HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 23
CAPÍTULO 23
Jimin POV:
La opresión en mi cintura me hace respirar con
un tanto de dificultad. Me revuelvo uno segundos y acabo cediendo a los sonidos
alrededor. Oigo a lo lejos el tic-tac de un reloj. Mucho más lejos, el alboroto
normal de un día normal del tráfico circulando por la carretera. Pero hay un
sonido mucho más acaparador de mis sentidos, una respiración cerca de mi
cuello. Unos cabellos rozan mi nariz. Yo frunzo el ceño y el olor que inunda
mis fosas nasales me hace sentir tremendamente desconcertado, oprimido,
dolorido y deprimido. Abro uno de los ojos y descubro como la luz del día entra
a oleadas por la ventana del cuarto, haciendo que el color blanco de esta sea
mucho más llamativo. Cierro de nuevo los ojos con una fuerte necesidad de
refugiarme en la oscuridad pero eso hace que vuelva a estar atento a ese olor.
Un cítrico olor que me hace dar un respingo al ser consciente de toda la
situación.
Abro los ojos sin importarme la luz que pueda
cegarme y me encuentro de cara con el rostro de JungKook acurrucado en mi pecho
con sus brazos rodeándome la cintura, aprisionándome contra él, impidiéndome
cualquier movimiento. Mis brazos estaban alrededor de su cabeza y lentamente
los retiro con una lentitud asombrosa. Cuando termino de hacerlo no puedo
evitar quedarme mirando su rostro, con una de sus mejillas aplastada y con sus
labios rozando mi pecho. Su nariz roza con mi piel, sus ojos se mueven debajo
de sus párpados. Todo él se ve demasiado tierno, demasiado inocente. No parece
ser el mismo que me echó de su casa ni tampoco el cínico adolescente que me
daba largas anoche. No reprimo llevar mis dedos a su flequillo y retirarle un
par de mechones de su rostro. Él no parece notar el contacto y lo agradezco
mientras miro alrededor buscando con la mirada mi ropa esparcida por el suelo.
Con mucho cuidado me deshago de su agarre y a
duras penas consigo incorporarme en la cama. Deshacerme del calor de sus brazos
me provoca una especie de vacío extraño que no soy capaz de comprender. Me
quedo un segundo esperando a que se haga de nuevo a la postura de no tenerme a
su lado y acaba volteándose en la cama, quedando de espaldas a mí. Con tiento y
paciencia me bajo de la cama, me aseguro de cubrirle bien con las sábanas y
recojo mi ropa del suelo. Salgo del cuarto con todo el amasijo de trapos entre
mis brazos y una vez en el salón comienzo a vestirme con agilidad y en el
silencio más absoluto que los propios movimientos me permiten. El pantalón hace
más ruido por el sonido del botón y la cremallera al subirla, igual que la
cremallera de la propia chaqueta que dejo a la mitad mientras me acerco a pasos
lentos hasta la puerta.
—¿A dónde vas? –Oigo la voz de Jeon haciéndome
dar un respingo a punto de coger el manillar de la puerta. Me quedo paralizado
mirando mi mano temblorosa frente a la puerta mientras él aparece por la puerta
del cuarto en ropa interior y frotándose uno de sus ojos con su mano hecha un
puño. Pareciera un niño si no fuera porque mide metro ochenta.
—Me voy a casa. –Le digo serio a lo que él abre
los ojos como platos y me mira de arriba abajo cerciorándose de que estoy
completamente vestido y la situación indica que me estoy marchando con todo lo
que he traído.
—¿Por qué? —Pregunta, desazonado, como si
realmente no comprendiese lo que sucede o como si tal vez no quisiese
comprenderlo.
—Jeon, —suspiro—, es mejor que me vaya.
—No, —contesta, desinteresado—, vamos, quédate
al menos a desayunar. Aún es pronto. –Se excusa precipitadamente.
—No, muchas gracias. –Niego mientras abro la
puerta pero él me detiene y me quedo parado en el mismo sitio.
—¿Por qué te vas así? ¿Te arrepientes de lo que
hicimos?
—¿Tú no lo haces? –Pregunto tremendamente
impactado con su repentina conducta victimista. Él no me responde, pensativo en
que mi pregunta es una afirmación escondida a la suya.
—Si no querías hacerlo, ¿por qué lo hiciste?
