HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 9

CAPÍTULO 9


Jimin POV:

 

Caminamos con un cosquilleo en las piernas por la falta de frío en el ambiente. Ahora en el portal de mi bloque ambos caminamos en dirección a la puerta de mi hogar, yo con las llaves tintineando en las manos y JungKook con una bolsa blanca de plástico con un par de hamburguesas y dos fuentes de patatas y aros de cebolla. El olor viene embriagándonos desde que lo hemos comprado pero encerrarnos con ello en el ascensor nos ha vuelto salvajes y nos hemos encolerizado rápidamente. Estamos hambrientos, sedientos, congelados, abrumados por la cantidad de agentes que nos han estimulado todos nuestros sentidos.

Cuando estamos frente a una de las tantas puertas en este espacio vacío de cualquier elemento artístico, abro la puerta con el tintineo de las llaves y con un suspiro y un gemido de satisfacción al alcanzar el interior, ambos entramos y nos dejamos arrullar por el calor que emana de la calefacción. Le oigo a él también quejarse al respecto. Ambos entramos en el pequeño recibidor y mientras nos quitamos los zapatos a la entrada, yo dejo las llaves en un pequeño cuenco de cristal junto con un llavero roto, un par de botones que no recuerdo de dónde son y un caramelo de menta. Al lado del cuenco hay una vela de olor a fresa a estrenar y una de color a vainilla, casi quemada.

Con un gesto de invitación, le animo a que entre en el salón y se queda un tanto paralizado al descubrir un ambiente nuevo. Las paredes, de un color oscuro pegan con el resto de mobiliario. Estos contrastan con unos cuantos cuadros en color blanco, apenas de un par de miles de wones cada uno y con imágenes alternativas sin importancia ninguna. Si su casa era un palacio, lo mío no es más que el decorado de la revista de Ikea. Minimalista, simple, sencillo. Sin más muebles de los que necesito y con una decoración limitada algo elegante y discreto.

Lo único que encuentra como detalle personal de mí mismo es una prenda de ropa cualquiera sobre una butaca, una sudadera gris con el logo de Nike en negro y libros y revistas repartidos por ahí sin ton ni son. Hay también una guitarra eléctrica como decoración y cuando cae en ella me mira sorprendido.

—¿Tocas la guitarra? –Me pregunta mientras deja la bolsa de comida sobre la mesa al lado del sofá. Yo niego con el rostro.

—Era de un compañero de universidad. Se compró una mejor y esta que está estropeada me la regaló. No sé qué le sucedió que un día la golpeó y ya no se escuchaba bien. –Me encojo de hombros. Él me mira, un tanto decepcionado pero yo no puedo evitar mirar cómo sus labios se transforman poco a poco en un dulce puchero infantil, mientras mira a todas partes buscando algo más que le llame la atención. Con una expresión infantil cuelo mis manos por su cuello, poniéndome un poco de puntillas, y me rodeo a él hundiendo mi rostro en la línea de su clavícula. Él se tensa al instante en que siente mi cuerpo enfrente de él. Me pego a su torso y me escondo en su ropa, oliendo su perfume cítrico que tanto me gusta.

Con una expresión infantil y una risa aguda me separo de él, le bajo la cremallera de la chaqueta y meto mis manos alrededor de su estrecha cintura para hundirme en el dulce calor de su pecho. Es reconfortante sentir mis mejillas con color al fin y él parece asumir al fin que estoy abrazándole, con lo que él me rodea los hombros con sus brazos y apoya su rostro en mi frente y mi cabeza. Me besa allí donde mi pelo crece y yo río tímido. Mis manos recorriendo la tela de su jersey granate me hace sentir tranquilo, sosegado. Ambos estamos deseando comenzar a cenar, la noche se nos ha venido encima muy rápido, pero este es el mejor momento de mi día y sentir como él corresponde mi abrazo, aunque algo incómodo, me reconforta.

—Te he echado mucho de menos. –Digo casi como un susurro esperando en cierto sentido que no me haya oído, pero lo hace y me estrecha aún más cogiéndome de la cintura y levantándome para besar mis labios con una sonrisa preciosa.

