SÍNDROME DE ESTOCOLMO (JiKook) - Capítulo 18

 CAPÍTULO 18


Jungkook POV:

 

Hoy el sol pega fuerte y por ello me mantengo sentado a la sombra, en una silla al lado de la mesa de la terraza. Me deleito viendo a hyung, Jin, Namjoon y Hope cargar cosas en un camión blanco ahí enfrente aparcado mientras estoy de brazos cruzados aburrido como una ostra.

Alguien posa su mano sobre mi hombro y doy un respingo involuntario girando el cuello para ver a Suga sonriéndome tranquilo. Algo adormilado por lo que deduzco se acaba de despertar.

—Buenos días. –Le digo educadamente y él me corresponde.

—Hermoso día. ¿Cómo te encuentras? –Se sienta al otro lado de la mesa con otra silla igual a la mía pero no nos vemos entre nosotros sino que ambas sillas están ubicadas para ver el maravilloso espectáculo que nos proporcionan los demás.

—Bien, un poco dolorido. –Da un muerdo a una manzana verde que ha traído.

—¿Has pasado mala noche?

—No, tomé una pastilla antes de dormir y me calmó bastante.

—Me alegro. Cuando conseguimos calmar a V, Hope y yo nos quedamos muy preocupados porque subisteis directos al cuarto de Dooly.

—Pasé un miedo horrible. –Le reconozco avergonzado.

—Yo le tengo más miedo a Dooly. Deberías haber estado del otro lado de la puerta para verle como se puso. Sinceramente, nunca lo había visto de esta manera.

—Ya… —Digo sin darle importancia porque sí sé cómo reaccionó—. ¿Tú no ayudas? –Le digo señalando a los cuatro hombres delante de nosotros.

—No puedo. No tengo fuerza para esas cosas. –Asiento comprendiendo lo que me dice. Nos mantenemos un momento en silencio hasta que él se decide a soltar lo que su mente retenía—. Te lo ha contado, ¿cierto?

—¿El qué? –Me hago el loco sin ningún problema.

—A lo mejor no he tenido una buena educación como tú, ni se me dan bien las palabras, pero me han engañado muchas veces, he aprendido de ello y se me da bien conocer a las personas. Por eso sé jugar al póker. –Le miro sin comprender—. Y tu muestra de preocupación por mi alimentación ayer fue muy evidente.

—No le digas que lo sabes… —Susurro—. Me matará.

—No pasa nada. En realidad no me importa tanto. Estoy seguro de que te ha contado todo sobre nosotros. ¿Cierto?

—¡NO, NO! –Niego con las manos—. Solo un poco a grandes rasgos.

—Entonces mejor contar una historia bien que no a medias. –Asiento—. Mis padres, mi hermano  y yo vivíamos en un edificio a las afueras de la ciudad. Mi padre trabajaba de camarero y mi madre estaba en paro. Era difícil mantenernos con el sueldo de un camarero por lo que a los dieciséis años me vi obligado a dejar la escuela para ayudar en las tareas de casa y a los dieciocho, comenzar a buscar trabajo. Mi hermano se llamaba YoonSol. –Mira al cielo y sonríe nostálgico—. Era la persona más hermosa que vi jamás, quería a mi hermano pequeño más que a nada en el mundo y, cuantas veces me quedé sin comer para que él pudiera llevarse algo a la boca.

—Si no quieres hablar de esto, no es necesario.

—No pasa nada. –Vuelve a su historia—. Hubo una época que me tocaba ir a buscar a mi hermano al colegio y un día, queriendo jugar conmigo, se soltó de mi mano y salió corriendo por la carretera. Intenté detenerlo pero un coche le arrolló y lanzó su cuerpo metros por delante. Era como sentir que no podía respirar, como si el mundo se me cayese encima.

—Debió ser horrible.

—Horrible fue cuando me acerqué a su cuerpo, inerte en la carreta. Sangrando por cada orificio de su cuerpecito. No me hizo falta tomarle el pulso para saber que ya estaba muerto. Pero no me importó, le abracé en mis brazos. Su pequeño cuerpo parecía tan frágil que me daba miedo dañarle más. –Siento mi estómago dar un vuelco.

—Suga…

—No pasa nada. –Me mira sonriendo—. Ha pasado mucho tiempo y aprendes a vivir con ello.

—Pero es difícil superarlo…

—Lo es, desde luego, pero no te compadezcas de mí. Aquí tienes un surtido de tragedias para elegir.

—Lo sé. Pero, ¿por qué me cuentas la tuya?

—Para que la próxima vez que me veas dejando comida en el plato no intentes compadecerte de mí o cualquier cosa, ¿de acuerdo?

