HEREDEROS (JiKook) [PARTE II] - Capítulo 7

 CAPÍTULO 7


JungKook POV:

 

Durante el trayecto en taxi puedo apreciar mejor la cantidad de personas alrededor. El taxista me ha saludado en un cordial inglés y yo he respondido de la misma forma indicándole la dirección a la que me tiene que llevar. Lo ha hecho sin inmutarse y a estas horas, las siete de la tarde, el tráfico es apenas inexistente teniendo en cuenta que estamos en el centro de Nueva York. No es hora punta pero hemos pillado varios tramos de tráfico en el que hemos tenido que parar. Una parte de mí se siente demasiado nerviosa, impaciente por llegar de una vez, pero por otra, deseo con todas mis fuerzas que el trayecto en taxi me dé tiempo a pensar en cómo reaccionar, en qué decir. En qué pensar. Nada se me ocurre más que romper a llorar pero como esa no es una opción válida me limito a dejar mis impulsos al margen, dedicándome a disfrutar del paisaje.

Los grandes edificios a mi alrededor no me hacen sentir añoranza de mi ciudad pero los rostros alrededor y sus facciones occidentales si me hacen sentir que estoy tremendamente lejos de mi casa. Es como un mundo paralelo con personas completamente diferentes. Al fin y al cabo no todo lo que veo son occidentales pero mi cerebro me confunde y me hace pensar en un prototipo de hombre caminando alrededor. Cierro los ojos con fuerza deshaciéndome de la presión en la cuenca de mis ojos y comienzo a apreciar el sonido de la ciudad. El sonido de los coches, de las conversaciones lejanas. De los edificios contiguos, una música a lo lejos. El olor dentro del taxi es nauseabundo, pero no puedo evitar pensar que soy yo y el sudor que me lleva siguiendo todo el día. Fuera no hace frío y guardo mi chaqueta en la bolsa de viaje quedándome en jersey y vaqueros. Informal de todo punto y con una expresión cansada y aturdida.

Ahora mismo me siento cansado, hambriento, agotado. Deberían ser alrededor de las doce en mi país y sin embargo el sol sigue iluminando mi rostro. Esta sensación tan desagradable es a la que deben llamar yet-lack. Cierro los ojos dejándome caer en el asiento y el taxista habla con un inglés excelente.

—A su derecha puede ver el Empire State building. –Miro por la ventana llegando a ver tan solo parte de sus cimientos.

—¿Estamos ya en la quinta avenida? –Le pregunto en un torpe dialecto que él entiende perfectamente. Él asiente con una sonrisa amable y yo miro hacia delante sabiendo que antes de llegar al final tropezaremos con la casa de Jimin. Me muerdo el labio inferior.

—Al final de esta calle está su destino. –Me dice y yo le miro a través del retrovisor—. Tardaremos aún unos minutos. –Asiento conforme pero aunque él espera que el tiempo no sea mucho, yo en realidad desearía que no fuese tan poco. Aun no me he mentalizado. Es ahora cuando me golpea la realidad y no puedo asegurarme de que lo que estoy haciendo esté bien. De veras que me gustaría pensar que ya que he llegado hasta este punto, ya no hay marcha atrás, pero estaría equivocado. Podría pedirle al taxista que diese media vuelta y me llevase de nuevo al aeropuerto, pero no quiero hacerlo. Quiero seguir adelante. Oigo mi teléfono vibrar en mi bolsillo y saco este con una mueca confusa para ver el nombre de mi padre asomar por la pantalla como una sentencia condenatoria. Ahora sí que no hay marcha atrás.

—¿Padre? –Pregunto mientras descuelgo y este me responde desde el otro lado con una voz más confusa que enfadada.

—¿Dónde diablos estás?

—Estoy  en Estados Unidos, padre. –Contesto y solo cuando recibo su extrañado silencio soy consciente de que no le veré la cara hasta después de varias horas, por lo que no tengo que preocuparme por su reacción inmediata a mis palabras.

—Lo sé, he visto el gasto en tu tarjeta. ¿Qué diablos haces ahí?

—Tenía que venir, lo siento. –Le digo pero mis palabras le hacen parecer mucho más confuso.

—¿Por qué? ¿A qué vas allí?

—Tengo que pedirle explicaciones. –Le digo sabiendo que conoce la verdadera casusa de que yo esté en Estados Unidos. Conoce la presencia de Jimin y seguro que al ver el gasto en mi tarjeta se ha abalanzado sobre su carpeta con la documentación de su empresa sin encontrar la documentación de Jimin. Sabe porque estoy aquí pero me llama para convencerme de que regrese.

