HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 33
CAPÍTULO 33
Jimin POV:
Me revuelvo unos segundos más en la cama antes
de despertar definitivamente. La luz de la mañana ya entra por entre la
persiana y por la intensidad diría que son alrededor de las diez. El interior
de la cama se siente tremendamente agradable y el olor de Jeon aún dura en
ella. Me siento completamente confortable y cómodo por lo que me doy unos cinco
minutos más antes de incorporarme frotándome los ojos con el dorso de una de
mis manos y saco los pies descalzos fuera de la cama. La estación aún sigue
siendo algo fría por lo que me pongo la parte inferior del pijama en el suelo y
la superior la encuentro junto con las sábanas revueltas en la cama. Aun con
los pies descalzos salgo del cuarto recibiendo la luz del día por la ventana
del salón y miro con ojos golosos una bolsa de galletas de chocolate abierta en
medio de la cocina. Con una expresión aun adormilada me conduzco a ellas pero
un cuerpo en el sofá me asusta y doy un respingo retrocediendo un par de pasos.
Él ha caído antes en mí que yo en él y me mira de reojo, con una media sonrisa
en su rostro mientras lee detenidamente el periódico que yo dejé ayer sobre la
mesa. Su rostro me hace retroceder un par de pasos más pero él no parece muy
sorprendido de verme.
—No sabía que dormías tanto. Me has tenido
esperando una hora. –Dice el señor Jeon con una expresión aburrida y
decepcionada a lo que yo no contesto y me quedo mirándole sin saber exactamente
qué diablos hacer. Ya me ha visto, no puedo fingir que soy un mueble, y tampoco
puedo ponerme a la defensiva. Sin embargo esta es la opción que escojo. Sin
duda no mejor que hacerme pasar por una pequeña cómoda.
—¿Qué hace aquí? Esta es una propiedad privada.
—Él hombre ríe mientras pasa una de las páginas del periódico. Está vestido de
traje con una corbata de color beige y un reloj de oro que veo a través de su
manga. Miro alrededor buscando a Jeon con la mirada pero el silencio me indica
que no hay nadie más. Estamos los dos solos en la casa y yo con el pelo
revuelto recién levantado. Me muerdo el labio inferior maquinando cómo salir de
esta impune. Él no parece muy dispuesto a detenerme ni a golpearme. Sin
embargo, no puedo olvidar su expresión al echarme de su casa. La imagen me
reconcome por dentro y más aún la sensación de perdición que me embarga la
situación que viví.
—¿Y quién crees que paga esta propiedad,
muchacho?
—¿Sabe Jungkook…?
—No. –Me corta—. Se cree que estoy en una
reunión en Busán. Él llegará tarde. –Me dice mientras palmea el sofá a su lado
mirándome de reojo—. Siéntate, tenemos mucho de lo que hablar. –Yo, con una
expresión desconfiada, camino alrededor del sofá y me siento en la butaca
perpendicular a la dirección del sofá. Él me mira encogiéndose de hombros,
importándole poco donde yo me encuentre y dado que sigo en pijama y con cara de
sueño, es poco importante ya donde quiera sentarme. Me siento en la butaca con
todo el cuerpo en tensión y pongo mis manos sobre mi regazo ante su atenta
mirada. Me mira de arriba abajo ahora que puede verme más de cerca y evita
reírse de mi estado. Yo evito no saltar sobre su cuello para devorar su
yugular. Frunzo el ceño y ante la espera comienzo a ponerme nervioso.
—¿Qué es lo que hace aquí?
—Yo podría preguntarte lo mismo a ti. –Cambia
su expresión a una más inocente—. Yo podría estar aquí porque he venido a regarle
las plantas a mi hijo.
—Ha venido aquí sin que su hijo lo sepa.
—Soy su padre, todos los padres hacen eso. –Yo
ruedo los ojos y él sonríe, dejando el periódico en la mesa—. Pero no todo el
mundo tiene oculto a…
—No me haga sentir como un ex convicto. –Le
corto olvidando la educación—. Sé que me está vigilando, ¿Cómo ha sabido que
estoy aquí?
—Te hemos pillado yendo a comprar el periódico.
No estabas al tanto entonces, ¿verdad? Y ah, No eres un ex convicto, pero te
comportas como uno. –Me dice.
—¿Yo?
—Sí. Jugando con las normas como si fueran
pelotas de malabares. Jugando con la mente de mi hijo de esta forma tan cruel.
¿No te da pena JungKook? –Pregunta y me gustaría ver sarcasmo en sus palabras,
pero la realidad es que él habla mucho más en serio de lo que me gustaría
reconocer.
—Yo no juego con nadie. –Me quejo, enfadado—.
