HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 4
CAPÍTULO 4
Jimin POV:
Volemos poco a poco al reservado. Por el camino
evitamos siquiera mirarnos por lo que nuestra reacción podría desvelar. Nos
limitamos a caminar mientras ajustamos mejor nuestra ropa y nos acomodamos en
ella. Mientras él se termina por ajustar la camisa por dentro del pantalón yo
me limpio con el dorso de la mano las pequeñas gotas de sudor que hayan podido
aflorar sobre mi labio o en mis sienes. Él respira con más dificultad que yo
pero soy yo quien está más inquieto y consigo ajustarme de nuevo el traje a mi
cuerpo sin que se note que hace apenas unos segundos estaba revuelto y
desaliñado. Aún sigo viendo pequeñas arrugas que no deberían estar ahí o tal
vez salpicaduras de lo que espero que sea agua, pero intento no pensar en ello
y si yo no estoy pendiente de este problema, nadie lo notará.
Cuando entramos en el reservado el primero que
nos mira es el padre de Jeon con una amable sonrisa y el siguiente es mi padre,
con una mueca de disgusto. Como si pudiese oír dentro de su mente ya se está
formando la tan ansiosa pregunta que es lógico que formule.
—¿Dónde estabais? Habéis tardado mucho… —Estoy
a punto de negar con el rostro, ya que a mí apenas me han parecido dos minutos,
pero JungKook se me adelanta y se excusa por los dos con una sonrisa que deja a
mi padre con un sosiego impropio de él.
—Perdonadnos. Hemos coincidido en el lavabo y
nos hemos puesto a hablar de tonterías. –De repente mi padre parece tranquilo y
JungKook me señala, como muestra de su mentira—. ¿Verdad? No sabía que te
gustase Johann Sebastian Bach. La sonata nº 1 en G menor es mi favorita. Es una
melodía tan abstracta que acaba por tomar forma en sí misma. –Dice, imitando
las palabras que seguramente dije yo en algún momento de nuestro encuentro
ayer. Frunzo el ceño y rápido sonrío, con una complicidad desmedida. Verle
parafrasearme me hace sentir tremendamente honrado y más cuando estoy seguro de
que no sabe ni lo que ha dicho. Habernos conocido antes ayuda a entablar una
red de mentiras muy sencilla, pero eficaz. Usando pequeños datos y anécdotas
podemos salir de esta airosos.
—Sí, bueno. Ya te he dicho es mi compositor
favorito, entre otros muchos.—Digo.
—No sabía que conocías algo de música. –Dice el
señor Jeon, con una ceja en alto y mirando a su hijo con sospecha. Este niega
con el rostro.
—Digamos que me gusta el arte y el arte no es
solo pintura.
—Mi hijo siempre está lleno de secretos. –Nos
dice el señor Jeon a mi padre y a mí y mientras viene el camarero a retirarnos
los platos de los postres y nos sugiere un café o algo de alcohol. Mi padre se
pide un café negro, el señor Jeon uno igual junto con un chupito de soju y
Jungkook un café con leche. Yo le niego el rostro al camarero pues no se me
está permitido tomar alcohol y no me apetece un café. Este se disculpa
elegantemente y desaparece dejando la mesa vacía ante nosotros. Un par de migas
hay por ahí, un cerco de agua por una botella. Una pequeña mancha de vino,
coloreando el blanco mantel con un tinte violeta igual que mis mejillas hace
apenas unos segundos. Se tornan de ese mismo color nuevamente cuando lo ojos de
Jeon coinciden con los míos y me muestra un puchero amable y aburrido. Yo
sonrío, le retiro la mirada y veo como mi padre ha cumplido con sus
convencionalismos, suspira, y une sus manos sobre la mesa.
—Creo que es hora de que hablemos de lo que nos
concierne. Ha sido una cena muy agradable pero los negocios aguardan.