—No es cuestión de arrepentirse, Jeon. Ya está
hecho.
—¿Entonces?
—No voy a alargar más este momento extraño.
—¿Extraño? –Pregunta, medio ofendido, y yo
cierro la puerta porque tengo la extraña sensación de que la conversación va
para largo y no me apetece estar escuchando su voz con el sonido del portal de
fondo—. ¿Qué quieres decir con esto?
—Anoche parecías muy listo. Cínico diría yo. Me
has estado engañando todo este tiempo, ¿sigues con la broma o es que realmente
no te enteras de nada? No quiero volver a verte…
—¿Qué? —Pregunta, casi paralizado.
—No era mi intención acostarme contigo anoche.
—¿Para qué viniste entonces?
—Solo necesita una explicación. No la obtuve,
no al menos de forma directa.
—No juegues conmigo, Park. –Me advierte,
desafiante—. Sé claro.
—¿Quieres que sea claro? Selo tú primero.
–Frunce el ceño como si no supiera qué es lo que quiero conseguir de él—.
¿Quieres acaso que volvamos a vernos? –Asiente, pero no muy seguro y se queda
pensativo, mirando a ningún lado en concreto—. ¿Qué es lo que sientes por mí?
–Ahora sí que no responde pero se me queda mirando como si en mi mirada pudiera
encontrar la respuesta. Yo suspiro negando con el rostro y vuelvo a llevar mi
mano a la puerta pero él me detiene con una voz y un respingo de su cuerpo que
le lleva a llevar las manos al frente, como si pudiera detener mis movimientos
a varios metros de distancia.
—¡Espera! No te vayas…
—¿Qué quieres? –Pregunto.
—Quiero que te quedes. –Sentencia—. Quiero que
te quedes, que desayunemos juntos y que tengamos una agradable conversación.
–Yo me muestro sorprendido.
—¡Ah! Ya veo… lo que quieres es regresar a la
mentira que estuvimos viviendo entonces… ¿Hum? –Él queda pensativo.
—No era una mentira. –Dice, nervioso—. No lo
era para ti. Volvamos a hacerlo, volvamos simplemente… ah… ¡Ahh! –Se queja
nervioso y yo suspiro largamente.
—Me voy. –Suspiro—. Será mejor que te ocupes de
otras cosas antes de querer volver a eso…
—¿Qué quieres decir?
—Yo no soy tu problema principal. Aun tienes
problemas más graves que resolver, no te preocupes por mí. –Le sonrío y él
queda unos segundos aturdido, pensando en mis palabras y se queda ahí plantado
mientras yo abro la puerta y salgo al exterior. Intento cerrar detrás de mí
pero sus manos se abalanzan a la puerta e impiden que la cierre. Yo me desplazo
por el pasillo hasta el ascensor pero él se queda en la puerta apoyado.
—No es tan sencillo… —Susurra.
—¿Es más fácil recrear una nueva mentira?
—Sí. –Asiente y yo me encojo de hombros,
desinteresado.
—Juventud ociosa
siempre sometida,
por fragilidad
perdí hasta mi vida.
Que el tiempo no se demore
en que el alma se enamore!
Repito el poema de Rimbaud que sé tiene grabado
a fuego en su mente. Él me mira, como esperanzado por una luz que yo no soy
capaz de ver. A los segundos, cuando me introduzco en el ascensor le miro con
una mueca triste—. Cuando te deshagas del peso sobre tus hombros me llamas, tal
vez podamos hablar más tranquilamente del tema.
—Jimin… —Suspira y las puertas del ascensor se
cierran con tranquilidad y sutileza. El aparato comienza a descender y yo poco
a poco voy perdiendo la fortaleza que he mostrado frente a él y me meto las
manos en los bolsillos de la chaqueta. Las saco, me las paso por el rostro y
escondo ahí un segundo una expresión alicaída y triste. Me muerdo el labio
inferior, frunzo el ceño, suspiro largamente y poco a poco se me colorean las
mejillas por la sensación de vergüenza. El arrepentimiento comienza a hacer
mella poco a poco en mi alma, en mi reflejo en el espejo a mi lado. Me miro con
una expresión de seriedad pero en mis ojos veo la realidad de mi oscuro
remordimiento devorándome por dentro. Me siento sucio, asqueado, sin dignidad.
