HEREDEROS (JiKook) [PARTE II] - Capítulo 4
CAPÍTULO 4
JungKook POV:
Llevo mis manos de nuevo al interior de la
pequeña bolsita de plástico transparente en donde la marihuana se distribuye en
pequeños cogollos verdes que me toca desmenuzar a mano con un esfuerzo
sobrehumano para la cantidad de alcohol que llevo ingerido. Me inclino en el
sofá con mis manos sobre la pequeña mesa para no desperdiciar una sola hebra de
maría. Me manejo sobre la propia papela con algo de tabaco desmenuzado ya sobre
ella. Al lado de todo esto encuentro un vaso medio vacío de coñac barato con la
botella en el suelo a mi lado. También a medio terminar. Un mechero perdido por
ahí, en la mesa. Un cigarrillo Lucky partido a la mitad y abierto en su
longitud, para poder acceder con más facilidad a su tabaco. Mirándolo más
detenidamente y con una cínica sonrisa me imagino que es un cadáver sobre una
metálica camilla, abierto en canal y con todos sus rogando descompuestos
esparciéndose por alrededor. La sangre goteando, la dulce esencia de su cuerpo
desaparecida.
Cuando tengo la maría desmenuzada, la coloco a
lo largo de la papela translucida y la mezclo con el tabaco ya ahí. Me tomo mi
tiempo porque comienzo a sentirme levemente mareado y atontado. La tele está
puesta en un canal cualquiera. No he caído en que he puesto la tele nada más
llegar hasta un rato después. De nuevo en mi piso necesito ahogar el silencio
con el sonido de la televisión aunque no sea más que la voz de un reportero en
el canal de noticias. Mi tristeza no se ha ahogado aún, la estoy poco a poco
matando con alcohol pero es fuerte, como yo, y aguanta todo lo que le echen con
tal de estar presente esta noche. La primera noche después de varias semanas
desde que Jimin se fue. Me consume el miedo, me consume el odio. Me están
devorando y por hoy los anestesiaré con un poco de marihuana.
Cuando tengo el tabaco repartido por toda su
longitud, cojo un trozo del cartón que conforma el paquete de tabaco y lo
moldeo para que tenga la forma redondeada de un filtro. Después lo enrollo todo
y paso mi lengua sobre la superficie pegadiza de la papela, humedeciéndola para
después enrollarlo todo y pegarlo, para que cree la forma del cigarrillo. Junto
con el mechero y la parte del filtro sobre mis labios enciendo el extremo
contrario y aspiro el humo dejándome invadir por su fuerza. Me golpea el pecho
y me hace toser a la primera calada. A la segunda es algo más sutil, más
delicado. Dejo escapar el humo por mi nariz y me dejo caer en el respaldo del
sofá, exhausto, cansado, con los ojos enrojecidos de haberme aguantado las
ganas de llorar y con la garganta dolorida, por el nudo que lleva varios días
ahí formado. Un cosquilleo comienza a invadirme, cosquilleo que mato con la
copa de coñac.
Cuando siento que el silencio no puede ahogarse
con la televisión ni con el tintineo del hielo en la copa decido levantarme de
mala gana para rescatar un cenicero y dejarlo junto con el cigarrillo sobre la
mesa. Me encamino a mi habitación y toparme con su semioscuridad me deja
levemente abstraído de toda realidad. Solo consigo ver el perfil de su cuerpo
tumbado sobre mi cama, su pelo esparcido sobre mi almohadón. Pienso seriamente
que debería cambiar las sábanas, tal vez quemarlas. Incendiar todo el piso y
comprarme uno nuevo, uno donde él no haya pisado, donde no haya dejado su
jodida presencia por todas partes. Juraría que aún puedo oír sus gemidos
ahogados por las mantas, por la línea de mi cuello. Sus manos presionándome la
espalda, los brazos, sus besos haciéndose paso a través de mi cuerpo.
De nuevo vuelvo a sentirme desesperado y agarro
con fuerza el libro que he venido a buscar y salgo del cuarto dejándolo atrás.
Sentirme fuera me hace querer no volver a regresar y la opción de dormir en el
sofá acaba de convertirse en una tentadora alternativa. Con el libro en mis
manos me desplazo de nuevo al sofá y me quito al fin la corbata y la tiro al
suelo junto con mi americana, arrugada y con los zapatos sucios de la lluvia en
el exterior. Me desabotono el primer botón del cuello y me quito el cinturón.
Aun así no puedo quitarme de encima el olor de mi oficina, no puedo quitarme la
sensación de unas manos desconocidas recorriéndome. Esa sensación no
desaparecerá jamás, y yo soy idiota esperanzado con que algún día se borren sus
recuerdos de mi piel. No me importaba hasta ahora, y eso es lo más doloroso. La
ciega mentira en la que he estado sumido mis últimos años de vida. Una dulce
mentira en la que me creía el centro de un mundo que no me pertenecía, yo siempre
he sido una propiedad de los demás, un mero objeto sexual. Una garantía, una
amenaza, un incentivo.