El señor Jeon retoma su pose seria e imita a mi
padre cruzándose de brazos y mostrándose evidentemente superior frente a mi
padre. Su hijo comienza a prestar atención y yo me dejo caer en la silla un
tanto cansado, cuando aún ni ha empezado la acción.
—Está bien, yo esperaba a que nos trajesen el
café…
—No quiero alargar más la conversación. Los
negocios son lo primero y después, si todo sale bien, le invito a todos los
cafés que quiera. –El señor Jeon hace una mueca de estar conforme y mi padre
asiente—. Bien, ya sabe cuál es nuestra oferta…
—Y usted sabe que no esto dispuesto a
aceptarla. –Interrumpe y sentencia el señor Jeon.
—Ni siquiera me ha escuchado. Su empresa tiene
el mejor diseño, el más moderno y llamativo. Usted representa la estética de
los coches del futuro.
—Lo sé, pero la suya tiene la mejor tecnología
en coches eléctricos.
—Exacto. Su marca es la más conocida y si
nosotros imitásemos su estética nos acusarían de plagio, y ni aun así nadie nos
compraría el diseño.
—Créame que somos únicos en lo que hacemos.
–Mira a su hijo y este le sonríe, sumiso.
—Lo sé y por eso mi oferta. Fundir ambas
empresas. Su diseño y mi tecnología.
—Nadie quiere coches eléctricos. Nadie quiere
un coche más caro.
—A la larga sabe que son más económicos, y más
eficientes para el planeta. Sé que a usted solo le importa el dinero pero si
unimos nuestros puntos fuertes podemos…
—¿Puntos fuertes? –Pregunta el señor Jeon—. Un
punto fuerte es que aunque el coche sea una chatarra, el ciudadano lo compre
solo por su estética. Que tenga que pagar más de una forma más escéptica solo
porque usted garantiza que son cero emisiones, no es un punto fuerte, es
asomarse al borde del precipicio esperando que abajo haya agua.
—Sabe que es un buen negocio. –Sentencia mi
padre.
—Por supuesto que lo es. No me cabe la menor
duda, pero yo no estoy hablando de unir nuestras empresas. ¿Cree que soy tonto?
Nos llevaríamos cada uno un cincuenta por ciento de las ganancias cuando en
realidad el diseño se llevaría un setenta y el hecho de que sean cero emisiones
tan solo un treinta. Usted gana dinero, yo pierdo.
—Si tan claro lo tiene, ¿por qué ha decidido
asistir a esta cena? –Pregunta mi padre, un tanto escéptico.
—Porque, amigo mío, yo tengo una oferta mejor
que hacerle. –Mi padre alza una deja y el señor Jeon se muestra interesante. Yo
miro a JungKook que permanece sentado con una expresión pensativa y al tiempo
aburrida.
—¿Qué clase de oferta?
—Una oferta en la que cada uno gana lo que se
merece. Usted y su empresa pasan a ser de mi propiedad. ¿Qué le parece?
–Durante al menos treinta segundos se produce un silencio en el que mi padre y
el señor Jeon se miran curiosos, desafiantes. Mi padre no se esperaba esa
contraoferta y mucho menos que fuese tan de sopetón. No se la ha visto venir y
se puede ver reflejado en su rostro el inconformismo con la situación. Mi padre
se cruza de brazos y yo me tenso en el asiento.
—Me parece que no le he entendido bien. –Dice
mi padre con suspicacia—. ¿Está usted hablando de comprar mi empresa?
—Más o menos. Sí, supongo. Yo lo que quiero
hacerle entender es que no puede verme como un igual, señor Park. Mi empresa
obtiene más de la mitad de beneficios al año que la suya y la gente no está
preparada para lanzarse al futuro de la misma manera que usted pretende. La
gente compra por los ojos, no piensa. No tiene que hacerlo. –Mira a su hijo—.
¿Verdad?
