HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 5
CAPÍTULO 5
Jimin POV:
Primero de diciembre por la noche. El viento
azota mi cabello revolviéndolo y haciéndome sentir completamente vulnerable. Me
ciega, me hace querer retirarlo de mi rostro pero torna a molestarme por lo que
me limito a esconderme un poco más debajo del saliente del edificio en medio de
una de las calles más concurridas del centro de Seúl. Con una bufanda cubriendo
la mitad de mi rostro y unos guantes en mis manos meto estas dentro de los
bolsillos de la chaqueta de estampado militar mientras que con unas botas
negras paseo de un lado a otro sin separarme demasiado de la llamativa fachada
de los recreativos. Me muerdo el labio inferior debajo de la bufanda y frunzo
el ceño, mirando a todos lados pero consiguiendo una leve ceguera por las luces
de navidad decorando hasta la última farola de toda la calle.
Las personas caminando de un lado a otro no me
dejan una perspectiva para analizar cada uno de sus rostros y dentro del
barullo no puedo escuchar ninguna voz reconocida. Todas las personas hablan en
diferentes conversaciones, van hacia diferentes direcciones y viéndome ahí
parado me hacen sentir como si el mundo cambiase lejos de mi consentimiento y
mi presencia. Como si me hubiera estancado en medio del paso del tiempo y este
continuase sin mí. Apartado de la sociedad, lejos de las normas morales. Tal
vez estas ideas se deban a un remordimiento interno de no estar haciendo algo
bien. Comienzo a torturarme con ello mientras reviso una vez más la pantalla de
mi teléfono móvil asegurándome de que no he recibido uno solo mensaje. Suspiro
largamente viendo como el vaho sale a través de mi bufanda marrón y crea una
pequeña nube de humo alrededor.
Dejo de verla en cuanto unas frías manos de
hielo tapan mis ojos y me quedo un segundo paralizado, doy un respingo asustado
y me llevo mis manos en guantes sobre las frías palmas que me dejan el rostro
paralizado. Las retiro delicadamente escuchando de fondo una risa que me hace
olvidar todo resentimiento o remordimiento posible. No hay nada más que su rosa
alrededor, es como un cielo personal en donde puedo desmedir mis actos, a costa
de nada.
—¿Te he asustado? –Pregunta su voz en medio de
la risa. Yo niego con el rostro mientras me vuelvo a él con una sonrisa oculta
por la bufanda. Él parece verla, al fin y al cabo en la forma de mis pómulos y
sonríe también con una dulce e infantil sonrisa. Cuando me tiene de cara a él
hace un rápido amago de besarme en los labios, con una de sus manos cerca del
borde de la bufanda pero yo doy un paso atrás, sorprendido por su gesto. Él
parece entender mi movimiento y rápido se aleja negando con el rostro, como
recriminándose a sí mismo su reacción pero yo agarro su mano en mi bufanda y
con un cálido gesto le acerco a mí descubriendo mi rostro y besando sus labios.
Besarle es un choque de adrenalina que no me esperaba y me hace sentir una
tremenda descarga de electricidad recorriéndome de arriba abajo, mostrándole
una sonrisa avergonzada mientras él se saborea los labios, sin miedo alguno.
—No pensé que fueras a besarme, es solo eso.
—Lo entiendo, hyung. No pasa nada. –Mete sus
manos en los bolsillos de su abrigo negro y le miro de arriba abajo. En su
cabeza un gorro de lana y en sus pies unas converse negras como el resto del
conjunto. Por debajo del abrigo entreveo unos vaqueros oscuros y si pudiera ver
en su pecho seguro que acertaría con un jersey de un tono oscuro. Mientras me
mira como le observo él me sonríe, avergonzado—. No me he arreglado demasiado.
—Estás perfecto, no me hubiera gustado
encontrar al mismo JungKook de la otra vez. –Con una mano sobre su brazo le
indico que podemos entrar dentro de la sala de recreativo y él camina a mi lado
bajando las escaleras que dan a la parte baja. A medida que vamos descendiendo
vamos notando como el frío va disminuyendo al igual que nuestro miedo y
vergüenza.