—No tienes que pedirle nada. –Contesta algo más asustado—. Vamos, hijo, regresa a casa. ¿Ya has llegado?

—Sí, estoy en un taxi.

—Date media vuelta. Vamos. Tu madre y yo estaremos esperando en el aeropuerto…

—No, padre. No se preocupe. Regresaré mañana, lo prometo. No podía dormir, no podía hacer vida normal, padre. Necesito esto. –Oigo un suspiro de su parte y un chasquido de su lengua. Siento que está a punto de enfurecer pero creo que sabe que no le serviría de nada golpear con un puño la mesa de su escritorio, por lo que prefiere hacerse el paternofiliaL para tentarme a regresar—. Está bien, mi pequeño. Pero no estés con ese chico, de veras. No te hace bien. Es un mentiroso y un parásito. –Yo suspiro asintiendo con el rostro y tras una cordial despedida cuelgo la llamada metiendo el teléfono en mi bolsa y el taxista detiene el coche con una mueca de satisfacción por haber terminado el recorrido. Yo le pago con tranquilidad y él me señala el edificio que tenemos a nuestra izquierda.

—Este es el edificio. De ese lado, donde esa carretera, está la calle 9º. No puedo aparcar de ese lado por lo que le dejo aquí. –Me dice con una amable sonrisa y yo le correspondo con una similar aunque juraría que la mía está algo endeble y temerosa—. El primer portal. Ese que está ahí. –Señala de nuevo y yo asiento fijándome detenidamente en una puerta de metal y cristal y le doy las gracias al taxista saliendo con mi bolsa de viaje de la mano y acercándome al maletero del taxi para sacar mi maleta. Cuando lo tengo todo me subo a la acera y el taxista me despide con un movimiento de mano que imito. Cuando este regresa a la carretera yo miro en dirección a la puerta que me ha indicado a lo lejos en el bloque de enfrente y miro las ventanas de este mismo bloque, imaginándome que una de ellas es la de Jimin y que puede estar asomándose a ella viéndome llegar como la princesa que espera su príncipe… —Niego con el rostro.

Me acerco al semáforo que hay para cruzar al otro lado y me quedo esperando junto con mis maletas igual que el resto de personas, mirando cómo los coches pasan en ambas dirección algunos a velocidades peligrosas. Algún transeúnte se atreve a cruzar a prisa porque parece ser que ha perdido toda paciencia y conducta social, pero yo me mantengo con los pies anclados al suelo y mirando fijamente el portal que el señor me ha indicado. Es un portal común, no hay nada reseñable pero tampoco lo había en su antiguo bloque de pisos. Si hubiese caminado por esta calle un día cualquiera sin motivo de buscar a Jimin, este portal no me habría dicho nada. Incluso dudo de que realmente él se encuentre en este insulso bloque de pisos.

Cuando el semáforo cambia a verde todo el mundo empieza a pasar como una masa de animales, como una burda manada hacia el centro y del centro, cada uno sigue adelante su camino. Yo me adentro en ese barullo de masas sin quitarle ojo al portal cuando veo que dos personas, dos transeúntes se acercan, pasan por delante y se detienen justo en la puerta impidiéndome la vista. Dos hombres, de estaturas parecidas y de cabelleras con tonalidades diferentes hablando el uno frente al otro. Solo puedo ver la espalda de un chico con el pelo rubio y algo ondulado. No muy largo. Ambos dos van trajeados con un simple uniforme de oficina y mientras que uno porta un maletín, el otro una bandolera negra de tela y cuero. Elegante, simple, discreta. Profesional.

El rubio que me da la espalda consigue moverse unos  pasos a la derecha y me deja ver ese rostro con el que llevo meses soñando. Un rostro dulce, de mejillas rosadas, de labios abultados. De ojos negros y en forma de una dulce línea al sonreír. Está sonriendo y eso me hace detener mis pasos. Puede verme, puedo hacerme daño con solo estar observando cómo se está riendo y no soy yo el motivo de su sonrisa. Me muerdo el labio inferior mientras veo como ambos dos personajes se despiden con una palmadita en el hombro y mientras que el rubio se desplaza calle abajo Jimin se adentra en el portal sacando las llaves de su americana y desapareciendo por la puerta de metal. Mi corazón siento que va a salirse de mi pecho. Mi cabeza está ligeramente mareada. Juraría que de un momento a otro puedo estampar mi rostro contra el asfalto pero me agarro con fuerza al mango de mi maleta que circula a mi espalda y respiro largamente, sintiendo la sangre hervir.

