HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 24

 CAPÍTULO 24


Jimin POV:

 

Alrededor apenas veo unas cuantas personas pasando de largo por la calle. Embutidas en abrigos de piel y con largas bufandas alrededor de su cuello se desenvuelven entre el viento que sopla y la fina lluvia que cae, empapando a las personas alrededor. Las copas de los árboles decorativos alrededor se mueven con un peligroso vaivén. Yo camino a prisa con las manos metidas en los bolsillos y con una expresión de un ceño fruncido por el viento dándome en el rostro con la imposibilidad de cerrar los ojos, pues tengo que estar atento a donde me estoy dirigiendo porque de los barrios más recónditos de Seúl, Jungkook se viene a emborrachar a uno de los más desiertos y peliagudos. Las calles se ven de un color grisáceo que me da escalofríos y alrededor solo veo tiendas de ultramarinos cerradas, dadas las horas, y bares con carteles de neón luminosos. Los que se atreven a tener cristaleras traslúcidas me muestran la carencia de clientes en su interior, pero otro tiene mucho más alboroto. Peleas, para ser más exactos. Ya he visto dos riñas infantiles a las puertas de uno de los bares, pero ni he querido acercarme. Basta que quiera sacar a alguien de un bar para meterme yo en uno y buscar pelea.

Alcanzo a ver al final de la calle, en un bar haciendo esquina, un cartel de neón que muestra unas desconfiguradas letras de colores que llaman al bar “El Tesoro”. Yo ruedo los ojos al leer el nombre y, con suerte, el bar tendrá unas grandes cristaleras a cada lado de su perímetro para poder divisar dentro si aun sigue Jeon ahí, sin necesidad de entrar. Para mi suerte no hay una sola ventana con cristal transparente y me obligo a meterme en el pequeño cubículo que conforma la entrada donde hay un cartel con las combinaciones de copas y chupitos y sus correspondientes precios, para que no sea necesario entrar para saber qué tomar. Los precios son bajos, la bebida probablemente mala. Me muerdo el labio inferior anticipando la escena que me voy a encontrar.

Cuando paso al interior el sonido del viento se reduce y se sustituye por un ambiente tranquilo, sin muchos clientes. Un par de conversaciones al fondo de un bar con colores anaranjados. La mayor parte del mobiliario es de una madera sucia, con olor a rancio, con olor a cereza derramada. No es un bar para señoritas y por lo que parece no hay una sola mujer alrededor. Me muerdo el labio inferior sin atreverme a dar un solo paso más y miro con una expresión preocupada alrededor, buscando a Jeon con la mirada. El camarero es el primero que es consciente de mi presencia y me llama la atención desde detrás de la barra, con una jarra de cristal bajo el grifo de cerveza.

—¿Te has perdido? –Pregunta el hombre con una voz grave y profunda. Un hombre de pelo largo recogido en un moño y con varias perforaciones en su rostro. Niego con el rostro junto con una expresión preocupada.

—Buscaba a alguien… no sé si aun sigue aquí. –El camarero no parece sorprendido por mi respuesta dado que muchos tienen que venir aquí en busca de alguien o para llevarse a alguien de vuelta al hogar cuando es ya la hora del cierre. Sin embargo aún es pronto.

—¿Y bien? –Pregunta y yo me acerco un tanto, mirando alrededor descubriendo que la forma del bar puede conceder intimidad a cualquiera que se siente en las partes en donde la barra cubre la vista.

—Busco a un chico de veinticinco años, así de alto, —pongo la mano recta unos centímetros por encima de mi cabeza—, pelo negro y con grandes dientes de conejo… —Él asiente, comprendiendo y señala al fondo del local, donde la luz es más tenue y puedo ver una figura de espaldas a mí. Rápido asiento y con una sonrisa y una inclinación de mi tronco le doy las gracias. Él no parece interesado en querer ser amable e ignora por completo mi cortesía. Yo me encamino directo a la espalda de esa persona y a medida que me voy acercando voy descubriendo unos cuantos vasos de tubo vacíos algunos con los hielos intactos, lo cual implica que no hace mucho que se los ha tomado, otros, con los hielos hechos agua. Tienen como mínimo una hora o dos. No me extrañaría que llevase aquí desde la tarde. Cuando me acerco por su lado acabo quedándome a su vera y observo su alrededor. Está sentado con las manos alrededor de uno de los vasos de tubo aun con contenido en su interior. Su expresión es alicaída, con grandes ojeras y una mueca de haber estado llorando. Su pelo está seco, con lo que no ha estado en el exterior o no al menos al descubierto. Un paquete de tabaco arrugado decora como guinda del pastel la mesa, un mechero de metal luce a su lado.