Pisoteada, demolida por mis propios actos. Pensar que él está mucho peor que yo
me hace sentir mejor, pero no es una mejoría constante, es un mero momento de
paz que me lastima más aún al desaparecer.
…
Una semana después
Cierro la puerta de mi cuarto con una expresión
cansada, saturada de una insulsa conversación con uno de mis compañeros de piso
al informarles de que en la próxima semana, a principios del mes de abril,
tendré que marcharme por falta de pago. Él me ha mirado como un pobre
pordiosero sin techo y se ha largado al salón con una expresión de soberbia que
me ha destrozado. En el silencio de mi propio cuarto encuentro el espacio donde
realmente puedo pensar, donde puedo simplemente detener el tiempo a mi antojo y
librarme por un segundo de la maldita y pesada carga de la falta de dinero
sobre mi espalda. Siguen sin contratarme y ese sentimiento está devorándome por
dentro, está haciendo de mí una masa inservible que poco a poco va a acabar
consumiéndome si no es que antes cedo a ella. Me tiro sobre la cama boca arriba
y escondo mis manos bajo la nuca. Dejo escapar de mis labios un largo suspiro.
La noche de un sábado cualquiera se ha cernido sobre nosotros y miro desde mi
cama tirado la poca visibilidad de las estrellas, escondidas y avergonzadas por
la luz que proyecta la propia ciudad con sus altos e imponentes bloques de
edificios. Suspiro de nuevo y algo comienza a sonar por ahí perdido entre el
desorden del cuarto. Me levanto de un salto y camino hasta uno de mis abrigos
sobre el perchero y rebusco en sus bolsillos mi teléfono móvil. Encontrándome
de cara con el nombre de Jeon en la pantalla me muerdo el labio inferior y
descuelgo el teléfono, recibiendo un sonido de fondo algo estridente.
—¿JungKook? –Pregunto al silencio al otro lado
del teléfono. Una voz me responde, una voz triste y melancólica.
—Jimin.
—¿Qué ocurre? Hace solo una semana que estuve
en tu casa.
—No lo entiendo… no consigo verlo… —Se lamenta,
con voz cansada y frustrada.
—¿De qué hablas? ¿Estás bien? –Pregunto
alarmado por el extraño ruido de fondo.
—Bien, muy bien… No. Sabes que no es cierto.
Estoy jodido, Jimin. Estoy jodido. –Se lamenta.
—¿De qué estás hablando?
—Ya lo sabes. Eso es lo que me dijiste, ¿no? O
tú o mi trabajo con mi padre…
—Yo nunca te he dado ese ultimátum. –Me quejo—.
¿Qué es ese ruido?
—Estoy en un bar.
—Estás borracho. –Sentencio y él no contesta nada
al otro lado. Me quedo al menos medio minuto esperando que diga algo pero su
silencio comienza a ponerme de los nervios—. ¿Qué diablos te ocurre? Me llamas
borracho como un drogadicto alcoholizado para quejarte de algo que yo no he
dicho. No pongas palabras que no son mías en mis labios. –Vuelve ese silencio
en la línea. Sé que está ahí porque escucho, entre todo el alboroto, el sonido
de su respiración. Una respiración nerviosa, agitada que poco a poco se
transforma en un quejido de llanto y comienza a tartamudear.
—Jiminie… ven por favor. Necesito hablar con
alguien. No tengo a nadie que me ayude.
—No sé si yo soy muy buena opción. Por lo que
veo no has solucionado nada, no puedo ofrecerte mi ayuda.
—Con que me escuches será suficiente. Necesito
a alguien que me escuche…
—Y yo soy el único en la lista… —Suspiro.
—Eres el único que me escucha, Jimin. –Se
queja, entre espasmos dentro del llanto. Yo doy un largo suspiro y una parte de
mí piensa que está siendo manipulada de nuevo, pero el resto de mi ser me
advierte de que eso no es una mera actuación y me hace recordar sus palabras al
decirme que cuando lloró, no lo hizo adrede. Me quedo mirando a la nada un
segundo, después desvío mi atención a la oscuridad de la calle y me muerdo el
labio inferior. Oigo su llanto a través del teléfono y esa sensación me quema
por dentro. Vuelvo a dar otro largo suspiro.
—Dime dónde estás, voy en unos minutos.
Comentarios
Publicar un comentario