HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 25
CAPÍTULO 25
Jimin POV:
Termino de bajar las escaleras del bloque de
pisos con la maleta en una mano y una bolsa de viaje negra en la otra. La
sensación de abandono y desazón me hace querer dejar mis cosas ahí en medio de
la acera y conducirme al puente más cercano para tirarme de cabeza. El
viento ha amainado esta última semana. Sigue
haciendo frío y me he cubierto el rostro con una bufanda negra. Me gustaría
decir que es por el frío pero es que no quería tampoco cargar más peso en la
maleta. Enfundado con unas botas de color marrón y con una chaqueta de la misma
tonalidad me quedo en medio de la acera mirando a un lado y a otro como la
gente transita despreocupada, con alegres sonrisas en sus rostro, totalmente
ajenas a la idea de que me acabo de quedar en la calle con una mano delante y
otra detrás. Suspiro largamente y tras haber estado una semana cavilando en la
oferta de Jeon, he acabado decidiendo que es sin duda la mejor opción, dado que
mi madre no me coge el teléfono y me he quedado sin dinero para seguir viviendo
bajo un techo cualquiera. Un albergue de pobres pintaba bastante bien en
comparación con la oferta de Jeon, pero tengo que ser sincero, mi orgullo vale
bien poco después de todo y solo deseo acurrucarme en una cama caliente que no
huela a humedad.
Dejando la bolsa de viaje sobre la maleta y con
mi mano en mi teléfono móvil busco en la agenda el teléfono de Jeon y me muerdo
el labio al encontrarlo. Ahora, al borde del precipicio, comienzo a pensar en
que tal vez sí que me quede un ápice de orgullo que quiera resistir, pero la
idea de comer caliente y tener un techo sobre mi cabeza me hace desistir y
marco el número mientras me llevo el dispositivo a la oreja. Suspiro varias
veces por cada pitido de espera y al fin cuando alguien contesta al otro lado
me sorprende su voz contenta, entusiasmada y cínica. Lo suficiente como para
tentarme a volver a colgar.
—¡Pero mira quien me llama! El señorito Park.
–Suspiro largamente agarrando con fuerza el mango de la maleta—. ¿Ha
reconsiderado mi oferta?
—¿Estás en casa? –Le pregunto a lo que él
chasquea la lengua con un deje de decepción.
—No. No estoy ahí. –Yo suspiro—. Estoy en una
cafetería del centro.
—¿Prefieres que te espere en el portal?
—¿Qué tonterías dices? Ven aquí, te mando la
dirección. –Cuelga con rapidez y yo frunzo el ceño un tanto aturdido por la
breve e intensa conversación. Tengo la extraña sensación de que se burlará de
mí todo el tiempo que estemos juntos, a cada instante, veré en su mirada esa
burla de superioridad que acabará consumiéndome poco a poco pero ya es
demasiado tarde para reconsiderar otra alternativa. No la hay y por desgracia
me sé adaptar bien a las situaciones, tanto a las malas como a las buenas.
Recibo su mensaje con el nombre del bar y la calle y yo me encamino allí a paso
ligero mientras arrastro conmigo la maleta bajo la bolsa de viaje.
Las calles están extrañamente repletas de
personas. Apenas ha comenzado a anochecer, el sol aún es visible y es el
momento perfecto para salir a pasear por entre los parques y atreves de las
aceras menos transitadas. Es un buen día, y sin embargo mi estado de ánimo me
prohíbe esbozar una sincera sonrisa porque a pesar de la situación siento mi
orgullo herido por mí mismo. Me siento apuñalado por mi propia mano, me siento
ir poco a poco deshaciéndome de mi mismo. Ya no me siento el Jimin que se
miraba al espejo en su cuarto antes de ir a una cena de empresa. He aumentado
mi seguridad a costa de despedirme de todo mi dinero. De la casa, de mi
familia. El cambio ha sido brusco y aún es pronto para saber si ha sido para
mejor.
Cuando me acerco a la cafetería que Jeon me ha
indicado puedo ver que en el interior hay gran cantidad de personas sentadas,
tomándose algo caliente humeando de las tazas. Es una agradable sensación, la
de sentarse despreocupadamente a charlar con un chocolate caliente entre las
manos. Yo no puedo permitirme ni un mísero café, por lo que el simple aroma a
café al entrar me resulta doloroso. Busco con la mirada entre las mesas
ocupadas a la figura que estoy acostumbrado a distinguir y la encuentro solo,
en una mesa para dos en la parte izquierda de la cafetería.
La luz en el interior es agradable y el
ambiente es mucho más de lo que podría esperar de una cafetería cualquiera.
Suena a lo lejos el sonido del camarero manipulando tazas de porcelana y las
conversaciones haciéndose espacio en el ambiente. En ese espacio entro yo y el
sonido del traqueteo de mi maleta que hace que algunas personas se giren a mi
paso, curiosas, pero no es más que una extraña persona con una maleta dentro de
una cafetería tampoco es nada reseñable así que no llamo demasiado la atención
dentro del remolino de sentimientos que se está formando dentro de mí. Cuando
me acerco a la mesa de Jeon y me paro a su lado me mira de reojo, acaba
reconociéndome y después me sorprende con una radiante sonrisa infantil. Yo
miro a todas partes, un tanto acongojado y dejo las maletas al lado de la mesa
con la evidente intención de sentarme en la otra silla vacía que le acompaña,
pero él niega con el rostro y con la mano.
