HEREDEROS (JiKook) [PARTE II] - Capítulo 2
CAPÍTULO 2
JungKook POV:
Me paso la mano lentamente por el cuero
cabelludo, desplazando mi flequillo a un lado y cerrando los ojos, sintiendo la
dolorosa sensación de que el nudo en mi garganta quiere liberarse en forma de
llanto. Sentado en el sofá con la nota en la mano no puedo controlar por más
tiempo mi dolor y cierro el puño en el que tengo la nota oyendo como el papel
se deforma hasta arrugarse en una pequeña bola que tiro por alguna parte del
suelo. Me llevo las manos a los labios, me curvo el rostro, respiro tranquilamente
intentando aparentar que nada malo sucede, convenciéndome de que no está mal lo
sucedido y de que, de alguna forma, sabía que esto iba a llegar. Pero la
frialdad con la que ha desaparecido, la incomunicación y la sentencia de que no
vamos a volver a vernos escrita de forma indirecta entre línea y línea, me hace
pensar que esto no ha sido algo voluntario. De que hay algo que no me ha
contado y de que no estaba pensado. Sin embargo, cuando más lo pienso, más creo
que es algo tremendamente meditado. La forma en la que me pidió que hiciésemos
el amor anoche, cuando me dijo que me quería, cuando me pidió que hablásemos de
Tiziano. Aun recuerdo cuando le confesé que me gustaba hablarle sobre arte y
recordarle pedírmelo me hace sentir que solo intentaba complacerme. Una última
charla, un último momento de placer. Me muerdo el labio y cierro los ojos
despidiéndome de la idea de volver a tenerle a mi lado y me levanto del sofá
recogiendo el sushi por el suelo y junto con las otras dos bandejas lo tiro todo
a la basura, asqueado con la sola idea de que he comprado esto para ambos.
Me interno en la habitación y me quedo largo
rato pensativo, el rostro de mi padre aparece de la nada. Su expresión
despreocupada, la forma en la que ha mirado mi comida en la bolsa. En cómo me
ha sonreído, despreocupado. En la que me ha dejado ir sin más. Con una
expresión confusa en el rostro regreso al salón, rescato la nota del suelo y me
la meto en el bolsillo del pantalón. Me pongo el abrigo y con las llaves de
casa en la mano salgo por la puerta con un sonoro golpe estimulado por el
estado de nervios que empieza a carcomerme lentamente por dentro. Bajo a toda
prisa por las escaleras y solo cuando llego a la calle noto que no me he puesto
bufanda y que la intensidad del viento ha aumentado considerablemente. Mis
mejillas ardiendo no lo notan, mis manos hechas puños me controlan y camino a
prisa hasta la primera parada de taxi me monto en uno de ellos casi sin pensar,
sin caer en que mi padre puede que aún no haya regresado a casa, que él no
tenga nada que ver. Me importa lo más mínimo. Le doy al taxista la dirección y
este conduce mirándome de vez en cuando por el espejo retrovisor. Hace el amago
de preguntarme si me sucede algo malo porque ha debido notar algo extraño en mi
expresión pero yo me limito a negar con el rostro, no queriendo contestar nada
que me obligue a vocalizar y me apoyo en la ventanilla mientras llevo mi mano a
mis labios, mirando a través del cristal los transeúntes caminar.
Los semáforos hacen que la luz dentro del coche
cambie de un rojo intenso a un verde llamativo. La luz de los frenos de los
coches anteriores y posteriores por igual nos invade con su luz. El olor dentro
del taxi comienza a ser desagradable, un fuerte olor a gasolina, cuero de los
asientos y marihuana por algún lado. El olor corporal del conductor me llega
como leves oleadas que me hacen sentir náuseas. Tal vez se deban a mis nervios,
pero prefiero pensar que estoy calmado para al menos aparentarlo aunque sea un
rato.
Cuando llegamos a las puertas de la casa de mis
padres me bajo del taxi pero el hombre me detiene antes de desaparecer, dado
que no le he pagado. Apenas he caído en ello, acostumbrado como estoy, a los
choferes de mi padre.
—¿Va a volver?
—Sí, apenas tardaré unos minutos, espéreme
aquí. –El taxista asiente y se queda mirando alrededor, quedado impactado por
mi casa. Yo ruedo los ojos y traspaso la valla mientras me cuelo por el jardín.
El guardia de seguridad me reconoce y no dice absolutamente nada pero la forma
en la que camino y mis puños apretados me hacen tener una impresión enfadada y
arremetedora. No me importa en absoluto. Me encamino a través del jardín para
desembocar en la puerta de la casa. Como tengo llaves meto una de estas en la
cerradura y entro a tropel sorprendiendo a uno de los criados que camina de un
lado a otro con unas mantas recién lavadas. Este me mira, me saluda con una
inclinación de cabeza, pero mi grito le hace retroceder asustado.
