SÍNDROME DE ESTOCOLMO (JiKook) - Capítulo 7
CAPÍTULO 7
Jungkook POV:
Me ha dejado sin saber su nombre y no puedo
estar más furioso. Sigo sentado en la cama mientras él revisa su móvil de pié
ahí, dejándome verle tan fácilmente. Suspiro una vez más preguntándome qué será
de mí, pero la verdad es que tampoco me importa demasiado. Algo me dice que
volveré a casa pronto con mi familia y esto no será más que una graciosa
historia. Ellos serán detenidos, todos y cada uno por haberme hecho pasar un
mal rato.
Detengo mis pensamientos por una gran necesidad
de orinar en este mismo instante. Aprieto mi vejiga pensando que puedo aguantarme
pero me equivoco. No me queda más remedio que levantarme pero él reacciona ante
mi movimiento y todo su cuerpo se tensa.
—¿Qué haces?
—Tengo que mear. –Me mira de arriba abajo
compadeciéndose de mis instintos y asiente. Abro la puerta y entro en el baño
pero me siento incómodo al ver que ha entrado conmigo.
—¿No puedo orinar en paz? –Niega con la cabeza.
—Aquí hay una ventana. No me fio ni un pelo de
ti. –La miro y es cierto, sin duda podría salir por ella sin que nadie se diera
cuenta.
—Vale… —entiendo y bajo la cremallera de mis
vaqueros pero antes de sacar el pene le miro ascendiendo mis cejas—. No mires.
–Mi timidez le enternece y se sonroja apartando la vista de mí. Yo también me
sonrojo—. En los colegios lo hacéis siempre todos juntos pero yo nunca he ido
al colegio.
No sé por qué pero comienzo a darle
explicaciones de mi pudor que no vienen a cuento. Tal vez lo hago de manera que
me resulte más fácil orinar delante de un desconocido.
—Yo tampoco fui a clase nunca.
—Normal… Siempre viviste en la calle ¿verdad?
–No me contesta, se limita a suspirar exasperado de mis confianzas. El sonido
de mi orina contra el retrete me resulta desagradable y supongo que para él,
incómodo.
Ambos permanecemos en silencio unos segundos
hasta que termino y cuando ya no queda nada más en mí, ambos salimos y cierra
el baño con llave también evitando una posible fuga. La verdad es que es un
poco estúpido ya que hay una ventana de este lado también. Pero es gracioso.
Acabo de descubrir que las ventanas tienen una cerradura instalada.
Me siento de nuevo en la cama como si me la
hubiera apropiado y mi prepotencia no me permite tener una maldita conversación
decente.
—Dooly, —me mira—, tengo hambre.
—No es mi problema. –De nuevo vuelve a su móvil
ahí de pie.
—Sí lo es. Y como soy tu responsabilidad debes
cuidarme.
—Mi responsabilidad son tus actos y sus
posibles consecuencias, no tu estado de salud.
—Pero mi estado de salud repercute en mis actos
y por lo tanto en las consecuencias que son tu responsabilidad.
—Si te mato, ya no hay actos, consecuencias,
responsabilidad y mucho menos salud.
—Pues hazlo ya, —me retuerzo abrazando mi
vientre con algo de teatro—, pero no me dejes morir de hambre, te lo suplico.
—Si voy a buscarte comida van a matarme a mí
también.
—Puff… —Suspiro y miro a todos lados—. ¿No
tienes nada comestible por aquí?
—Nada que pueda quitarte el hambre. –Le miro
pensando que eso ha ido con doble sentido y su sonrisa lateral me dice que no
me equivoco. Pasan los minutos y no puedo evitar que mi sangre salga a la luz.
—¿Sabes quién soy yo? Soy el hijo del jefe de
la mejor empresa de…
—Sí, sí… lo sé. –Me corta. Se dispone a salir y
yo lo detengo con mis palabras.
—¿Puede ser un bibimbap como el de anoche?
¡Estaba delicioso! –Se cree que le tomo el pelo.
—¿Y una copa de vino también? ¿Desea algo más
el señor? –No me da tiempo a que conteste porque sale dando un portazo y
candando detrás de él.
Respiro e intento calmar los nervios que la
soledad me proporciona. Oigo sus pasos desaparecer por las escaleras y en vez
de buscar una salida me rindo antes de empezar y dedico mi tiempo a ver todo lo
que me rodea.