—Vamos, vamos a cenar, que tengo hambre. ¿O prefieres que te coma a ti? –Pregunta y yo niego con el rostro avergonzado.

—Eso es tu postre, aun tenemos el resto de la cena por delante. –Asiente, vuelve a dejarme en el suelo y mientras que yo me quito la chaqueta y la dejo en cualquier parte él camina hasta una silla y la deja extendida sobre el respaldo. Porta un precioso jersey granate que deja al descubierto parte de su cuello y una de sus clavículas. Yo por el contrario me muestro algo más desarrapado con una sudadera negra y un estampado en blanco de un trozo de la partitura “Lacrimosa” de Mozart*—. No tengas reparo en sentarte donde quieras, o en dejar tus cosas por ahí. Como si estuvieras en tu casa. –Él asiente, con una extraña mueca y acaba optando por sentarse en el suelo en frente de la mesa en donde ha puesto la comida. Yo aparto un poco esta para dejarme espacio a mí en frente y mientras él desenvuelve la cena yo voy a por platos y servilletas.

Cuando regreso me siento en mi lugar y comenzamos a comer en silencio. En un extraño silencio que poco a poco se va prolongando hasta que coinciden nuestras miradas y él sonríe con los carrillos llenos y yo trago de golpe y le pregunto en qué piensa. A lo que él mira alrededor y sonríe.

—Ahora entiendo lo de los gustos sencillos.

—¿Y qué esperas? No quiero gastarme el dinero en cosas materiales que no tienen valor sentimental.

—No lo estoy juzgando. —Niega—. No me entiendas mal. Mi piso también está poco decorado.

—¿Sí?

—Claro, no te creas que tengo cuadros de Da Vinci* ni nada por el estilo, pero es que tampoco voy mucho allí, así que no me molesto en decórarlo.

—Ya veo. El cuarto es algo más abrumador pero porque entre el mobiliario y que hay poco espacio, es como un pequeño nido, nada más.

—Ya veo. –Dice y sigue comiendo. Volvemos a este extraño silencio en que parte de mí se siente incómoda pero otra cree que es mejor así y simplemente limitarme a terminar la cena en silencio. Es un extraño silencio, en medio de nuestros ruidos al masticar, en que me siento como en una cena a solas con mi padre. Una mera convención social en que sabemos que es mejor no hablar o la tensión crecería por momentos. Pasan al menos diez minutos hasta que terminamos de comer y cuando estamos recogiendo todo metiendo los envoltorios en la bolsa, rompo el silencio, casi obligado por la situación.

—¿Quieres un té? ¿Leche caliente?

—Té, estará bien.

—¿Negro?

—Verde, si tienes. –Asiento y me levanto mientras veo como él hace el mismo gesto pero yo niego con el rostro.

—Quédate aquí, eres mi invitado. Siéntete como un rey, amor. –Le digo y él enrojece con los segundos y asiente con una sonrisa encantadora.

Mientras llevo todo a la cocina me quedo allí con las manos apoyadas en el mármol de la cocina y suspiro largamente mientras me muerdo el labio inferior. Comienzo a pensar que haberle traído a mi casa ha sido un gesto demasiado obligado y se pueda estar sintiendo incómodo, o tal vez él piensa que estamos yendo demasiado rápido porque ni siquiera él me ha sugerido de ir a su piso. Comienzo a pensar sobre el asunto mientras meto dos tazas con agua en el microondas y rebusco entre los cajones una bolsita de té negro y otra de té verde.

—¿Azúcar? –Pregunto en alto.

—Sí, por favor. –Oigo y mientras me quedo de brazos cruzados, mirando como la bandeja del microondas gira, escucho como los pasos de Jeon se desplazan por el salón a su libre albedrío. Eso me tranquiliza un poco, que se sienta desahogado. Suspiro y me abrazo los brazos mientras siento el sabor salado de las patatas en mis labios. Cuando el agua hierve saco ambas tazas y meto en cada una, una bolsita y a ambas les sirvo una cucharada de azúcar. Desplazándome con ellas hasta el salón me encuentro a Jeon con un libro en sus manos en frente de una de las estanterías. Nada más que hago presencia en el salón, él se vuelve a mí con ojos desorbitados y una expresión sorprendida.

