HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 3
CAPÍTULO 3
Jimin POV:
Desde que tengo memoria mi padre me ha repetido
que hay que tener al enemigo cerca. Sé que es una frase que suele resonar por
el habla popular pero mi padre me lo decía con insistencia siempre que hablaba
de la deseada competencia. No sabía en un principio que quería decir con eso de
tenerlos cerca. Cuando era pequeño me imaginaba a la competencia como grandes
jugadores atléticos y a la vez como lobos despiadados que eran capaces de
devorarnos si no decíamos a su favores. Mi padre se molestó en definírmelos de
esa manera y cuando mi padre se divorció de mi madre intensificó sus clases de
enseñanza popular. “Esas cosas que no se enseñan en la clase”. Como tratar a
las personas, como hacerles entender que estas interesado, como animarles a
colaborar, como motivar a los trabajadores y como mantenerles contentos.
Nunca me habló de que me vería las caras con un
hermoso chico en el rostro de mi competencia. Nadie me avisó de que tendría que
lidiar con mis sentimientos en cuanto a este tipo de situaciones. Siempre me
las dibujaron frías, calculadoras, sutiles. Pero no hay nada de sutileza en la
fuerza en que mi corazón palpita. En la forma en que mis manos tiemblan sobre
mi regazo. Como aprieto mis mangas, como muerdo mi lengua por no suspirar
embobado frente a un rostro que me trae un dulce recuerdo. Apenas han pasado
veinticuatro horas desde que nos conocimos y ya puedo sentir como todo mi
cuerpo se siente implicado con nuestras miradas confusas y avergonzadas. Él es
tan culpable como yo de estar aquí sentados. Es tan culpable como yo de
habernos conocido. Él mira su copa de agua, yo mis manos temblando en mis
piernas.
El momento termina cuando nos sirven la comida
y veo como a él le ponen enfrente un cuenco con crema de calabaza mientras que
a mí una insulsa ensalada con tres hojas contadas de lechuga y medio tomate
picado. Apenas tiene aliño pero es casi preferible o de lo contrario solo
estaría ingiriendo aceite y vinagre. Con una extraña mueca e inevitable, me
llevo uno de los pedazos de tomate a la boca y lo saboreo con una desagradable
sensación de ser observado y en realidad son sus ojos lo que me están
escrutando y rápido detengo el gesto de masticar, intimidado. Es una mirada más
curiosa que divertida. Rápido, mientras revuelvo con el tenedor los pedazos de tomate,
comienzo a pensar que él puede estar maquinando lo mismo que ronda por mi
cabeza. La idea de que esta situación sea del todo extraña y ni aun así seamos
capaces de encajar las piezas en su sitio. Una única cosa pasa por mi mente,
darle explicaciones de lo sucedido.
—Es todo un lujo este sitio. –Dice el señor
Jeon con una humildad fingida. Mi padre y yo le venimos siguiendo la pista
desde hace mucho tiempo pues es nuestra mejor competencia y sabe, más que de
sobra, que este sitio no es nada que le impresione, acostumbrado como está a
degustar de seguro una copa de caviar todos los días. Eso me hace preguntarme
si el nivel de vida de su hijo es similar o si por el contrario solo hace un
extravagante paripé delante de su padre como yo y se viste de calle cuando no
está con él. Recuerdo el día de ayer y como nos conocimos. Llevaba unos
vaqueros simples, con una camisa blanca debajo y sobre todo el conjunto, una
chaqueta de raso vulgar, de un color caqui desagradable. Lo que un chico común
se podría. Nada me hizo pensar que podía tener un nivel adquisitivo como el mío
o mejor.
—Me alegro de que les guste. –Contesta mi padre
con una sonrisa. Apenas vamos por el primer plato, aún falta mucho hasta que
las formalidades se acaben y comience la conversación seria.
—¿Ha viajado usted a Francia? –Pregunta dado el
contexto en el que nos encontramos. Mi padre asiente con un deje de añoranza.
—Antes de que naciera mi hijo viví allí una
temporada con mi ex—mujer.
—¿En qué parte?
—En Mónaco. Los fines de semana viajábamos a
París para pasar el día. Otras, nos desviábamos a Italia.