La estantería es lo que tengo más cerca y allí
en las baldas encuentro de todo. Objetos sin un gran valor monetario que sin
embargo estoy seguro de que contienen un muy fuerte valor afectivo. El peor de
los valores y el más inútil.
Hay una pequeña caja con unos cuantos
pendientes en su interior de hierro y plástico. Feos para mi gusto aunque yo no
soy nadie para opinar porque no puedo portarlos. Veo algunos collares también y
anillos que sin duda son de metal. No sé por qué me esperé que fueran de plata
o algo similar. Sin duda este chico no sabe qué diablos son los privilegios de
una familia como la mía.
Investigo un poco más sin encontrar nada de
gran calidad hasta que él llega con una bandeja en sus manos y una pistola
amarrada a su cinturón. Me fijo que no se debe fiar demasiado de mí como para
permanecer aquí sin ella. Tal vez se piense que mi prepotencia va a ser
insufrible y esto pueda tenerme calmado. Pues no sabe quién soy yo.
—Al fin. Ya pensé que me dejarías sin cenar.
—Cállate y come de una vez. –Me acerco
corriendo como un niño pequeño a ver que me ha traído y lo que veo me
decepciona bastante. Un simple sándwich y un vaso de zumo de naranja. Nada de
cubiertos ni servilletas.
—Vaya mierda.
—Cómelo antes de que me arrepienta y te lo
quite.
—Bah… no pierdo nada. –Me siento en la cama y
pongo la bandeja sobre mis piernas cruzadas. El vaso se tambalea pero supongo
que se mantendrá si no me muevo. Cojo el sándwich con mis manos mientras lo veo
a él colocar la única silla que hay en todo el pequeño lugar frente a mí y
coloca el arma de la misma manera en la que yo he dejado mi bandeja.
Amenazante. No me molesta.
—Cuéntame sobre ti. –Doy el primer mordisco al
bocata.
—¿Tienes afán de saber sobre mí a la hora de
cenar?
—¿Tienes afán por prepararme la cena?
—Me has obligado.
—Y sin embargo tú eres el que tiene el arma
aquí. –Mis ojos señalan sus manos sujetando esta con posesividad. Y no hace otra
cosa que suspirar como respuesta pero no se queda callado.
—Es muy fácil poder responder a todo con
elegancia y persuasión cuando se dan clases de oratoria y retórica.
—¿Cómo sabes eso?
—Yo lo sé todo sobre ti. Sé que siempre has
vivido bajo el abrigo de una familia adinerada, sin preocupaciones. Que de tu
familia solo conoces a tus padres y que ellos por lo tanto son tu mejor modelo
a seguir. Desde pequeño siempre has querido ser abogado, para ayudar a tu padre
con su empresa pero tenías miedo de tener que estudiar fuera porque no sabes
vivir sin la seguridad que tu casa te proporciona.
—¿Cómo sabes todo esto?
—¿Crees que yo robo en casas que elijo al azar?
—Te has equivocado en una cosa, idiota. –Me
mira serio como sintiéndose decepcionado consigo mismo—. Mis padres no son mi
mejor modelo a seguir.
—¿Quién si no?
—No te importa. –Doy otro bocado y mastico
furioso por haberse entrometido en mi vida de tal manera. Intento cambiar de
tema a toda costa temiendo que diga algo de mí que ni yo sepa—. ¿Y tú? ¿No
cenas?
—Eso es mi cena. –Mira mis manos sosteniendo ya
menos de medio sándwich y siento por primera vez un resquicio de humildad y
culpabilidad en mi interior. Mi masticación se vuelve lenta y temo tragar
porque choque con el nudo en mi garganta—. No me dejan darte de comer, así que
he preferido decir que esto era para mí.
—Pues podías haber cogido algo más. Me quedaré
hambriento con esta miseria.
—No puedo escoger lo que como. La comida está
racionada.
Ambos permanecemos en silencio unos segundos y
yo pienso en la posibilidad de que intente darme pena, tal vez sea todo una
farsa y tan solo quiera dejarme sin mi cena pero sus ojos deleitándose con la
poca comida en mis manos me mata poco a poco. Siento un impulso irracional de
ofrecerle pero se niega.
