HEREDEROS (JiKook) [PARTE II] - Capítulo 9

 CAPÍTULO 9


JungKook POV:

 

De fondo se escucha una canción de Edith Piaf* que no soy capaz de reconocer, saliendo del móvil de Jimin sobre la mesa del salón que ha usado simplemente para ambientar, consciente de que iba a producirse un largo e incómodo silencio. Comienza a anochecer y puedo ver el sol esconderse bajo el edificio de enfrente dejando una tonalidad amarillenta a lo largo de todo el salón y en la cocina. Hay luz para cocinar pero no para cortar con precisión. Lo cual ya no importa demasiado. Camuflando el sonido de la canción está el sonido de la verdura sobre la sartén que Jimin está constantemente removiendo mientras que el arroz ya está listo y apartado en dos fuentes a parte.

El olor de la verdura bañada en soja y salsa picante me hace la boca agua ya que llevo horas sin comer. Su compañía no es grata, al contrario, es terriblemente dolorosa. Me causa ardor, me causa miedo. Tengo miedo de hablar, tengo miedo de no decir nada. De mirarle, de retirarle la mirada. Estoy a su lado, limpiando la encimera en donde hemos cortado la verdura y mientras él remueve esta, yo me limito a mirar sus gestos, sus facciones. La concentración que muestra en su expresión tengo miedo. Tengo serio miedo de mí mismo y de él, ante mí.

Cuando la verdura está hecha la vierte toda sobre un bol y coge este y el del arroz y los coloca sobre la mesa en la cocina. Los deja ahí, mientras va moviéndose de un lado a otro cogiendo agua, dos vasos, cubiertos, servilletas y algo que parece ser un trozo de pan. Con todo en la mesa me señala una de las sillas y yo accedo a sentarme tranquilo y en silencio. Él se sienta en la silla de enfrente y coge los palillos hundiéndolos en el arroz y cogiendo un pequeño pedazo y metiéndoselo en la boca, con cuidado de no rozar su labio. La hinchazón ha bajado, pero su rostro no se ha suavizado. Yo imito su gesto tan solo por el hambre que tengo. No tengo ninguna gana de comer en su presencia y menos su comida, pero hacerlo es la única forma de calmar mi hambre. No es odio lo que siento ya, es una tremenda vergüenza infantil.

—Está delicioso. –Digo tras meterme un poco de la verdura en los labios a lo que él simplemente asiente con la mirada en su plato—. Eres todo un experto. –Él detiene sus labios y me mira, entre ofendido y confundido. Yo estoy a punto de decir algo más pero cierro mis labios y bajo la mirada al plato de comida. Revuelvo un poco el arroz con mis palillos y me muerdo el labio inferior. Susurrando un “idiota” repetida veces dentro de mi mente.

—Reserva para mañana el primer vuelo a Corea. Esta noche dormirás aquí si quieres para que no gastes más dinero de forma inútil y después te irás. –Asiento.

—Gracias, hyung.

—Le dirás a tu padre que no has sacado nada en claro. ¿Entendido? –Asiento de nuevo.

—Sí, hyung. –Pasamos al menos unos cinco minutos en silencio. Largos cinco minutos en los que se me pasan por la cabeza muchas cosas que decir y muchas tontearías que acabo descartando. Me muerdo los labios varias veces y acabo cediendo a la solución más fácil. Suspirar y mostrar un poco de mi sinceridad—. Tenía que haberlo pensado antes. –Él asiente.

—Ya lo creo.

—Me refiero a ti. –Él frunce el ceño—. Tenía que haber pensado antes que no tenías motivo para quedarte. Que era del todo lógico que te fueras en cualquier momento. Entiendo que me odiases. Que no me quisieses…

—¿Hum?

—Después de lo que te hice, lo entiendo.

—Deja de pensar en ello. No tiene sentido pensar sobre eso ya.

—No puedo dejar de pensar en ello. Estas últimas semanas me he estado torturando pensando qué es lo que hice para que te fueses así, sin más. ¿No pensaste en qué sentiría yo? –Él suspira con mis palabras—. ¿No pensaste que tal vez a mi no me parecía bien que trabajases para la empresa de mi padre? ¿No pensaste en consultarme? ¿No pensaste en mí?

—Claro que lo hice. –Dice, ofendido—. Creo habértelo dejado claro en la carta que te dejé. Esto no es solo por mí, también por ti…

—¡Ya claro! Porque tú me estabas usando. ¿Hum? –Suspira, como cargándose de paciencia.

—Exacto, Jeon. Te estaba usando.

—No lo dices convencido.

—Es cosa tuya, que no quieres creerme.

—Me dejaste con una nota…

—¡Eh! Para ahí. Eso ha sonado como si tú y yo tuviésemos algo más que una bonita amistad con derechos sexuales… —Alza una ceja, precavido—. A mí no me involucres en nada sentimental.

—Solo me usaste. –Susurro, negando con el rostro mientras miro mi plato.

—¿Por qué eres tan obstinado? ¿Qué importa eso ya? Sigue adelante, Jeon. Búscate a otro que te la chupe y a mí olvídame. Soy fácilmente sustituible. –Yo frunzo el ceño.

—Ya hablas como mi padre. –Me quejo a lo que él me mira, con ojos pensativos y suspira, cansado de la conversación. Ese suspiro sentencia momentáneamente la discusión y mientras seguimos comiendo yo sigo dándole vuelvas a sus palabras, a las que yo podría decir, a las que quiero gritar, las que no quiero soltar por nada del mundo.