Cuando llegamos a la sala las luces de neón en
su baja intensidad nos hacen sentir en un entorno mucho más discernido y nos
encaminamos como pequeños niños entre el barullo adolescente alrededor. En
medio de la sala nos detenemos mientras nos quitamos yo la bufanda y él el
gorro y mirando alrededor, preguntándonos que hacer. Nos miramos con la misma
duda escrita en nuestro rostro y acabo preguntándole yo a él.
—Ha sido idea tuya, ¿qué hacemos primero? –Él
hace un puchero por tener que decidir el primero y acaba cediendo a jugar una
partida al futbolín, pero nos decepcionamos al llegar y ver que ambas dos mesas
están ocupadas por lo que cedemos a jugar una partida al billar, menos
demandado.
Cuando llegamos, él primero selecciona dos
palos y yo dejo mi chaqueta y mi bufanda en una mesa desocupada cercana.
Después yo pago la partida y coloco las bolas mientras él deja sus cosas al
lado de las mías. Ambos sabemos que estar aquí es tan solo por la intención de
que el sonido de las máquinas y los juegos alrededor tapen el ruido en nuestras
mentes. Un ruido producto de una malsana conciencia y un desmesurado
atrevimiento. Jugamos los primeros minutos en silencio. Hablando tan solo del
juego mientras poco a poco ambos vamos avanzando. Él ríe de mí, yo le miro
pícaro y ambos notamos que hay una evidente atracción sexual que podemos palpar
en el aire. Notarlo y ser conscientes de ello es ya un paso, pero sentarnos a
hablar de lo que acontece es demasiado complejo y yo no estoy hecho para
hablar, por lo que me limito a seguir con el juego hasta encontrar el momento
de una seria conversación.
Cuando la partida finaliza y me reconozco como
el perdedor, JungKook pasa su brazo por mi hombro sacándome la lengua en señal
de burla por mi ceño fruncido y por la poca capacidad que tengo para reconoce
que he perdido. Le miro con una sonrisa socarrona y él esconde la lengua cuando
se da cuenta de que esta es demasiado tentadora para mí. Con un par de minutos
regresamos a las mesas del futbolín y esta vez si jugamos en completo silencio
mientras la partida poco a poco transcurre. Esta vez, y dada mi experiencia soy
yo el ganador y como esperaba, él no soporta la derrota por lo que acaba
cogiendo sus cosas con un mohín en los labios y se sienta en una de las mesas
vacías mientras se cruza de brazos de forma infantil. Yo acabo riendo de su
conducta mientras me acerco, acaricio su pelo y beso su coronilla recibiendo de
él una sonrisa infantil, que me reconforta.
Cuando me siento frente a él y dejos las cosas
a un lado llamo la atención a uno de los trabajadores para que nos atienda y
pedimos ambos dos cervezas. Cuando nos las traen bebo un largo trago de la mía
y me quedo mirando el ambiente un tanto pensativo. Él debe notarlo y posa su
mano sobre una de las mías y me hace mirarle. Su rostro ha dejado de mostrarme
muecas infantiles y solo veo a un hombre decidido en sus palabras. Una mueca
tranquila, pero preocupada.
—Quiero volver a pedirte perdón por lo de la cena.
–Dice—. De veras que no tenía ni idea.
—Yo también lo siento. –Sujeto su mano en la
mía y la acaricio mientras él se deja hacer, tranquilo.
—Si lo hubiera sabido… —Niega con el rostro—.
Da igual…
—Dime…
—Quería haber dicho que no te habría querido conocer
en aquella cafetería, pero la verdad es que te habría avasallado igual. No me
arrepiento. –Yo sonrío por sus palabras y aprieto el agarre en su mano.
—Pienso igual.
—Eh… por lo que dijiste antes. ¿No tendrás nada
en contra del Jeon de la cena? –Sonrío mientras niego con el rostro y él me
muestra una expresión ofendida.