—No importa.
—Nada de eso. Come. –Le ordeno y pongo el pan
cerca de sus labios gruesos para que sin necesidad de soltar la pistola pueda
morder. Lo hace y cuando sus carrillos saborean la cena sonríe encantado. Ahora
entiendo porque se aprovechó de mi comida anoche. Mientras le veo devorar el
último resquicio de comida yo bebo del zumo.
—¿Cuántos años tienes?
—¿Otra vez igual, Jungkook?
—La edad, tan solo. Yo tengo diecisiete. ¿Y tú?
—Veintidós. –Suspira después de decirlo como si
se hubiera liberado de un gran peso por lo que deduzco me dice la verdad.
—Ves… no ha costado tanto.
—No entiendo tu afán por saber de mí. Es muy
simple. –Su voz se alza poco a poco como si estuviera enfadado—. Estás
secuestrado y yo tengo una pistola. ¿Sabes lo fácil que es matarte? ¡Vas a
morir como sigas con este comportamiento! –Al decirlo golpea con la palma de su
mano la bandeja en mis piernas y se tambalea vertiendo el contenido del vaso
encima de mí—. ¡Genial! Ahora has ensuciado las sábanas.
—¿Las sábanas? –Me levanto tirando al suelo la
bandeja con el vaso y el plato que ven detrás. Sacudo mi ropa como si pudiera
quitar de ella el líquido. Él se levanta empuñando su arma amenazante—. Mira mi
ropa. ¿Sabes cuánto vale esta ropa?
—Tu maldita ropa no me importa una jodida
mierda. –Me coge del brazo y me aparta del estropicio que él mismo ha preparado—.
Menos mal… —dice palpando la superficie del edredón—, no se han ensuciado
apenas.
Yo aun permanezco inerte detrás de él sin
poderme creer lo que veo. No se preocupa por mí en absoluto. Es indignante. Lo
veo recoger la bajilla en el suelo y limpia con un trapo por ahí el zumo que ha
caído al suelo.
—Ha sido tu culpa, hijo de puta. –Le dijo una
vez se ha puesto en pie y me mira furioso, lleno de odio que no entiendo de
dónde sale. Igual que no sé de dónde diablos han salido mis palabras.
Su primer y único movimiento es sacar la
pistola de donde quiera que estuviera y me apunta directo a la cabeza. Sin
temblar, sin apartar la mirada de mí. Un golpe de adrenalina me esclaviza y me
obliga a mantenerme inmóvil.
—¿Tu ropa se ha mojado? –Sonríe sádico y vuelvo
a tener el mismo miedo que me invadió ayer mientras me violaba. Sus ojos se
inyectan en sangre y se dirige a mí con toda la rapidez y la brutalidad de un
animal.
Aun sujetando el gatillo, me estampa contra la
pared más cercana y arremanga mi camisa mientras yo me resisto. Veo su rostro
que no quita los ojos de la pequeña porción de mi cuerpo que descubre. Ambos
nos revolvemos, él por quitarme la camiseta y yo por no dejarle ver nada más de
mí. Gruñimos como animales y su respiración entrecortada choca varias veces en
mi cara atontándome.
Algo frío toca mi vientre y siento como el
cañón de la pistola es presionado allí poniéndome los pelos de punta. Mis manos
tiemblan y me gustaría ser más valiente ahora, sacar de donde saco todas mis
palabras el ego que siempre me consume pero esto me supera en gran medida. Su
otra mano coge el borde de mi camisa y la asciende todo lo que puede hasta
dejar al descubierto uno de mis pezones. Yo lloriqueo como un idiota pero todo
acaba cuando su mano roza mi pezón estremeciéndome. Ya no lo soporto más.
—No hyung… —Mis palabras son débiles, frágiles
y entrecortadas por la vergüenza que me atenaza y el miedo que me invade—. No
me hagas esto otra vez. Por favor.
Cada una de mis manos en las suyas aferrándolas
firmemente. Esperando que ni me dispare ni continúe con su perversión más
profunda, tengo miedo por igual a ambas posibles situaciones pero solo espero,
que si queda algo de humildad o conciencia dentro de él, se compadezca de este
pobre niño que suplica no por su vida o su virginidad, sino por su honor.
—Quítate la ropa.
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