HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 31

 CAPÍTULO 31


Jimin POV:

 

Me levanto de la cama y frotándome los ojos con el dorso de una de mis manos me conduzco hasta el salón para verlo completamente vació, ya que apenas hace una hora Jeon ha desaparecido por la puerta. Me quedo parado en medio de la estancia mirando a todos lados, levemente acongojado. Temblando. Sin saber qué hacer o a donde conducirme. Me siento más ajeno a esta casa de lo que me sentí al llegar y pensar que solo hace unas horas él estaba aquí tumbado en el sofá a mi lado llorando me hace sentir muy distante, como si yo no fuese más que un fantasma que pulula por la casa de vez en cuando. Parte del mobiliario. Polvo en el aire.

Me siento en el sofá dejándome caer de lado tumbándome tal como estaba él. Lo primero que siento es el calor corporal que ha dejado tras varias horas aquí tumbado. Me acurruco en ese espacio y me cubro con una manta cercana. Su olor es apenas imperceptible. Solo noto un fuerte olor a tabaco y alcohol. Es incluso más triste la escena y suspiro largamente preguntándome qué diablos ha debido suceder. Me gustaría pensar que nada, pero eso es tan absurdo… se me vienen imágenes a la mente de su dulce rostro fumando un cigarrillo solo, en una mesa de un bar repleta de copas vacías. Después, el alcohol le obliga a sentir, le obliga a llorar.

El día transcurre. Poco a poco y muy lentamente amanece. El sonido de unos cuantos pájaros hacen presencia cerca de la ventana y me imagino un pequeño nido de golondrinas anidando en el saliente superior de la ventana. Sacudo la cabeza y me incorporo en el sofá para alcanzar el mando a distancia del televisor y conectar cualquier programa al azar. Solo deseo que alguna voz llene el vacío en la estancia. Que borre de mi mente el sonido de su llanto o al menos que lo oculte en un pequeño rincón de mi mente. Cuando un programa cualquiera salta en la televisión lo dejo tal como está y me levanto conduciéndome a la cocina pero una vez llego y poso las manos sobre la encimera me descubro a mi mismo con hambre por lo que miro a todas partes, aturdido, y lo primero que hago antes de asumir que tengo que empezar el día es darme una larga ducha que borre todo rastro de sueño, a pensar de que no he dormido absolutamente nada.

Cuando salgo de la ducha me recuerdo a mi mismo que es lunes y le prometí a JungKook que buscaría trabajo. Cuando me acerco a mi teléfono móvil en toalla descubro que no tengo conexión a internet ni tampoco saldo para llamar a nadie. Suspiro largamente siendo consciente de que mi padre debe haber cancelado el contrato de móvil por falta de pago y me muerdo el labio inferior, frustrado y pensativo. Con una mueca subordinada me termino de vestir, cojo un poco de dinero y bajo al quiosco más cercano. El aire de la mañana  junto con un par de rayos de sol en mis mejillas me hacen sentir renovado y alegre. Me hacen sentir vivo después de haberme sentido como un cadáver empalado entre cuatro paredes. Entrando en el quiosco me recibe una señora mayor con una expresión amable. Yo compro el periódico nacional y un pequeño Chupa—chups de fresa.

Cuando llego a casa me siento en el sofá con una mueca cansada y me voy directamente a la sección de anuncios y comienzo a repasar los anuncios de puestos de trabajos. Siempre he visto esta escena en películas. Esta escena en la que un joven comienza a rodear ofertas de trabajo que le parecen interesantes, pero yo me muestro bastante escéptico ante las ofertas que muestran. Al parecer no hay ninguna en la que se necesiten a gestores de empresas. Bajo el listón buscando algo a lo que pueda amoldarme pero acabo rodeando ofertas inútiles que yo bien sé que no voy a acceder. Suspiro largamente y saco el Chupa—chups de mi bolsillo desenvolviéndolo y metiéndomelo entre los labios, angustiado, reconfortado por el sabor del dulce.

 

 

Pasadas las seis de la tarde Jeon aparece por la puerta con energía y una sonrisa amable. Lo primero que hace al entrar y dejar las llaves en el mármol de la cocina es buscarme con la mirada y me encuentra sentado en el sofá acurrucado con una manta mientras veo cualquier cosa en la televisión. Sobre la mesa hay un plato sucio de la comida, una taza de té, el periódico abierto por la página de ofertas de empleo y el palo del chupa—chups sobre este. Cuando me mira me sonríe con una dulce expresión y entrecierra sus ojos por la presión de las mejillas en ellos. Yo le correspondo el gesto y me pregunto a mi mismo si ha sido una pesadilla o tal vez una alucinación de la falta de sueño, pero juraría que esta noche lloraba en este mismo sofá. Ahora se muestra desenvuelto y reluciente. Está con ropa diferente a la que tenía cuando vino anoche, y también parece más limpio y aseado. Su pelo está recién lavado. Lo único que se me ocurre pensar es que ha pasado por casa de su padre.