—Recuerdo cuando cené aquella vez con tu familia. –Dice, con una sonrisa irónica—. Me dijiste que no te gustaba verme enfadado. Ahora parece que solo quieras enfadarme.

—¿Por qué piensas en eso? –Pregunto casi ofendido porque me haga recordar momentos que me hacen sentir tan mal.

—No lo sé, solo pensaba.

—Deja de hacerlo. –Me quejo.

—¿Por qué debería?

—¿Ahora piensas en mí? Debiste hacerlo antes…

—Siempre pienso en ti. –Murmura a punto de meterse una bolita de arroz entre los labios. Yo me quedo paralizado por sus palabras y la repentina dulzura de ellas. Me ablandan levemente el corazón, como amasando mi dulce alma. Un beso en los labios, una caricia en mi mejilla.

—¿Te arrepientes de haberte marchado? –Tras varios segundos pensativos acaba negando con el rostro y yo río sarcástico por la nariz mientras niego con el rostro.

—Eres un hipócrita. –Se encoge de hombros—. Se te llenaba la boca hablándome de la dignidad y de los valores morales pero tú te vendes por un piso y un trabajo en Nueva York. –De nuevo ese gesto con sus hombros.

—Todos tenemos un precio. –Me mira, desafiante—. El tuyo está por los suelos, en cambio. –Yo me muerdo el labio inferior para no tirarle el plato de comida a la cara mientras su mirada cínica me parte el pecho y la cara con una bofetada. Sé que solo intenta hacerme callar y cenar en paz, pero eso no sabe que solo me alienta a continuar y que estoy a punto de contestarle algo vulgar y malsonante cuando continúa hablando—. Sí, te lo reconozco. Soy un maldito hijo de puta que se vende por un piso en plena Nueva York. Te he mentido. Todo este tiempo te he mentido. Solo me metí en tu casa porque no tenía donde caerme muerto y pensé que sería una buena oportunidad para parasitarme en tu empresa. Y et voilá, mírame.

—Hijo de puta. –Susurro.

—¿Contento? –Yo suspiro, doy un golpe seco en la mesa con la palma de la mano con la intención de sentenciar la discusión y me levanto de la mesa cogiendo el bol de comida y lanzándolo de lleno al fregadero. No se rompe pero lo mancho alrededor. Desinteresado de todo punto me encamino al salón y me siento en el sofá, con los brazos cruzados y una mueca frustrada. Sé que acabo de ser complacido por su confesión, pero no me siento más aliviado. Al contrario. Me veo mucho más enfadado que antes. Él termina de cenar a solas en la mesa y cuando termina se levanta y se pone a fregar los cacharros. A lo lejos le oigo hablarme—. Coge el portátil de la mesa y busca un vuelo para mañana.

Sin responder a nada cojo el portátil que hay sobre la mesita enfrente del sofá y busco un vuelo para mañana a Seúl pero el más reciente es el lunes a primera hora. Pasados cinco minutos me pregunta.

—¿Lo encontraste?

—Solo hay para el lunes. –Digo como un suspiro frustrado y él lanza un largo y tedioso suspiro como si mi presencia en esta casa fuera un estorbo para él.

—Vale. Coge ese. –Yo asiento mientras lo compro con la tarjeta de crédito y lo reservo. Cuando termino apago el ordenador y me dejo caer en el sofá, apoyándome en uno de los reposabrazos con la cabeza y cerrando los ojos sintiendo un dolor punzando tras las cuencas de los ojos. Suspiro largamente y antes de darme cuenta Jimin está delante de mí en la mesa rescatando el portátil y llevándoselo al cuarto. Reaparece para mirarme con una mueca extrañado y yo abro uno de mis ojos con una mueca confusa.

—¿Te vas a quedar dormido ya? –Pregunta, casi asqueado.

—Sí, estoy cansado por el viaje. –Vuelvo a cerrar el ojo y le oigo suspirar.

—¿Tienes pijama? Cámbiate y túmbate aquí. Te traeré una manta.

—¿En el sofá? –Pregunto confuso.

—¿Dónde creías que ibas a dormir? –Pregunta extrañado y tras que yo le retiro la mirada él comprende que mi primera intención era dormir en la cama grande dadas las comodidades a las que estoy acostumbrado. Me muerdo el labio inferior mientras me levanto del sofá, traigo mis maletas al salón y saco el pijama que he traído. Él desaparece en su cuarto, camina un poco alrededor y mientras me estoy abrochando ya la camisa él vuelve con una manta de pelo sintético oscuro y espera a que me tumbe en el sofá para que él me arrope. Me hace sentí pequeño e infantil, pero no me importa. Esta es la primera muestra de humildad que recibo hoy y me hace sentir más sosegado. Cuando me arropa desaparece en el cuarto y como precaución para que no me escabulla dentro de él cierra las puertas creando una barrera entre ambos.

Se ve la luz de su cuarto saliendo por entre las rendijas de las puertas mientras que este lado de la casa se nota más oscuro y frío. Me acurruco en la manta que huele a él y el nudo en mi garganta regresa. Antes de que pueda controlarme acabo dormido, caído en brazos de Morfeo por el cansancio y el dolor en mi pecho.

 

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*Édith Piaf (París, Francia, 19 de diciembre de 1915 — Plascassier, Grasse, Alpes Marítimos, 11 de octubre de1963), cuyo verdadero nombre era Édith Giovanna Gassion, fue una de las cantantes francesas más célebres del siglo XX.

 

 

 


 

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