—Kook. –Suspiro y una parte de mí esperaba que no me hubiese oído pero lo hace, se gira a mí dando un respingo y al mirarme, queda unos segundos paralizado. Después esboza una endeble sonrisa y está a punto de levantarse cuando con un gesto de mi mano yo se lo impido. Camino alrededor de la mesa y me siento en el extremo contrario mirando alrededor. Él se pasa el dorso de las manos por los ojos y tira de su nariz haciendo un sonido que me indica que ha estado llorando.

—Jimin… —Dice al fin y está a punto de decir algo más cuando el camarero viene, recoge las copas que ha estado Jeon almacenando y me mira con intención de que yo pida algo. Niego con el rostro pero Jeon insiste, con voz extraña—. Tómate algo.

—No he venido aquí a tomar nada. –Le digo a él con rudeza, pero después me dirijo al camarero con una expresión más amable—. No, lo siento... –Este se marcha sin decir nada y regresa a la barra. Mientras, yo me quedo mirando como Jeon da otro trago a su copa y se queda unos segundos analizando su contenido con la cabeza gacha—. Estás borracho. –Digo, con tono de sentencia. Con una mueca indignada, totalmente decepcionado.

—Creí que eso había quedado claro por teléfono. –Dice, un tanto altivo y despreocupado pero yo ignoro sus palabras y miro alrededor. Me dejo caer en la silla y me cruzo de brazos, mirándole con fiereza.

—¿Para qué me has llamado? –Pregunto.

—Para hablar. –Dice, pensativo—. Me dijiste que te llamase cuando solucionase mis problemas.

—No parece que los hayas solucionado.

—¡NO! –Dice—. Pero han dejado de importarme. ¿Qué opinas? –Pregunta divertido.

—Estás muy borracho. Vete a casa. –Digo deshaciéndome de la idea de tener una conversación decente con él y me levanto de la silla a lo que él reacciona con sensatez y me agarra de la muñeca antes de levantarme del todo. Me mira arrepentido y con un suspiro, me vuelvo a sentar.

—No te vayas, Jimin. Perdóname. Ya no sé ni lo que digo. –Se pasa una mano por los ojos, intentando despejar su mente o tal vez hacer que un dolor detrás de ellos deje de palpitar—. Ten paciencia, por favor.

—Tengo más de la que crees. Me has hecho venir aquí, ¿por qué?

—Ayúdame. –Proclama al fin—. No sé qué diablos hacer, ni en qué pensar, no como reaccionar…

—Es muy sencillo. No bebas más, ve a casa a descansar y mañana pensarás con más claridad.

—No creo que mañana, después de todo lo que he bebido, pueda pensar con claridad. –Dice con media sonrisa a lo que yo tengo que darle la razón. Con una mueca, rescata el paquete sobre la mesa al que aún le quedaba un cigarrillo, se lo enciende, y deja escapar lentamente el aire alrededor de nosotros. Yo suspiro largamente.

—Quieres que te ayude a pensar…

—Quiero que me ayudes a decidir.

—¿Entre qué?

—No es exactamente una decisión. Es simplemente encontrar el valor.

—¿Para qué?

—Para deshacerme de la opresión de mi padre. ¿No lo entiendes? –Pregunta, como si realmente yo no pudiese ver lo que para él está tan claro. Pero en realidad puedo verlo.

—¿Qué es lo que realmente quieres? –Le pregunto con tranquilidad, con sensatez, esperando recibir una respuesta en el mismo tono pero lo único que me encuentro es que la nuez en su garganta comienza a moverse nerviosa, él me retira la mirada y acaba con las manos cubriendo su rostro mientras cae en el llanto. El cigarrillo sigue enganchado a dos de sus dedos y temiendo que se haya olvidado a él o que por el temblor de sus manos, se lo deje caer, se lo quito inclinándome hacia delante en la mesa y le doy una calada. En esa simple calada puedo saborear la graduación del alcohol que está ingiriendo del roce de sus labios que antes se han posado aquí.