—Vaya, lo decía porque tenemos mi familia y yo
una casa en Burdeos. –A las palabras de señor Jeon se me antojó pensar en
JungKook como un pequeño niño correteando por las calles de Burdeos en un día
soleado mientras de fondo suena una música de acordeón semejante a una película
de Amelie*. Imaginarme el contexto supone demasiado esfuerzo y mientras frunzo
el ceño me llevo la copa con agua a los labios para saborear la nada más
deliciosa.
—Burdeos es una ciudad maravillosa. El museo de
Bellas Artes es sublime. –Dice mi padre mientras se lleva un poco de pasta con
tomate a los labios y sonríe, con una expresión infantil.
—A mi hijo le encanta ese museo. –Dice el señor
Jeon señalando maleducadamente a su hijo con el tenedor mientras yo me obligo a
mirarle también con una expresión entre divertida y atemorizada por la
respuesta hacia mí de su mirada. Él enrojece débilmente por ser el centro de
atención y mientras suena a lo lejos la sonata Nocturne nº 2, op. 9 de Chopin,
su sonrisa se agranda con una delicada sutileza impropia al parecer de su
padre. Unos labios rosados enmarcando unos dientes preciosos mientras
repentinamente su cítrico olor llega hasta mí haciendo que el sabor de la cena
sea mucho más agradable de lo que esperaba. JungKook sonríe, agranda su sonrisa
mirando a su plato y acaba asintiendo—. Siempre cuando era joven íbamos a ese
museo y pasábamos horas dentro. ¿Verdad? –Le pregunta a Kook.
—Aun soy joven, padre. –Le espeta con una
educada sonrisa—. Soy el más joven en esta mesa. –Dice y casi como si se
percatara de que tiene el conocimiento de mi edad me mira, un tanto asustado,
pero nadie recae en ese gesto y el padre de Jeon sigue hablando, inmerso en sus
recuerdos.
—Un día lo perdimos entre la exposición de los
cuadros de Tiziano.
—Sabe, padre, que el Renacimiento me encanta.
–Se excusa con una sonrisa amable y su padre niega con el rostro, sonriente.
—Lo sé. ¿A su hijo también le entusiasma perder
el tiempo frente a un cuadro?
—Mi hijo prefiere la música, la verdad. –Dice
mirándome y por el tono de sus palabras se denota que no está muy seguro de su
afirmación y me mira, esperando mi asentimiento. Yo asiento, aunque he de
reconocer que tampoco es algo que me entusiasme en demasía—. Pero él estudió
gestión de empresas en su momento, y ahora trabaja, como sabe, para mí.
—Mi hijo estudió marketing. –Dice señalando a
JungKook. De súbito me siento como un animal enjaulado, expuesto frente a un
público sin palabra ni voto. Me siento como encerrado en mí mismo mientras
alguien intenta venderme en medio de una subasta. ¡Yo doy doscientos! Oigo de
fondo como si alguien se entusiasmase por mis características comerciales.
Pensándolo más fríamente tan solo nos están exponiendo como armas arrojadizas,
nos están presentando como los futuros batallones, como el soldado que un diría
será general de un pelotón. Dos equipos enfrentados que enseñan a sus jugadores
en el banquillo. Mientras nuestros padres alardean de nosotros yo me limito a mirar
en la forma en que Jeon termina su crema cucharada a cucharada intentando
evitar mi mirada. Yo ya me siento con la confianza sufriente como para mirarle
directamente sin que se vea como algo demasiado violento o frío. Ya hay una
extraña confianza a parte de la que ayer estuvimos creando. Me deleito unos
segundos para ver en su vestimenta algo de la personalidad que conocí. No
encuentro nada en absoluto porque no hay nada de común en la forma tan elegante
en que una corbata se desliza por su pecho. En su pelo bien peinado, sin
espacio en su pelo para ver su frente. No tiene sus dos pendientes tan
característicos con los que me quedé y no hay desorden ni vulgaridad en como su
americana se ciñe tan perfectamente a sus hombros.
—¿Qué opinas, Jimin? –Oigo la voz de mi padre a
lo lejos. Instantáneamente regreso a la realidad y lo primero en lo que caigo
en la expresión perdida de Jungkook mirándome, como si acabase de hacerme una
sugerencia.
—¿Hum? –Pregunto mirando a mi padre, un tanto
atontado, fingiendo que estaba pensando en algo que estaba en mi plato.
—El señor Jeon y su hijo nos han sugerido que,
si todo sale bien, vayamos a cenar a su casa un día.
—Bien, todo lo que decidas estará bien, padre.
