HEREDEROS (JiKook) [PARTE II] - Capítulo 11

 CAPÍTULO 11


JungKook POV:

 

La calle es tranquila. Más de lo que habría esperado en un día de fiesta pero es comprensible cuando veo la mitad de los comercios cerrados y el tráfico en su nivel mínimo de circulación. A su lado por la acera es una sensación extraña. Es como una burla a todas estas semanas de añoranza de su presencia. De vez en cuando nos miramos pero no nos sentimos avergonzados ni inquietos. Más bien la confianza que tenemos nos ha borrado todo rastro de vergüenza e incomodidad. Es más bien como un extraño reencuentro entre viejos amigos que no termina por encajar. Dejamos las piezas tal como están, por miedo a estropearlo más y desfigurar aun más la del rostro que nos muestra el puzle.

Las diez de la mañana y el sol comienza a tornarse un poco intenso. Yo, vestido con una camisa blanca y unos pantalones de traje camino con una americana inservible bajo el brazo mientras que él ha optado por algo más informal y se conforma con unos vaqueros rotos en las rodillas y en los muslos y una blusa de color blanco que se abre en forma de pico en su cuello, dejándome ver de vez en cuando alguna de sus clavículas. La imagen se me hace familiar, me surge una incómoda añoranza. Sobre sus hombros una chaqueta negra, ligera, sin un corte recto y preciso como sería una americana. Es sin duda ropa nueva. No reprimo la pregunta.

—¿Ropa nueva? –Pregunto sin mirarle y él se mira a sí mismo, asintiendo.

—Sí. Aquí en Estados Unidos no me dan una paga mensual sino cada dos semanas. Cobré la semana pasada así que lo primo que he comprado ha sido algo de ropa. He dejado mucha en Seúl y necesitaba algo más elegante que unas sudaderas. –Asiento, pensando que con un “sí” habría sido suficiente para comenzar una conversación pero que se haya explayado de una forma tan natural me hace sonreír.

—Te queda muy bien. –Digo y él sonríe, agradecido—. He estado informándome sobre tu nuevo trabajo aquí. –Digo, y al segundo me arrepiento dado que he sonado como si estuviera investigándole—. He visto que te han añadido en el comité de recursos humanos como coordinador.

—Sí.

—¿Qué tal es tu trabajo?

—¿La verdad? Genial. –Asiente, ilusionado. Más de lo que habría esperado. Más de lo que me habría gustado ver en él.

—¿De veras?

—Sí. Es un trabajo muy tranquilo. Me encargo de dar mi opinión como gestor de empresas y colaboramos para que los trabajadores se sientan más a gusto en su puesto de trabajo y así sacar el máximo rendimiento.

—¿Y qué tal es el ambiente de trabajo?

—Muy bueno. No ser “El hijo del jefe” te hace ver las cosas desde otra perspectiva. Ya no te miran con miedo ni con condescendencia. Eres uno más del equipo y saber que he estado trabajando en la empresa de la competencia me ha hecho tener un mejor estatus. Todos me miran como ese enemigo que se ha pasado al bando de los buenos.

—¿Sí?

—La verdad es que todo el equipo nos llevamos muy bien. –Asiente, sentenciando su respuesta.

—¿Y ese chico rubio con el que te vi? –Pregunto a lo que él tiene que hacer un esfuerzo mental para saber en qué momento pude verle yo con esa persona. Acaba asintiendo y sonriéndome con una expresión embobada que me hace hervir la sangre.

—Es Dilan, un compañero del equipo.

—¿Es bueno contigo? Mira que soy el hijo del jefe y puedo hacer que le despidan... –Amenazo en broma a lo que él me mira serio y ofendido.

—No hagas eso. –Me riñe y yo le aparto la mirada, sorprendido por su actitud—. Es muy feo.

—¿Feo?

—Usar tu poder sobre la gente para aterrorizarlos. –Dice en un susurro.

—Solo era una broma.

—Pues no me ha hecho gracia. –Hace un puchero y yo siento como mis defensas se deshacen como un helado bajo el sol.

—Lo siento. –Suspiro yo con otro puchero a lo que hace que él cambie el tema de conversación para no volvernos a estancar en una discusión permanente, y menos ahora cuando estamos paseando con la inocente intención de despejarnos. Nos encaminamos al Washington Square Park.

—¿Qué tal tú en tu empresa…?

—Bien. Como siempre.