—No lo sé. –Consigo escuchar entre el ruido alrededor y sus manos cubriendo sus labios.

—Para eso me necesitas. –Comprendo—. Para aclararte las ideas.

—No, necesito que me escuches. Necesito a alguien con quien desahogarme.

—Tienes familia para ello.

—¿Mi familia? –Pregunta, deshaciéndose de sus manos, dejándome ver dos ríos de lágrimas rodar mejillas abajo mientras sus ojos comienza a enrojecer y sus labios a hincharse por el llanto—. Mi familia es uno de los problemas a resolver.

—¿Uno? ¿Hay más?

—Hay mucho más. Las variantes cambian en función de las elecciones que haga. Tú podrías ser la solución, o uno de los problemas.

—Creo que has bebido demasiado.

—Creo que no he bebido lo suficiente como para sintetizar la información, pero poco a poco, va reduciendo su importancia y eso me hace sentir un poco más liberado.

—Solo es una sensación pasajera, pronto pasará, antes de que te des cuenta. En caso de que la bebida te haga sentir un efecto rebote, pronto se te caerá encima todo el peso del problema multiplicado por dos.

—¿Por dos?

—No será que se reduzca la importancia, sino que se acentúe.

—No suele pasarme eso. –Niega, convencido.

—Ah, ya veo. No es la primera vez que ahogas tus penas en alcohol. –Chasqueo la lengua—. Seguro que no es la primera vez que vienes aquí. ¿Me equivoco? –Él mira alrededor—. Es un bar mediocre para alguien como tú.

—Es la única vulgaridad que me permito y tan solo en mis momentos de flaqueza.

—No está bien beber para olvidar.

—No quiero olvidar. Eso es una estupidez. Intento simplemente deshacerme de la culpabilidad que siento al pensar en que tal vez haya arruinado a una familia y a una empresa.

—¿Ahora te das cuenta del daño que has hecho?

—No hablaba de ti, sino de mí, de mi familia y mi empresa. Por lo tuyo ya pagaré más tarde. –Alzo una ceja sin comprender y me quedo pensativo en sus palabras.

—¿Qué ha ocurrido, JungKook? –Pregunto con una expresión sospechosa a lo que él me mira con una mueca triste. Suspira y niega con el rostro.

—Cuando te fuiste el otro día de mi casa realmente pensé mucho en lo que me dijiste la noche antes. En que entendías porqué me gustaba aquella poesía de Rimbaud. Pudo ser que la releí varias veces o que me tomé un par de copas antes de ir a trabajar, pero saqué valor para decirle a mi padre que estaba pensando en la posibilidad de dejar de trabajar para él de una forma tan personal con los clientes, que quería dejar de chupar pollas a cambio de su aprobación.

—¿Esas fueron tus palabras? –ante mi pregunta, él hace un esfuerzo con una expresión pensativa.

—Fue algo así como “Quiero dejar de tener que coquetear con tus clientes para que cedan a tus negocios, padre” O algo parecido. No me hagas mucho caso. –Yo le miro sorprendido.

—¿Y qué dijo al respecto?

—Al principio se rió, pensando que era una especie de broma. Pero después, al ver que yo no me reía, me miró con esa cara de pocos amigos que tú también experimentaste y me señaló con ese dedo acusador. –Imita a su padre—. Me dijo: si vuelves a decir una tontería más como esa te las vas a ver conmigo, muchacho.

—¿Y qué hiciste entonces?

—¿Qué querías que hiciera? Me meé encima y salí corriendo. –Dice, ofendido.

—Cobarde. –Susurro más para mí que para él, pero al oírme, rueda los ojos y suspira largamente. Yo vuelvo a darle una calada al cigarro y él se me queda mirando con una expresión indefinible.

—¿Tú enfrentaste a tu padre? –Asiento—. Que valiente. ¿Y qué has obtenido a cambio de ello?

—Libertad. –Al decirlo con una expresión orgullosa, él se ríe de mí.

—Libertad y una mierda. Eso no existe. Estás atado al poco dinero que te queda aferrándote a él mientras intentas desesperadamente buscar un empleo de mierda que te dé de comer. ¿Hum? ¿Eso es libertad?

