HEREDEROS (JiKook) [PARTE II] - Capítulo 8
CAPÍTULO 8
JungKook POV:
El sonido de su cuerpo al caer sobre la tarima
de madera de su piso me hace sentir tremendamente confuso. Siento placer, por
saciar mi odio, pero ese placer no es más que un mero roce sobre mi piel. El
dolor que me causa es mucho más intenso. Un dolor que nace desde mi propio ser
e intenta abrirse paso a través de mi piel para salir al exterior. Me rompo por
dentro igual que se rompe su labio superior y veo como comienza a salir la
sangre de su boca. Lleva sus manos allí aún tumbado en el suelo y estas
comienza a impregnarse poco a poco de su sangre. Cuando se retira las manos
descubro que no es una herida superficial, sino más interna. Pero el dolor
parece estar haciéndole mella porque frunce su ceño mientras se mira
horrorizado la sangre en las manos. Se crea un incomprensible nudo en mi
garganta pero la ira puede con él apartándolo del medio.
—¡Tú! ¡Hijo de puta! –Grito mientras doy un
paso hacia el interior de la casa y él retrocede dos a gatas. Ver su expresión
rota por el miedo y la impresión, alejarse de mí con esa sumisión me provoca un
miedo de mi mismo que soy incapaz de comprender, dado que yo estoy de este lado
de la historia. Sus ojos me impregnan con ese miedo, su mirada perdida,
desorbitada, confusa y dolorida. Cuando estoy dentro de la casa meto mis
maletas y cierro detrás de mí, temiendo que alguno de los vecinos nos oiga y
pueda interrumpir el momento de mi explicación. Cuando avanzo hacia él de nuevo
él vuelve a retroceder e interpone una mano manchada de sangre entre ambos,
alzándola hacia mi rostro.
—¡No! ¡No me golpees de nuevo, Jeon! ¡Te lo suplico!
–Se ha visto tan impresionado que su cuerpo aún no se adapta a la situación.
Aun recuerdo cuando se subió sobre mi cuerpo y me golpeó el rostro. Cuando
lloró en mi pecho. Niego con el rostro deshaciéndome de esos pensamientos en mi
mente y me concentro en la escena que tengo delante. Un Jimin en traje con la
boca ensangrentada y una mano interpuesta entre ambos. Su rostro asustado, su
cuerpo tirado como un animal en el suelo.
—¡Levanta! Quiero seguir golpeándole.
—¡NO! –Niega con el rostro retrocediendo esta
vez sin el efecto de que yo avance. No le hace falta. Cuando su cuerpo se choca
con la puerta al salón se queda paralizado por el contacto en su espalda y
pierde toda esperanza de huir de mí. Yo me abalanzo sobre él y le agarro de la
camisa en su traje, a lo que él cierra los ojos y tiembla ante el contacto. Le
hago levantar y sus pies colaboran mientras sus manos van a mi brazo para
sujetarse en él. Le empujo con la espalda en la pared de la entrada y él me
mira a los ojos al fin, con una mirada temblorosa y perdida. De sus labios veo
salir la sangre. Cuando los abre, veo sus dientes manchados. Si me escupiese,
me pondría perdido de sangre, pero en vez de eso, traga fuerte y cierra los
labios con fuerza.
—Eres un hijo de puta. Un mentiroso de mierda.
–Le susurro frente a su rostro con la mandíbula apretada—. Eres un traidor
repugnante. –Él gira el rostro a mis palabras y se queda perdido en algún punto
de la sala.
—Siento haberme ido sin hablarlo contigo… —Murmura
y yo frunzo el ceño, aún más enfadado con su respuesta. Le golpeo la espalda de
nuevo contra la pared a lo que él deja escapara el aire de sus pulmones con
fuerza.
—Eres un maldito parásito. –Le escupo en su
rostro y él me mira con un deje triste.
—Tú me ofreciste vivir contigo…
—¡Tú te largaste a la menor oportunidad!
—¿Qué diablos estás haciendo aquí? –Pregunta al
fin volviendo en sí, reconociéndose en la situación y aceptándola. Me ha
levantado el tono de voz. Comienza a perder el miedo.
—¡He venido a por explicaciones!
—Remítete a la carta que te dejé. Eso es todo
lo que puedo decirte.
—¡Yo te diré algo más! Me has usado.
—¿Qué? –Pregunta confuso.
—Y además, no me has dejado dar mi opinión al
respecto.
—No quiero saber tu opinión al respecto de
nada… —Frunce el ceño—. ¿Sabe tu padre que estás aquí?
—¿Qué diablos te importa eso ahora? –Frunzo el
ceño a lo que él comienza a alarmarse y me quita la mano de su pecho abriendo
los ojos, sorprendido.
—¿Lo sabe? ¡Oh
Dios! ¿No le habrás dicho que has venido por mi culpa? ¿Has venido por
eso?