–Digo, deshaciéndome de la responsabilidad y me ciño a dejar los cubiertos de
nuevo en la mesa desganado con la poca comida que me han puesto en el plato.
Pasado un rato se llevan nuestros platos y viene el segundo. Un filete de
salmón a la plancha. No puede haber alimento más insulso que eso. Nada de
guarnición, nada de salsa, nada siquiera de un par de patatas fritas
acompañándolo. Un mero filete con una pizca de sal, y dando gracias al señor
por ella. Si hubiesen escatimado más le habrían quitado el salmón al salmón a
la plancha. Lo miro unos segundos, y rápido miro el plato de JungKook con un
gran filete de solomillo con salsa y patatas fritas. Siento como mis ojos se
salen de mis cuencas y rápido aparto la mirada. Me concentro en la forma y el
color de mi filete de salmón y con los cubiertos comienzo a desmenuzarlo y a
llevarme pequeño trozos a la boca, sintiendo como ni siquiera está bien
cocinado. Con una extraña mueca estoy a punto de devolver el pequeño pedazo al
plato pero me contengo, tragando agua e ingiriendo el alimento, escuchando de
fondo como una nueva sinfonía suena y como me dejo llevar por ella, temiendo
perderme dentro del malestar que me genera esta estúpida cena.
—¿Te gusta el mar? –Me pregunta de repente
JungKook. Por su voz dirigiéndose a mí de nuevo por segunda vez en la cena me
hace dar un pequeño respingo y yo sonrío, atontado.
—No mucho la verdad. Prefiero la ciudad o la
montaña.
—Oh. –Hace un repentino puchero y yo estoy a
punto de ceder a cualquiera de sus peticiones si desfrunce su ceño—. Es una
pena. Tenemos un apartamento en Busán al lado mismo de la playa.
—¿De veras?
—Sí. –Estar dentro de una conversación a su
lado es una sensación del todo extraña. Mientras nuestros padres siguen
conversando, nosotros nos debatimos en unas sonrisas tranquilas, en unas
expresiones controladas—. A mí no me gusta del todo la ciudad. Con tanto ruido
y tantas…
—¿Y en las playas de Busán no hay ruido?
–Pregunto interrumpiéndole—. Aquello está abarrotado de gente.
—Vaya… así que conoces Busán.
—Soy de Busán. –Digo y él sonríe, con una
mirada cómplice.
—Yo igual. –Asiento.
—Lo sé. –Él me mira, frunciendo el ceño pero yo
me limito a encogerme de hombros—. No pensabas que iba a venir a esta cena sin
saber al menos de donde eran tus padres…
—Ah, ya veo. –Sonríe confiado y niega con el
rostro con una expresión avergonzada. Mientras sigue comiendo parece que la
conversación poco a poco se degrada hasta desaparecer y con el tiempo, acaba
por terminar de comer y nos traen a todos el postre. Yo debo excusarme y no
tomar nada, por iniciativa de mi padre, pero JungKook se pide un pequeño pastel
de chocolate con pequeños arándanos rojos. El color de estos dentro del
glaseado de chocolate se ve mucho más hermoso que delicioso pero esta cualidad
no es mínima. Mis papilas gustativas están activas, mi boca llena de agua, mi
cerebro sediento, mi estómago hambriento. Con una expresión frustrada me quedo
mirando la copa de agua frente a mi plato y me limito a morderme los labios
como escapatoria al hambre. Sin poder aguantar más tiempo en la mesa me levanto
excusándome y ante la antena mirada de todos pido permiso para ir al baño. Mi
padre me lo concede como si yo aun necesitase ayuda o permiso para orinar, como
si aún no controlase mis esfínteres, y camino despacio hasta los lavabos.
Una vez llego me sumerjo en el silencio que me
proporcionan los muros alrededor. Las paredes, forradas de grandes azulejos
blancos dejan un espacio a la izquierda para los lavabos y los respectivos
espejos. Me veo reflejado en cada uno de ellos a mi paso y no puedo evitar
pararme enfrente de uno al azar mientras me recuerdo a mi mismo que ha sido
esta misma expresión con la que me he presentado en la cena. Con esta extraña
mueca de desagrado con la que me ha estado observando. Me revuelvo el pelo
angustiado, me lo peino con los dedos y me lo atuso hasta que queda de una
forma en la que me siento a gusto y conforme, me engaño a mi mismo pensando que
es así como me ha visto y no con la desagradable mueca con la que he estado
toda la cena.