—Nada de eso, estabas tremendamente hermoso,
pero yo quiero estar con este Kookie, no con el Jeon de la cena…
—Pues al Jeon de la cena te lo devoraste en el
baño. –Me susurra como si fuese un secreto con lo que yo enrojezco y suelto su
mano, avergonzado y mirando a todas partes menos a su sonrisa, producto de mi
vergüenza.
—Sabes de lo que estoy hablando.
—Lo sé, al Jeon de negocios lo dejamos en el
armario hasta que sea necesario. El Park Jimin de traje es tremendamente
atractivo, pero muy serio… —Ambos reímos y el silencio vuelve a consumirnos.
Aun hay palabras que no nos atrevemos a decir y con una gran bocanada de aire,
las suelto como puedo.
—¿Crees que esto que estamos haciendo está
bien? Cuando me mandaste el mensaje para quedar…
—¿No te sientes cómodo? –Pregunta, preocupado.
—No es eso. Hablo de que pensé que después de
la cena del otro día ya no querrías volver a verme.
—¿Por qué pensabas eso?
—Eres mi competencia. –Digo, como si no fuera
evidente pero soltándolo como una pesada losa, pues es como una condena de
muerte. Él no parece darle importancia y niega con el rostro, despreocupado.
—No, aquí somos Jimin y JungKook, dos jóvenes
que solo quieren pasar un rato juntos. –Se encoge de hombros.
—Cuando lo dices tú suena muy fácil pero si lo
pienso yo me da la sensación de que me estoy engañando a mí mismo. –Él me coge
las manos con una mueca de preocupación.
—No pongas esa cara, hyung. ¿No te lo pasas
bien conmigo? ¿Prefieres que hagamos otra cosa?
—Sabes de lo que hablo.
—Solo quiero hacerte olvidar por un rato. Yo
también quiero evadirme, hyung.
—Si seguimos con esto, nuestros padres no
pueden enterarse. —Él asiente con el rostro, conforme con mi petición mientras
su agarre en mis manos se vuelve más dulce y agradable.
—Lo sé. No quiero ni imaginarme que mi padre me
pilla contigo por ahí como si nada.
—Yo ya estoy oyendo a mi padre: ¡Eso está mal!
¡Me has defraudado, Jimin! –Imito sacando de él una sonrisa infantil. Nos
soltamos las manos y ambos bebemos un trago largo de cerveza. Mientras yo me
dedico como una malsana manía a quitar el papel que recubre con publicidad el
botellín, él me pregunta, un tanto triste.
—¿Tu padre es muy estricto contigo? Apenas
dijiste nada en la cena y si no fuera porque respirabas habría pensado que
estabas muerto. No te moviste un ápice.
—Mi padre siempre me dice que no debo hacer
nada impropio cuando estamos en una cena.
—Mi padre me lleva como trofeo a exhibir, y eso
mismo pensé de ti pero cuando tu padre no te cedió la palabra un solo instante
me di cuenta de que ni tu padre es de esos ni tú querías contribuir. –Suspiro—.
¿Para qué fuiste?
—Supongo que mi padre se ve en la obligación de
llevarme como mero espectador. Si algún día voy a ser su heredero tendré que
saber cómo funcionan las cenas de reuniones.
—Ya veo…
—Quiere que esté pero que no participe. A veces
me deja decir unas cuantas frases, pero nada más. Me hubiera gustado soltar un
discurso sobre la mente humana como lo que dijiste. Me habría encantado dejar a
tu padre con la boca abierta. –Ambos sonreímos, él remata la cerveza y yo me
veo obligado a imitarle. Mientras lo hago él se levanta, comienza a ponerse el
abrigo y le miro con una sonrisa cínica—. ¿A dónde vas?
—Nos vamos a pasear. Aquí el aire está cargado
con tanto adolescente prepúbico. –Sonrío—. Y además, quiero invitarte a algo
dulce.
—¿Yo? ¿A mí? ¿Dulce? –Frunzo los labios.
—Me juego una mano a que tu padre no te dejó
pedir postre el otro día. Seguro que no considera adecuado que su hijo coma
dulces de forma desmesurada.
—Mi padre no me deja comer dulces, en general.