La mera idea es repulsiva y acabo llenando de
nuevo mi copa sin probar aún el nuevo contenido y le doy una larga calada al
cigarrillo sobre el cenicero. Lo dejo de nuevo en su sitio mientras suelto el
humo y comienzo a embriagarme con su olor, con su sabor, con las toxinas.
Alrededor comienzo a formar una atmósfera traslúcida, borrosa, emborronada. Eso
me ayuda a no ver con claridad, me ayuda a sentirme atontado y prefiero
rodearme de distorsión antes que de claridad. Abro el libro con una mueca
disgustada y comienzo a pasar páginas sin darme cuenta de que he cogido un
libro que no me acabara agradando. Las poesías de Verlaine. Pensé que era una
buena apuesta dejarme llevar por sus versos, pero al darme cuenta de que sus
poemas me recordaran a sus labios vocalizando sus palabras acabo
arrepintiéndome y comienzo a morderme el labio inferior, por el recuerdo de la
forma de sus jugosos labios hinchados después de varios besos pronunciando uno
de sus poemas. Estoy a punto de deshacerme en lágrimas pero me contengo y me
dirijo como un resorte gracias al recuerdo hacia el poema que él narró. Es una
sensación extraña en la que una parte de mi mente intenta disuadir su recuerdo
pero otra se lanza a la perdición con la mínima tentación, sin dejarme pensar
con claridad, prohibiéndome toda posibilidad de salvación.
Leo el poema y recuerdo su voz, el sonido de
las palabras pronunciadas por él, su entonación su cansada respiración después
del sexo, sus manos acariciando mis cabellos y mis lágrimas manchando su pecho
después de escucharle. Apenas soy consciente de que he roto a llorar y las
lágrimas comienzan a rodar a través de mis mejillas. En esta última semana he
llorado más que en mis últimos años de vida. Desde que he conocido a Jimin he
llorado mucho más de lo que esperaba de mí. De lo que se espera de un hombre como
yo. Me encantaría sentir que tengo la posibilidad de evitarlo pero llorar
parece ser lo único que me calma lo único que me relaja lo suficiente como para
conciliar un tedioso sueño en dónde puedo verle. Pero verle no significa estar
saciado, sino seguir acumulando un intenso odio latente.
Con una mueca desagradada paso las páginas
hasta el siguiente poema marcado y me imagino a Jimin con este mismo libro
leyendo igual que yo un poema que carece de todo sentido si no se le da una
interpretación personal. Cuando llego al poema, al principio lo leo como suelo
hacer, con una mueca de hieratismo, pero acabo cayendo que hay unas cuantas
palabras subrayadas. Palabras al azar. Palabras que yo no recuerdo haber
subrayado.
Tú crees en el ron del café, en los presagios.
“Tú
crees en el ron del café, en los presagios,
y
crees en el juego;
yo no
creo más que en tus ojos azulados.
Tú
crees en los cuentos de hadas, en los días
nefastos
y en los sueños;
yo
creo solamente en tus bellas mentiras.
Tú
crees en un vago y quimérico Dios,
o en
un santo especial,
y,
para curar males, en alguna oración.
Mas yo
creo en las horas azules y rosadas
que tú
a mí me procuras
y en
voluptuosidades de hermosas noches blancas.
Y tan
profunda es mi fe
y
tanto eres para mí,
que en
todo lo que yo creo
solo
vivo para ti.”
Con una mueca vuelvo a releer el poema y me
quedo largo tiempo pensativo en la posibilidad de que haya sido yo quien haya
subrayado aquellas palabras. Dado el estado en el que me encuentro mi memoria
no funciona con agilidad para cosas como estas y acabo cayendo en que no están
subrayadas al azar. Por si solas, las palabras no tiene ningún sentido, pero al
igual que en un juego, si las leo de seguido consigo que surja una frase un
tanto simple y concisa que por ella sí tiene sentido, aunque lo que quiere
decir, no me hace demasiada gracia.
“Tú crees en tus cuentos nefastos y en tus
bellas mentiras. Yo creo en ti”
Puede tomarse como un resumen del significado
original del poema o la interpretación de una segunda persona que ha visto la
oportunidad para dejarme un mensaje. Un evidente mensaje que ha acabado por
gritar a los cuatro vientos sin necesidad de escribírmelo en un poema. Me
imagino las manos de Jimin con un pequeño lápiz delineando y subrayando las
palabras con cuidado, pensativo, totalmente absorto y dentro del poema. Mis
manos queman sobre la tapa del libro, me duelen, arden. Tiro el libro lejos de
mis manos y acaba cayendo a través de la mesa al suelo tirando también el vaso
de coñac al suelo. El cigarrillo humea en el cenicero, los hielos resbalan a
través del líquido esparciéndose por el suelo.
—¡Mierda! –Grito frustrado por la necesidad que
tengo ahora de limpiar el suelo y me llevo el antebrazo a mis ojos para
cerrarlos y suspirar largamente mientras apoyo mi cabeza contra el respaldo.
Duele. Me duele el alma, el corazón, la vida.
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