SÍNDROME DE ESTOCOLMO (JiKook) - Capítulo 22
CAPÍTULO 22
Jungkook POV:
Juego en mis manos con un cubo de rubik
intentando distraer me miente del sonido que emite mi castigado estómago. Se ha
hecho de noche tras un largo periodo de espera, y Taehyung a mi lado no ha
parado en todo el rato de hacer cosas desagradables. Para empezar después de
terminarse toda nuestra cena él sólo, se ha fumado como unos cinco cigarrillos
mientras juega a una consola que ha sacado de por ahí. No ha sabido darme una
conversación algo coherente y yo tampoco lo intento por que si soy sincero,
tengo miedo de que acabe golpeándome.
Doy un par de vueltas al juguete en mi mano y
creo que ha sido suficiente tiempo el que me he mantenido en silencio.
—V… Me aburro… —No me responde porque está de
espaldas a mí, sentado en el suelo y mirando la pantalla de la televisión. La
única que he visto en todo este lugar desde que llevo aquí—. Eh, tú. –Como una
manera de llamarle la atención le tiro el cubo de mi mano y choca con su
espalda haciendo que una de sus esquinas se clave en él y le resulte doloroso.
Se gira al instante.
—¡¿Qué diablos haces?! –Recupera el cubo a su
lado y lo lanza contra el suelo haciendo que todas sus pequeñas partes salgan
volando. El suelo a nuestro alrededor se ha llenado de pequeños cubos con
colores.
—¡Lo has roto! –Grito pero él vuelve a su
videojuego.
—¿Era tuyo? No, pues cállate. –Se contesta a sí
mismo y suma una advertencia.
—Controla tu ira Taehyung…
—No me llames así, no me gusta oírte eso de tu
jodida boca. –Está enfadado, puedo notarlo en su tono de voz y no sé si es
porque esté yo aquí o porque pierde en su partida. Sus dedos se mueven
frenéticos sobre el mando.
—¿Puedo jugar? –Me levanto pero él se revuelve
en el suelo golpeando mis piernas sin mirarme para que regrese a la cama.
Pasan los minutos y su enfado no hace más que
aumentar hasta el punto en que se levanta y tira el mando contra el suelo, doy
gracias que no se ha roto igual que el cubo de rubik. Sus pies descalzos, igual
que los míos, pisan sin querer alguna de las pequeñas piezas y el dolor le hace
enfurecer aún más.
Da patadas a todo aquello que se le interpone y
me asombra de cómo él mismo ha entrado en este estado de furia destructora en
menos de un minuto. Antes de que destroce algo más o incluso que la tome
conmigo me levanto y sujeto como puedo sus brazos para que no gesticule o pueda
golpearme.
—¡CÁLMATE! –Se intenta deshacer de mí
revolviéndose—. ¡NO ES PARA TANTO!
—¡SUÉLTAME, HIJO DE PUTA! –Consigue soltarse y me
empuja de nuevo a la cama. Yo caigo allí y le observo sin querer intervenir una
vez más como camina de un lado a otro respirando fuerte y tranquilizando su
perturbada mente.
—¿Por qué te pones así? Tan solo es… —Me
detiene.
—¡CÁLLATE! –Aprieta sus puños y veo todas las
venas de sus brazos marcarse bajo su piel. No entiendo qué diablos le ocurre
ahora.
Yo ya no tengo el valor para contradecirle y me
siento contra la cabecera mirando afuera. Él se mantiene unos minutos más
inquieto controlándose hasta que le oigo abrir un cajón y sacar algo de él
para, posteriormente, sentarse frente a mí, de espaldas a la pared y cerrar los
ojos profundamente.
En sus manos hay una pequeña caja de metal, con
tonalidades azules claro y blanco. Parece algo demasiado infantil. Veo en ella
dibujos de nubes, chupetes y una cigüeña. Cualquiera diría que de ahí sacará un
biberón para calmar su sed desenfrenada, pero no es sed de leche lo que le ha
llevado a buscar esta salida, sino de algo mucho peor.
La abre y lo primero que veo es la luz del
techo reflejada en el cristal de una jeringuilla. Solo verla ya me produce
escalofríos y no puedo evitar abrazar mis piernas asustado, pero inerte. No
creo que ni siquiera sea consciente de mi presencia ahora, solo tiene ojos para
los objetos delante de él.
Agudizo un poco más la vista para encontrarme
con una bolsita transparente con probos blancos y una cuchara de metal. Alcanza
de cualquier sitio un mechero y se lo deja a su lado porque sabe que va a
necesitarlo. Poco a poco y con paciencia organiza todo lo que sabe, debe hacer.
Coge la cuchara y echa sobre la superficie
curva un poco de los polvos que tanta vida le proporcionan. Cuando cree que la
cantidad es la suficiente se detiene y deja por ahí el resto. Ahora solo se
centra en lo que es primordial. Coloca la boca del mechero bajo la superficie
metálica de la cuchara y calienta el contenido de esta hasta que los polvos se
han transformado en una sustancia pastosa casi fundida. Unos segundos más y
está listo.
Rescata la jeringuilla de la caja y con ella
absorbe todo el líquido de la cuchara. Con una goma que saca de por ahí se
anuda el brazo manteniendo la jeringuilla en la boca y se golpea un poco el
brazo con la palma de su mano. No entiendo la mitad de las cosas que hace pero
todo queda guardado en mi mente porque mis ojos agrandados por el shock no se
van de él.