—Maldita sea Jimin, tienes veintisiete años.
–Me dice frunciendo el ceño mientras me pasa mi propia chaqueta y comienzo a
vestirme con ella.
—¿Quién ha dicho que no los coma? El otro día
probé el postre más delicioso de todo el restaurante y ni siquiera estaba en la
carta. –Rápido deja de ponerse el gorro, me mira, enrojece y me retira la
mirada con una sonrisa avergonzada.
—Me da igual lo que me digas. –Dice agarrándome
del brazo mientras nos encaminamos fuera del sitio—. Voy a invitarte a un
chocolate caliente con churros. ¿Hum? –Asiento, casi obligado pero embobado con
la situación. Solo imaginarme el chocolate rozando mis labios me hace desear
seguirle a donde quiera que me lleve.
—Idiota. –Suspiro y él solo se limita a estrechar
mi mano enfundada en un guante negro y salir al exterior recibiéndonos una
brisa gélida que nos hace encogernos en nosotros mismos. Siento un escalofrío
repentino y camino a su lado mientras intento por todos los medios cubrirme de
nuevo el rostro con la bufanda y no es hasta pasado varios minutos que no me
doy cuenta de lo que implica ir de la mano con él por la calle. Su mano es
caliente, reconfortante, agradable y el palmo de altura que me saca me hace
sentir pequeño e intimidado, como si yo fuese quien es llevado y no al
contrario. Le suelto la mano no porque fuese reconfortante, sino porque el
simple gesto me parece excesivo y él me mira como si lo hubiese hecho más por
comodidad o vergüenza. Me sonríe amable y mete sus manos en los bolsillos del abrigo.
Yo hago lo mismo y mientras veo como las luces navideñas se reflejan en sus
ojos sigo caminando a su lado calle abajo.
El ruido alrededor oculta cualquiera de mis
pensamientos y solo puedo oler su colonia mezclada con el ambiente. Pasados
varios minutos comienzo a arrepentirme de haberle soltado la mano porque de
vernos, tan solo con estar juntos sería suficiente condena. Qué más daba
excedernos un poco más. Ya es demasiado tarde y me limito a quedarme a su lado
mientras caminamos un poco más adelante hasta que llegamos a una pequeña
tiendecita con apenas tres mesas en el interior. Todas ocupadas. Él parece
hacer una mueca un tanto decepcionada y me mira como si yo fuera el más
decepcionado de todos. Frunzo los labios.
—Si pides para llevar podemos ir a un pequeño
parque aquí a la vuelta. ¿Sabes cuál? En medio del parque hay un pequeño
tenderete con bancos. Ahí nos refugiaremos del frío.
—Bien, hyung. Allí iremos pues. –Ambos entramos
en la tienda y tras pedir dos chocolates para llevar y diez churros nos
encaminamos con todo de la mano a paso rápido y con la boca llena de agua por
el olor del chocolate a nuestro alrededor. Él ríe por mi rostro sumergido en la
tapadera del pequeño bote y él hace lo mismo con el cucurucho de papel con
churros. En algunas partes el papel de cartón está humedecido por la grasa pero
eso casi que lo hace más apetecible y cuando llegamos no esperamos a sentarnos
en uno de los asientos de piedra bajo el techo cubierto y rodeados por fuera de
árboles y arbustos que taponan todo el frío. Alrededor y sobre el techo caen
pequeñas luces anaranjadas de navidad.
Tienen un color amarillento nostálgico y junto
con el color de sus mejillas enrojecidas por el frío y su nariz rosada, es una
escena del todo antinatural. Me siento como dentro de un confuso sueño, dentro
de una absurda novela cómica en la escena del beso más surrealista. Me
identifico en esa escena, es la escena. Tengo que seguir con la función y
mientras él se sienta a mi lado y comienza a desenvolver los churros distraído,
cojo su mejilla y me acerco a él para besarle dulcemente mientras me trago toda
su sorpresa. Al principio el beso no es más que un tierno y dulce roce, pero
cuando sus ojos se cierran y acaba por sumarse al beso, acaba por ser algo más
intenso y acalorado. No lo suficiente como para devorarnos, pero sí para
escuchar como su labios juegan como los míos.
