HEREDEROS (JiKook) [PARTE II] - Capítulo 1
———.———
💬 Gracias por animarte a leer este fanfic.
Comunico aquí que esta es la segunda temporada de dos. (Si quieres seguir
leyendo te aconsejo que leas primero la temporada uno): "Herederos
(JiKook) [Parte I]"
Si ya leíste la primera parte, espero
que te haya gustado y estés preparado para una nueva temporada. Disfruta.
———.———
CAPÍTULO 1
JungKook POV:
Termino de recoger el papeleo sobre mi mesa.
Papeleo, un inmenso mar de hojas blancas esparciéndose por doquier. Solo veo
los títulos en letra grande, las pequeñas letras las obvio, son renglones y
párrafos de insulsos impresos convencionales, con conversaciones banales de una
eterna burocracia adicta a sí misma. Me dejo caer en el asiento y miro por la
ventana, la noche se ha extendido por toda la ciudad. Antes de darme cuenta
estoy mirando preocupado mi reloj de pulsera y me pregunto qué estará haciendo
Jimin a estas horas. Me siento en la obligación de regresar pronto a casa solo
por él, aunque no tengamos ninguna especie de relación de pareja. No me
gustaría pensar que se preocupa por mí, no me gusta la sensación de preocuparme
por él. Debe ser monótono estar encerrado en casa, desesperante, abrumador. Con
mis dientes devorando mi labio inferior llevo el dedo al telefonillo sobre la
mesa y la voz de la secretaria de mi padre me sorprende con un deje aburrido y
cansado.
—Venga a mi despacho. –Le pido en tono amable
mientras me levanto de mi asiento y comienzo a ordenar los papeles esparcidos
sobre la mesa. Los amontono sin orden ninguno, solo aparentando cierta
distribución en ellos. La mayoría son meros formularios que hay que repartir a
los trabajadores como solemos hacer una vez al año. Estos ya están rellenos,
pero el resto son expedientes, currículums…
Alguien llama a la puerta con lo que me yergo y
recibo a la secretaria que entra con una malhumorada expresión. Sé que no le
caigo bien, sé que me tiene férrea envidia porque he conseguido mi puesto por
ser el hijo del jefe, pero no me importa en absoluto. Ella ha conseguido su
puesto porque se la ha chupado a mi padre. Cree que no lo sé.
—¿Podría bajar a la tienda de abajo y comprar
varias bandejas de sushi? –Le pregunto refiriéndome al restaurante que hay en
la misma calle que nuestra empresa. Rebusco en el bolsillo de mi pantalón y
saco un billete de cincuenta mil wons que le extiendo y ella inclina su rostro,
como está obligada a hacer por esta corrupta sociedad, y sale de mi despacho
guardándose el dinero en el bolsillo de su falda de tubo. Me quedo esperando a
que salga de mi despacho y cuando vuelvo a quedarme a solas me siento, no, me
dejo caer en mi asiento, y me quedo mirando fuera como poco a poco una bandada
de pájaros cruza el cielo y el cableado eléctrico hace funcionar las farolas
alrededor. Oficialmente la noche ha llegado y yo ya me siento molido y agotado.
Una reunión de cuatro horas en la mañana, recogida de formularios durante toda
la tarde. Aun ni siquiera los he ordenado por sectores en la empresa y tengo
que entregarlos mañana. Este no es trabajo para mí pero no puedo quejarme,
tengo un despacho y una ventana por la que tirarme si es necesario. No puedo
pedir más, tengo los servicios mínimos del funcionario.
Me acerco a la ventana para ver a través de
ella las personas que regresan poco a poco a sus casas y como poco a poco todo
el mundo se va resguardando. Hace algo de viento afuera. Las copas de los
árboles que adornan las aceras con una presencia tan solo estética se tambalean
levemente y todos al compás. Me recuerdan a una dulce danza de ballet. Puedo
ver a lo lejos varios niños correr de la mano con largas bufandas sobrantes que
ondean al viento por la rapidez de sus pasos. Una mujer, en un largo abrigo
beige, un hombre en bicicleta. Cuánto me gustaría formar parte de ese mundano
escenario. Cuánto desearía deshacerme de esta maldita corbata, seña de una
identidad que cada día pesa más sobre mis hombros. Duele demasiado, me ahoga.
Alguien llama a la puerta.
—Adelante. –Susurro a lo que la secretaria
entra con una bolsa blanca y en su interior puedo vislumbrar tres bandejas
negras y trasparentes con sushi. Esta me extiende la bolsa y yo la dejo en un
pequeño rincón libre de la mesa. El olor es imperceptible porque está bien
sellado pero sin embargo el dulce olor de la colonia de la mujer me hace
recordar a Jimin y me saca una sonrisa casi sin quererlo. La señora me extiende
el cambio que yo acepto con una sonrisa.
—¿Es para usted? –Me pregunta con una sonrisa
pícara, conocedora de que la pregunta es privada y muy osada. Yo asiento con el
rostro—. ¿No es mucha comida para uno solo?
