HEREDEROS (JiKook) [PARTE II] - Capítulo 3

 CAPÍTULO 3


JungKook POV:

 

El dolor comienza a hacerme sentir escalofríos a través de mi cuerpo. Es un dolor punzante, descuidado, totalmente voluntario no por mi parte. Con los ojos cerrados me agarro a las cintas negras que recubren mis muñecas y se extienden hasta el cabecero de la cama que lleva varios minutos rebotando contra la pared. Unos barrotes de color negro con formas sinuosas que me recuerdan a las puertas metálicas de las verjas en grandes casas de pueblo. No es un cabecero bonito, es un simple metal retorcido. El sonido de los golpes en la pared sigue el ritmo de las embestidas y estoy por jurar que ha llegado a desprender parte de la pintura en la pared por el metal golpeándolo repetidas veces. Me agarro con fuerza al cabecero en donde las cintas en mis muñecas están atadas, en el punto medio. Bajo mi cabeza y me dejo ahogar levemente amortiguando el sonido de mis gemidos doloridos.

Mi cuerpo desnudo, a cuatro en una cama y con mi espalda curvada por mi cabeza en la almohada. Unas manos desconocidas sujetando con firmeza y posesividad mis caderas me impulsan hacia atrás haciendo él el mínimo esfuerzo. Siento mis rodillas cansadas, mi espalda dolorida por la postura, mis caderas amoratadas por la presión de sus dedos en ellas. Aun me duran los estragos de la última vez y mi piel está aún convaleciente pero eso no parece importarle, más bien pareciera que es un aliciente para explayarse con su dureza. Cierro los ojos y abro mis labios, comenzando a gemir fuera del almohadón de esta lúgubre habitación de hotel. La lámpara en su máximo esplendor no deja una sola zona sin iluminar, sobre nosotros, muestra el esplendor de mi cuerpo sumiso a unas manos desconocidas. Apenas le he mirado a los ojos, él tampoco me ha dado el tiempo.

Me giro levemente y miro de reojo a la persona detrás de mí. Un hombre mayor de alrededor cincuenta años con el traje todo revuelto y con la camisa desabotonada. No se ha desprendido ni de la americana sobre sus hombros, pero sí me ha dejado alrededor de media hora besuqueando su pecho flácido y con olor a naftalina. Probablemente sea de su traje, o de su propia piel. Al mirarle él me devuelve la mirada. Una mirada de ese rostro arrugado y de pelo cano. De ojos entrecerrados, de labios finos y mustios. Me sonríe con cinismo y yo acabo retirándole la mirada, terriblemente avergonzado por él y conmigo mismo. Sus manos son fuertes, siento sus uñas clavarse con insistencia sobre mi piel. Su miembro está duro pero la piel de su pelvis golpeándome el trasero se nota blanda, colgante, asquerosa, sudorosa, repulsiva. Me embistie contra ella y yo cierro los ojos con fuerza. Su miembro dentro de mí no consigue golpear mi próstata, dentro se revuelve con nerviosismo. Sus suspiros comienzan a prever el orgasmo y comienza a embestirme con más fuerza. Apenas me ha preparado, no estaba lubricado, me duele cada vez que intenta profundizar en mí y no me veo recompensado con una sola pizca de placer.

Yo vuelvo a hundir mi cabeza en el almohadón y comienzo  a fantasear en la idea de que es Jimin quien está sujetándome, esperando así hacer el momento mucho más ameno y al menos deshacerme de la idea de que un desconocido está profundizando en mi interior con su pene. Me muerdo el labio inferior y comienzo a imaginarme que son sus manos las que me sujetan con autoridad, su pene el que me está avasallando. Los suspiro, las embestidas. Su olor alrededor. El dolor en mi pecho es mucho más grande que cualquier otro dolor físico tan solo por traer a mí su recuerdo y más en un momento como esté. Estoy a punto de llorar y como un impulso susurro su nombre entre gemidos de dolor.

—Jimin… Jiminiee…

—¿Jimin? –Pregunta la voz del hombre detrás de mí. Una voz grave y carrasposa, que me hace salir de mi ensoñación. Yo me giro un tanto avergonzado, con las mejillas ardiendo, pero a él no parece importarle. Se ríe con un deje divertido—. Llámame como quieras, pequeño conejito. –Suspira y yo vuelvo a hundirme en la almohada, pero él evita que lo haga cogiéndome del pelo y levantado mi rostro, tirando de él para erguir mi espalda y hacer que retroceda sobre su pelvis. Yo comienzo a gritar por el dolor del tirón y apenas puedo defenderme con mis manos atadas al cabecero. Él me embiste con más fuerza, tal vez resentido porque le haya llamado por otro nombre o porque esté a punto de llegar al límite. Con su otra mano en mi cadera me da una fuerte nalgada y grito aun más alto, dolorido a la par que sorprendido.