Cuando me ha localizado con la mirada se quita primero una bufanda gris que trae en el cuello, el abrigo, y un jersey  negro bajo todo el conjunto. Se queda en camisa blanca con corbata y pantalones simples de vestir, con raya en medio y con mocasines negros de cuero. Se conduce a la cocina y saca de la nevera una pequeña botellita de agua que abre y bebe un poco de su líquido, pensativo mirado a la nada en la cocina. Yo soy el primero en hablar.

—Lo siento. –Susurro riéndome mientras me levanto y cojo los platos sucios sobre la mesa del salón—. Tenía que haber limpiado esto hace horas, pero me he quedado adormilado en el sofá. –Me excuso cogiendo la vajilla sucia y dirigiéndome a la pila para hundirme en ella y lavar los platos a mano.

—Tengo lavavajillas. –Se queja mientras me ve lavando a mano.

—En mi casa no tenía, y estoy acostumbrado a hacerlo así… —Susurro y me muerdo el labio inferior. Él parece no darle importancia y se va al sofá para sentarse ahí y dejarse caer con un quejido. Oigo cómo manipula el periódico a mi espalda.

—¿Has estado buscando trabajo? –Pregunta mientras le veo leer las ofertas señaladas—. ¿Repartidor de propaganda? –Pregunta con una expresión asqueada a lo que yo suspiro.

—Sí, esa es de las mejores ofertas. Cinco mil wons la hora.

—Eso es una miseria.

—Pero el trabajo es sencillo. –Él chasquea la lengua disgustado y yo ignoro el gesto, consciente de que cuando vives bajo la protección del dinero incondicional, un par de wons son una miseria. Con un gemido le oigo levantarse y conducirse a mi lado a la cocina—. ¿Tienes hambre? –Pregunto.

—No, solo quiero algo de beber. –Dice mientras se hunde en la nevera y saca de ella una bebida energética que al abrirla desprende un dulce sabor cítrico. Anaranjado. En vez de regresar al sofá se me queda mirando como termino de lavar los platos y me seco con un paño de la cocina. Yo le miro sonriendo y él me devuelve una dulce sonrisa—. Te mereces algo más que repartir propaganda, Jimin.

—Gracias, eres muy amable. –Suspiro—. Pero con suerte llamaré mañana y me darán el trabajo, si mi padre no ha metido la mano en medio para que no me contraten.

—Te mereces más. –Murmura de nuevo con una intensa mirada y yo le retiro el rostro, avergonzado y sin saber qué más responder a eso. Llevo una de mis manos a la suya libre de la bebida y acaricio suavemente sus dedos, su muñeca. Asciendo por su brazo y él parece estremecerse ante el contacto. Me acerco a él y beso sus labios con sutileza. Su respiración sobre mi piel es cálida, excitante. Me hace querer devorarle con más ferocidad pero me contengo para hacer del beso algo más simple y tranquilo. Él suelta la bebida y lleva sus dos manos a mis hombros para acercarme a él, me acaricia la nuca, el cabello. El beso se intensifica, se vuelve más caliente. Cuelo mi lengua en su boca y el sonido de esta lamiendo sus labios no puede hacerle evitar cogerme en sus brazos y sentarme sobre el mármol de la cocina. Se cuela entre mis piernas y yo rodeo su cintura con estas. Borra toda distancia entre ambos.

—Kookie… —Susurro casi de forma involuntaria.

—¿Quieres que terminemos lo que empezamos el otro día? –Pregunta con suspicacia y yo niego con una sonrisa en el rostro.

—Quiero hacerlo. Ahora. –Suspiro y él asiente, mientras vuelve a besar mis labios con la misma intensidad con la que lo estaba haciendo antes. Sus manos van a mi cadera y me atraen más a él rozando nuestras entrepiernas. Con mis manos hundo mis dedos en su cuero cabelludo sintiendo como su pelo se enreda entre mis falanges. Su suave y liso pelo. El olor de este se desprende y queda adherido a mis yemas. Su lengua explorando mis labios, comienza a respirar con dificultad por la fricción entre nuestras entrepiernas y yo comienzo a sentir cosquilleos por todo el cuerpo.