—No, no te sientes. Estoy esperando a alguien.
–Me dice y yo me quedo un tanto paralizado y acabo asintiendo alejándome de la
silla y retomando en mis manos la maleta. Me siento cohibido para pedirle nada
y él disfruta del momento de incomodidad—. ¿No vas a decirme ni un mísero
“Hola”?
—Hola. –Le digo mirándole directo a los ojos.
Su mirada es divertida. Está realmente disfrutando de esto—. ¿Para qué me has
hecho venir si estás ocupado…?
—¿No quieres una copia de las llaves de mi casa
para no estar por ahí tirado? –Pregunta, a lo que yo asiento y me paso la mano
por el pelo, retirándomelo de mi frente.
—Sí, por favor. –Suspiro y extiendo la mano
pero él se queda mirándola con una cínica expresión divertida e infantil. Tras
varios segundos de la humillación provocada por su mirada acaba chasqueando la
lengua, introduciéndose la mano dentro de uno de los bolsillos del vaquero, y
saca un llavero con el logotipo de su empresa y con dos llaves. Una es la del
portal, y otra la de su casa—. ¿Cuántos llaveros tienes de estos?
—Son la única copia que tengo, no se te ocurra
perderlas. –Me advierte serio.
—No lo haré.
—¡Ah! Y no se te ocurra robarme… —Me mira de
arriba abajo—. Como desaparezca una sola cosa vas a pagármelas…
—Yo no robo. –Me quejo ofendido—. Ni estafo a
las personas. –Le miro, con una ceja en alto a lo que él hace un amago de
recuperar las llaves pero yo retrocedo un paso con una mueca preocupada—. Lo
siento. Ya me voy. –Le digo.
—Solo decirte que todo lo que hay en la casa
está a tu disposición. La comida, el agua…
—Gracias. –Susurro por lo bajo.
—Solo ten en cuenta que si alguien llama al
teléfono no lo cojas, ni abras la puerta nadie que no sea yo. No quiero que mis
padres sepan que… —Parece que pierde el hilo de la conversación cuando ve
aparecer una sombra a mi espalda y de repente su rostro parece iluminarse con
una expresión infantil y divertida. Se levanta de un salto para saludar
formalmente a un hombre adulto de edad avanzada. Rondará los cincuenta. El
hombre está con un traje negro formal y un alfiler en su corbata. Huele a
dinero, solo con estar a mi lado puedo olerlo—. ¡Señor Wan! –Exclama Jeon
acercándose al hombre y estrechándole la mano. Yo me quedo un tanto confuso
ante la escena y mientras el hombre se sienta en el asiento delante de Jeon,
este me mira, como dando por finalizada la conversación.
—Me voy. –Proclamo, nervioso.
—Adiós. –Dice Jeon sin importancia cuando paso
a su lado para dirigirme a la salida y antes de irme me quedo mirando como el
hombre adulto, de cara a mí, mira a Jeon con ojos enfermizos y una expresión
absurda y perdida. Le mira de arriba abajo. Pensar que una vez tuve esa misma
expresión en el rostro me hace sentir nauseas y me marcho junto con mis maletas
antes de arrepentirme de lo que estoy haciendo. Me cuelo como un parásito en la
casa del chico que me ha destrozado la vida. Pensándolo así incluso suena peor.
Bueno –pienso— le saquearé la nevera.
…
Cuando salgo del ascensor y me quedo mirando la
puerta delante de mí me sobrecoge una extraña sensación de angustia que oprimo
apretando mi labio con los dientes. Me quedo un segundo paralizado con las
llaves de la mano y una mueca preocupada. Ahora sería cuando mi madre debería
llamarme para pedirme perdón y dejarme vivir con ella, o cuando mi padre me
avisa de que la empresa se ha recuperado, sin embargo estoy aquí, delante de su
puerta con una expresión angustiada porque esta es mi única alternativa, porque
mi ego no me permite caer más bajo. Me acerco a la puerta acompañado del
traqueteo de la maleta a mi espalda y cuando estoy parado enfrente meto la
llave en la cerradura como si fuera mi propia casa haciéndome sentir
ligeramente mejor. El espacio vacío en el interior, junto con la oscuridad de
la noche comenzando a entrar en el hogar, me hace sentir frío, distante. Me
meto dentro y el silencio que se produce alrededor es avasallador. Con una
mueca enciendo la luz descubriendo el espacio tan conocido ya y miro alrededor
como si buscase a Jeon con la mirada. Este sitio sin él es tremendamente
ficticio.