—¡¿Dónde está mi padre?! –El hombre en traje se
gira con el rostro hacia las escaleras señalando el despacho de mi padre con la
mirada pero yo frunzo el ceño y saco del bolsillo de mis pantalones la nota—.
¡Dile a mi padre que baje de inmediato! –El hombre se me queda mirando un tanto
asustado y deja las sábanas limpias sobre una mesa en el recibidor al lado de
las escaleras y sube estas a prisa agarrándose de la barandilla con una mano.
Yo frunzo el ceño pero antes de lo que espero y antes de que el sirviente
llegue arriba del todo, ya oigo a mi padre descender.
—Ya te he oído llegar. –Dice mi padre, bajando
por su cuenta sin haber sido aún llamado—. En su rostro no se refleja la
preocupación que le deberían haber inducido mis gritos, ni tampoco una sorpresa
por el que esté yo aquí. Eso me hace sentir tremendamente idiota e impotente—.
¿Qué ocurre a estas horas? ¿No deberías estar en casa? –Me pregunta con una
asquerosa e hipócrita sorna de un hombre conocedor ya de mis motivos para estar
aquí.
—¿Vas a explicarme qué diablos significa esto?
–Le pregunto una vez está frente a mí al haber descendido por las escaleras y
le golpeo el pecho con la nota que me ha dejado Jimin. No le hace falta leerla.
Deduce lo que es por sus características. Un papel escrito. Una nota.
—¡Ah! –Se sorprende, como si cayese en lo que
es—. Ya veo…
—¿Sabes lo que es?
—¿Vienes a pedir explicaciones sobre lo
sucedido o porque no entiendes la letra? –Me dice mientras me devuelve la nota
y yo me quedo mirándola, estupefacto.
—¿Qué diablos tienes tú que ver con esto?
¿Dónde está Jimin?
—¿Estaba en tu casa? –Pregunta con una sorpresa
fingida y yo cierro mi puño con fuerza, arrugando de nuevo el papel bajo mis
dedos.
—¡No te hagas el idiota! ¡Sé perfectamente que
lo sabías y que algo has hecho! –Mi padre borra la sonrisa y la expresión
infantil de su rostro para mostrarse serio y adulto, como cansado de la
discusión que apenas acaba de empezar.
—Ese imbécil era un estorbo. –Sentencia y se
gira caminado hacia el salón, como dando por terminada la conversación, pero mi
madre baja por las escalaras en bata, alarmada. Seguramente ya estaba en la
cama.
—¿Hijo, qué haces aquí a estas horas?
—¡No se meta, madre! –Le grito a lo que ella se
queda petrificada en las escaleras con una mano sujetando su bata en la pechera
y otra en la barandilla. Yo camino tras los pasos de mi padre hacia el salón
donde le veo dirigirse al mini bar—. ¿Qué le has hecho? ¿Esto lo has escrito
tú? –Le pregunto enseñándole la nota arrugada en mi puño. Él no me mira.
—No, lo ha escrito él. –Dice, serio y seguro.
—¿Por qué iba él a dejarme?
—¿A dejarte? Maldita sea Jeon, no era tu novio.
Solo estaba ahí viviendo contigo. Le importabas una mierda, Jeon. –Dice mi
padre y yo niego con el rostro, sintiendo un gran nudo creciendo en mi
garganta.
—Eso es mentira. No se ha marchado por su propia
voluntad. ¿Qué le has hecho?
—¿Yo? –Pregunta victimizándose.
—¡Sí! ¿Quién si no iba a hacerlo? ¿Qué diablos
significa esto? ¡Dame una maldita respuesta! —No es hasta que mi padre se ha
servido una copa de whiskey que no me mira, pega un largo trago y tras sentirse
aliviado por el alcohol, habla.
—Estás mejor sin él. Solo te quería por el
interés. –Dice, con un deje de tristeza pero en su mayor parte muestra una voz
seria e hierática.
—Eso es mentira. –Digo.
—Toda la vida engañando a la gente, Jeon. Toda
tu puta vida engañando a la gente y no sabes ver cuando alguien te está
mintiendo a ti a la puta cara. –Escupe.
—Él y yo… él es mi amigo.
—Estaba sin un centavo, sin comida que llevarse
a la boca. Eras el idiota perfecto para aprovecharse de tu generosidad.
—¡Es mentira!
—Claro que no lo es. En cuanto le ofrecí un
puesto de trabajo y una casa no tardó ni veinticuatro horas en hacer la maleta.
