabotonaba la camisa y me besaba el cuello y el pecho. Yo olí su cabello, enloqueciendo poco a poco.
—Quitaos las botas. —Me dijo mientras ella se incorporaba. Cuando pude quitármelas ella ya estaba desabotonándose el vestido y quitándoselo por su cabeza. Se quedó con la combinación y se deshizo de ella casi al instante. Pude verla completamente desnuda gracias a la poca luz que entraba desde la cocina y ella me miró, allí recostada como si supiese que ella ocuparía el lugar de la presa frente a mí pero no iba a perder sin antes luchar. Pensé que no me sorprendería al verla desnuda, pues no era la primera vez, pero me sentí tan sorprendido como si nunca la hubiese visto antes así. En realidad era la primera vez que se entregaba a mí de aquella manera y que yo podría hacer de ella lo que me pidiese.
Me ayudó a quitarme la camisa, y después los pantalones. Al fin estuvimos los dos desnudos, el uno al lado del otro, tumbados, recostados en la cama. Aquello era más que suficiente para nosotros, nuestros cuerpos el uno al lado del otro, ella era feliz y yo no podía exigirle más. Sus manos me recorrían la espalda y los brazos, yo no podía parar de tocar sus muslos y su cadera. Me aficioné rápidamente a palpar la cara interna de sus muslos y presionar suavemente para abrirlos, para sentir como se iba caldeando su piel a medida que ascendía. Aquello me estaba enloqueciendo, estaba disparatándome. Ella me hacía lo mismo con mis labios. Pasaba un par de dedos por encima de ellos, los pulsaba, después me abría la boca y los introducía dentro. ¿Estaba pidiéndome que hiciese lo mismo con ella? Lo hice, recorriendo mis dedos por sus genitales, después abriéndoselos e introduciendo los dedos. Se estremeció en mis brazos y aquello me sobrecogió.
Su respiración era pausada, con lo que acabó sosegándome a mí también. Me mordió los labios, después el cuello y por último sus uñas en mis brazos. Abrió sus piernas para dejarme acceder mucho mejor y sus manos acabaron dirigiéndose a mi cadera. Una de sus manos guió la mía dentro ella y se retorció alrededor de mis dedos. Respiró bajo mi pelo, yo respiré en el suyo, todo parecía encajar perfectamente. Me hubiera gustado poder decirle algo, preguntarle muchas cosas o simplemente susurrar su nombre, pero no me pertenecía como para poder gemir sobre él y menos osar a cuestionarme nada de lo que hacía. Ella me dirigía en mis pasos, ella me pedía, me suplicaba con tan solo gestos y miradas. No era necesario hablar, no nos hizo falta. Sentí que ya conocía cada pequeña parte de su cuerpo y ella hacía conmigo lo que bien le venía en gana.
Su cuerpo olía a lavanda. Toda ella era esa fragancia, desde el primer día hasta el último. Sus manos olían a lavanda, sus pechos también, su vientre agitado también olía así. Incluso su intimidad sabía a lavanda. Le estaba haciendo el amor a aquella esencia, a aquel símbolo.
—Tranquilo. —Me dijo ella repentinamente sacándome de mis pensamientos. Estábamos a punto de unirnos al fin cuando ella me sujetó del mentón con dos dedos. Me besó sosegadamente y me ayudó a introducirme en ella. Era cálida, era húmeda y muy suave. Ella mantuvo su mano allí en su intimidad y yo me concentré en sujetarla de las caderas y comenzar con el vaivén. Nos abrazaron los escalofríos, el calor, el temblor y los gemidos. Ambos perdimos el control y cuando ella legó al culmen a mi aún me faltan unos segundos. Me separó y me hizo terminar fuera. Después de mancharle las sábanas me abrazó con fuerza y me quedé dormido en sus brazos mientras me acunaba, como si me hubiese reconciliado con un yo del pasado y me sumergiese en un sueño eterno que me llevaría a la siguiente vida.
Comentarios
Publicar un comentario