El sonido del claxon de un coche me hace dar un respingo y salir de mi ensoñación al verme en medio del paso de cebra sin moverme, a solas conmigo mismo y mis maletas. Algunos coches se han atrevido a pasar por mi lado pero yo sigo ahí en medio mientras que el semáforo se ha tornado rojo. Salgo corriendo hasta ponerme de nuevo en la acera y me dejo acunar por el sonido de mis latidos y las miradas de las personas que se han quedado preocupadas mirándome, como si algo me hubiese pasado. Y así ha sido, he sentido como mi corazón se ha venido abajo por su dulce sonrisa. Una sonrisa que no esperaba ver y menos porque yo aun no he esbozado ninguna desde que se ha ido de mi vida.

Camino a prisa hasta el portal y me quedo dubitativo, pensando en cómo entrar sin llamar a su timbre. Cuando estoy en medio de la disputa, un hombre sale desde el portal y me permito entrar sin parecer que he venido con malas intenciones. Cuando estoy dentro del portal hago memoria recordando que es el piso 4º B y miro alrededor, esperando encontrar un ascensor. Lo diviso al fondo del tenebroso portal y me quedo parado enfrente, realmente juzgando si esto es una buena idea. Convencido de que lo es, llamo al ascensor y cuando aparece frente a mí abro la puerta y me introduzco dentro junto con mis maletas. Debería haber buscado una habitación de hotel para una noche y dejar allí las maletas. Para cambiarme al menos, para mirarme frente a un espejo y asegurarme de que estoy presentable, de que no tengo ojeras. Podría haberlo dejado para mañana pero ya estoy subiendo en el ascensor y la sensación de cosquilleo por la velocidad se acentúa por la sensación de la realidad del momento que estoy viviendo.

Al salir del ascensor camino a lo largo del pasillo con el sonido de las ruedas de la maleta siguiéndome. Es una horrible sensación la que me invade al verme a mí mismo avanzar hasta mi propio dolor. Me muerdo el labio inferior, busco con la mirada el piso y me convenzo de que esto no es más que un trámite más en mi vida. Algo a lo que debo enfrentarme tarde o temprano aunque ni aun todavía sepa cómo voy a reaccionar ante la visión de su rostro mirándome, ante su sonrisa, ante su ceño fruncido. No puedo soportar la idea de verle riéndose de mí como yo hice con él. No lo superaría. Encuentro definitivamente la puerta frente a mí. Es una sensación extraña la de imaginarme un rostro conocido en un contexto tan disparatado. No puedo aun creerme que haya viajado a la otra punta del planeta solo por verle. Solo por pedirle explicaciones. Él huyó de mí a la otra punta del plantea y no pareció titubear. Ese pensamiento me hace llevar la mano al timbre y pulso repetidas veces sobre este con intensidad y reiteración. Oigo su voz desde el interior en un dulce y melodioso inglés.

—¡Ya voy! –Reconozco su voz entre las palabras e instintivamente doy un paso atrás, chochando con mi maleta y sintiéndola retenerme frente a la puerta. Me muerdo de nuevo el labio, el interior de mis mejillas. Cierro y abro mis manos en puños y suspiro largamente. Realmente estoy nervioso y cuando oigo los pasos detenerse frente a la puerta y siento el pomo ceder, siento una fuerte náusea repentina. Su rostro aparece primero por una rendija en la puerta y a medida que esta va cediendo, el resto de su expresión sonriente que al reconocerme se rompe en una de sorpresa que no sé si juzgar como buena o como mala. Se me queda mirando paralizado tal como yo le miro a él y eso nos deja varios segundos en shock.

De sus labios acaba apareciendo una sonrisa que intenta ser dulce, pero a mis ojos es mala y endiablada. Sus ojos desaparecen por la presión de sus mejillas en ellos y yo frunzo el ceño al verle sonreírme de esa manera infantil y acaramelada. Mi mano se cierra por impulso en un puño y cojo aire, hinchando mi pecho, enfadado.

—¡JungKookie! –Grita emocionado y acabo por estampar mi puño cerrado sobre su rostro haciéndole caer al suelo.

 

 

 

 

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