HEREDEROS (JiKook) [PARTE II] - Capítulo 10

 CAPÍTULO 10


JungKook POV:

 

Despierto con el insistente graznido de un pájaro. Un graznido dulce, apenas perceptible, pero agudo y melodiosos. Abro mis ojos poco a poco para divisarlo justo en la barandilla del balcón frente a mí. Un pequeño pájaro negro con la cola de algún color que no consigo divisar bien. Rojizo, anaranjado tal vez. Me froto los ojos con el dorso de una de mis manos y me giro en el sofá para descubrirme en un contexto extraño, incómodo, algo descuidado. La manta caída por mi torso hasta el suelo, una luz diferente, un olor al que no estoy acostumbrado pero que el simple recuerdo parte mi pecho en dos. Miro alrededor descubriendo la casa en la que ayer estuve y me dejo caer en el sofá con un largo suspiro cansado.

Afuera el pájaro se ha ido y me deja la vista de la ciudad en su esplendor, lo que implica tan solo ver el bloque de enfrente. El sol parece que ha salido hace un par de horas pero no podría juzgarlo porque me siento cansado a la par que aturdido en respeto a lo que el tiempo implica. Me incorporo y busco entre mis cosas en el suelo para rescatar y mirar mi teléfono móvil. Las siete de la mañana y ninguna llamada perdida de nadie. Es una sensación mágica. Un domingo de vacaciones en Estados Unidos que se ve rota por un leve ronquido en la habitación de al lado. Sabía que estaba ahí pero haciendo evidente su presencia solo hace que me sienta peor y con una angustia creciendo dentro de mi pecho. Esa es la palabra, angustia. Es un término curioso –Me digo mientras me incorporo en el sofá y me levanto—. Siempre he pensado que es en sí un sentimiento pero he acabado comprendiendo que engloba otros cuantos. Dolor, llanto, nostalgia, odio, ira, impotencia, deseo y el más importante de todos, el miedo.

Camino alrededor unos segundos y acabo conduciéndome a la puerta del balcón que da al exterior y me quedo ahí de pie, apoyando una de mis manos en un lateral de la ventana, mientras entrecierro los ojos a causa de la luz directa.

Bostezo, me paso mi mano libre por mi pelo y lo revuelvo sobre mi cabeza, retirándolo de mi frente unos segundos. Vuelve a su estado natural como se espera de él pero yo aun así, intento apartarlo. Con una mueca miro alrededor de nuevo mirando al interior de la casa y me pregunto seriamente qué diablos hacer ahora. Lo único que deseo, en cuanto tiene que ver con mi carácter biológico, es darme una ducha y quitar de alguna manera el olor de avión y viaje de mi cuerpo. Ni sé dónde está el baño ni sé si a Jimin le gustaría que lo usase sin su permiso por lo que no me queda otra que acercarme lentamente a las puertas de su cuarto y mirar a través de la rendija que ha dejado entre puerta y puerta. Puedo distinguir un bulto sobre unas sábanas grises en medio de la cama. La luz entra directa a la batición pero eso no parece molestarle demasiado. Me asomo un poco más y descubro que no ha corrido las cortinas y el portátil se encuentra con la pantalla bajada sobre el pequeño arcón que hay a los pies de la cama.

No me lo pienso demasiado y entro en el cuarto descorriendo poco a poco las puertas que hacen un leve sonido de engranajes medio engrasados. El bulto en medio de la cama no se mueve y eso me da la libertad para moverme a mi gusto hasta el interior del cuarto y colarme en él con sutileza. Cuando estoy caminando alrededor de la cama por el lado en el que está girando su rostro puedo comenzar a ver el perfil de su pequeña nariz, el cálido color de sus cachetes en contra de la almohada, que los hace parecer mucho más grandes. Su pelo oscuro, esparcido sin orden sobre la tela del almohadón y sus manitas puestas juntas bajo su rostro. Respira tranquilo con los labios entreabiertos y me dan ganas de no molestarlo, pero me siento con la obligación moral de hacerlo y me siento de ese lado de la cama esperando que mi peso a su lado sea suficiente como para despertarle, pero no parece notarme y llevo una de mis manos a su hombro para volverle dulcemente sin que se sobresalte. Abre uno de sus ojos despacio mientras frunce el ceño, molesto, y rápido aparto mi mano de él, confuso.

