HEREDEROS (JiKook) [PARTE II] - Capítulo 6
CAPÍTULO 6
JungKook POV:
Con una pequeña mochila con mis pocas
pertenencias sutiles como mi ordenador, el dinero en billetes que guardo en mi
cuarto y algo de ropa limpia salgo de mi habitación antes de las siete de la
mañana. Verme madrugar es algo sospechoso pero el guardia de seguridad no dirá
nada y yo tampoco espero que mis padres inquieran nada de lo que estoy
tramando. Poco a medida que voy saliendo de la casa voy repasando lo que tengo
que hacer. Mi primer paso será ir a mi casa y hacer la maleta a una velocidad
récord para subirme en el tren de las ocho y media de camino a Incheon. Una vez
allí cogeré el vuelo de las diez a Nueva York y cuando me baje me subiré a un
taxi que me lleve a la casa de Jimin, o bien cogeré el metro haciendo
trasbordo. Esta es una opción que aún no he calibrado dado que aún me quedan
horas para pensar en ello pero el resto lo repaso con cautela teniendo en
cuenta que nada puede salir mal.
Mi padre no sabrá nada al respecto hasta que no
se despierte y se meta a su ordenador, en donde tendrá un mensaje de que he
usado mi tarjeta de crédito, como responsable que es de ella dado que me la
dieron cuando yo aún era menor, y descubrirá que con ella me he pagado un
pasaje de tren y uno de avión. La dirección del vuelo está clara, sabrá qué
estoy haciendo pero cuando quiera darse cuenta yo ya debo estar en el avión y
no hay forma posible de que revierta el pago o anule los billetes.
Probablemente no lo haga, dado que mi intención es regresar antes del lunes,
siendo hoy sábado. La verdad es que no he pensando en qué haré cuando llegué
allí, cuando me lo encuentre en su puerta mirándome con una expresión perpleja.
Me consuela pensar que tengo horas por delante para pensar, pero no quiero en
realidad pensar en ello.
Cuando traspaso la puerta de la casa de mis
padres ya hay un taxi esperándome y me meto en el taxi calculando el tiempo
para llegar a casa. Me siento como un prófugo de la ley, como un espía, un
asesino a sueldo. Me siento excitado y a la par, acojonado. Aterrorizado. Le
doy la dirección de mi piso al taxista y le pido que sea ágil conduciendo. Él
bromea con que es algo de vida o muerte pero cuando le digo un “puede” él me
mira serio a través del retrovisor y alzo mis cejas, en señal de suficiencia.
El resto del recorrido lo hacemos en silencio hasta que llegamos a mi piso. Las
calles de Seúl se sienten un tanto extrañas. Hay gente pero no el alboroto
general que suele haber a las siete de la mañana. Los trabajadores cansados
siguen durmiendo, los peatones que hay alrededor son meros funcionarios
disfrutando del día un poco antes de la hora de comer. El cielo está
completamente gris, el sol no consigue penetrar con intensidad a través de las
nubes, pero no parece importarle a nadie. Las personas caminan con normalidad
portando unos abrigos cualquiera sin importarles lo más mínimos que no veamos
el sol desde hace días. Yo tampoco me preocupo. Tengo cosas mejores en las que
pensar.
Cuando llego a mi piso saco una maleta de debajo
de la cama y la pongo sobre esta, comenzando a llenarla con mis pertenencias
más básicas. Es una pequeña maleta común que uso cuando mi familia y yo vamos a
Busán de vacaciones, pero dado que nunca he salido de mi país nunca me ha sido
necesario. Meto en ella algo de muda, un par de prendas de ropa, algo de
invierno, algo de verano, dado que no he mirado el tiempo que hará allí,
zapatos, y un pequeño neceser con algo para la higiene personal.
A parte me hago con una pequeña mochila, la que
he traído de casa de mis padres puede servir, y meto en ella el móvil, el
ordenador, ambos con sus respectivos cargadores, todo el dinero en físico que
puedo coger y la tarjeta de crédito, el pasaporte, toda mi documentación y la
carpeta con la información de Jimin para tenerla bien a mano. No me olvido de
meter algún libro para leer en el viaje ni un pequeño diccionario de inglés que
me ayude en caso de no disponer de internet en mi teléfono. Cuando lo tengo
todo preparado me miro a mi mismo y me digo que la ropa que llevo es la
adecuada. Vaqueros negros, ajustados, un jersey gris algo holgado y un abrigo
negro con una bufanda gris alrededor de mi cuello. Nada extravagante. Simple,
conciso. Suficiente.
Salgo del piso asegurándome de que no
necesitaré nada y me aseguro de que dejo todo dispuesto. El par de plantas
sobre la ventana pueden morirse, me importa una mierda. Alrededor no hay nada
que llame mi atención en lo que respecta a llevármelo conmigo así que me decido
a salir por la puerta y cojo otro taxi que me lleve a la estación de trenes. El
tráfico ha aumentado considerablemente en estos últimos minutos pero nada que
me haga llegar tarde. Una vez en la estación me quito la bufanda y me acerco a
una de las ventanillas para pagar uno de los billetes. Me atiende un señor con
una camisa a rayas azul y blanco desteñido. Apenas han salido un par de trenes
y pareciera que su cara de cansancio es de un día entero trabajando. El hombre
me mira con ojos somnolientos, tal vez simplemente esté drogado.
—Un billete para el tren a Incheon de las ocho
y media. –El señor me mira, como si no me hubiese entendido bien, y acaba
asintiendo con una mueca cansada. Me extiende el billete y me señala unos
bancos al fondo de la estancia donde debo sentarme hasta que el tren arranque.