—¡AH! –Me quejo y eso tan solo es un estímulo. Cuando está al límite se queda en mi interior, sujetándome del pelo con fuerza haciéndome curvar mi espalda y se corre en mi interior despacio, con un semen denso y caliente invadiéndome. Comienza a gotear a través de mi entrada y resbala con lentitud por mis muslos. Él suelta mi pelo y dejo caer mi cabeza en la almohada. El hombre no puede resistirse a contemplar unos segundos la escena una vez ha salido de mí y mete sus dedos en mi interior haciéndome gemir nuevamente por la impresión. Se degusta con ella unos instantes hasta que su erección desaparece completamente y después me suelta las muñecas y se sienta en el borde de la cama para acicalarse la ropa. Yo aun tardo unos segundos en recomponerme y sentarme en medIo del colchón sintiendo mi trasero doliente. Me llevo una de mis manos a mi pene dormido y me cubro con ella unos segundos, acariciándome, sintiéndome tremendamente sucio y asqueado—. Dije que tenía que hacérmelo con condón. –Me quejo mientras frunzo el ceño y alcanzo mi americana colgada del cabecero poniéndomela sobre los hombros.

—Cállate. –Me escupe con una mueca desagradada mientras se abotona los botones de la camisa—. Si te ha encantado. –Me excusa y se incorpora mientras me devuelve la ropa que ha dejado esparcida por el suelo. Me la tira al regazo y yo comienzo a vestirme, tremendamente avergonzado.

—No es usted con el único con el que me acuesto. –Le digo y no parece importarle. Se encoge de hombros.

—Cómo iba a perderme la sensación de tu culo… —Suelta—. Además, ya sabías lo que te estabas jugando…

—¿Aceptará entonces nuestra oferta?

—Eso no te incumbe. –Me dice mientras me lanza una mirada seria y autoritaria. Yo comienzo a ponerme la camisa—. Eso es algo que hablaré con tu padre mañana.

—Yo seré propietario cuando mi padre me ceda la empresa. –Le digo pero es más un susurro interno. Algo que debo recordarme. El hombre no parece darle importancia y se termina por vestir incorporándose y recogiendo sus pertenencias de la mesilla al lado de la cama.

—Vamos muchacho, date prisa, no tengo toda la noche. –Me dice y yo asiento metiéndome en mis pantalones y colocándome la americana. Después los zapatos y me coloco la corbata. Cuando estoy listo me sujeta por el brazo y camina tirando de mí fuera de la habitación, susurrando un “maldito mocoso” mientras se queda a mi espalda candando la habitación con llave. Después caminamos en silencio por todo el pasillo del hotel. Todo alrededor huele a desinfectante y humedad de la alfombra en el suelo. Nos introducimos en el ascensor y el silencio en este espacio reducido se vuelve mucho más incómodo. Aun tengo la sensación de tenerle dentro y de su semen goteándome por las piernas.

Al salir del ascensor me miro de reojo en el espejo del recibidor  mientras el hombre devuelve las llaves de la habitación al recepcionista y al verme en mi propio reflejo me quedo un tanto conmovido. La caída en la forma de mis ojos, la tristeza de mi mirada. Me veía más digno que eso, pero me temo que este rostro me lleva varios días persiguiendo y es algo que no puedo quitarme de encima. Duele demasiado, duele verme en este estado y sin embargo una parte de mí sabe que me lo tengo merecido. Me veré derretir frente al espejo, veré mi piel fundirse como la cera de una vela hasta quedar en mi calavera intacta para darme cuenta de que estoy pagando por mis pecados, por el mal que le he hecho al resto del mundo, a Jimin, y a mí mismo sin querer afrontarlo.

Mis labios están levemente hinchados, mi pelo un poco revuelto. Mi traje arrugado. Mis manos tiemblan y tengo que meterlas en los bolsillos de mi pantalón. Suspiro largamente mientras el hombre y el recepcionista hablan en forma de una despedida animada, y por esta intuyo que ya deben de conocerse, y desvío la mirada a mis zapatos en el suelo. Me quedo mirándolos tan solo por evitar mirar a cualquier otro lado y solo entonces me doy cuenta del daño que me estoy haciendo. De que la imagen de mi rostro me perseguirá  a donde quiera que vaya, sea a donde sea que mire, a quien mire verá en mí el mismo degradado rostro que yo porto. Vuelvo a mirarme en el espejo y veo el rostro de Jimin mirándome mientras niega con el rostro y suelta chasquidos con su lengua, de desaprobación. Yo bajo el rostro, avergonzado pero sigo oyéndole decir que me merezco más. Sus palabras de la nota aparecen. Dignidad, ética, moral.

Recuerdo las palabras de Jimin: Un día te mirarás frente al espejo y te darás cuenta que no ha valido la pena seguir adelante, porque pensando que llegarías a ser una obra de arte te has quedado en una mera copia sin valor.

Miro alrededor pero no las encuentro en ningún lado e incluso parecen desaparecer de mi registro cuando el hombre me señala con la mirada la salida y le sigo sumiso paso a paso hasta la entrada del hotel. Una vez allí se me queda mirando de arriba abajo con suficiencia y conocimiento de lo que acabamos de hacer y me estrecha la mano, en forma de una despedida convencional.

—¿Te pido un taxi? –Me pregunta cortes. Más educado que preocupado.

—No, no voy a casa. –Digo y él me mira con una pícara sonrisa en los labios.

—¿Más trabajo?

—No. –Sentencio y me devuelve una mirada altiva.

—Bien, entonces hasta la próxima. –Me dice guiñándome un ojo y se gira para desaparecer calle abajo. Yo me giro en dirección opuesta y camino calle adelante hasta que me topo con el primer bar y entro sin pensármelo. Tal vez entre el cálido abrazo de un whiskey encuentre el recuerdo más cálido de Jimin, donde pueda descansar tranquilo. 

 

 

 

 

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