—Jimin. –Suspiro—. ¿Puedo darme una ducha? –Pregunto no queriendo perturbar por mucho más tiempo su sueño con mis explicaciones a lo que él murmura un “Hum” mientras asiente y se gira para darme la espalda tornando su cuerpo al otro lado de la cama—. ¿Dónde está el cuarto de baño?

—En el pasillo, en la entrada. –Murmura. Me levanto mordiéndome el labio inferior confuso, ya que esperaba otra reacción de su parte. Algo más complaciente, algo más amable. Pero entiendo la situación de despertar mirándome y eso no debe ser nada agradable por lo que salgo mordiéndome las mejillas y cierro las puertas dejándolas como estaban.

Indagando dentro de mi maleta saco unos vaqueros negros y una camisa blanca de manga corta, junto con algo de muda limpia y me encamino con todo al cuarto de baño que encuentro al final del pasillo en la entrada.

Cuando estoy allí, con la luz blanquecina impactando sobre los azulejos blancos y grises, cierro detrás de mí y dejando la ropa sobre el retrete me miro al espejo apoyando mis manos en el lavabo, unos segundos. Me descubro con una expresión cansada y tremendamente infantil, como un niño que ha sido avergonzado durante horas, alguien que no quiere seguir adelante con su trabajo porque no se siente satisfecho. Es la angustia, carcomiéndome por dentro a una velocidad desmesurada. Raramente me siento aterrorizado ante la idea de convivir todo un día a su lado en este estado. Él con el ceño fruncido y yo con las manos temblorosas con los pensamientos convulsos. No me esperé realmente que este fuese el resultado del viaje y la decepción está comenzando a entristecerme a pasos agigantados. Pensé que él lloraría en mis manos, que me pediría volver, que suplicaría porque yo le perdonase, pero ni él parece arrepentido ni con ganas de llorar. Realmente siento que he avasallando su vida con un motivo infantil y sin haberlo pensado suficiente. Tal vez, si me hubiese tomado una semana de reflexión habría acabado desechando la idea, pero soy impulso, soy poco previsor y ahora me estoy mirando ante el espejo de su baño rezando porque no se levante de la cama, porque no puedo volver a afrontar una discusión en este estado de decrepitud inmisericorde.

Con un largo suspiro me desnudo y me meto dentro de la ducha calculando la temperatura del agua para no dar un respingo involuntario. Cuando el agua está cayendo sobre mis hombros el sonido de las gotas chocando contra mi cuerpo y la base de la ducha, me aísla del exterior y en cierto sentido me hace sentir protegido y resguardado. Comienzo a tararear cualquier canción acompañando el sonido de las gotas pero acabo degenerando en una mueca triste y confusa mientras me aseo correctamente con un poco de champú y gel. Apenas me doy cuenta de que yo mismo he traído estas cosas en mi maleta y me he tomado la libertad de usar sus productos. Me río de mí mismo pero la sonrisa se degenera en una mueca seria y dubitativa. De veras que no me hace bien la ducha tanto como esperaba y tan solo me he encargado de limpiar bien mi cuerpo de esa sensación de viaje desde muy lejos, porque dentro de mí aun sigo con esa extraña carcoma recorriéndome por las venas.

Cuando salgo de la ducha me envuelvo con una toalla blanca sobre una barra de metal y vuelvo a sumirme en el reflejo del espejo. Lo único que ha cambiado es que este rostro se ve empapado y con mechones de pelo cayendo por la frente. Con un chasquido de lengua me peino con cuidado, me paso varias veces una toalla por el pelo hasta quitar la mayor parte de la humedad y me pongo la ropa con la que me he encerrado en el baño. Al salir me encuentro con el mismo silencio con el que he despertado. A lo lejos puedo oír un endeble tráfico, poco evidente dado que es festivo, y el sonido de algún pájaro revoloteando por ahí. Guardo el pijama en mi maleta y la ropa sucia en una bolsa aparte. Tras recoger alrededor me quedo mirando la casa nuevamente con una mueca extrañada. Tengo hambre pero tengo miedo de volver a entrar en el cuarto a preguntarle por lo que opto por tomarme la libertad de coger algo para desayunar por mi cuenta. Con suerte no se levantará hasta que yo no termine y no tendrá que enfrentarse a la escena de verme comer.