—¿Qué ocurre?

—¡Tienes un ejemplar de las obras completas de Rimbaud*! –Exclama y yo frunzo el ceño dejando las tazas sobre la mesa y acercándome a mirar qué es lo que ha rescatado de la estantería.

—¡Ah! Sí, bueno.

—¿Cómo que bueno? –Comienza a ojear dentro y su rostro se deforma aún más—. ¡Tiene notas de pie de página comentando cada uno de los poemas! ¡Y su versión original en francés al lado! –Me limito a encogerme de hombros. Él parece incluso ofendido con ese gesto.

—Ni siquiera lo he leído.

—¿No?

—No. Ya te dije que no me gusta la poesía. –Él asiente un poco embobado mientras pasa página por página, al parecer buscando algo—. ¿De qué te sorprendes tanto? ¿Tú no tienes uno?

—No. –Dice como si fuera obvio.

—Pensé que los chicos como tú y como yo pueden conseguirlo todo.

—Esta edición es muy antigua. Ya solo quedan libros recopilatorios de la mitad de sus poemas y no te vienen aclaraciones, con lo que acaban siendo meros poemas vacíos sin sentido.

—¿Sí?

—Enserio, este libro es una edición muy antigua. Ya no se publica. ¿De dónde lo has sacado? –Pregunta mientras se sienta en el sofá y yo me siento a su lado, alcanzando una de las tazas de té y bebiendo a pequeños sorbos de ella.

—Me lo regaló mi madre cuando me aceptaron en la universidad de gestión de empresas. ¿Quién le regala a su hijo un libro de poesía si lo único que va a ver son números y normativa legislativa?

—Es un muy buen regalo. –Dice casi en un susurro y yo me quedo mirando como sus ojos han recobrado el brillo con el que le conocí en aquella cafetería. El mismo brillo con el que me hace sentir pequeñas mariposas revoloteando en mi estómago. Dejo la taza en la mesa con un sonido que más bien parece una sentencia y me vuelvo a él.

—Quédatelo. –Le digo, lo que hace que quede levemente paralizado y me mira de reojo, un tanto extrañado. Acaba volviendo todo su rostro a mí, confuso.

—¿Qué?

—Quédatelo. Te lo regalo. –Le digo con un gesto de mi mano. Él se queda mirando el libro un tanto confuso y después comienza poco a poco a negar con el rostro.

—No, no podría. Es un regalo. Los regalos no se vuelven a regalar a otros.

—Es una tontería. Mi madre ni se acuerda de ello yademás, aquí lo único que hace es acumular polvo.

—Pero, Jimin…

—Enserio. Tú sabes apreciarlo mucho mejor que yo. –Mira el libro en sus manos, con una expresión desazonada. Como si hubiera algo más fuerte que él, más poderoso que su propia autoridad, comienza a extenderme el libro alejándoselo de sí. Yo retrocedo, sonriendo—. Vamos, no seas tonto, Kookie. Te lo regalo. Vamos… —Digo extendiéndoselo de nuevo y al fin, tras una larga y ardua mirada de compasión, acaba accediendo casi a regañadientes. Poco a poco según vuelve a ojear el libro va sintiéndose más afortunado y consciente y se emociona solo con leer por encima los poemas.

—¿De veras no lo has leído?

—No. Lo he ojeado.

—¡Mira, este es mi poema favorito! –Exclama con una gran sonrisa y yo me siento más cerca de él para leer lo que sus dedos señalan. Él comienza a leer en alto, lo cual agradezco y sorprendentemente en su voz y con su entonación, el poema cobre incluso personalidad. Lo que me parecían palabras vacías, se tornan realistas.

CANCIÓN DE LA MÁS ALTA TORRE

 

Juventud ociosa

siempre sometida,

por fragilidad

perdí hasta mi vida.

Que el tiempo no se demore

en que el alma se enamore!

 

Me dije: abandona,

que nadie te vea:

sin promesa ya

de dichas eternas.

¡Que nada pueda pararte,

y del retiro apartarte!

 

Tanto he esperado,

que ahora sólo olvido;

temores, dolores

al cielo se han ido.

