HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 8

CAPÍTULO 8


Jimin POV:

 

La tapa del libro es pesada, mucho más que el propio libro en sí de tener otra cubierta. Lo volteo varias veces descubriendo que el color de sus hojas se ha degradado a un beige que no queda del todo desagradable. El color de la portada, de un marrón oscuro, deja enmarcando en letras de color dorado el título de una novela de Tolstoi. Frunzo el ceño mientras alguien abre la puerta de la librería de segunda mano y el frío se cuela a ras de suelo por toda la estancia llegando a mis pies. Me muerdo los labios y dirijo la mirada en esa dirección, en la de un hombre que acaba de entrar produciendo un ruido que desentona con la tranquilidad del ambiente dentro de la librería.

Con una mueca desagradable dejo el libro en su sitio sobre una mesa al lado de una ventana porque hay algo que me llama mucho más la atención. Pequeños copos de nieve cayendo del cielo, como pequeños fragmentos de un día soleado que degeneran en una oscura noche alrededor. Ya se han encendido las farolas fuera, pero apenas se notan por todo el alumbrado navideño. Quedan recluidas, apartadas y despreciadas. Pero yo solo tengo ojos para el color de estas luces reflejándose en los pequeños copos de nieve.

Me volteo para mirar a la estantería a mi espalda y poco a poco recorro con mis ojos los lomos de los libros por cada una de las baldas que conforman la estantería. Un par de personas pasan frente a mí, otras salen, otras terminan su compra. Otras se limitan a curiosear y un par de ellas son los trabajadores que están recolocando libros o clasificándolos tras que alguien los haya desordenado. Dejo de mirar alrededor para volver a concentrarme en los libros y acabo descubriendo un título que me suena familiar. Me inclino a cogerlo y lo pongo sobre la palma de mi mano leyendo cuidadosamente el título. “Las flores del mal” Tardo al menos medio minutos en recordar esta misma frase dicha de los labios de Jeon y sonrío ampliamente ante el descubrimiento dejándolo de nuevo en su sitio.

Acabo dirigiéndome, casi como un malsano hábito, a la parte de biografías y recorro con la mirada cualquiera que no haya visto en las últimas semanas. Me choco de boca una de Chopin y con un pequeño volumen de la música barroca en su esplendor. Los cojo casi sin pensar y me conduzco con ellos, tremendamente satisfecho, a la caja donde una chica rubia con una coleta en lo alto de su coronilla me sonríe mientras me cobra los libros. Con una sonrisa la despido y me alejo de ella hasta llegar a la puerta y golpearme con el frío del exterior obligándome a meter los libros en una pequeña mochilita negra a mi espalda mientras me ajusto más en mi chaqueta de cuero y me paso la bufanda gris alrededor del rostro. Me pongo los guantes que antes había guardado en los bolsillos y sentir su calidez en mis dedos me hace recomponerme poco a poco mientras miro alrededor esperando poder cruzar la calle. Antes de que el semáforo se ponga en verde, algo comienza a vibrar en el bolsillo trasero de mis pantalones.

Con un respingo y una mueca de confusión saco el teléfono móvil de allí y lo miro, casi embobado y con una sonrisa infantil oculta por la bufanda. El nombre de Jeon parpadea en la pantalla acompañado de una música estereotipada de la memoria del teléfono. Me muerdo el labio inferior, descuelgo y mientras me llevo el teléfono a la oreja, me bajo la bufanda del rostro para que esta no interfiera con mis palabras.

—¿Kook? –Pregunto. Al otro lado su voz es tranquila, amable, agradable y tremendamente curiosa e infantil.

—¡Jimin! ¿Cómo estás?

—Bien, ¿y tú?

—Muy bien. Oye, ¿estás ocupado?

—No. Para nada.

—Quiero verte. –Me dice y yo siento un cosquilleo en mi espalda por su obstinada decisión.

—¿Ahora?

—Claro. Si no estás ocupado, claro…

—Me parece bien.

—Genial. ¿Quedamos en el centro?

—Yo ya estoy en el centro. ¿Dónde quieres que quedemos?

—¿Seguro que no estás ocupado? –Río al imaginarme su rostro con un puchero y me quedo parado en el semáforo mientras veo a la gente cruzar. Aún no sé a dónde diablos ir.

—Seguro, pequeño. –Sonrío—. ¿A dónde quieres que vayamos?

—Yo había pensando en ir a tomar un café. –Dice tranquilo.

—Bien. ¿A dónde?

—Te paso la dirección de un café—bar que me encanta. Nos vemos.

—Adiós. –Cuelgo y me quedo ahí en medio, entre todo el barullo de personas mientras espero impaciente a que me pase la dirección del local. Cuando la tengo en la pantalla solo es cuestión de situarme y esperar, nuevamente, a que el semáforo se abra,

 

 

 

El ambiente es un poco oscuro. El techo de este local está decorado con pequeñas luces anaranjadas como una extraña decoración de navidad pero sin toda esa idea consumista y desmesurada. Como un cielo de estrellas que pega en su color anaranjado con el marrón caoba de las paredes. A pesar de su visibilidad el resto de los sentidos se activan con un dulce olor a comida casera y de fondo, un amargo café casi tropical. Las mesas, al contrario de estar pegajosas como se supondría de un local en el que solo hay dos clientes y yo soy uno de ellos, están pulidas, de madera igual que las paredes y con un aroma pino agradable. De fondo suena una canción de jazz que no soy capaz de reconocer y mientras me dejo caer en uno de los asientos en una parte un tanto apartada cierro los ojos y me quedo un segundo disfrutando del mero ambiente alrededor.