—La gente tiene tendencia a fijarse tan solo en
lo llamativo. –Continúa Jungkook—. Las personas tienden a explotar su vanidad
con coches que estéticamente sean mucho más agradables y lujosos a la vista
aunque sus emisiones vayan a destrozar el planeta en menos tiempo. Se han hecho
experimentos al respecto. ¿O acaso usted no voltea la cabeza cuando ve un
Maserati de oro antes que un mero dos puertas gris que es eléctrico? No quiero
ser superficial, pero no es solo cosa de coches, es la mente humana, señor
Park. –Jungkook termina su discurso tomando un pequeño sorbo de su café y
dándole pie a su padre para que continúe.
—Como es mi hijo, ¿eh? —El señor Jeon chasquea la lengua agradecido
y prosigue—. Pues esa es mi oferta. ¿Quiere que la formalice? Quiero absorber
su empresa. Tanto sucursales y trabajadores como ideas y proyectos.
—¿Está de broma?
—Claro que no. –El señor Jeon comienza a
mostrarse ofendido, pero se sosiega—. No tiene que pensarlo ahora mismo, señor
Park. Tiene tiempo para pensarlo. Todo el tiempo que quiera. –El señor Jeon se toma
su chupito de un solo golpe y yo frunzo los labios—. ¿Qué le parece una semana?
El sábado que viene mi familia y yo damos una fiesta por el cumpleaños de mi
esposa. ¿Qué le parece si se pasa y me da una respuesta? –El señor Jeon busca
una especie de tarjeta de visita dentro de su americana y se la extiende a mi
padre. Viéndola de reojo me cercioro de que dentro está la dirección y su
número de teléfono a parte de los datos fundamentales. Con un gesto de su mano
hace que Jeon se levante de su asiento y él se levanta también con una mueca de
satisfacción—. Nos vemos allí. Si no se presenta o no contacta conmigo
entenderé que ha rechazado mi oferta. Si va, espero que me dé una respuesta. Y
si puede ser, una que me agrade. –El señor Jeon sonríe, se queda mirando como
mi padre ha quedado embobado mirando la tarjeta de visita y recogiendo los
abrigos se marchan con paso elegante. Yo desvío mi mirada a como Jeon se
despide de mí con un gesto de su mano y una amable sonrisa y yo le devuelvo el
gesto sonriendo. Mi sonrisa desaparece en el momento en que mi padre y yo nos
quedamos a solas y nos vemos en un silencio que no soy capaz de definir. Es
pesado, duro, frío y cortante como el acero. Temo decir nada que detone su ira
pero él más bien parece absorto por lo que creo que aun diciendo algo absurdo
él no se daría ni cuenta. Con una mueca de desagrado me quedo mirando el
asiento vacío delante de mí y no es hasta pasados varios minutos que mi padre
no reacciona guardándose la tarjeta en la americana, dando una bocanada de aire
y tomándose el café delante de él. Yo le miro, con un interrogante escrito en
mi rostro.
—¿Y bien?
—¿Y bien qué?
—¿Qué piensa hacer, padre?
—Tengo que pensar sobre ello.
—¿Cree que no es buena idea acceder a su
oferta?
—Esta empresa es todo por lo que tu abuelo y yo
luchamos. –Me mira, ofendido—. Y es tu deber defenderla con uñas y dientes.
—¿Eso significa que no vamos a ir a la fiesta
del sábado? –Sin contestarme y con una mueca enfadada se toma de un trago el
café y se levanta, apartando la silla de él con el ceño fruncido. El metre nos
trae los abrigos. Él habla al fin—. Tengo que pensar sobre ello. Haz algo de
provecho y aclara tus prioridades. Pareces perdido, Jimin. –Escupe y me mira,
asqueado.
Dejándome en el silencio de la estancia él se
marcha del reservado y me quedo ahí sentado un tanto desazonado, aun sintiendo
el olor cítrico de Jeon en mi ropa, su rostro frente a mí, la forma de sus
dedos ajustándose a la pequeña taza de café abandonada como yo en la mesa. Con
un largo suspiro me levanto, tomo mi chaqueta y me encamino fuera, siguiendo
inevitablemente los pasos de mi padre hasta el coche.
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