—¿Qué te ocurre? –Pregunto viéndole nervioso,
despreocupado de todo punto de que yo pueda volver a arremeter contra él.
Vuelvo a posar mi mano sobre su pecho pero él de un manotazo se deshace de ella
y me hace mirarle a los ojos con esa expresión preocupada.
—¡Dime que no sabe que estás aquí!
—Claro que lo sabe. He hablado con él hace
apenas unos minutos. –Su expresión se rompe en una mueca de horror y sus ojos
vuelven a ese estado de nerviosismo y miedo. Mira a todas partes.
—¡Lárgate! ¡Lárgate de aquí! –Me empuja hacia
la puerta cogiendo mi bolsa de viaje y dándomela en la mano pero yo la vuelvo a
dejar en su sitio y le empujo desde el pecho para que retroceda un paso de mí y
se calme.
—Él ya me lo ha contado todo. No tienes que
ponerte así. –Le veo fruncir el ceño y en su mirada veo una nota de
escepticismo. No me cree.
—¿Te lo ha contado? ¿Qué te ha contado?
—Que te ofreció un puesto aquí, y una casa
pagada. A cambio de que me dejases. –Me mira sorprendido—. ¡Y tú te largas!
¡Así, como si nada! ¡Me has abandonado, Jimin! –Él suspira mirando a sus pies y
yo me quedo mirándole, confuso. No parece sorprendido con las palabras que le
he dicho pero tampoco esperaba sorpresa de su parte. El rostro que alza y que
me mira ahora es un calmado rostro cansado. Levemente amoratado. Con sus labios
sangrando. Lleva allí el dorso de la mano y se mira la sangre en este.
—Vete, por favor. –Suspira mientras se mira la
sangre en la mano y yo niego en rotundo.
—No pienso irme. –Niego con el rostro—. No
hasta que no me des explicaciones. Quiero saber por qué diablos ni siquiera me
consultas. Porqué te marchaste como si nada de un momento a otro en cuanto
tuviste oportunidad. Te dije que éramos amigos. ¿No me merecía ni unas
palabras?
—Déjalo estar, Jeon. Han pasado ya más de tres
semanas…
—Ha pasado tiempo, ¿verdad? Tú también volviste
a mí a pedirme explicaciones. Es mi turno. –Digo firme—. Y las exijo.
—No vas a tenerlas. Puedes golpearme todo lo
que quieras, yo ya me expliqué todo lo que pude en la carta y no hay más que
pueda hacer por ti.
—¿Me usaste?
—Tú me usaste a mí. –Traga duro mientras retira
la mirada a sus manos. Yo río sarcástico y pongo mis manos en mis caderas,
indignado.
—¿Estás vacilándome?
—No. ¿Eso es lo que piensas? ¿Qué te usé?
Piensa lo que quieras, pero vete de aquí. –Me señala la puerta.
—Es lo que me ha dicho mi padre. –Él no muestra
expresión alguna—. Te ofreció el trabajo y tú no tardaste ni un día en
contestarle. ¿Es cierto? –Asiente—. ¿Es cierto que te estuviste aprovechando mi
caridad? –Suspira.
—Puedes verlo como quieras.
—Nunca me has querido. –Sentencio—. No te he
importado nada.
—¿Y eso te molesta? Tú no te quieres ni a ti
mismo. ¿Por qué iba alguien a quererte? –Pregunta mirándome despectivo de
arriba abajo mientras yo hago mis manos puños de nuevo—. Vete de mi casa.
–Insiste de nuevo.
—No.
—¿Has venido hasta aquí por esto? ¿Por una mera
explicación? Debes estar loco. –Murmura mientras se da media vuelta y pasa a
través de la puerta hacia el salón—. Haz lo que quieras, pero déjame en paz.
–Habla desde el salón y segundos más tarde desaparece de mi vista. Yo me quedo
ahí unos segundos, mirando a través de la puerta su nueva casa y la luz que
entra desde los ventanales es suficiente como para cegarme levemente. Después
comienzo a ver parte de la estancia.
Sin pensármelo demasiado y ante el silencio que
se ha creado a mi alrededor me encamino hacia la puerta del salón. Entro dentro
y me quedo un segundo mirando alrededor. La estancia es preciosa. Con una decoración
levemente abarrotada que me hace sentir feliz y tranquilo. Alrededor huele a
él, a su dulce colonia intensamente, y el contexto es tan extraño que no
consigo amoldarme aun a la idea de que vuelvo a estar con él en una misma
estancia. Ni conozco la estancia ni su
comportamiento evasivo a mis peticiones. Camino un poco más adelante y lo
encuentro en la cocina, inclinado sobre el fregadero aclarándose la boca de
sangre. Escupe el agua dentro de su boca y vuelve a llenarse los carrillos con
más agua, para volver a escupir. Cuando la limpieza del agua que sale de su
boca le parece la adecuada se presiona con un dedo sobre el labio y frunce el
ceño al presionar en un lugar determinado. Yo me quedo ahí parado como una
estatua viendo como su perfil se desdibuja en un contexto tan ambiguo y como la
luz que entra desde las ventanas impacta sobre él con una claridad sutil y
delicada recordándome a la de los cuadros de Vermeer*.