—Eso de “como siempre” no es muy bueno…

—Ya sabes. No sé qué quieres que te diga.

—Solo dime si todo está bien. –Me pide mirándome a los ojos.

—Todo está bien, hyung. Bien. –Asiento seguro a lo que él asiente, conforme.

Pasados unos minutos en silencio llegamos al parque pasando por debajo de un arco del triunfo. Obviamente es neoclásico pero eso lo torna de mucha más elegancia y limpieza. La piedra está perfectamente adosada y su primera impresión es inmejorable. Pasamos por debajo observando la bóveda desde abajo y yo me quedo mirándolo igual que él, con una expresión divertida y algo atontada. Sonrío solo por lo que significa estar realmente en Estados Unidos y acabo cediendo al turismo mirando alrededor y comenzando a apreciar la belleza de este lugar. La fuente central del parque expulsa un alto chorro de agua y alrededor, unos pequeños niños se divierten empapándose. Se nota que es un día festivo porque aquí debe estar toda la gente acumulada que no estaba saturando las calles antes. El sonido de los pasos de las personas, las conversaciones lejanas. El sol con su luz amarillenta tras una nube saliendo es una escena del todo primaveral, junto con el florecimiento de los árboles alrededor del parque y el calor en mis mejillas. Cuando vamos acercándonos poco a poco a la fuente puedo ver cómo tanto niños como algunos adultos están bajo esos chorros de agua simplemente apreciando la situación del momento. Yo miro a Jimin que mira con una sonrisa divertida a los niños en esa fuente y se me ocurre una idea del todo kamikaze que me puede costar dormir en el felpudo.

—¿Quieres darte un baño, Jimin? –Le pregunto con una voz melodiosa y él me mira deshaciéndose de la sonrisa en su rostro y negando con este mientras retrocede un paso pero yo me abalanzo a abrazar su cintura y cogerle en mis brazos a lo que él no para de revolverse mientras comienza a montar un escándalo infantil que me hace reír.

—¡Bájame! ¡Soy tú hyung, obedéceme! –Patalea y acabo cediendo dado que la risa que me produce se lleva todas mis fuerzas para seguir manteniéndolo en mi agarre. Cuando le bajo me golpea el brazo con un puchero en los labios y yo me llevo una mano al vientre, por la risa. Acaba riendo también de verme reír y acaba tirando de mi brazo para que sigamos caminando.

Continuamos rodeando la fuente y divisamos a lo lejos un puesto de comida ambulante que nos llama con sus llamativos carteles. Un puesto de helados de yogurt y fruta. Jimin recae en mi mirada y señala el puesto, con una mueca ilusionada.

—¿Quieres? –Asiento de forma un infantil y comenzamos a caminar en dirección a él pero siento una vibración en el bolsillo de mis pantalones y doy un respingo haciendo que Jimin se detenga unos pasos más adelante. Al sacar mi teléfono móvil veo que es mi padre quien me llama y le miro con una mueca triste.

—Ve tú, ahora te alcanzo. –Le digo señalando el puesto de comida y él asiente mientras desaparece en la dirección. Yo me doy la vuelta y descuelgo el teléfono, llevándomelo a la oreja y respirando con tranquilidad. Mi padre contesta al otro lado.

—¿JungKook? –Pregunta.

—¿Sí, padre?

—Ya he visto el pago que has hecho con la tarjeta para el vuelo del lunes.

—No había uno más pronto, lo siento.

—Ya, no pasa nada. No llamaba para eso, la verdad. He estado mirando el resto de los pagos…

—¿Y?

—No hay más pagos.

—¿A qué se refiere?

—¿Dónde has dormido? No has pagado el alojamiento con la tarjeta de crédito…

—Ah, eso. –Suspiro pensando en una excusa pero no hay mejor excusa que la verdad y tampoco es que él pueda hacer nada ya—. He dormido en la casa de Jimin. –Mi padre se queda unos segundos en silencio.

—¿Con él?

—Sí, pero en el sofá. –Aclaro pero al hacerlo me hace sentir sucio.

—¿Y qué te ha dicho? ¿Por qué diablos no has dormido en un hotel?

—Era tarde y él me ofreció dormir en el sofá.

—¿Te lo ofreció él?

—Sí, padre, se llama educación.

—Hijo, por el amor de dios, no te dejes embaucar otra vez por él.