Me conduzco a la cocina y me sumerjo entre los muebles para rescatar un paquete de galletas normales y saco una taza para servirme algo de leche. Normalmente no suelo tomarla así, simplemente recién sacada de la nevera, pero tengo hambre y tampoco quiero hacerme esperar demasiado. Me siento en la mesa de la cocina, en el mismo lugar en el que me senté anoche y solo ver la misma perspectiva me hace sentir de nuevo esa excitación por el enfado. Desparece en cuanto soy consciente de que estoy solo y nadie va a ver mi cara de enfado. Suspiro mientras sumerjo una de las galletas en la leche y me la meto en la boca, saboreando la falta de rigidez en su estructura. Intento hacer el mínimo ruido posible en mis gestos para no molestar a Jimin a través de la rendija de la puerta pero cuando llevo tres galletas y dan las ocho de la mañana este sale por las puertas y yo me quedo mirándole un tanto tembloroso. No sé cómo reaccionar ante la situación, y verle en ropa interior y con una camisa gris dos tallas más grande ocultando tan solo su torso me hace sentir aún más perturbado.

Haciendo como si nada vuelvo mi mirada a la taza con leche y evito hacer demasiado evidente mi presencia a pesar de haber sido yo su primer punto de vista al salir del cuarto. Camina un poco alrededor pasándose el dorso de una de sus manos por los ojos y va al baño. Allí le oigo de lejos orinar y a los segundos regresa aun con cara de sueño y el pelo un tanto revuelto, con algunos mechones desafiando las leyes de la gravedad. Él no parece haberlo notado y tampoco le importaría saberlo. Se conduce a la cocina, me mira de reojo cómo como galletas sin hacer un solo ruido aparte del de mis mandíbulas, y bebe un poco de agua de una botella en la nevera. Se encamina a algún lugar en el salón perdiéndolo parcialmente de vista y cuando regresa es para acercarse a una de las ventanas, llevarse un cigarrillo a los labios y encendérselo con tranquilidad y sosiego, ignorando totalmente mi presencia en la casa. No puedo resistir a decirle algo.

—¿No vas a desayunar? –Pregunto tomándome la libertad de marcarle una rutina olvidando que soy yo quien está en su casa. Su respuesta es negar con el rostro y abrir el balcón para salir al exterior. Le veo a través de una de las otras ventanas apoyarse en la balaustrada y sujetar el cigarrillo con una de las manos, mirando alrededor. No hace frío como para salir sin la parte de abajo el pijama pero me hace sentir celoso de cualquiera que pase y se le quede mirando. Yo me limito a suspirar cogiendo una galleta más y comienzo a preguntarme si ha salido porque no quiere molestarme con el humo, lo cual es incomprensible, o tan solo evita estar conmigo en la misma sala.

Pasados unos cinco minutos regresa dejando ya el balcón abierto y camina alrededor dejando el mechero por alguna parte en la cocina. Como no tiene otra cosa mejor que hacer se sienta enfrente de mí en la mesa y yo ya estoy terminándome el vaso de leche. Se mira las manos sobre la mesa y las uñas, jugando con ellas pensativo. Yo no puedo soportar por más tiempo el silencio. Siento que me está matando por dentro.

—Yo vine para buscar una disculpa por tu parte. –Le digo a lo que suspira largamente, pensando que volverá la discusión. Yo niego con el rostro ante su anticipada expresión cansada—. Pero voy a ser yo quien se disculpe. –Ahora me mira, serio igual, pero algo más comprensivo y menos impaciente—. Lo siento, no he debido venir. Ha sido una tontería.

—Me alegro de que lo entiendas.

—Tenías todo el derecho a marcharte de mi piso cuando te viniese en gana. Y yo me cuelo aquí sin tenerte en cuenta. Perdóname.

—Está bien. Pero espero que entiendas que me estás metiendo en un compromiso con tu padre…

—Sí. –Asiento—. Lo entiendo pero ya le he explicado que necesitaba aclarar las cosas. –Él me mira, pensativo.

—¿Ha quedado todo claro? –Asiento.

—Perdóname. Soy un estúpido. Te miman desde pequeño y te crees con el derecho a reclamar a las personas como tu propiedad…

—Ya da igual. –Sentencia con una media sonrisa que yo completo al extenderle una de las galletas que él acepta, tímido.

—Tenemos un día entero. ¿Hum? –Asiente—. ¿Qué haces aquí para divertirte? –Pregunto a lo que él se queda pensativo como si realmente no lo supiera. Acaba encogiéndose de hombros. Yo chasqueo la lengua—. Estamos en Nueva York, podemos hacer lo que queramos…

—Nueva York. –Repite—. La ciudad que no duerme…

 

 

 

 

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