Con un largo suspiro niego con el rostro y me
conduzco a uno de los urinarios justo enfrente. Me encierro en uno de ellos y
me quedo unos segundos en silencio apreciando la tranquilidad de este estado.
El siguiente sonido es el de mis manos llegando a la cremallera de mis
pantalones y bajándola con cuidado. Después me desabrocho el botón y esquivando
el cinturón me saco el pene para orinar. El sonido que produce la orina al
chocar es constante y ruidosa. Más de lo que me gusta que suene en un sitio
público pero no estoy acompañado por lo que no puedo quejarme demasiado. Cuando
termino me arreglo de nuevo y salgo del cubículo encontrándome con una escena
del todo irreal. De espaldas a mí, Jeon se lava las manos con una expresión
hierática. Con las manos húmedas de lo que parece jabón las acaba poniendo bajo
el grifo y este se enciende, dejando caer agua como una cascada sobre sus
manos, mientras él se frota. Sus ojos están fijos en el lavabo y cuando me ve
salir del cubículo, levanta la vista, me saluda con una sonrisa y yo se la
devuelvo, confuso. Camino hasta el lavabo contiguo y repito el mismo
procedimiento para lavarme las manos. Él comienza a silbar y yo me muerdo el
labio inferior, angustiado. Cuando ambos terminamos nos secamos las manos y él
me mira, curioso.
—¿Has venido a orinar también? –Pregunto.
—No. Me he manchado las manos con la tarta.
–Asiento, mientras él termina por secase las manos con un trozo de papel y tira
este a una papelera cercana. Yo hago lo mismo y una vez terminamos, como si ambos
pensásemos igual, no nos vamos. Nos quedamos mirando el uno al otro con una
avergonzada sonrisa que inquiere que estamos nerviosos. Él mira alrededor, yo
me meto las manos dentro de los bolsillos del pantalón. Al cabo de un par de
segundos suspiro fuertemente, negando con el rostro, y sacando las manos de los
bolsillos para gesticular.
—Lo siento. Lo siento mucho, Jeon. No tenía ni
idea de que fueses el hijo de nuestra competencia. –Él niega con el rostro y
con las manos, disculpándose. De repente el ambiente se rebaja. Nos quitamos
las máscaras, volvemos a ser dos chicos en una cafetería.
—No tienes que disculparte, yo tampoco lo
sabía. –Sonríe—. Estoy tan perplejo como tú. ¡Quién iba a pensarlo! ¡Mírate!
–Me señala, nervioso—. Estas alucinante y el otro día no eras más que un chico
cualquiera. –Yo alzo una de mis cejas por sus palabras.
—¿Un chico cualquiera? –Él rápido cae en lo que
ha dicho.
—Ya me entiendes. Ibas con ropa de calle todos
los días…
—Ya, a mi padre no le gusta que me presente así
en el trabajo pero de veras, que esta corbata la odio. –Digo, moviendo la
corbata en mi pecho debajo del chaleco—. Tú también ibas normal…
—Cuando trabajo con mi padre sí me visto de
traje, pero para ir a tomar un café no… —suspira—. Esta situación es del todo
absurda. Perdóname si te has sentido ofendido porque haya hecho como que no te
conozco…
—No. Es mejor así… —Suspiro esta vez yo. Me
miro en el espejo y me apoyo en uno de los lavabos—. Mi padre no aceptaría que
me gustase el hijo de su competidor. –Suspiro y casi no me doy cuenta de su
reacción en el espejo. Yo mismo doy un respingo al ser consciente y él me
aparta la mirada, totalmente avergonzado. Rápido reacciono—. No quería decir
eso… ya sabes. –Me muerdo el labio inferior pero él no hace el más mínimo
comentario—. ¿Yo te gusto? Es decir, ya sabes… El otro día sentí que teníamos
química. –Nada—. Está claro que no podemos mantener una relación pero bueno…
yo…
—Cállate. –Me dice y en un segundo lo tengo
sobre mí, con sus labios sobre los míos devorándome al instante. Doy un
respingo y paso mis brazos por su cuello para acercarlo aun más a mí. El sabor
del chocolate me invade con una dulce sinfonía de perfectos acordes junto con
la sensación ácida de las frutas silvestres y el intenso olor de su colonia. Todo
me supera en el instante en que me paro a apreciar la sutiliza y la calidez de
sus labios sobre los míos. Su textura, su sabor. Nuestras respiraciones
aceleradas llenan todo el espacio en el cuarto de baño y solo puedo pensar en
la posibilidad de tenerle en mis manos tan sumisamente como aparenta ser cuando
sonríe como un pequeño conejito. Con las manos en sus hombros me separo de él y
nos encamino con rapidez a uno de los cubículos.
