HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 26
CAPÍTULO 26
Jimin POV:
Un sonido de sobresalta. El sonido de unos
pasos acercándose con fuerza y el de unas llaves tintineando en la cerradura de
la puerta. Yo abro los ojos para toparme con una extraña oscuridad que no es
del todo oculta de la realidad. A través de las pequeñas rendijas de la
persiana en el salón se vislumbra un deje de luminosidad no demasiado intenso.
Lo suficiente como para reconocer contornos y formas. Reconozco la tele al otro
lado del salón y mi taza de té a medio beber sobre la mesa. Yo me acurruco aun
más debajo de la manta dejando tan solo mis ojos fuera para escuchar como
alguien abre la puerta de casa y entra a pasos evidentes, encendiendo la luz
del salón y caminando alrededor. El sonido de las llaves sobre la encimera de
la cocina.
Distingo en la forma de la persona a JungKook
de espaldas a mí en dirección a la cocina dejando su chaqueta sobre la cerámica
y mirando alrededor. Cuando se gira cae en mi presencia y se queda un tanto
paralizado, confuso. Frunce el ceño y yo cierro los ojos, al haberme asegurado
de que no es nadie desconocido.
—¿Qué haces ahí? –Pregunta, con voz casi
enfadada. Ofendida. Preocupada. Yo me encojo más en mí mismo y aprieto los
ojos, intentando desperezarme pero él camina cerca de mí en el sofá.
—¿Qué hora es? –Pregunto, medio atontado.
—Las seis y media de la mañana. –Dice con el
ceño fruncido—. ¿Por qué no estás en la cama? –Yo miro alrededor.
—Porque esa es tu cama. –Digo, como si nada,
completamente confuso.
—¿Y? –Pegunta.
—Estaba convencido de que yo dormiría en el
sofá… —Digo en un murmullo a lo que él frunce el ceño, suspira y me mira de
arriba abajo encogido en el sofá. Al mirarme suaviza su expresión y deja
escapar un largo suspiro que no sé cómo interpretar.
—Idiota. –Susurra y se inclina en el sofá para
colar sus manos por debajo de mi cuerpo, después sus brazos y me alza en ellos
con agilidad. Yo me agarro a la manta y a su cuello a la par y me dejo llevar
por sus fuertes brazos hasta la habitación y después hasta la cama, donde me
deja despacio y yo me adentro en ella con rapidez, perdiendo el calor corporal
que había conseguido acurrucado en el salón. Nada más dejarme en la cama se me
queda mirando de arriba abajo esta vez sin la manta encima y sonríe de lado,
divertido—. ¿No tienes siquiera un pijama?
—Está en la lavadora. –Digo, ya metido en la
cama. Él, con una mueca extraña se acerca a mí y se queda acerca de mi mejilla,
oliéndome con evidencia.
—¿Y ese olor? No me digas que te has echado de
mi colonia… —Sugiere y yo le aparto la mirada avergonzado. Me giro en la cama
dándole la espalda y él se va, riendo. Comienzo a oírle ir de un lado a otro
por el cuarto rescatando cosas que necesite, primero del armario, y después
algo por los cajones. Sale al salón, camina alrededor de la cocina y después,
se mete en el baño. Pasan al menos unos cuantos minutos hasta que comienza a
sonar la ducha, y después la mampara cerrándose y un cuerpo chocando con el
agua que cae. Yo cierro los ojos con intención de volver a dormir pero recuerdo
de súbito la hora que me ha dicho Jeon qué es y comienzo a pensar, casi sin
quererlo, sobre dónde ha estado toda la noche. Donde ha dormido. O quién era
ese señor con el que estaba ayer en la cafetería. Comienzan a avasallarme las
ideas, se cuelan dentro de mi mente sin permiso ninguno y solo caer en la
cuenta de la suciedad de esas propuestas me deshago en un escalofrío de
repulsión. Frunzo el ceño y entre que vienen y se van las imágenes de mi
cabeza, la ducha se detiene. Ya no suena el agua cayendo pero si lo hace la
mampara de la ducha al abrirse, unos pasos húmedos por el suelo y después la
puerta del baño abriéndose. Yo evito mirar pero cuando lo hago casi de reojo ya
le encuentro vestido con un traje de oficina y aun con el pelo húmedo.
—¿Te vuelves a ir? –Pregunto mientras le veo
rebuscar unos calcetines negros por el cajón.
—Sí. Sé que los pobres no tenéis trabajo, pero
la gente normal tiene unos horarios que cumplir. –Mira su reloj de pulsera y
suspira—. Llegaré tarde. –Susurra para sí.
—Gracias por dejarme quedar aquí. –Murmuro
volteándome en la cama para quedar de cara a él. Él se sienta en una silla
cerca del escritorio y se pone los calcetines a la par que acerca unos zapatos
de vestir.
—Ya… ya…
—¿Todo bien? –Pregunto, curioso—. Tienes cara
de sueño. –Él me mira con un interrogante curioso en el rostro.
—Sí, todo bien. –Murmura—. No te sientas
obligado a entablar conversación conmigo porque te haya dejado vivir aquí.
—No quiero sentirme como un parásito. –Él se
encoge de hombros.
—Es lo que eres… —Sentencia mientras se anuda
los cordones y se pone en pie rescatando una americana negra del interior del
armario y se la pone con agilidad. Yo me quedo mirándole como poco a poco se
termina de arreglar y sale del cuarto tras coger su teléfono móvil y un abrigo.