Cuando creo que ha transcurrido el tiempo suficiente como para darme cuenta de que estoy perdiendo el tiempo me decido a sacar uno de los dos libros de la mochila, escogiendo al alzar la biografía de Chopin y comienzo a ojearlo por encima deseando no tener que comenzar a leerlo antes de que Jeon llegué, ya que no me gusta dejar una lectura a medias. Sentado de cara a la puerta miro de vez en cuando en esa dirección esperando que una de las veces que mis ojos caigan sobre el exterior aparezca como por arte de magia y yo me tome el tiempo suficiente como para asegurarme de que estoy presentable y todo va a salir bien. Un camarero interrumpe el flujo de mis pensamientos y miro en su dirección como espera porque le diga una comanda.

—Un café con leche y caramelo. –Le digo y él anota con una amable sonrisa a lo que yo respondo con otra similar. Vuelvo a la lectura y apenas han pasado dos minutos cuando oigo el chirrido de la puerta y rápido dirijo mi mirada como un lince para verle entrar con una usual sonrisa permanente en sus labios. Con una chaqueta amplia de color verdoso y unos vaqueros oscuros ajustados se desenvuelve por la puerta, saluda a uno de los camareros a lo lejos y me busca con la mirada encontrándome tras la portada de un libro. Yo sonrío bajando el libro hasta apoyarlo en la mesa y antes de darme cuenta ya le tengo a mi altura a lo que él no le parece suficiente la cercanía que se acerca para besar mis labios como una extraña costumbre que ha adoptado. Yo correspondo el beso con una amable sonrisa y bajo la mirada, avergonzado.

—Tienes los labios helados. –Digo, casi como un susurro y él está a punto de sentarse pero se queda en el gesto mirándome un tanto perplejo. Yo sonrío con una amplia dentadura y él me sonríe, pícaro.

—¿Sí? –Pregunta y se acerca de nuevo, apoyando una mano sobre la mesa. Yo asiento, corriendo, mientras llevo mis manos a sus mejillas y noto su baja temperatura. Comienzo a besarlas mientras él sonríe, agradecido. Acabo besando sus labios y acariciando sus orejas, congeladas.

—Tienes la nariz congelada. –Susurro en sus labios—. Debe ser porque es tan grande y sobresale más que el resto. –Con un bufido se separa de mí, ofendido y se acaba sentando enfrente de mí, en el asiento contrario de la pequeña mesa. El camarero viene al rato con mi comanda y Jeon aprovecha para pedir un late con doble de azúcar. Mientras Jeon termina por acomodarse, yo guardo el libro en mi pequeña mochila colgada del respaldo de la silla y él me mira, curioso por mi gesto.

¿Qué tienes ahí? –Pregunta y antes de guardar el libro, le extiendo los dos que he comprado mientras él los coge con curiosidad.

—Un par de libros que acabo de comprar.

—Supongo que no es poesía… —Comenta.

—No. Biografías y libros de historia. Nada más.

—Que aburrido. –Suspira con una mueca y yo pongo los ojos en blanco. El camarero trae su café y lo ignora mientras ojea por encima ambos libros—. ¿Nuevos? –Pregunta—. Parecen viejos.

—Son de una tienda de segunda mano. –Digo a lo que él me mira, curioso.

—¿Por qué compras en una tienda de segunda mano pudiendo comprarlos de primera?

—Normalmente en las librerías solo tienen clásicos adaptados a niños o estrenos. Yo quiero este tipo de cosas que nos se encuentran.

—Jimin, los hombres como tú y como yo no tenemos esos límites de los que hablas. Si quieres algo solo tienes que pedirlo. Pareces nuevo. –Susurra y me devuelve los libros mientras yo los guardo con una mueca de desagrado.

—No me gusta esa clase de vida. Soy más sencillo que eso.

—¿Mas sencillo que levantar la mano y tener lo que deseas? –Pregunta.

—Sabes a qué clase de sencillez me refiero, idiota. Hablo de ser autosuficiente. De salir de casa, caminar diez manzanas, entrar en una librería con olor a papel deteriorado y comprar un par de libros que me entretengan en mi tiempo libre.

—Tiempo libre. –Suspira—. ¿Qué es eso? –Se queja y acaba sonriendo, haciéndome sonreír a mí también.

—¿Cómo van las cosas con tus padres? ¿Les pediste disculpas de mi parte? –Pregunto mientras me acerco el café y lo pruebo. El sabor es tremendamente agradable.

—Sí, si no te preocupes. Está todo bien con ellos.