Cuando ha terminado de aclararse la boca se
quita la corbata del cuello mientras me mira de reojo y la deja sobre una de
las sillas en la cocina. Después su americana y se mira la pechera de la
camisa, viendo varias gotas manchar el blanco de esta. Gotas de sangre con un
intenso color rojo. Se comienza a desabotonar la camisa y yo quiero mirar a
otro lado, disimuladamente, pero algo me lo impide y me quedo observando cómo
se deshace de la camisa sobre su cuerpo y queda en elegantes pantalones de
vestir y en zapatos de cuero. Lleva la pechera de la camisa bajo el grifo y
lava las pequeñas manchas de sangre para que no sean después más difíciles de
quitar. Yo me llevo una de mis manos a la otra y me palpo los nudillos,
levemente enrojecidos. Cuando ha terminado deja la camisa colocada sobre el
respaldo de una de las sillas y se apoya sobre ella, mirándome intensamente con
esos orbes negros y con una expresión frustrada. Yo ahora sí que me siento
avergonzado de mirarle y cuando lo hago lo hago directamente sobre sus ojos
oscuros.
—¿Y bien? –Me pregunta, impaciente—. ¿Cuándo te
vuelves a Seúl?
—Mañana. –Contesto no muy seguro.
—¿Y qué vas a hacer? –Me señala la puerta con
la mirada—. ¿No tienes una habitación de hotel o algo así? –Niego con el
rostro, sin poder dejar de mirar alrededor—. ¿Has venido aquí sin planificar
nada?
—He planificado todo hasta aquí.
—¿Hasta este momento? –Niego.
—Esto ya se me ha ido de las manos. –Él
asiente, comprendiendo y mientras lo hace, crea una mueca con sus labios que me
hacen ver lo hinchados que están por el golpe. De repente y solo ahora me
martirizo por haberle estropeado esos maravillosos labios. Como satisfecho con
mi respuesta se encoge de hombro y pasa por mi lado para colarse dentro de su
cuarto y rebuscar algo dentro de su armario. Puede cerrar las puertas pero las
deja abiertas como si yo no fuera más que un mero objeto más de la estancia,
mientras él comienza a desvestirse. Queda en ropa interior y se pone unos
pantalones negros holgados y una sudadera blanca y gris, con un extraño
estampado desigual en el que quedan una manga de cada color. Queda en
calcetines y cuando termina de acomodarse se pasa los dedos por su pelo para
retirárselo de su rostro. Vuelve a caer en mi presencia y yo comienzo a
sentirme avergonzado por mi comportamiento.
—Me gustaría ser cortés e invitarte a cenar
pero, llámame rencoroso, que no quiero hacerlo. –Me dice mientras pasa de nuevo
a mi lado para rescatar el traje y la camisa sobre la mesa y los mete en la
lavadora, con algo de ropa que ya había dentro. Yo me muerdo el labio inferior.
—Estabas mejor en traje. –Suelto sin filtro
alguno a lo que él me mira de arriba abajo con una expresión ofendida y acaba
retirándome la mirada, indignado.
—¿A qué estás esperando? –Me dice mientras se
cruza de brazos—. ¿Qué esperas conseguir estando aquí?
—Espero una respuesta que me satisfaga.
—¿Qué quieres oír? Lo diré… —Suspira, casi
desesperado.
—Quiero oírte decir que te fuiste de mi casa
porque me odiabas. Porque no querías ni verme en pintura. Que solo te habías
aprovechado de mí cuando no tenías dinero y huiste a la menor que pudiste.
Quiero oírte decir todo eso. Con intensidad, con verdad. –Gesticulo con las
manos a lo que él suelta un largo suspiro pensativo mientras se mira los pies
descalzos sobre el suelo y encoge sus dedos, distraído. Se muerde el labio
inferior y cuando levanta la mirada lo hace con una expresión cansada, pero
sonriente.
—¿Qué te gustaría cenar?
———.———
*Johannes Vermeer van Delft
(bautizado en Delft el 31 de octubre de 1632—ibídem, 15 de diciembre de
1675), llamado por sus contemporáneos Joannis ver Meer o Joannis van der Meer e
incluso Jan ver Meer, es uno de los pintores neerlandeses más reconocidos del
arte Barroco. Vivió durante la llamada Edad de Oro neerlandesa, en la cual las
Provincias Unidas de los Países Bajos experimentaron un extraordinario
florecimiento político, económico y cultural.
Comentarios
Publicar un comentario