—Hyung… —Ronronea juguetón dentro del beso. Sus
manos acariciando mi cuerpo me hacen sentir tremendamente confiado. No me
importa si mi padre está fuera o el suyo esperándonos en la mesa. Mi única
intención es devorarle en este mismo instante sin miramientos, sin
sentimientos. Tan solo una brutal y animal representación de nuestro más bajo
instinto sexual.
—Shh… Será rápido. –Le digo mientras cando
desde dentro el cubículo, le pongo de cara a la puerta y comienzo a
desabotonarle el pantalón mientras beso su cuello. Él comienza a gemir
lastimero mientras sus manos intentan acompasarse a mi cuerpo en su espalda.
Comienzo a sentir una punzante erección en mi entrepierna y apoyarme contra su
trasero solo intensifica su dolor y volumen. Repito el gesto y me hundo en él
mientras aún tenga la ropa puesta. Nada más consigo bajar su cremallera, bajo
con ella los pantalones y la ropa interior hasta que la tiene por las rodillas.
No aguanto demasiado en los preliminares, ni siquiera están presentes. Me saco
el pene y lo penetro de un solo golpe. Él tiene que enmudecer, y yo tengo que esconder
mi rostro en su hombro para no vocifera lo caliente que está y lo duro que me
pone.
—No seas gentil. –Suspira con una voz rota—. No
me hagas esperar.
—Lo que quieras, mi príncipe. –Digo mientras me
apoyo en sus hombros y comienzo a embestir con la fuerza que me permite el
delirio del momento. Él aguanta con fuerza sus gemidos y yo me debato en gritar
o destrozarle. Me decido por lo segundo mientras levanto su camisa y su
americana por su espalda y comienzo a apretar mis manos alrededor de su cadera,
embistiendo con fiereza, hundiéndome todo lo que puedo hasta chocar mi pelvis
con sus glúteos. Hasta que el sonido reverbera dentro de mi mente incitándome a
repetirlo con mucha más fuerza. Él acaba por masturbarse solo mientras se apoya
con una mano en la puerta y yo mordisqueo su cuello mientras lloriquea con
gusto frente a la madera. Dejo de oír si alguien entra, o incluso si nos llaman
a gritos desde fuera. Solo escucho sus gemidos y mi nombre entre lloriqueos.
—Me… me corro…
—Córrete en mi mano amor... –Susurro
sustituyendo su mano por la mía en su pene y sus gemidos se vuelven más
lastimeros. Mis envestidas se vuelven más lentas pero más profundas prolongando
el momento, retrasando e intensificando el éxtasis. La puerta comienza a sonar
por nuestras embestidas, todo se desdibuja, el orgasmo me ciega, nos quedamos
unos segundos como pequeños animales en celo y ambos eyaculamos a la vez, él en
mi mano y yo en su interior.
El resultado de nuestro desastre queda en ambos
mirándonos el uno a otro. Él con una sonrisa pícara mientras se levanta los
pantalones y se mete la camisa debajo mientras que yo me abrocho el pantalón y
me ajusto la americana sobre mis hombros. Me siento febril y cansado, pero a
juzgar por su rostro él no está diferente. Nos miramos, nos sonreímos y nos
besamos sutilmente con una caricia en su nuca. El silencio se prolonga en un
incómodo momento. Más incómodo será cuando salgamos del baño, pero para eso,
aún tenemos que pasar frente al espejo.
———.———
*Amélie (Le fabuleux
destin d'Amélie Poulain en francés, literalmente: «El fabuloso destino de
Amélie Poulain») es una comedia romántica francesa de 2001 dirigida por Jean—Pierre
Jeunet, el guion fue escrito por Jeunet con la colaboración del novelista
Guillaume Laurant en los diálogos, fue protagonizada por Audrey Tautou como
Amélie. Bajo el lema Elle va changer ta vie...(en español: Ella va a cambiar tu
vida...), la película fue distribuida en Estados Unidos por Miramax y en España
por Manga Films.
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