—No padre, tranquilícese. Esta será la última noche. Mañana de madrugada volveré. Lo prometo. Ya no hago nada aquí.

—¿Acaso te ha recibido con los brazos abiertos?

—Yo diría que está asqueado de que esté aquí. –Suspiro a lo que mi padre parece tranquilizarle un poco y acaba despidiéndose.

—Está bien, hijo. Vuelve mañana eh… —Jimin aparece por mi espalda con dos vasos de yogur helado y me extiende uno con una sonrisa a lo que yo lo acepto y me despido de mi padre.

—Sí, padre. No se preocupe. Regresaré mañana. –Cuelgo la llamada y Jimin me mira con una mueca preocupada.

—¿Todo bien? –Asiento con una sonrisa.

—Todo bien. –Me guardo el teléfono móvil y miro más detenidamente el helado en mis manos por encima encuentro frutos silvestres, piña y virutas de chocolate. La visión es tentadora, su expresión sonriente, el mejor acompañante.

Tras varios minutos de espera sentados el uno frente al otro en una mesa vacía y en un extraño e incómodo silencio, acaban trayéndonos una enorme hamburguesa repleta de todo tipo de cosas. Desde queso y beicon hasta aros de cebolla. El tamaño es como dos cabeza y sentir que tengo que comerme la mitad me hace sentir lleno con solo pensarlo. Ambos nos quedamos mirado un tanto paralizados pensando que la precio que estaba iba a ser mucho más pequeña pero abarca como nuestras cuatro manos sobre ella. Con una mueca temerosa comienzo a partir la hamburguesa en cuanto mientras él sufre un breve ataque de risa.

—Si algo tiene este país es buena comida basura. –Se queja pero al mismo tiempo alardea del país. Yo consigo hacer la hamburguesa cuatro cuartos y cojo uno de ellos hincándole el diente, terriblemente hambriento. Consigo manchar mis labios de mostaza pero soy el único que se da cuenta, pues Jimin está demasiado ocupado no sabiendo como coger una de las porciones. Cuando consigue hacerse con una de ellas comienza dando pequeños muerdos y continua con otros más grandes, una vez se ha hecho al sabor y al tamaño. Verle los carrillos llenos es una imagen mucho más que adorable. Es enternecedora y me gustaría besar esos labios manchados de kétchup. Rápido me deshago de esa idea en la mente y sigo comiendo en silencio hasta que me termino mi porción y hago tiempo hasta que pueda atreverme con el segundo. Jimin aún no ha terminado su porción y comienzo a hablar, pensativo, mientras bebo Coca—cola.

—¿Sabes? Tenía la esperanza de que viniendo aquí te hiciese cambiar de opinión. –Digo y él me mira, confuso por hacerle salir de la visión de la comida. Repite mis palabras en su mente y frunce su ceño.

—¿En respecto a qué? –Pregunta con la boca llena.

—En respecto a lo de estar aquí. En volver a vivir conmigo. –El piensa en lo que digo y mastica en silencio hasta que traga la comida y pude contestarme algo con coherencia.

—¿Realmente pensabas que ibas a hacerme volver?

—Sí.

—He tomado una decisión, Jeon. Cuando tomé la decisión de venir no solo pensé en mí, y en lo que sería mejor. Sino también en ti. Pensé en todo  y decidí que esto era lo mejor…

—Sí, ya lo sé. Lo mejor para ti, lo mejor para mi…

—Exacto.

—Pero no consigo entenderlo. ¿Para mí? ¿En qué sentido esto es mejor para mí? –Mi pregunta parece pillarle por sorpresa porque se ve obligado a pensar en una respuesta.

—Yo… yo tan solo soy un estorbo. –Susurra y vuelve a morder la hamburguesa.

—No lo eras para mí. –Rebato.

—Déjalo estar ya. Me dijiste “Eres un buen amigo con el que puedo hablar. Nada más. No siento nada más.” ¿Por qué te estás tomando esto tan a pecho? –Ahora soy yo quien se queda mudo y mientras pienso en una respuesta coherente cojo el segundo trozo de la hamburguesa y antes de llevármela a los labios, murmuro:

—Quería decirte que tenía la intención de hacerte cambiar de opinión. –Él me mira—. Pero si eres feliz aquí, eso ya no importa. Si estás a gusto en tu trabajo y tienes buenos compañeros, una buena casa, un buen sueldo… —Suspiro con una sonrisa—. Entonces está bien.

 

 

 

 

 

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