—Pero es un problema alimenticio que tiene solución.

—Los problemas es mejor solucionarlos uno mismo.

—Lo sé.

—¿Así que te ha contado sobre todos nosotros? –Cambia de tema y asiento ante su pregunta.

—Menos de él. No me ha querido decir nada.

—No esperes que yo te lo cuente. No soy esa clase de personas que cuentan la vida ajena. –No hablo por unos segundos—. No entiendo porque defiende tanto para que no nos deshagamos de ti. Pero tú no eres mala persona. Puedo verlo en tus actos, tal vez sigas siendo un niño.

—Yo también perdí a alguien una vez, no es comparable, pero es a la única persona que ya no he vuelto a ver.

—Cuéntame pues.

—Yo vivo en un chalet en el barrio rico de Seúl. –Me mira sabiéndolo perfectamente—. En esta zona solo viven  viejos hombres adinerados y matrimonios que acaban rotos, corrompidos por el dinero. Pero no todo era así, nuestros vecinos tenía un hijo, algo mayor que yo, que me hizo compañía desde que yo tuve cinco años. Cuando ellos se mudaron al barrio, el chico tenía diez. Me acuerdo perfectamente.

—¿Solo le tenías a él como amigo?

—Sí.

—¿Y en la escuela?

—Nunca fui a la escuela. Venían profesores a mi casa, mis padres podían permitírselo. Igual que los de mi amigo. –Asiente dejándome continuar—. Nuestras familias eran muy íntimas y muchos fines de semana dormíamos en casa del otro. Recuerdo en verano íbamos las dos familias de vacaciones. Pero un año no fuimos. Nuestros padres dejaron de hablarse por un tiempo a pesar de que nosotros no nos distanciamos, seguimos siendo los mejores amigos. En realidad él era la persona más cercana a mi edad que conocí nunca.

—Eso es muy triste.

—No he llegado a la parte triste aun.

—El no haberte relacionado con otros chicos de tu edad, digo.

—No lo es. Para mí eso era normal. Un único amigo, para mí enteramente. Aun recuerdo como jugábamos en mi jardín, o como siempre que pasábamos las noches juntos nunca dormíamos, siempre me contaba historias de miedo para que no pegase ojo. –Río avergonzado por mis palabras—. Y todas las mañanas, el muy idiota, me daba pequeños pellizcos para despertarme. Cuando lo hacía yo, se enfadaba muchísimo.

—¿Y entonces? ¿Qué pasó?

Cuando yo tenía doce, y él diecisiete, un día desapareció.

—¿Cómo puede desparecer alguien así como así?

—No lo sé. Un día me desperté y en la puerta de su casa había un cartel que ponía “Se vende, es urgente.”

—¿Se mudaron?

—Supongo. Ya no lo volví a ver jamás. Pero no le guardo rencor porque se fuera, sino porque no me lo hubiera avisado, o no se despidiera de mí.

—A lo mejor él tampoco lo sabía. ¿Pasó algo extraño la última vez que lo viste?

—No lo sé. Tengo que serte sincero, no me acuerdo de la última vez que lo vi. Por lo que deduzco debió de ser un día normar para que no quedara guardado nada en mi mente.

—Es triste sin duda.

—Recuerdo llorar mucho los días siguientes. –Niego con la cabeza aun sonriendo—. Pero ya no me preocupa, estoy seguro de que se mudaron por una buena causa. Decían que amaban Ulsan, seguro que se compraron una casa allí y al fin Jimin pudo estudiar medicina, que es lo que amaba.

—¿Cómo? –Suga se pone tenso a mi lado.

—¿Hum?

—¿Jimin?

—Sí. –Sonrío abiertamente—. Park Jimin. –Salgo de mis recuerdos para ver a mi oyente sonreír como un idiota, con un rostro iluminado por algo que pasa por su mente—. ¿Ocurre algo?

—Nada en absoluto, no te preocupes. —Ambos volvemos a mirar el duro trabajo que hacen los hombres delante de nosotros—. ¿Sabes? –Le miro de nuevo—. Alguien me dijo una vez que las personas a la que amamos no terminan por desaparecer de nuestras vidas por muy lejos que estén.

—¿Cómo puede ser eso posible?

—No solo nos dejan sus recuerdos, también, si han sido verdaderamente importantes, quedan en nosotros parte de su personalidad, algunas manías, algunos malos hábitos…

—¿Quién te ha dicho esa estupidez? –Y sin pensárselo demasiado señala a uno de los chicos que justo pasa a unos metros con una caja en sus brazos. Nos mira y nos sonríe.

—Cómo no, Dooly… 

 


 


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