HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 30
CAPÍTULO 30
Jimin POV:
La noche ha caído sobre la ciudad. Tumbado boca
arriba en la cama puedo ver como a través de la persiana subida, las luces de
las farolas en las acercas entran con su luz radiante. Apenas iluminan pero si
puedo ver una ligera gama de colores en el techo del cuarto. Se cuelan a través
de las sábanas sobre mi cuerpo y yo la sigo con la mirada. Aquellas que se
mueven se desplazan a través del espacio, las que son estáticas quedan como un
eje sobre el que las demás se mueven. Las cinco de la mañana y soy incapaz de
conciliar el sueño. Me quedo con las manos sobre mi pecho subiendo y bajando a
medida que mi respiración lo mueve. He perdido la cuenta de las veces que me he
mordido el labio inferior y de todos los suspiros que he emitido. Me creía
capaz de conciliar el sueño con esos remordimientos dentro de mi cabeza pero me
he esquivado. Me conozco menos de lo que me esperaba y eso me hace sentir
decepcionado conmigo mismo.
Teniendo en cuenta que he estado hasta las tres
y media en el sofá con un programa de telebasura y que son las cinco de la
mañana, llevo hora y media intentando conciliar el sueño de forma inútil. He
pensado en algo aburrido, me he masturbado, incluso he imaginado que los brazos
de Jeon me abrazan y me acurruco en ellos. Su olor alrededor es una gran ayuda,
pero pensar en él solo hace que quiera seguir manteniéndome despierto porque no
tengo idea de donde está. La respuesta más fácil y la que quiero creerme es que
está en casa de sus padres, acurrucado en su cama tras una mera reunión de
trabajo. Esa es la solución con la que me quedo y descarto toda otra que no sea
esta. Descarto cualquier descabellada idea porque no me gusta ser masoquista
conmigo mismo.
Me giro nuevamente en la cama de espaldas a la
puerta. Me quedo unos segundos respirado con fuerza, exasperado, y vuelvo a
girarme al otro lado. Comienzo a impacientarme. Me gustaría levantarme y
llamarle, pero eso quedaría demasiado sobreprotector. Él no me perdonaría que
le llamase por una tontería. Me muerdo el labio inferior, después la lengua y
después el interior de mis mejillas. Suspiro varias veces. Cierro los ojos e
intento concentrarme en una idea absurda que me haga desconectar. Frunzo el
ceño, ya que no se me ocurre nada lo suficientemente abstracto como para
despejar mi mente de cualquier idea que tenga que ver con JungKook. Debo ser
sincero, estar en la cama, dentro de su cuarto, en su casa, no ayuda, y menos con
su olor rodeándome constantemente. Con uno de sus pijamas sobre el cuerpo. Ya
se ha lavado el mío pero tengo que ser realista, me gusta llevar su pijama.
La puerta suena. Yo doy un respingo en la cama
y estoy a punto de incorporarme para recibirle, pero pensaría que he estado
esperándole y eso no le gustaría. Me doy media vuelta y me quedo de espaldas a
la puerta, esperando que aparezca. La primera idea que se me viene a la mente
es la de la situación del otro día. Él entrando a tropel en el cuarto y violándome
hasta hacerme gritar. Me agarro con fuerza a las sabanas disgustado por esa
idea pero, perdido entre mis pensamientos, acabo siendo consciente de que hace
mucho que no oigo sus pasos. La idea de que entre en el cuarto parece haberse
esfumado. No le siento caminar por casa y eso me pone en alerta. Pienso que se
ha ido, pero el sonido de la puerta al cerrarse me habría sobresaltado. Solo la
he oído abrir y cerrar en un espacio de varios segundos. Solo ha entrado. Aún
está en la casa.
