SÍNDROME DE ESTOCOLMO (JiKook) - Capítulo 5
CAPÍTULO 5
Jungkook POV:
Despierto con el cuerpo entumecido, sudando y
mareado. Cuando todos los recuerdos que ahora parecen, escombros de un largo
sueño irreal, aparecen en mi mente me incorporo mirando a mí alrededor. No veo
más que las cuatro paredes de mi cuarto y todo tal y como debía estar. Como si
nada hubiera sucedido.
Miro la hora en mi móvil tirado a mi lado. Las
once de la mañana.
Observo mi cuerpo en la cama que durante toda
la noche ha estado cubierto por una manta y me pregunto cómo diablos acabé
aquí. Me levanto y me obligo a salir fuera rezando por que todo haya sido una
horrible pesadilla pero la habitación revuelta de mis padres, el joyero de mi
madre, el despacho de mi padre, y la cocina, con todos los utensilio sucios me
delatan todo y cada uno de sus impuros actos.
Todo mi estómago, al igual que ayer se revuelve
en su propia bilis y me encantaría volver a vomitar, liberar de mi todo lo que
me hace daño pero me mantengo en la planta baja asimilando todo lo que pasa por
mi cabeza.
Me planteo las posibles actitudes que puedo
tomar en esta posición. La primera, la más lógica sería llamar a mis padres ya
que supongo ha restaurado la línea telefónica. Avisarles de lo sucedido y que
el seguro se haga responsables de los gastos. Pero no quiero estropearles las
vacaciones y aun menos hacer que pierdan mi confianza. Podría llamar también a
la policía pero inmediatamente avisarían a mis padres y acabamos en el mismo
lugar.
Como un pequeño destello, pasa por mi mente la
idea más suicida que he experimentado jamás. Ir a buscarle, recuperar mis cosas
y regresar de una pieza. Una idea loca y completamente ficticia. Se me muestran
varios problemas como puede ser, ¿dónde diablos está él ahora? O ¿cómo voy a
saberlo?
Tal vez he leído demasiadas novelas policiacas,
es decir, ninguna. O es posible que mi adrenalina adolescente, mezclada con la
monotonía que supone una vida ostentosa y opulenta me obligue a buscar aventura
fuera de aquí. No importa. Salgo corriendo a la ventana que da a la calle y
puedo ver que el coche, mi coche, aparcado fuera ha desaparecido también con el
resto de las cosas.
Mi cuerpo se ve dividido entre la angustia de
no ver mi precioso mercedes* negro allí pero al mismo tiempo quiero saltar de
alegría al saber que mi coche tiene un dispositivo rastreador que puede
indicarme su ubicación desde cualquier lugar. Solo necesitaría un móvil para
introducir el código. ¡Mi teléfono móvil!
Subo a mi cuarto corriendo todo lo que me permite
mi estado de nervios y lo alcanzo cayendo sobre la cama. Allí me conduzco a la
aplicación y en unos segundos rastrea la señal. Mi corazón late tan rápido que
siento que se sale de mi pecho. Pero no lo hace, me mantiene con vida para
torturarme.
¡Ya está! La señal marca que está a veinte
kilómetros y medio, fuera de la ciudad. Busco en el móvil esta zona en concreto
y no son más que naves* industriales abandonadas. No me importa. Me aferro a
esta pista todo lo que puedo.
…
Desayuno todo lo rápido que puedo y cuando creo
que es suficiente me visto con ropa cómoda. Unos vaqueros ajustados y una
camiseta de manga corta algo holgada. Sobre todo una chaqueta deportiva negra.
Normalmente siempre salgo a la calle con camisas y zapatos caros. No puedo
permitírmelo en esta ocasión porque temo que me robe de nuevo lo poco que voy a
llevar. Pero una parte más sensata de mi es consciente de que de haberlo
querido, él se habría llevado toda la casa entera.
Antes de salir llamo a un taxi y mientras
espero por él preparo una pequeña mochila con algo de dinero que tenía
escondido por ahí, el móvil y su respectivo cargador, DNI, y las llaves de casa
para cuando regrese.
Cuando el taxi espera abajo este pita y yo
salgo cerrando la puerta detrás de mí. Me meto dentro de él y le doy, escrito
en un trozo de papel, la dirección a la que quiero que me lleve. Al principio
ni lo lee, se limita a arrancar pero cuando se ve obligado a saber hacia dónde
tiene que conducir reduce la velocidad y me mira por el retrovisor, titubeante.
—¿Estás seguro, muchacho?
—¿Hay algún problema? –Alzo una ceja viendo que
no se siente seguro para llevarme allí pero siendo mi dinero quien le va a dar
de comer hoy no tiene otro remedio.