Camino mirando a ese hombre de reojo con una
mueca extraña y acabo negando con el rostro, completamente aterrorizado por la
sola idea de que un hombre como él sea el conductor del tren. Mientras me
siento en uno de los asientos de plástico color granate dejo mi maleta a mi
lado y saco el teléfono móvil para intentar entretenerme. Aún son las ocho y
cuarto y mi padre aun no me ha telefoneado. La sensación de alivio es inmensa
pero no total, creo que si no me llama al terminar el día será porque no
decidirá si desheredarme. Eso me da mucho más miedo que cualquier cosa.
…
El paisaje de las afueras de Seúl es una imagen
totalmente anodina. Los altos edificios han desaparecido y solo queda una
explanada de naves industriales y carretera. Mucha carretera por delante. A lo
lejos puedo ver varios campos de arroz y otros de trigo. Me gustaría pensar que
estoy alejándome a gran velocidad de la realidad, pero esta es cruel y se
atreve a penetrar en mí golpeándome con su verdad. Estoy huyendo de mi casa, de
mi hogar, no de mi realidad. La realidad es un estado permanente en el que vivo
siempre y cuando no me drogue, porque entonces se tiende a estirar y
distorsionar hasta romperse. Drogándome o besando sus labios. Sus cálidos
labios eran mucho peor que cualquier droga que haya consumido.
Antes de llegar a la estación de Incheon el
conductor avisa por radiofonía que estamos a cinco minutos de llegar a la
ciudad y yo reviso nuevamente mi teléfono móvil, un poco desazonado. Ya son las
nueve de la mañana y me entra un escalofrío cada vez que pienso que el sol ahí
en lo alto va a verme cruzar todo el mar para ir a Nueva York. Esa una
sensación del todo perturbadora porque a medida que el tren avanza me voy
sintiendo más pequeño y solo dentro de mi cuerpo. Las personas alrededor del
tren están cada uno sumergidos en su pequeño mundo pero a mí el mundo me
consume, está a punto de abofetearme cuando el tren poco a poco reduce su
velocidad y vamos entrando en las vías de la parada. Entramos en la estación,
el tren se detiene y minutos después nos hacen descender. Lo hacemos cada uno
ensimismados y cuando llego afuera y me quedo mirando alrededor me sobrecoge
una sensación de desesperación y miedo que me hace temblar.
Me acerco a la parada de taxi cerca de la
estación y le pido a uno de los taxistas que me lleve al aeropuerto. Lo hace
sin pestañear y con una rendición asombrosa. Sin una sola palabra durante el
trayecto, con una conducción excelente. Cuando llego le pago y salgo del coche
llevándome la maleta y la bolsa de viaje conmigo. Me adentro en el aeropuerto y
me encamino al mostrador de la agencia de viajes de mi compañía. En donde he
comprado el billete. Cuando espero una cola de al menos cinco minutos le doy a
la señora que atiende allí con el uniforme de la aerolínea, mi número de cuenta
y ella busca en su ordenador el pago que hice anoche comprando el billete de
avión. Me entrega el billete en físico y me señala la dirección a seguir para
embarcar.
—Puerta 33. Vaya deprisa, el avión despegará
pronto. –Me aconseja a lo que yo me agarro con fuerza a la maleta y camino a
prisa a través de la planta de aeropuerto hasta que diviso a lo lejos la
entrada a la embarcación.
El aeropuerto no está tan abarrotado como me
esperaba. Los aviones de primera hora de la mañana ya han salido con todos lo
que se esperaban pasar el día en otro lado y los de última hora aún no han
llegado. Sin embargo sí me choco con varios transeúntes a medida que me
desplazo a través de la planta y cuando encuentro la puerta de embarque la
azafata aún está atendiendo a algunos clientes. Nadie a destacar por lo que me
concentro en asegurarme que lo llevo todo encima y le doy el billete de vuelo a
la azafata que está en la puerta de embarque. Me coge el billete con una
sonrisa.
—Asiento 19, disfrute de su viaje. –Me dice en
un coreano poco fluido, dado que físicamente no es asiática y por sus
características faciales y su acento deduzco que es estadounidense.
—Gracias. –Le respondo en coreano y me adentro
por el pasillo hasta el avión. Cuando me encuentro una vez sentado en el
asiento lo primero que hago como he empezado a acostumbrarme a lo largo del
día, es mirar mi teléfono. Como no encuentro nada reseñable lo pongo en modo
avión y me pongo el portátil sobre las piernas. A mi lado se ha sentado un
hombre mayor de unos cuarenta años. Estadounidense a juzgar por la pequeña
chapa con esa bandera en su jersey de lana marrón. Barba cana, olor fuerte a
tabaco. Ni yo mismo me he olido hoy y probablemente huela a sudor y marihuana.
Niego con el rostro y mientras que él está leyendo un periódico online en una
tablet negra yo comienzo a hacerme a la idea del mapa de Nueva York y por donde
voy a tener que conducirme para llegar a la casa de Jimin. El señor mira mi
pantalla con una curiosidad infantil y cuando le pillo espiándome me sonríe y
abre sus ojos azules, sorprendido.
—¿Va a Nueva York? –Me pregunta en mi idioma.
Asiento. ¿Por qué si no iba a coger este maldito avión?—. ¿Capital o alrededor?
—Capital.
—Le recomiendo ir a Manhattan.
—No voy por placer. –Le digo y como un acto
reflejo suspiro, pensando que tal vez deba dar demasiadas explicaciones por mis
actos al regreso de casa.
—¿Trabajo?
—Más o menos. –Asiente, comprendiendo pero sin
comprender realmente y vuelve a su periódico. Yo miro por la ventanilla como
los técnicos terminan de revisar el avión y poco a poco nos movemos. Vuelve la
extraña sensación de empequeñecimiento. Vuelve el miedo. Vuelve el pánico.
Comentarios
Publicar un comentario