Ustedes jugaron conmigo de la forma más cruel.
—¿Y no te tienes rencor a mi hijo por eso? ¿Qué
haces colándote en su cama? –Me pregunta.
—El problema con su hijo ya lo solucioné. Eso
no es de su incumbencia. –Niego con el rostro, confuso—. Aun no me ha
contestado, ¿qué hace aquí?
—He venido a hablar contigo. –Sentencia.
—Dese prisa, sea directo.
—¿No me digas que tienes algo que hacer a parte
de meterte en la cama de mi hijo? –Pregunta sorprendido a lo que yo frunzo el
ceño y los labios—. Yo tengo todo el día, me he ido a una reunión en Busán…
—Es usted un manipulador… —Murmuro a lo que él
no contesta—. ¿Sabe? Esta es la parte que no me gusta del trabajo de
empresario. Estas conversaciones condescendientes, las convencionalidades, la
forma en la que nos obligamos a crear un ambiente propicio para una
negociación. Es más simple exponer las cosas sobre la mesa y dejarlo todo
claro. Sea conciso. No se me da bien la paciencia.
—Ya veo, no es que no quieras perder el tiempo,
es que no tienes capacidad.
—Tómeselo como quiera, pero dígame qué diablos
quiere. ¿Va a echarme a patadas de esta casa? ¿Quiere golpearme? Mire que ya me
he deshecho de mi padre, no quiero tener que aguantar a los padres de otros.
—Muy altivo te veo, muchacho.
—Estoy cansado de la situación, y decepcionado
por usted. ¿Le parece mal que viva aquí? ¿Va a entregarme a mi padre? Créame
que él se desentenderá de mí rápido. ¿Ha
venido a contarme las guarrerías que hace su hijo por ahí? Como si no lo
supiera ya… —El hombre no hace una sola mueca. Nada de lo que le digo parece
sorprenderle ni tampoco que tenga que ver con su presencia en la casa. Miro
alrededor, comenzando a ponerme nervioso mientras él niega con el rostro,
condescendiente.
—He venido a negociar. –Dice entrelazando sus
dedos y poniendo sus manos sobre una de sus rodillas en la pierna cruzada—. ¿No
eres eso? ¿Un hombre de negocios?
—Negociemos pues… —Suspiro—. ¿Qué es lo que va
a ofrecerme y qué espera conseguir de mí?
—Lo que voy a pedirte es muy simple. –Rebaja su
tono juguetón a uno más directo—. Desaparece de la vida de mi hijo. –Sentencia
y se crea un silencio que tarda varios segundos en desaparecer. Yo no le retiro
mi mirada seria y él me mira, simple—. Eso es lo que quiero que hagas.
Simplemente desaparecerse. La forma de despedirte, puedes elegir. Una nota, un
mensaje, una llamada. Pero no puedes decirle el porqué. Miéntele. Dile que te
has cansado de él, que ya no le quieres, que…
—No estamos en una relación. –Le digo y él se
encoge de hombros.
—No sé qué diablos tenéis ni lo que sientes por
él. ¿Te estas aprovechando de su caridad? A mí me da igual. Pero él te quiere
más de lo que puedas imaginar y si le dices a la cara que te vas, él no te va a
dejarme marchar.
—¿Se lo ha dicho a usted? ¿Que me quiere?
–Pregunto, confuso y con un deje ilusionado pero él hombre niega con el rostro.
—No te vayas de la negociación. ¿No querías ser
directo?
—Y bien. Supongamos que me voy. ¿Qué es lo que
gano yo a cambio?
—Una casa. Y un trabajo. –Propone y yo le miro,
con brillo en los ojos.
—Eso es demasiado generoso. ¿Solo por irme de
la casa de su hijo?
—No. Por desaparecer de su vida. Nunca volverás
a contactar con él. El trabajo es en mi empresa. Eres un hombre talentoso y no
me gustaría desperdiciar a alguien como tú. Estarías en una sucursal en Estados
Unidos. Vivirías en un pequeño piso de…
—¿Y cómo puedo fiarme de su palabra? –Le corto—.
Ya me engañó una vez…
—Porque ahora está mi hijo en juego.
—Siempre lo ha estado, si solo se da cuenta
ahora es porque realmente es grave.
—Mi hijo es la mejor baza que tiene mi empresa,
y por tu culpa la estoy perdiendo. –Se queja, con una mueca enfadada.
—¿Qué?
—Es por eso que quiero que te alejes de él. Le
estas metiendo ideas en la cabeza que no me gustan un pelo. Últimamente está
dudando de su trabajo, está cuestionando cosas incuestionables. Está empezando
a negarse a cosas que antes solía acatar en silencio. Por eso supe que estabas
aquí. Estaba hablando con alguien que le estaba comiendo la cabeza.