—Ninguno.
…
El camino se hace más largo de lo que esperé no
sé si para aumentar el dinero que debo pagarle o porque realmente no se atrevía
a llegar. De repente se detiene y miro a mi alrededor viendo nada en absoluto.
Él me dice la cifra a la que ha ascendido el dinero y yo miro por la ventanilla
asustado.
—¿Dónde diablos estamos?
—No voy a conducir más. Hasta aquí llego.
—Pero oiga. –Él se gira en su asiento para
verme mejor—. Dígame al menos como llegar a…
—Por ahí… —Señala por la luna del coche
continuando por la desierta carretera—. A un kilómetro habrás llegado.
Sin más remedio salgo del coche no sin antes
darle el dinero que le corresponde olvidando su incompetencia laboral y su mala
educación. Veo al coche dar media vuelta y alejarse lo más rápido que puede.
Respiro hondo y camino hacia donde me ha dicho. Es verano y el sol pega fuerte
pero no puedo detenerme a descansar y tampoco a beber agua. Digamos que no se
me dan bien los trabajos físicos y ya caminar me supone un esfuerzo
innecesario.
Poco a poco en el horizonte veo una nave toda
rodeada de una valla alambrada y dentro, coches. Coches destrozados,
desguazados. Poco a poco distingo algo más que coches. Veo grandes
electrodomésticos. Neveras y lavadoras, básicamente. Es todo un desastre pero
no encuentro una salida más que entrar allí una vez he llegado.
Atravieso una puerta del mismo material que el
resto de la alambrada y hay un perfecto camino trazado de tierra por el que me
guio hasta la entrada del gran almacén. No es exactamente la entada al almacén,
donde supongo tendrán más coches, sino que es una terraza parecida a la de una
casa normal. Hay una puerta que por lo que veo sube por unas escaleras. Otra
que da a una especie de cocina. Un refrigerador que esta enchufado y
funcionando. Trastos por ahí y por allá. Se aprovechan de que es verano para
hacer vida aquí fuera.
Pero lo que más me llama la atención son dos
hombres, unos años mayores que yo, jugando a las cartas en medio de la terraza.
Ambos dos sentados en una mesa con una pata torcida y sucia de polvo.
Ellos me miran a medida que me acerco y su
juego deja de ser interesante comparado con mi presencia en este lugar
inhóspito. Esperan a que me detenga a diez pasos de ellos aun si haber entrado
y me preguntan lo que supuse harían.
—¿Quién eres? ¿Y qué haces aquí?
—Busco a… —Pienso unos segundos haciendo
memoria—. Dooly. –Ellos ríen igual que yo hice cuando escuché este nombre por
primera vez.
—¿Quién es ese? –Miro a todas partes
planteándome la posibilidad de haberme confundido de lugar, o incluso pienso en
describirles a la persona que robó en mi casa ayer. Quiero ser más específico,
pero mi coche, a quince metros de mí hace que me sobresalte.
—Él robó ayer en mi casa. –Ambos se detienen y
me miran asustados. Yo señalo mi coche, frustrado y gritando—. ¡Ese es mi maldito
mercedes! Y exijo que me devuelva todas y cada una de las cosas que me ha
quitado.
—Muchacho. –Se levanta uno de ellos con el pelo
blanco, cortado casi al cero en la nuca y el resto algo largo. Es un poco más
alto que yo y sin duda es imponente. Se acerca a mí con rapidez inducida por
mis palabras. Yo no me muevo un milímetro y dejo que aferre mi brazo tan solo
para evitar que escape—. No sé cómo has llegado aquí ni cómo te has atrevido
pero…
—Namjoon… —Dice el otro que también se levanta
algo menos excitado. Él tiene la mente más fría—. Vayamos a buscar a…
Todo se detiene por un momento. Otro chico ha
bajado por las escaleras y aparece ante mis ojos mostrándose a mí con total
libertad inducida por su desconocimiento de la situación.
—¿Qué ocurre? –Pregunta aturdido pero lo está
aun más cuando mira en mi dirección y puede verme tan claramente como yo le veo
a él.
Mi corazón late rápido a pesar de que es un
rostro desconocido con el que yo me deleito pero comprendo que no es necesario
un rostro para poder identificar a una persona. Su cuerpo, sus movimientos. Sus
ojos me miran tan intensamente que me siento morir lentamente. Y muero, o al
menos eso parece porque me golpean en la sien con algo que hace que todo mi
cerebro retumbe dentro de mi cráneo por unos segundos y después… nada…
Comentarios
Publicar un comentario