Lo primero que hago como forma de ir
amoldándome a este lugar es quitarme la chaqueta, bajar todas las persianas
porque la luz natural ya es inexistente, y encender un poco la calefacción. Mis
pasos resonando por la tarima me ayudan a sentirme acompañado pero no es más
que una triste mentira que intento adornarla de verdad. Sin haber comido en
todo el día me acerco a la nevera y antes de abrirla me encuentro un posit de
color amarillo pegado sobre la nevera. Un posit con algo escrito de una letra
reconocible.
Sabía
que acabarías cediendo. Date una ducha, no quiero que me dejes olor a perro
callejero por toda la casa.
Jungkook.
Cojo el posit en mis manos y lo arrugo con toda
la maldad que me corroe, pero esta maldad poco a poco se disuelve cuando
observo el interior de la nevera. Es impactante después de ver el estado en el
que se encontraba la última vez que la vi. Está llena de cosas, desde yogures
hasta fruta fresca. Pasando desde luego por todo lo básico como leche, agua,
verduras, carne, queso… Con una sonrisa me incorporo y miro por los muebles. En
el primero veo comida a rebosar de bollería, galletas, bizcochos, y pequeños
bombones que parecen haber sido residuos de la navidad. En el siguiente, te,
infusiones, café en polvo, azúcar y varias clases de mermeladas sin empezar, al
igual que tomate frito y algunos encurtidos. Con una expresión satisfecha me
incorporo y cojo uno de los yogures líquidos e introduciendo en él la pajita me
lo bebo mientras miro alrededor. La soledad vuelve a consumirme. Todo alrededor
huele a él, con ese aroma cítrico que tanto me gusta pero que he llegado
incluso a odiar. Con una mueca confusa me huelo la ropa y me descubro a mi
mismo molesto. Es cierto que huelo a perro.
Lo primero que hago cuando me he terminado el
yogur es tirarlo a la basura y deshacerme de toda la ropa sobre mi cuerpo. Saco
también de la maleta toda la sopa sucia y pongo una lavadora. Descubro con un
deje de tristeza que el propio pijama consta de esa ropa sucia y me veo
rebuscando en los cajones de Jeon algo que ponerme. Acabo encontrando un pijama
de dos piezas a rayas azules y blancas que posiblemente me quede grande pero me
lo guardo igual y junto con unos calcetines y unos calzoncillos me encamino a
la ducha. Una vez dentro dejo que el agua recorra todo mi cuerpo. Caliente,
cálida, agradable, amable con mi piel. Me dejo envolver por la sensación de
limpieza y me paso las manos por el pelo, sintiendo como un gran peso sobre mis
hombros se deshace y resbala hasta el desagüe junto con el agua. Me enjabono el
pelo, el resto del cuerpo. El olor a limpieza es peculiar. Lo echaba mucho de
menos. La calidad del gel y el champú es totalmente radical a la marca blanca
que llevo usando meses. Una parte de mí se ve obligada a admitir que no estaba
hecho para la vida de alquiler con compañeros de piso. Y al salir de la ducha
me miro frente al espejo con una mueca sonriente.
Me seco con una toalla cercana y me envuelvo
rápido con el pijama del que me sobra tela en las mangas y los pies. Me dejo
varios botones desabrochados en mi pecho y me encamino al espejo en el lavabo
para mirarme más detenidamente el rostro. Me seco el pelo con el secador y me
paso los dedos por entre los mechones para peinarme. El olor del pijama me
envuelve con una agradable fragancia, mezcla de detergente y naftalina del
armario. Frunzo el ceño y miro alrededor encontrándome con una colonia
anaranjada sobre una de las baldas al lado del espejo. De una marca cara y con
un diseño simple pero elegante la cojo en mis manos y me la llevo al olfato. Es
su colonia, sin duda. Entra con violencia dentro de mis fosas nasales y se
cuela sin permiso por mi torrente sanguíneo permaneciendo conmigo y formando
parte de mí. Con soberbia me echo un poco en la línea de mi cuello, desde mi
nuez hasta el punto en el que mis dos clavículas se unen sobre el tórax. Ahora
la fragancia es mucho más viva, pareciera que ha cobrado vida y se apodera poco
a poco de mí. En cuanto soy consciente de que no podré deshacerme ya de este
olor me arrepiento y dejo el frasco de colonia de nuevo en su sitio, saliendo
del baño con una expresión amargada.
Cuando llego al salón me sorprende el sonido de
la lavadora y el de mis pasos por el suelo. Sin pensarlo demasiado me hago un
té y me encamino hasta el sofá, donde hay una manta y un par de cojines. Me
tumbo ahí dejando la taza sobre la mesa a mi alcance y enciendo la televisión a
un volumen bajo. Me arropo con la manta y si me esfuerzo puedo imaginarme que
son los brazos de Jeon los que me abrazan, su olor invadiéndome facilita la
imaginación. Cierro los ojos negando con el rostro y me hago una bola encogido
en el sofá mientras siento como la noche ya ha caído sobre la tierra. La
televisión me muestra un programa cualquiera y el humo saliendo del té me
tranquiliza, haciéndome poco a poco volver a la realidad. Con los ojos
apretados comienzo a llorar sin explicación ninguna. Solo quiero hacerlo.
Quiero llorar un poco antes de dormir.
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