—Me sorprendes. No le tienes miedo a la reacción de tu padre sino al porvenir de la situación cuando te desherede. –Le digo, impresionado—. Muy listo, yo ni siquiera pensé en eso.

—Es que eres idiota.

—No, es que le tenía más cariño a mi padre que a mí mismo, por eso no me preocupaba mi provenir, sino su reacción. –Él frunce el ceño—. Con lo que deduzco que tú no sientes cariño hacia tu padre pero sí hacia la comodidad que te proporciona. ¿Hum? –Le miro, inquisitivo—. Eres adicto al lujo y a las comodidades de que un mayordomo te limpie el culo.

—Ya te lo dije una vez, no me gustan las cosas como ir a pasear por la manzana para comprar un puñetero libro de segunda mano desgastado y ajado. Soy más simple que eso.

—La simpleza no siempre es económica.

—La vida no lo es. ¿O me equivoco? Tu ahora la estás viviendo en serio, la siente a flor de piel. ¿Cómo es la vida? ¿Eh?

—La vida es maravillosa. –Digo, pero más bien pareciera que intento convencerme a mí mismo. Él se ríe de mi expresión derrotada y yo bajo la mirada, al cigarrillo en mis manos. Él cae en la cuenta de esto y me lo arrebata.

—Si no tienes dinero para comprarte un paquete no es mi culpa.

—¿Me has llamado para desahogarte? Más bien pareciera que me insultas para no afrontar la realidad.

—La realidad es muy simple, Park. El dinero facilita la existencia. Esta pútrida existencia de mierda.

—Si tan claro lo tienes, ¿para qué pensar tanto? Sigue lamiéndole el culo a tu padre y a todos los viejos verdes con los que tu padre hace tratos. Sigue viviendo en ese palacio lleno de obras de arte. –Me levanto de mi asiento—. Un día te mirarás frente al espejo y te darás cuenta que no ha valido la pena seguir adelante, porque pensando que llegarías a ser una obra de arte te has quedado en una mera copia sin valor. –Me quito la silla de en medio y camino por su lado hasta desaparecer de su vista. Camino a paso rápido con la mirada fija en la entrada hasta que oigo su voz, entre el ruido ambiental.

—Pero luego, estás tú. –Dice. Creo haber oído mal y me giro pero tenerle de espaldas no me ayuda a ver su expresión facial. Está sujetando el vaso con una mano del que pega un largo trago y en la otra, humea débilmente el cigarrillo. Yo me quedo mirándole, esperando que me diga algo más o que al menos me dé una explicación de sus palabras—. Tú, eres la otra parte del problema.

—Yo no quiero ser un problema para nadie. –Digo, acercándome poco a poco—. Bastantes problemas tengo yo ya.

—Pues lo eres, maldita sea. –Se queja y yo me quedo de pie a su lado sin ser objeto de su mirada.

—¿Y qué puedo hacer por ayudarte?

—Nada, simplemente hagas lo que hagas solo vas a empeorarlo todo. Viniendo el otro día a mi casa… lo empeoraste todo.

—¿Nunca habían ido a tu casa a escupirte lo hijo de puta que eres? Con todos los que te has tenido que tirar…

—No suelo decirles donde vivo… —Se excusa—. Pero sí me lo han dicho.  Me han encontrado, me han dado palizas, Jimin.

—Así que fui gentil… —Me quejo.

—Fuiste sincero, y eso dolió más que nada.

—Si lo llego a saber me hubiera excedido un poco más con los golpes. –Él ríe por lo bajo y niega con el rostro.

—Joder, que no entiendes nada…

—Sé claro, sé directo. –Le obligo.

—Hicimos el amor, Jimin. –Dice firme.

—Lo sé, yo estaba allí. –Afirmo a lo que él no dice nada—. Pero tampoco hicimos nada nuevo…

—Déjalo. –Niega con el rostro y da un trago largo a la copa hasta terminarla. Hace una mueca con su rostro mientras traga el líquido y apaga la colilla del cigarrillo.

—Oh, por el amor de dios. –Me sorprendo—. No me dirás ahora que sientes remordimientos, ¿no? –Comienzo a reír sin ser consciente del daño que estoy haciéndole. Solo lo veo cuando me mira de reojo sin ser capaz de mirarme por completo. Sin embargo no puedo dejar de reírme—. ¿Esperas que te crea? ¿Qué te perdone por lo que me has hecho?