—Su hijo tiene derecho a tener dignidad. Yo no
le he dicho nada que él no supiese antes.
—Esa es la palabra que no quiero oír de la boca
de mi hijo nunca más. Dignidad.
—Es usted un proxeneta. –Él ríe de mi
comentario.
—No soy yo el que se acuesta con Jungkook.
–Frunzo el ceño.
—Su hijo es mucho más que un cuerpo. Es una
mente maravillosa, es una persona encantadora, venderla de esta forma acabará
matando su personalidad. Le acabará matando.
—El amor le mata, Jimin. –Dice con una mueca de
asco—. El amor le está dando el valor para enfrentarse al estilo de vida que le
da techo y comida.
—El amor no es el único culpable de las locuras
que comete el hombre. Los principios morales son también, aunque no tan
eficaces como el amor, una buena dosis de autoestima y valor para acometer
nuestros verdaderos intereses.
—Esas son las palabras con las que envenenas a
mi hijo.
—Estas son palabras de su hijo, señor Jeon. Y
me temo que las sacó del comportamiento
de su hermano. Su primer hijo vio lo que se le venía encima y supo huir a
tiempo. Me temo que Jeon no tuvo la misma suerte. El peso de la fuga de su
hermano y el hecho de ser el único hijo pudo dominarlo mucho tiempo. Pero la realidad
le está asfixiando.
—La realidad es la que es, no puede cambiar.
—Míreme a mí, hasta hace unos meses yo también
era la exhibición de mi padre y ahora ya no estoy bajo su techo.
—Astas bajo el mío. –Levanta una ceja—. ¿Ha
mejorado la situación?
—Me hizo ver la realidad.
—Te hizo ver la pobreza y el hambre. Cosas por
las que mi hijo no quiero que pase.
—Prefiere que le azoten mientras le violan en
una mugrienta habitación de hotel. –Él hombre frunce el ceño ofendido y se
levanta, abrochándose el botón de su americana, sentenciando la conversación—.
Aún no hemos terminado la negociación. Debe darme una alternativa. ¿Qué hará si
rechazo su oferta? No tengo hijos a los que engañar…
—Si no aceptas mi oferta… —dice serio—… puedo
prometerte que usaré todas las armas a mi alcance para obligarte a ello. Puedo
convencer a Jeon de que lo que haces es aprovecharte de él, puedo ponerle en tu
contra.
—No tengo miedo a sus amenazas. –Me levanto yo
también.
—Si eso no funciona, destruiré la voluntad de
mi hijo y mataré su personalidad hasta dejarle reducido a cenizas. Destruiré
todo lo que ama, le haré ver de lo poco que sirven la dignidad y la moral. –El
señor Jeon se acerca peligrosamente a mí—. Tengo amigos de… “negocios” que lo
dejarán sin voluntad en una noche.
—No puede estar escuchándose. Me da asco.
–Escupo.
—Si te importa mi hijo, vete. Te prometo que a
partir de ahora seré más gentil con él. Tendré más en cuenta su opinión, si es
su deseo, pero si no te vas…
—No confío en usted. –Murmuro.
—Ese es tu problema. Aprende a confiar. –Del
interior de su americana saca una tarjeta. Una similar a la que le dio a mi
padre aquél día en la cena. La imagen es del todo irreal y pensar simplemente
en la posibilidad de aceptar su trato me hace sentir náuseas. No aceptarlo,
también—. Llámame a este número cuando te hayas decidido, pero no tardes
demasiado. Yo tampoco tengo demasiada paciencia. –Yo acepto la tarjeta y él me
mira, suspicaz—. No le digas a Jeon que he estado aquí, ni tampoco le informes
sobre la conversación que hemos tenido. Nunca. –Miro la tarjeta en mi mano
mientras le veo pasar por mi lado y acercarse a la puerta. La abre con un
sonido seco y antes de irse, me habla, con voz informal—. Te aconsejo que no
rechaces mi oferta. No seas como tu padre… —Me muerdo el labio inferior de
espaldas a él y cierra la puerta con un sonido que me hace encogerme de
hombros. Frunzo el ceño mientras el peso de la tarjeta en mi mano es más del
que puedo calcular. Me siento de nuevo en la butaca, derrotado, con un cansancio
generalizado y con picor en los ojos. Un gran nudo comienza a crecer en mi
garganta y ni aun me he planteado qué hacer. Lo que se supone que es lógico ha
desaparecido por completo de mi perspectiva. Nada me ata aquí, pero no quiero
irme. No puedo fiarme de su oferta, pero maldita sea, no quiero irme.
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