Camina un rato alrededor de la cocina y el comedor y después se oye el sonido
de la puerta al cerrarse. Me quedo de nuevo envuelto en este silencio extraño,
en una semioscuridad en donde los pensamientos se me agolpan con violencia. Me
revuelvo varias veces en la cama consciente de que no tengo nada mejor que
hacer pero llega un punto en que la falta de trabajo y el exceso de sueño me
obligan a levantarme y fingir que hago algo productivo con mi vida.
Cuando pongo un pie fuera de la cama me
sorprende el desconcierto y la angustia nuevamente. De nuevo es el silencio lo que
hace tan incómodo el espacio alrededor. El verme solo cuando no es realmente mi
hogar, pero una parte de mí me avisa de que la sensación pasará rápido. Antes
de lo que me creo. El humano ha evolucionado gracias a la capacidad de
adaptarse. Yo debería hacerlo también. Pero me descoloca la frustración de que
en tan poco tiempo mi vida haya dado giros tan drásticos. ¿Dónde quedó el amor?
¿Dónde está el odio? ¿Dónde se ha metido mi orgullo? ¿Cómo ha desaparecido todo
mi dinero? ¿Qué ha sido de ese Jimin que se colocaba la corbata antes de
asistir a una reunión? ¿Dónde ha quedado el Jimin que se sentaba con un café a
la mesa del chico ese, el del fondo de la cafetería, ese que me mira con
ternura?
…
Las horas se hacen a cada una más lentas. Dado
que no estoy aquí porque quiera y dado que JungKook no me ha acogido como un
invitado sino como un ser que va a aprovecharse indefinidamente de su caridad,
no me veo en la posición de comenzar a rebuscar dentro de sus cajones algo con
lo que entretenerme. La línea entre la privacidad y mi espacio está bien
definida pero aun así, me veo en la obligación de mirar de vez en cuando por
algunos cajones si quiero buscar algo en concreto. Nada más levantarme me he
puesto a desayunar y he comido como nunca. Varias tostadas con mantequilla, un
tazón de chocolate caliente y varias piezas de fruta fresca. No me había
sentido tan repleto desde hacía mucho tiempo. No recordaba lo bien que sabe la
fruta fresca ni el aroma de la madrugada entrando por la ventana del salón.
Cuando he terminado el desayuno he lavado toda
la loza sucia, he sacado la ropa de la lavadora y la he tendido dentro de un
tendedero por ahí apartado. No parece que esté muy usado y me hace gracia
pensar que he sido el primero en estrenarlo. Cuando la ropa está tendida ya son
las ocho de la mañana y miro a todas partes, ilusionado. Pero la ilusión se
desmorona cuando soy consciente de que no tengo nada más que hacer. Se me
ocurren ideas disparatadas como ponerme algo de ropa y salir a pasear, comenzar
a ver algo en la televisión o simplemente volverme a dormir. Nada satisface mi
aburrimiento y me dirijo al cuarto para rescatar un libro de la estantería y
sentarme en el salón a leer. Solo cuando estoy ahí me doy cuenta del libro que
he cogido. Paul Verlaine, poemas completos.
Miro la tapa dura del exterior con una mueca
desagradable. El libro está totalmente impecable. Está impoluto. Las hojas no
están amarillentas, no hay una sola
esquina señalada, marcada, doblada. Incluso solo con olerlo me doy cuenta, o
bien de que es un libro muy nuevo o de que lo ha conservado como oro en paño.
Siento que no debería haberlo cogido pero él no está para decirme nada y yo no
quiero volver a dejarlo en su sitio. Ya me he sentado en el sofá y tengo la
manta a mi lado. Subo los pies sobre el acolchado y me cubro hasta la cintura
con la manta. Con el libro en mi regazo comienzo a pasar las páginas
descubriendo que no hay una sola muesca, una sola marca. Nada escrito a boli
excepto en un par de poemas en concreto. Dos, para ser más precisos tras haber
revisado el libro a fondo. No hay más que unas pequeñas cruces al lado del
título de cada uno de los dos poemas, lo cual me hace pensar que simplemente le
han gustado esos dos poemas en concreto. Los leo para buscar en ellos lo que
haya podido llamarle la atención.
Pon tu frente sobre mi frente y tu mano en mi
mano. (Paul Verlaine)
“Pon
tu frente sobre mi frente y tu mano
en mi
mano.
Y
hazme los juramentos que romperás
mañana.
Y
lloremos hasta que amanezca,
mi
pequeña fogosa”.
Tú crees en el ron del café, en los presagios.
“Tú
crees en el ron del café, en los presagios,
y
crees en el juego;
yo no
creo más que en tus ojos azulados.
Tú
crees en los cuentos de hadas, en los días
nefastos
y en los sueños;
yo
creo solamente en tus bellas mentiras.
Tú
crees en un vago y quimérico Dios,
o en
un santo especial,
y,
para curar males, en alguna oración.
Mas yo
creo en las horas azules y rosadas
que tú
a mí me procuras
y en
voluptuosidades de hermosas noches blancas.
Y tan
profunda es mi fe
y
tanto eres para mí,
que en
todo lo que yo creo
solo
vivo para ti.”
—Hazme juramentos que romperás mañana… —Digo en
un susurro cavilando con esfuerzo, masticando las palabras con dureza.
El día se vuelve noche. Poco a poco han pasado
las horas, he comido adecuadamente, he leído durante varias horas inmensidad de
poemas. De versos absurdos. Llega la noche y solo me queda dormir.
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