Y una sed insana llena

y me oscurece las venas.

 

Así el verde prado

que el olvido engaña

crece con sus flores

de incienso y cizaña.

Al son de un sucio montón

de moscas ––hosco bordón.

 

¡Viudez que no pasa,

de alma miseriosa

que busca solaz

en Nuestra Señora!

¡Y quién reza en su agonía

a Santa María!

 

Juventud ociosa

siempre sometida,

por fragilidad

perdí hasta mi vida.

¡Que el tiempo no se demore

en que el alma se enamore!

 

 

—¿Qué significa? –Pregunto mientras veo como poco a poco su rostro va perdiendo ese brillo, esa sensación de viveza. Como quien descubre el cadáver de un desconocido tirado en medio de la calle, como quien presencia un atraco. Palidece levemente, como el cornudo que descorre el velo de la estancia descubriendo a su pareja siéndole infiel. Como a quien el informan de una terrible noticia.

—Este poema está haciendo una referencia a cuando Rimbaud y su pareja cortaron. Él se lamenta del tiempo perdido, en cierto sentido, a su lado y de la juventud que no va a recuperar. –Jeon suspira tras hablar y cierra el libro como cerrando así sus pensamientos, dejándolos a parte mientras me mira y borra de su gesto esa expresión derrotada.

—¿Tú has pedido el amor de alguien? –Pregunto como un niño curioso que pregunta a sus padres porqué su madre llora.

—No, la verdad. Nunca me han dejado ni algo así… —Dice pensativo.

—¿Y a qué esa expresión derrotada?

—Nada, olvídalo, de veras. –Rápido cambia de tema, deja el libro en la mesa y olvida de inmediato que hay un té esperándole en la mesa—. Poco a poco me sonríe, con esa sonrisa cínica y yo me muerdo el labio inferior mientras soy testigo de cómo sus ojos me miran de arriba abajo, devorándome.

—¿Qué?

—¿Y mi postre? –Pregunta. A lo que yo me tumbo en el sofá por su cercana presencia y llevo mis manos a mis pantalones. Me acaricio avergonzado el pene.

—Aquí dentro. –Susurro. Él me mira, sorprendido y asiente, con una sonrisa pícara. Dirige sus manos a mi cintura en los pantalones y yo cierro los ojos mientras siento como él me controla. Comienza a acariciarme, y con el paso de los segundos, inicia una felación. Mientras el placer comienza a embriagarme, no puedo sacarme su mirada perdida de la cabeza, su expresión derrotada. Su hieratismo, su mutismo. Su frialdad.

 

———.———

 

*Joannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart (Salzburgo, 27 de enero de 1756—Viena, 5 de diciembre de 1791), más conocido como Wolfgang Amadeus Mozart, fue un compositor y pianista austriaco, maestro del Clasicismo, considerado como uno de los músicos más influyentes y destacados de la historia.

*Leonardo da Vinci (Leonardo di ser Piero da Vinci)  (Vinci, 15 de abril de 1452 Amboise, 2 de mayo de 1519) fue un polímata florentino del Renacimiento italiano. Fue a la vez pintor, anatomista, arquitecto, paleontólogo, artista, botánico,científico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista. Murió acompañado de Francesco Melzi, a quien legó sus proyectos, diseños y pinturas. Tras pasar su infancia en su ciudad natal, Leonardo estudió con el célebre pintor florentino Andrea de Verrocchio. Sus primeros trabajos de importancia fueron creados en Milán al servicio del duque Ludovico Sforza. Trabajó a continuación en Roma, Bolonia y Venecia, y pasó los últimos años de su vida en Francia, por invitación del rey Francisco I.

*Jean Nicolas Arthur Rimbaud  (Charleville, 20 de octubre de 1854—Marsella, 10 de noviembre de 1891) fue un poeta francés. Abandonó la literatura a los diecinueve años para emprender un viaje que lo llevaría por Europa y África. Para él, el poeta debía hacerse vidente por medio de un largo e inmenso desarreglo de todos los sentidos. En vida, sus méritos literarios no fueron reconocidos pero, con el tiempo, se abrieron paso entre las nuevas generaciones.

 

 


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