El beso se corta con una de sus sonrisas y con
otra de mi parte. Me queda el cálido sabor de sus labios y su temperatura. Me
queda tan solo morderme el labio inferior con el recuerdo porque él no va a
volver a repetirlo y yo no quiero parece baboso. No me pide explicaciones al
respecto, yo tampoco quiero tener que inventarme nada porque solo me apetecía
hacerlo. Cada beso sin malicia suma una excusa menos a que esto tan solo es
atracción sexual. No hay nada de sucio en un beso como el que acabamos de
darnos, solo una ferviente necesidad de contacto físico y del sabor de sus
labios acompasados de este ambiente, tan solo eso.
Dejo de pensar en el beso en cuanto el olor de
los churros y el chocolate me sorprenden. Ambos comenzamos a comer y él me mira
con una sonrisa amable y curiosa en los ojos.
—¿Tienes hermanos? –Pregunta de la nada. Yo
niego con el rostro.
—No, soy hijo único. –Él asiente, como
comprendiendo algo que no está a mi alcance. Y yo muestro un ceño fruncido.
—Tal vez sea eso por lo que tu padre te
presiona tanto, porque eres su único hijo. ¿No quiso tener más?
—Mis padres se divorciaron cuando yo tenía seis
años. Mi padre no quiso casarse con nadie más poniendo todas sus esperanzas en
mí como su heredero. Tampoco es que tenga tiempo para conocer a nadie pero aun
así, podría haberlo intentado.
—¿Cómo es la relación con tus padres? –Yo
levanto una ceja mientras bebo chocolate. El calor hace que mis mejillas
vuelvan a tener color pero a la vez pierdo el sabor de sus labios de los míos.
—¿Eres ahora mi psicólogo? –Pregunto sonriendo
y él niega con el rostro.
—Lo siento, no quería entrometerme.
—Era una broma. –Suspiro y pienso, expresando
en palabras los pensamientos que pasan por mi mente—. La verdad es que con mi
madre es una relación completamente diferente. Cuando estoy con ella es como
todo más tranquilo. No tengo esa constante presión de poder equivocarme a cada
segundo. Cuando estoy con mi padre, bueno, ya me viste. Es así siempre.
—¿Custodia compartida?
—Sí. Al principio pasaba los fines de semana
con mi padre pero luego a medida que me iba haciendo mayor se iban alargando
los periodos hasta estar un mes con cada uno. Ahora que soy adulto tengo una
habitación en cada una de sus casas, me paseo de un lado a otro según me
convenga y cuando quiero estar solo tengo un pequeño piso en el centro para mí.
–Me encojo de hombros—. No puedo quejarme, la verdad.
—Ya veo. A mí no me sucede eso. También tengo
un piso en el centro pero la mayor parte del tiempo me lo paso en casa con mis
padres. Ambos viven juntos y tengo una habitación enorme para mí allí. A veces
casi que prefiero estar con mis padres, tengo todas las comodidades del mundo.
—¿Tú también eres hijo único?
—No, tengo un hermano mayor. –Le miro, curioso.
—¿Mayor? ¿No debería ser él quien se encargase
de la empresa, entonces?
—Se desentendió de ella cuando cumplió
veinticinco, hace cuatro años. Él estudiaba también empresariales, como tú. En
un principio era él quien iba a quedarse la empresa, pero cuando terminó la
universidad nos informó de que se iba a vivir a Tokio.
—¿Amor? –Pregunto.
—Valores y ética personal. No soportaba a mi
padre, ambos se llevaban a muerte y en cuanto tuvo la oportunidad se largó a
trabajar como gestor de empresas en una multinacional de electrónica en Tokio.
—Ya veo.
—El amor no es el único culpable de las locuras
que comete el hombre. –Me dice mientras bebe un poco de chocolate—. Los
principios morales son también, aunque no tan eficaces como el amor, una buena
dosis de autoestima y valor para acometer nuestros verdaderos intereses.
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