—Tal vez no esté solo. –Le digo guiñándole un
ojo con una dulce sonrisa y ella desaparece con la misma expresión en el
rostro. No es hasta que no ha desaparecido que borro mi sonrisa y frunzo el
ceño, levemente ofendido por su descarado comportamiento. Entrecierro los ojos
y acabo negando con el rostro por su comportamiento, deshaciéndome de cualquier
mal pensamiento en la cabeza. Con un largo suspiro llevo mi mano al perchero
cerca de la entrada del despacho y me meto dentro del abrigo negro. Me abotono
todos los botones uno a uno y me escondo tras una bufanda marrón. Con una de
mis manos sujetando la bolsa con la otra tomo el pomo de la puerta y salgo del
despacho con una sonrisa de oreja a oreja, tarareando de fondo en mi mente una
canción cualquiera.
Antes de salir de la planta paso por el
despacho de mi padre y junto a la mesa de su secretaria, en donde los encuentro
a ambos hablando de algo que por el rostro de mi padre se diría que parece ser
algo sin importancia. La secretaria, sentada en su silla, habla con mi padre
asintiendo, y este gesticulando con una mano. Cuando paso por su lado ambos se
detienen en su conversación y mi padre me mira, serio, con una expresión
confusa.
—¿Te vas ya, hijo? –Pregunta a lo que yo
asiento energético, infantil y sonriente.
—Sí padre, ya me voy a casa.
—¿Has terminado de ordenar los formularios?
—Los terminaré mañana a primera hora. –Digo y
él asiente, un tanto pensativo.
—Yo también me voy, me estaba despidiendo de la
señorita Han. –Señal a su secretaria—. ¿Vamos juntos a casa? –Pregunta con un
deje emocionado.
—No se preocupe, padre, yo me iré a la mía si
no le importa. Estoy molido y solo quiero descansar. –Mi padre asiente, con una
sonrisa comprensiva poco habitual en él con lo que yo borro mi seguridad del
rostro. Sus ojos se desvían a las bandejas de sushi en mi mano y alza una ceja,
a punto de hacer una pregunta que sé, va a ser comprometida.
—¿Y esa comida?
—Para mí, ¿qué clase de pregunta es esa, padre?
—¿No es mucha comida? –Miro la bolsa y es casi
imposible saber si hay mucha o poca comida con solo ver el exterior. Los ojos
de la secretaria me confirman, junto con su mirada y expresión, que ella le ha
informado del pequeño recado me ha tenido que hacer. Yo arrugo la nariz
decepcionado, pero no con ella, sino conmigo por no haberlo previsto.
—Así no tengo que hacerme comida mañana. –Digo,
como excusa, pero mi padre se encoge de hombros y no indaga más en la situación
lo que yo agradezco y me doy media vuelta marchándome en dirección al ascensor.
Es tan solo cuando estoy a solas y en medio del silencio del espacio en el
ascensor que comienzo a tener una extraña sensación recorriéndome a través de
mi espina dorsal. Una sensación de complot, de traición. Mi padre se ha
mostrado por primera vez en mucho tiempo comprensivo, desinteresado de mis
acciones. Frunzo el ceño y me muerdo el labio inferior con una sensación de
desasosiego pero intento borrarla mientras me dirijo al garaje y me meto en uno
de los coches de mi padre con chofer y le doy mi dirección. Este conduce, en
silencio, lo cual es todo un consuelo dado que escuchar ahora la voz de alguien
no me haría sentir mejor. Solo deseo llegar a casa y verme rodeado por los
brazos de Jimin sobre mis hombros.
Aún me emociona la forma en la que anoche me
dijo que me quería. Su voz rota por el acto, sus labios hinchados, la evidente
forma en la que sus manos evitaban tocarme donde mis magulladuras eran aún
dolientes. Me encantaría tenerlo siempre así, bajo mi peso mientras se deshace
en gemidos lastimeros, mientras me susurra su amor al oído, mientras evita mi
mirada con las mejillas ardiendo, con sus ojos húmedos, con sus labios
torturados. Me encantaría tenerlo siempre sentado a mi lado en el sofá con los
pies en gruesos calcetines sobre el sofá, a su vera. Con sus manos agarrando
con fuerza una gruesa manta a su alrededor mientras mira distraído cualquier
programa de televisión. Su perfil facial recortado por la luz de una lámpara
amarillenta, el color de su piel, las ondulaciones imperceptibles de su pelo
húmedo recién salido de la ducha. Su olor, el tacto de su piel, las líneas que
conforman sus facciones.
Antes de darme cuenta el coche se ha detenido
en frente de mi casa y yo me bajo con suspicacia, llevando conmigo la comida y
mirando alrededor, buscando a quien haya estado siguiendo los pasos de Jimin.
No veo a nadie que me mire de forma extraña y deshaciéndome de la idea acabo
entrando en el portal viendo de reojo como el coche desaparece a mi espalda.
Subo en el ascensor en completo silencio y cuando llego a la puerta de casa
meto la llave en la cerradura, a sabiendas que él está despierto pues es aún
pronto. Apenas son las diez y media.