Le veo mirarse las venas sobresalientes de su
brazo y dirigir la aguja allí. Todo mi cuerpo tiembla.
—Tae… —No
me escucha. No me mira. Y sin pensárselo demasiado clava la jeringuilla
atravesando su carne. Su ceño se frunce unos segundos por tal autolesión pero a
medida que se introduce el líquido dentro todo parece importar menos.
Termina hasta dejarla completamente vacía y la
devuelve a la caja con todo lo demás y lo que más miedo me ha dado de todo ha
sido que se le nota práctica con la situación. Pero esto no es todo, lo peor,
aun queda por llegar.
Su cuerpo pierde fuerzas y se debe apoyar en la
pared. La caja en sus piernas resbala y termina cayendo al suelo. Ni siquiera
el ruido metálico le hace reaccionar, sus ojos cerrados disfrutando de la
sobredosis no le permiten ser consciente de la situación.
Veo su pecho subir y bajar, su respiración es
lenta pero fuerte. Muerde sus propios labios y me encantaría saber qué es lo
que siente ahora mismo, como puede sentir su cuerpo volar sin despegar de mi
lado. No entiendo como la droga en su cerebro le afecta de tal manera que del
rabillo de sus ojos caen lágrimas brillantes y puras. Con ellas se escapa la
poca inocencia que debe aún guardar.
Pero a pesar de llorar sonríe con los dientes
apretados, con el cuerpo entre convulsiones extrañas. Parece dormido y ojalá
así fuera. Pero solo me engañaría a mí.
Tras unos minutos en que ninguno nos hemos
movido él abre sus ojos aun bajo el efecto de la droga y me mira algo
somnoliento. Aturdido y completamente ido. Me mira y no puedo evitar mirarle
también a sus grandes ojos rasgados. Y sin más, deja que su cuerpo resbale por
la pared hasta quedar con su cabeza tumbada en mis piernas que acaban de ser
cruzadas para él.
Queda allí tan inerte que juraría está muerto
pero su cálido aliento me indica que no lo está. Sin embargo dudo que esté en
este nuestro mundo. Tengo miedo de tocarlo más de lo que mis piernas me obligan
a hacerlo por eso me quedo quieto, sin mover un músculo más de lo necesario.
Está cerca, muy cerca de mí. Y más lo está cuando de nuevo abre sus ojos,
bueno, los entreabre, y me mira. Se incorpora a medias, como puede y acerca su
rostro al mío.
Yo, con los ojos como platos no me muevo más
que una estatua y a los segundos es su nariz la primera en chocar con mi
mejilla, luego su mejilla con mi nariz y por último sus labios con los míos. Su
cálida respiración ya me avisaba de lo que me iba a suceder pero ¿acaso puedo
hacer otra cosa? Realmente me compadezco de su estado y su situación, así que
le dejo hacer tranquilamente. Sus labios juegan inocentemente con los míos,
algo torpes y cansados. Su respiración entrecortada por la adrenalina
artificial en sus venas le obliga a despegarse de mí por su falta evidente de
control sobre sí mismo.
Apoya su rostro enrojecido en mi hombro y todo
su cuerpo pierde las fuerzas que le quedaban tras su ataque de ira momentánea.
Mis manos no se han movido de su lugar en las sábanas de la cama y cuando soy
consciente de ellas de nuevo las encuentro apretando el edredón con todas sus
fuerzas. Deshago mi agarre y acaricio con ellas la nuca de V en mi hombro.
Tiembla, le siento frío y tembloroso sobre mi
cuerpo y yo no me lo pienso demasiado. Reclino mi cuerpo en la cama apoyando mi
cabeza en el almohadón y su cuerpo queda tendido a mi lado aun con su rostro
escondido en mi cuello. Como puedo nos tapo con lo primero que encuentro y le
abrazo a mí para que no entre en un estado de extraña hipotermia.
Conozco bien mis posibilidades y mi situación.
Sería muy fácil salir corriendo ahora que él no está en disposición para
perseguirme y mucho menos para golpearme pero no es pena, ni tampoco caridad,
como hace hyung conmigo. Es porque su torpe e inocente beso me ha recordado a
mi primer beso.
En su cuarto, una noche que yo debía quedarme a
dormir con él. Yo con mis once años tan puro e inocente, él con sus dieciséis
ya bien cumplidos. Me gustaría pensar que se aprovechó de mí pero yo solo
pensaba en una experiencia más con mi mejor amigo. Él lo era todo para mí y ese
beso supuso la detonación de todos nuestros sentimientos ocultos. Él lo era
todo para mí, un modelo a seguir, alguien a quien admirar, algo a lo que
aferrarme un día de lluvia o una noche de truenos.
Yo fui para él alguien a quien proteger, a
quien educar y enseñar los peligros que la vida y la corrupta sociedad nos
presenta. Me enseño todo lo que necesité y hoy día lo recuerdo con cariño. Pero
hay algo a lo que no me enseñó, a borrar todo lo que sentía por él tras su
desaparición. ¿Qué hago con esto que quema dentro de mí? Pregunté a mi madre
cuando los días pasaban y no tenía noticias nuevas. Mi madre no supo consolarme
porque sus abrazos no eran tan reconfortantes ni sus palabras las oía tan
sinceras.
Y el tiempo pasa, y tengo miedo, porque ya
apenas recuerdo su rostro.
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