–Dice mi padre y acto seguido se encoge de hombros. Yo me quedo paralizado.
Siento los pasos de mi madre acercarse hasta la puerta del salón pero yo he
perdido la noción del espacio y del tiempo. El nudo en mi garganta quema, mi
cabeza va a explotar de un momento a otro y mi mano se cierne con más fuerza
sobre el pedazo de papel. Aprieto mi mandíbula, cierro los ojos.
—Eso es mentira. –Susurro.
—¿Dudas de mis palabras? –Pregunta indignado y
se conduce fuera del salón. Yo le sigo dejando a mi madre atrás y mientras nos
conducimos a su despacho. Yo poco a poco voy negándome a mí mismo que no es
cierto, que nada de lo que está diciéndome es verdad. A mi mente acuden los recuerdos de los labios de Jimin sobre
los míos, de las yemas de sus dedos sobre mi piel del dolor en mi pecho—. Aquí
lo tienes. –Dice mi padre entrando en su despacho y sacando de su cajón en el
escritorio una carpeta de color beige. Me la extiende con un golpe seco y yo la
cojo para mirar dentro, encontrándome con el contrato de trabajo firmado esta
misma mañana y el nombre de Jimin y su foto me sorprende con una dolorosa
punzada en el pecho.
—¿Le has ofrecido trabajo en nuestra empresa?
—¿En mi empresa? –Aclara—. Sí.
—¿Dónde está?
—¿Quién?
—Jimin, maldita sea.
—En un pequeño piso de un bloque en Estados
Unidos. –Me quita la carpeta de las manos y yo le miro, completamente
paralizado—. Ahora mismo debe estar llegando, si tengo bien el reloj. –Dice
mirándose el reloj de pulsera—. Va a cumplir el sueño americano… —Dice
bromeando y yo suspiro largamente, cargándome de paciencia.
—¿Dónde está? Sé más concreto.
—Jeon… —Suspira paternofilial—. Se acabó. Te ha
dejado. Ya no hay más que hacer. Ha decidido dejarte atrás para comenzar una
nueva vida.
—Es… es mentira. –Susurro, ya sin voz.
—Oh, vamos Jeon. No seas así. Asume que te han
engañado. ¿No lo ves? Te aprovechas de él y ahora él te la ha jugado. No pasa
nada, mi niño… gajes del oficio. –Yo bajo mi rostro y comienzo a suspirar
intentando contener el llanto—. Fue ofrecerle el puesto de trabajo y aceptarlo
sin miramientos.
—¿Por qué lo has hecho?
—Porque es lo mejor para los dos. Él nunca
habría encontrado trabajo si no le hubiese contratado yo, además, le debo mucho
por su colaboración a mi empresa y tiene un buen curriculum. Estaba
desperdiciado. En respecto a ti, mi amor, no te estaba haciendo bien estar con
él, y ambos lo sabemos. Estabas descuidando tu trabajo, estabas a punto de
tirarlo todo por la borda. –Me muerdo el labio inferior con la cabeza gacha—.
Déjale ir, mi pequeño. Es lo mejor para él. –Asiento con las lágrimas aflorando
de mis ojos y sintiéndolas resbalar por mis mejillas despacio, sin prisa. Tiro
de mi nariz, mis hombros comienzan a convulsionar.
Mi padre chasquea la lengua y camina hasta
queda frente a mí, posa una de sus manos sobre mis hombros y suspira,
largamente mientras me siente temblar. Acaba cediendo a abrazarme y comienza a
negar con el rostro.
—Mi pequeño, no llores. Él solo estaba
engañándote. Menos mal que tienes a tu padre…
—Lo siento, padre.
—No pasa nada. –Sus brazos me reconfortan, me
dejo abrazar por ellos y escondo mi rostro en la línea de su hombro. Mis
mejillas arden, me siento como un completo idiota, como un niño mimado al que
han estafado. Con el paso de los segundos voy empeorando mi estado de nervios y
la ira poco a poco se convierte en un tranquilo y profundo odio. La vergüenza
contribuye como un estimulante. El dolor en mi pecho es solo una extraña
sensación de abandono que va instalándose poco a poco en un pequeño rincón de
mi alma, en una pequeña parte de mí de donde no creo que quiera desaparecer. Me
sumerjo en el llanto de varios minutos sollozando. En una desesperación que me
avisa de una futura depresión no muy lejana—. Puedes quedarte aquí a dormir, mi
pequeño. –Yo asiento, dolorido y temeroso de volver a mi piso. Esperaré el
tiempo suficiente como para su presencia se haya ido por completo de allí. No
podría continuar en esa casa con su olor alrededor.
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