—Uf, de veras que es un alivio. –Suspiro largamente poniendo mis manos alrededor de la taza de café.

—No te preocupes más. ¡Ah! Mi madre me ha dicho que un día te vengas a cenar. –Doy un respingo por sus palabras.

—¿Yo? –Pregunto. Él se queda perplejo y mira alrededor.

—¿Ves a alguien más aquí? Claro que tú, idiota.

—Oh, Kookie, eso es tan… —Pienso, pero no logro encontrar una palabra adecuada a lo que acabo por suspirar un “raro” que le deja un tanto extrañado.

—¿Raro?

—Si mi padre lo supiera a lo mejor me deshereda… —Murmuro inclinándome en la mesa.

—No tiene que enterarse. Simplemente cuando te venga bien me lo dices y ya está. Mi madre quiere hablar más contigo de música. Le causaste muy buena impresión. Y mi padre también está muy contento por tu intervención por su salvaguarda.

—¿Me permites que piense sobre ello? No quiero aceptar precipitadamente.

—Por supuesto, no hay problema. –Dice dejándose caer sobre el asiento y bebiendo un poco desde su taza—. Te he echado de menos. –Dice de repente—. Ya apenas se nota la herida en tu labio.

—Sí, bueno… —Miro mis manos sobre la mesa.

—¿Qué tal tu padre?

—No hemos vuelto a hablar desde aquél día.

—¿En serio? ¿Pensé que vivías con él?

—Tengo un cuarto en su casa pero solo me quedo cuando tenernos que ir a reuniones y cenas de empresa juntos. Ya sabes.

—Ya veo.

—A la mañana siguiente me traje un par de cosas a mi piso y desde entonces estoy ahí.

—¿No te ha pedido perdón por ello?

—No. ¿Qué dices? Jamás le he oído decir un “lo siento” a nadie.

—Vaya, que frialdad. Menos mal que su hijo es un trocito de mochi~ —Me guiña un ojo.

—No me digas así, que soy mayor. –Le recrimino y él rueda los ojos.

—Dices que tienes un piso para ti. ¿Está muy lejos? –Pregunta con ojos divertidos.

—¿A dónde va esto, Jeon? –Pregunto seguro y él parece sobresaltarse.

—Wow, wow, calma Jimin. Solo era una pregunta curiosa. No quiero llevarte a la cama ahora ni nada parecido.  –Yo sonrío avergonzado pero mantengo mi pregunta.

—¿Qué es esto, Jeon? –Él se cruza de brazos, suspira y comienza a comprender que estoy hablando en serio.

—Esta conversación tenía que llegar, ¿verdad?

—Eso me temo. Creo que el tiempo del juego y el tonteo ha pasado ya. Cuando llegas y me besas de la nada me hace pensar… —Suspiro.

—¿Qué tienes exclusividad? –Asiento—. Ya veo.

—¿No has querido darme eso a entender? –Frunzo los labios—. ¿Te acuestas con alguien más? Porque te recuerdo que lo hemos hecho sin condón…

—No, no. –Se alarma, nervioso—. Claro que no lo hago con nadie más. –Asiento.

—¿Y bien? ¿Qué opinas al respecto? –Él frunce los labios.

—¿Al respecto de qué? –Yo alzo las cejas. Él se queda pensativo unos segundos—. Voy a ser claro, me gustas. Mucho. –Reconoce—. Y la verdad es que entre la universidad y la empresa no he tenido demasiado tiempo para relaciones personales. Hará como unos cuatro años que no estoy con nadie de forma oficial.

—Entiendo. –Ambos nos quedamos en silencio, yo esperando a que él diga algo más pero él parece satisfecho con todo lo que ha dicho—. ¿Y bien?

—¿Y bien qué? –Pregunta, incrédulo.

—¡Por el amor de dios, Jeon! –Acaba riendo.

—¡Era broma hyung! –Ríe unos segundos y el sonido de su risa me calma—. Lo que intento decir es que me encanta hablar contigo, eres muy inteligente y en la cama nos entendemos, lo que no es poco pedir. Sí.

—¿Sí qué?

—Que estoy abierto a mantener una relación estable, si es lo que tú quieres. –Yo abro los ojos con sorpresa y sonrío ampliamente.

—¿De veras?

—Sí. Siempre que tú quieras también, claro.

—Claro, sí. –Asiento varias veces a lo que debo verme demasiado infantil y emocionado. Termino aclarándome la voz y suspiro largamente, con las mejillas coloreadas—. ¿Y nuestros padres? –Pregunto.

—Ellos no tiene porque mantener una relación estable…

—Idiota. –Sonríe—. ¿Qué pasa si ellos se enteran?

—No dejaremos que se enteren. ¡A la mierda con nuestros padres!

—¿Por qué haces que suene tan fácil? –Se encoge de hombros y a los segundos comienza a mirar alrededor. Yo le sigo con la mirada.

—¿Quieres cenar? Yo tengo hambre…

—Bien. ¿Qué te parece si cenamos en mi casa? –Pregunto a lo que él me mira con picardía infantil y sonríe asintiendo.

 

 

 

Capítulo 7                                Capítulo 9

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