Con una mueca de extrañeza me incorporo en
silencio sobre la cama y apoyo mi espalda en el cabecero. Me quedo así varios
segundos, en un permanente silencio intentando escuchar algo, pero no oigo nada
a parte de mi respiración entrecortada y el leve tráfico fuera. Me muerdo el
labio inferior y con algo de adrenalina recorriendo mi cuerpo, me quito las
sábanas de encima y bajo de la cama con las manos hechas puños por la
excitación. Camino a pasos lentos hasta el límite de la pared donde comienza la
puerta. Esta está entornada, con un espacio de varios centímetros de abertura.
Me acerco a ese pequeño espacio y puedo vislumbrar el sonido de unos endebles
gemidos. Una respiración entrecortada. Algo que no alcanzo a escuchar bien. No
parece que haya nada extraño al otro lado pero una irracional sensación de
miedo me embarga, como algo ajeno a mí que no soy capaz de controlar. Como la
fría brisa del invierno colándose por entre mis huesos. Duele, arde.
Con el más cuidado que puedo desplazo la puerta
para abrirla sin un solo sonido. Lentamente, con tranquilidad. Me quedo
observando como mi mano abre la puerta y cuelo mi rostro en dirección al salón
para saber qué diablos está ocurriendo. Mis pies en calcetines no hacen un solo
ruedo mientras me desplazo lentamente hacia la nada más absoluta. No le veo en
todo el espacio del salón pero sí estoy escuchando algo. Reconozco el sonido
del llanto haciéndose espacio en el silencio. Es el sonido más triste que he
escuchado nunca. El más horrible llanto, el más infantil, el más desesperado. No
quiero pensar que me encontraré tras el sofá, pero ahí está. Tumbado en el sofá
de lado en posición fetal y con sus manos abrazándose la cintura con fuerza.
Vestido aún con la ropa con la que se fue, el abrigo en el suelo a su lado, su
rostro oculto y girado a un lado de forma que no puede verme.
Puedo ver gracias a la poca luz que entra desde
la ventana los rasgos de sus facciones, la delicadeza de sus labios, la de sus
mejillas, empapadas en lágrimas. Poco a poco algo se rompe dentro de mí sin yo
poder detenerlo, sin poder asumirlo. Aprieto la mandíbula con miedo de hacer un
solo sonido porque no quiero que sea consciente de mi presencia, no puedo
permitirlo. Este es un momento demasiado íntimo. Sus manos aprietan su propia
ropa sobre su cuerpo, su rostro está desfigurado en una expresión de llanto. Me
gustaría posar mi mano sobre su hombro y decirle que todo está bien, pero ni sé
qué ha sucedido ni puedo predecir la reacción a tal gesto. Pensar siquiera que
me golpee me hace querer huir lejos y eso es lo que hago. Retrocedo en silencio
con una mano cubriendo mis labios mientras frunzo el ceño con un ligero picor
en mis ojos. Estoy a punto de llorar, impactado por la escena y más por el
hecho de que se haya quedado en el sofá con tal de no despertarme. Porque eso
es lo que ha hecho, de lo contrario me habría sacado de su cama a patadas para
hacer de ella un nido donde llorar.
Cuando estoy de nuevo en el cuarto no cierro la
puerta tal como estaba antes por miedo de hacer un simple ruido. Sigo
retrocediendo en mis pasos, me siento en la cama y me cubro de nuevo por las
sábanas. Haber dejado la puerta más abierta me permite oír mejor el sonido de
su llanto. Cuando estoy cubierto de nuevo por las sábanas me quedo tenso,
debajo de ellas, con una expresión triste y confusa. Mis ojos se han empapado y
me muerdo el labio inferior mientras rezo por no llorar, porque si lo hago,
escuchará mis gemidos y eso le alertará. No quiero hacer evidentes mis sollozos
y el nudo en mi garganta no amenaza con un llanto silencioso.
Los minutos transcurren. Las horas. El llanto
se ha detenido y solo escucho la puerta abrirse y cerrarse cuando está a punto
de amanecer. Solo entonces me permito llorar oculto entre las sábanas.
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