De sus labios me dirijo a su mandíbula, de esta a su lóbulo en su oreja y mis manos las dirijo al cuello en su camisa para desabrochar el primer botón y deshacerle de la corbata, pero apenas lo he rozado, sus manos se dirigen a mis muñecas y me apartan de ahí volviendo a recuperar mis labios en los suyos y reconduciendo mis manos a algún otro lugar en su cuerpo. Es un gesto muy posesivo que no me suscita ninguna extrañeza, pero si lo hace cuando vuelve a repetirlo cuando intento sacar su camisa de dentro de su pantalón solo para tener el contacto de su piel contra mis dedos. Me retira nuevamente las manos de su cuerpo y hace que me tumbe un poco en la encimera. Lleva rápido sus manos a mi entrepierna y me desabrocha el vaquero con rapidez y agilidad. Casi necesitado. Me quita el pantalón de una junto con los zapatos y regresa a besarme. Dejándome en camiseta y bóxers se desabrocha la entrepierna del pantalón con rapidez y me acerca a él. Comienza a devorar mi cuello mientras yo frunzo el ceño curioso y preocupado mientras dirijo como una tentativa mis manos de nuevo a retirar su corbata de su cuello. Él me detiene esta vez mucho más violento que antes y sin apenas mirarme. Simplemente un gesto brusco de apartar mis manos de él.

Yo separo su torso de mí a lo que él se queda con una confusión evidente en su rostro. Tal vez una muy buena actuación. Llevo ante su atenta mirada mis manos de nuevo al cuello de su camisa y él, repitiendo nuevamente el brusco gesto me las aparta. Busco otra alternativa y desabrocho uno de los botones inferiores en el centro de su pecho pero él se muestra nuevamente arisco.

—¿Por qué diablos no me dejas quitarte la camisa? –Pregunto confuso y ofendido a lo que él se muestra indiferente.

—Porque no quiero.

—¿Por qué no quieres? –Me mira ahora sí como si se viese en un callejón y me retira la mirada.

—Para metértela no es necesario que me quite la camisa.

—Quítate la camisa, Jeon. –Le exijo autoritario mirándole con una expresión seria a lo que él niega con el rostro se separa de mí. Yo no dejo que se aleje y me bajo de la encimera caminando a la par con él. Cada vez que retrocede medio paso yo me acerco uno entero hacia él—. He dicho que te la quites. —Repito con mis manos avasallando su cuello pero él retrocede y yo cojo sus brazos para hacerle retroceder del todo hasta llevarlo a caer de espaldas en el sofá.

Forcejeamos unos segundos en una tensión evidente mientras intenta hacerse el inocente y yo solo escarbo entre los botones en su camisa para ver qué diablos sucede. Aflojo el nudo de la corbata y me subo sobre su cuerpo haciendo presión sobre él para que pierda la fuerza. Olvido que es más fuerte que yo y que apenas supongo un esfuerzo para él, pero mis manos son pequeñas y me manejo con agilidad entre la suyas que intentan evitar que le desnude.

Tras quitar los dos primero botones ya me quedo paralizado. Él intenta recolocarse la camisa pero yo ya no necesito de más y él se da cuenta al mirar mi expresión rota por la sorpresa. Por el miedo, por el pánico. Me sorprende en su cuello y alrededor de este una franja amoratada con una tonalidad rosácea que vira más al morado. Bajo mi peso intenta volver a abotonarse la camisa, consciente de que ya no es necesario, pero yo detengo sus manos y poso las mías sobre la suyas, tranquilo, pero intentando camuflar le remolino de emociones que están agolpándose dentro de mi mente. No es hasta que no miro mi mano sobre la suya que no me doy cuenta de que estoy temblando. Mis dedos quieren conducirse a esa franja amoratada pero no sé cuánto puede estar doliéndole por lo que me quedo con la mano extendida en el aire y con su mirada apartada de mí. Sus ojos se han empañado ligeramente mientras a girado su rostro a otro lado.

Como un impulso irracional sigo desabrochando su camisa descubriendo poco a poco varias mordeduras, varias marcas de dientes, algunos moratones en el costillar, otros más pequeños en el bajo vientre. Le quito por completo toda la camisa con parte de su colaboración y cuando se queda sin ella se abraza a sí mismo, como si tuviera frío pero lo que le envuelve es la vergüenza de mostrarse así hacia mí. En sus brazos tiene similares franjas amoratadas en muñecas y brazos. Como si hubiera estado atado, atado con correas y a presión. Sentado sobre él me alejo y le miro con perspectiva. Él ha cerrado sus ojos y dos lágrimas ruedan por sus sienes a cada lado de su rostro.