Cuando doy un paso dentro me sorprende la
oscuridad en toda la estancia. Miro alrededor y al no ver nada que me llame la
atención acabo dando la luz del salón con una mueca confusa, desorientada. No
huele a resquicios de cena, por lo que no ha cocinado nada. Tampoco oigo nada
en absoluto, ni en el baño ni en la habitación. Dejo la bolsa de comida en
sobre la encimera de la cocina y procurando no hacer demasiado ruido
considerando que tal vez esté ya en la cama acostado me quito el abrigo y la
bufanda. Siento frío, hay frío en el hogar. No hay calor humano y tampoco su
olor alrededor. Comienzo a ponerme nervioso mientras me asomo al cuarto y no
veo su bulto sobre la cama. Tampoco están sus prendas esparcidas como suelen
estar por el cuarto y eso ya termina por ponerme en alerta.
—¿Jimin? –Pregunto a la nada y nada me
responde. Miro alrededor dentro del cuarto y frunzo el ceño. Hay cientos de
posibilidades por las que no esté en casa. Pienso que tal vez se ha ido a
pasear. Si, se ha ido a pasear y volverá enseguida. Con ese férreo sentimiento
en mi cuerpo me dirijo de nuevo al salón, rescato una de las bandejas de sushi
y me encamino a sentarme al sofá cuando me fijo en la pequeña nota sobre la
mesa. Una nota que reconozco bien y con un bolígrafo al lado sujeta. Me quedo
pensativo, reconozco mi letra sobre el papel y me veo sorprendido por la
presencia de ella aquí, en medio de la mesa con una oscura presencia alrededor.
Puedo ver como una de sus esquinas está levantada, ondulada por la propia forma
del papel. Puedo ver debajo de ella algo escrito, de una letra muy diferente a
la mía, más desordenada, más alargada. La bandeja de sushi cae de mis manos por
su propio peso haciendo que se abra y caigan los pequeños pedazos por el suelo.
Se deshacen algunos, otros quedan en su forma original mientras yo me desplazo
a pequeños pasos hacia la mesa y rescato de ella el pequeño trozo de papel
mirando mi letra sobre él. Veo como sobre la superficie de mi letra hay
ondulaciones de otra letra escrita por debajo. La giro encontrándome con una
caligrafía que no reconozco, pero no me hace falta leerla para saber de quién
es. Para saber qué diablos sucede. Es una carta de despedida.
“Querido Jeon. Así es como se
empiezan las cartas de despedida ¿no? nunca he escrito ninguna y la verdad es
que me siento un tanto confuso en respecto a qué decirte. Lo he estado
pensando, no durante mucho tiempo, pero sí intensamente. Tus palabras pueden
ayudarme, por eso he decidido hacerlo en esta misma carta, de donde he sacado
parte de la ayuda para expresarme. Por circunstancias ajenas a mí y a ti he
tomado la decisión de dejar tu casa. No sé hasta qué punto has creado un
vínculo emocional conmigo, así que esta ha sido la forma más adecuada de
despedirme ya que temía demasiadas preguntas o un arrebato emocional incapaz de
saber manejar. Me he pasado años siendo el pequeño niño de papá, demasiado
consentido, demasiado encerrado. Después de todo tengo que darte las gracias
porque tú me ayudaste a liberarme de él. Sé que no era tu primera intención y
prefiero dejar de lado tus verdaderos motivos, pero me he liberado al fin y al
cabo y eso me ha dado la fuerza y la autonomía para conocerme mejor a mí mismo.
Me he descubierto y he aprendido a valorarme, a quererme, a amarme. Es un
sentimiento que todo el mundo debería experimentar, pero no todo el mundo puede
sobrevivir a él. Y lo siento, pero tengo que decírtelo una vez más: tú también
puedes enfrentarlo. Eres libre, Jeon. Tienes unas hermosas alas a la espalda
con las que puedes volar lejos y vivir una vida llena de placer y amor.
Dignidad, moral, ética. Estas son palabras a las que solo tú puedes darles un
significado, un valor. Solo tú puedes decidir tenerlas a tu disposición. Yo no
voy a ser nadie que te condicione, no quiero ser tu conciencia ni la voz de tu
mentor. Soy la voz de la experiencia. Tú decides si escucharme. Fui un tonto
enamorado cuando traicioné a mi padre, pero el amor no es el único culpable de
las locuras que comete el hombre. Los principios morales son también, aunque no
tan eficaces como el amor, una buena dosis de autoestima y valor para acometer
nuestros verdaderos intereses.
Este es el final de mi carta de
despedida. Nunca he terminado ninguna, así que espero improvisar bien. No me
busques, no intentes contactar conmigo. Estaré bien, te lo prometo. Creo que es
hora de volar por mi cuenta y espero que no pienses demasiado en mí. Quédate
con esta bonita amistad de un inicio tan extraño. Te agradezco toda la caridad
que has tenido conmigo, dejarme vivir contigo, protegerme de tu padre, pero ya
no puedo seguir aprovechándome más de tu bondad.
Perdóname por ser tan frío y no
despedirme en persona, pero esto es lo mejor para los dos. No quiero hacerme
más daño.
Gracias por todo. Te quiere, Park
Jimin”
Comentarios
Publicar un comentario