—Puedes verlo de dos formas. La primera, que yo soy el culpable de todas tus desgracias, o dos, que soy quien te ha enseñado el camino para la libertad de esa vida que dices es tan maravillosa.

—Me quedo con una tercera alternativa, la de que eres un cobarde mentiroso que folla de puta madre. –Él me mira y yo me encojo de hombros.

—¿Dónde está el Jimin adorable que se acurrucaba a mi lado?

—Se ha quedado en casa, durmiendo.

—Dile que vuelva. –Me suelta, despectivo—. Es con él con quien quiero hablar.

—Me temo que solo estoy yo para atender las necesidades de un niño mimado. –Miro la hora en mi móvil. Suspiro largamente—. ¿Quieres que te de un consejo?

—Para eso te he pedido que vengas. –Me mira, entre triste y esperanzado.

—Bien, agarra a la vida por los huevos, pero procura que no sean los huevos de otros inocentes que no saben a lo que vas.

—Eso no es un buen consejo. –Se queja, ofendido y decepcionado.

—¿Quieres uno mejor? No vuelvas a llamarme. Y menos para tonterías.

—Necesitaba hablar contigo.

—Pues no lo has hecho muy bien porque no he sacado nada en claro.

—Eso es que no eres muy inteligente.

—Que estés borracho dificulta mi capacidad de comprensión. –Meto mis manos dentro de mi chaqueta, con la intención de marcharme cuanto antes. Él se queda pensativo durante unos largos segundos y acaba medio suavizando su expresión. Veo en su rostro la expresión de una persona con una buena mano de póker.

—Si no recuerdo mal, me dijiste que en poco tiempo te quedabas sin dinero… —Dice, con suspicacia.

—Sí, ¿y?

—De eso ha pasado una semana. ¿Cuánto puedes seguir permitiéndote vivir en ese piso de alquiler?

—Mi economía no es de tu incumbencia. –Él se sorprende.

—No sabía que a la falta de dinero también se le pudiese llamar economía. –Yo suspiro mirando alrededor.

—En una semana dejo el piso.

—¿Y a dónde vas a ir? –Yo no contesto, dado que ni yo tengo respuesta para eso—. Ale, vete a casa. Aprovecha los días que te quedan bajo techo.

—Imbécil. –Susurro. Él ríe de algo que no alzando a comprender.

—Entre tu altura y que vas a acabar viviendo debajo de un puente serás como esos gnomos de los cuentos, que piden dinero a los que crucen el puente. –De repente ríe él solo y yo suspiro largamente mientras miro alrededor, cargándome de paciencia por su ebriedad.

—Idiota—. Le digo haciendo un amago de marcharme pero él me agarra el brazo con esa expresión arrepentida.

—Está bien, está bien, lo siento. –Niega con el rostro y me suelta pero yo realmente quiero marcharme—. Solo quería decirte que cuando te veas tirado en un banco, empapado por la lluvia y con hambre y frío… bueno, ya sabes donde vivo. –Se encoge de hombros—. Qué remedio, tampoco voy a mudarme cada vez que me tiro a uno…

—¿Estas proponiéndome ir a vivir contigo?

—No sería conmigo, ya sabes. Yo paso mucho tiempo en la casa de mis padres…

—¿Y qué pensaría tu padre al respecto? –Él se encoge de hombros con una expresión despreocupada.

—Ya te he dicho que el alcohol hace que todo tenga menos importancia. –Yo me quedo pensativo ante su oferta.

—No sé qué decir al respecto.

—¿Gracias? –Sugiere.

—Me voy. –Digo a lo que él acaba asintiendo y yo me desplazo por al bar mirando de vez en cuando a mi espalda para verle pedir al camarero otra copa y me paro en seco, pensativo. Rápido niego con el rostro deshaciéndome de toda responsabilidad sobre él y me encamino fuera del establecimiento, recibiendo de cara el aire frío avasallándome. Con una mueca de frustración y otra de ira contenida me alejo del bar haciéndome un ovillo dentro de mi abrigo. El frío es cortante. La propuesta vagando por mi mente es tóxica. Me está quemando.  

 

 

 

 

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