Me levanto un poco de él para bajarle los pantalones y desprenderle de sus zapatos. Con sus pantalones fuera puedo ver de nuevo franjas de color rojizo en sus tobillos y alrededor de sus muslos. En sus mulos están ligeramente más oscuras. Han estado más apretadas en esta zona. Ya no puedo evitar por más tiempo rozar con suavidad sobre uno de sus muslos para recibir un respingo de él, un suspiro alarmado y después, un sollozo infantil. Me levanto del sofá por miedo de hacerle más daño y me quedo con una pierna apoyada en el borde. Mis manos tiemblan, mis labios por igual. No sé qué decir al respecto y tampoco sé cómo reaccionar ante el llanto que está produciéndose delante de mí. Me vuelve el nudo en la garganta. Mis ojos pican. Siento unas inmensas ganas de meterme en el cuarto y acurrucarme en la cama pero me he quedado paralizado, asustado.

—¿Qué… qué es esto? –Pregunto y él no me responde. Yo tampoco sabría contestarle aunque sé que es lo que veo—. ¿Por qué te ataron? –Pregunto frunciendo el ceño a lo que él deja de sollozar levemente y me mira de reojo, con lágrimas aun por salir de sus ojos. No dice nada, absolutamente nada. Se limita a incorporarse muy levemente y a girarse en el sofá poniéndose boca abajo para mostrarme su espalda y sus glúteos. La imagen que recibo es del todo impactante—. Por el amor de Dios… —Suspiro casi sin voz.

Su espalda con múltiples cortes y arañazos. Todos en una misma dirección lateral. Parece hecho con látigo, o con una fusta. Las mismas marcas se repiten a través de sus glúteos y la parte trasera de sus muslos. Su piel tiembla con el propio roce del aire, los cortes están sobre moratones enrojecidos, me cuesta distinguir el verdadero tono de su piel en toda la zona y realmente desearía poder encontrar algo de piel sin lastimar. Mis manos tiemblan, me las llevo al rostro y me cubro con ellas los labios. Él parece haber tenido suficiente y se gira de nuevo eliminando la escena de ambiente pero ya se ha quedado guardada dentro de mi mente y soy incapaz de borrarla. Solo cerrar los ojos reaparece. La forma del corte, el color de la piel, la leve hinchazón en la zona. Siento mareos, siento nauseas. Siento un odio que está a punto de explotar. Una ira inflamable. Un deseo de protección incansable.

De nuevo con él boca arriba y mirándome de reojo me descubro los labios para hablar.

—¿Quién te ha hecho eso? –Pregunto en un susurro enfurecido pero aun con una expresión paralizada.

—No tengo porqué darte explicaciones. –Me contesta, frío y arisco. Al contrario de la fragilidad que muestra su cuerpo. Se cubre los ojos con su antebrazo—. No tengo porqué darte explicaciones de mi vida privada. –Reitera—. No puedes pedirme explicaciones de nada. –Se escuda en esa excusa y queda así unos segundos.

Yo me acerco temblando al borde del sofá y me tumbo a su lado, acurrucándome con la cabeza sobre su pecho pero sin ejercer demasiada presión. Me abrazo con cuidado alrededor de su cintura y escondo mi rostro en la línea de su cuello. El nudo en mi garganta desemboca en un río de lágrimas que no puedo ya frenar. Mis hombros comienzan convulsionar y me hago una bola dentro del brazo que me recibe, devolviéndome el abrazo. Siento su rostro apoyarse sobre sus labios en mi frente. Su otro brazo me rodea la cintura y me acurruca con él mientras llora junto conmigo.

—Fue el hombre con el que me viste en la cafetería. –Susurra dentro del llanto, con voz irregular por los gemidos—. Aquel día me negué a esto y por eso no aceptó el trato con mi padre. Ayer quedamos en un hotel, me ató y amarró por todas partes y estuvo dos horas golpeándome… —Los recuerdos pueden con él y el llanto le obliga a frenar su relato. Yo tampoco quiero saber más y me quedo acurrucado en la línea de su cuello llorando mientras siento mis manos temblorosas tocando pequeñas franjas de su piel sana. El dolor que embriaga mi pecho es mucho más del que he llegado a sentir jamás. Siento oleadas de fuego recorriendo mis extremidades, un dolor punzante atravesándome el pecho, partiéndome en dos. Siento la adrenalina apodarse de mi cuerpo, pero el sentimiento de impotencia frena todo el odio. Solo puedo llorar.

 

 

 

 

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