HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 22
CAPÍTULO 22
Jimin POV:
Cuando cortamos el beso por falta de
respiración evitamos mirarnos. Ambos queremos continuar con el beso, o yo al
menos quiero volver a besarle. Ha sido mucho tiempo desde que no le he besado y
ya ni siquiera recuerdo cuál fue el último beso que nos dimos. Ya no recordaba
cómo era la sensación de sus labios sobre los míos y la de su lengua haciéndose
paso a través de mi boca para explorar en su interior. La sensación es clara,
estamos redescubriéndonos después de largo tiempo y ahora me siento aunque más vulnerable,
también más fuerte por ser conocedor de la verdad de sus sentimientos. Que
corresponda el beso me descuadra, pero pienso aprovechar la situación cuanto
dure. No es hasta que sus manos comienzan a deshacerse de mi chaqueta que no me
golpea la realidad con una maza. Estoy siendo un sucio pervertido sin orgullo.
Me separo de él de inmediato cortando el beso casi en contra de su voluntad y
frente a su sorpresa. La sorpresa es la que yo me llevo al ver cómo sus ojos
encharcados dejan escapar repentinamente dos grandes lágrimas de cada uno de
sus lagrimales. Me mira con las manos sobre mi chaqueta y con el labio inferior
atrapado por sus dientes. Si no hubiera cortado el beso habría sentido el sabor
salado de sus lágrimas dentro de nuestras bocas.
—¿Qué estoy haciendo? –Pregunta, más para sí, y
me suelta. Se cubre el rostro con las palmas de las manos y comienza a negar
con el rostro, avergonzado.
—¿Qué te ocurre? –Pregunto, mucho más perdido
que él.
—Esto está mal…
—¿Ahora está mal? ¿Antes no lo estaba?
—Antes entraba dentro de mis planes…
—¿Esto no? A veces las cosas no salen como
pensamos. ¿Hum? –Me acerco a él quitándome la chaqueta y me cuelo entre sus
brazos para agarrar su rostro entre mis manos. Beso sus labios y él corresponde
con sumisión—. Quiero hacerlo. –Le susurro—. Si quieres tú también, no hay nada
de malo… —Beso de nuevo sus labios y él cierra los ojos, dejando escapar un par
de lágrimas más. Solo un par, que ya son las últimas. Con una de sus manos
acaricia mi pelo, y con la otra me rodea la cintura, acercándome a él. Con un
suspiro mientras nos separamos para quitarnos las camisas él me mira con una
expresión más tranquila y con una sonrisa avergonzada, como si fuera la primera
vez que se desviste delante de mí. Acabo quitándome los pantalones y él me
sigue, al mismo ritmo. Una vez en ropa interior, le conduzco con besos y
caricias hacia su propia cama y se tumba en ella dejándome a mí estar encima.
Me gustaría pensar que las caricias y los besos
van tornándose más calientes e intensos a cada momento, pero son apenas leves
caricias y siento que puedo estar haciendo un surco en su piel. La sensación es
tremendamente extraña, tenerle de nuevo para mí y no sentir como se me abren
las carnes, me destroza. Sentir que estoy volviendo a caer en sus encantos me
flagela, pero sentir que puedo tenerle una vez más me hace libre, me libera de
mi recuerdo que se había convertido en una pesada losa que soportar. Con
tranquilidad y sin prisa ninguna, paso las yemas de mis dedos a través de su
pecho desnudo mientras estoy sentado sobre su cintura. Él me mira con ojos
entrecerrados, enrojecido, con la nariz levemente inflamada y con las mejillas
ardiendo. Con labios húmedos de nuestras salivas y nerviosos. Temblorosos.
Mis dedos también tiemblan. Me siento en un
sueño, en un mal sueño del que despertaré sudando y con una gran erección. Pero
su contacto se me hace tan real, es tan vivo, está tan caliente. Su piel cede
ante la fuerza de mis dedos, que es mínima, y acabo sobre su vientre, que por
culpa de la entrecortada respiración, se mueve sin ritmo. Mi contacto le hace
sentir mucho más frágil, más perdido. Me mira desorientado a veces, otras,
temeroso. Muchas se limita a no mirarme y otras, simplemente, cierra los ojos
disfrutando de la sensación de mis manos sobre su cuerpo. Beso sus labios, un
simple sello que le proporciona la seguridad de saber que no me voy a ir y toma
confianza para acariciarme los muslos a cada lado de su cadera.
Bajándome de esta y terminando por
desvestirnos, me tumbo sobre él y colocolo sus dos piernas a cada lado de mi
cintura. Me acoge con cariño y confianza y hundo mi rostro en su cuello para
besarle y dejar que mi aliento inunde su piel. Sus gemidos son suaves, dulces,
infantiles a veces, se producen con meros roces que antes no le habrían hecho
sentir tan sensible. Llevo dos de mis dedos a mis labios y los hundo en mi boca
para sacarlo embadurnados de saliva. Cuando los conduzco a su entrada él da un
respingo y me detiene.
—Sabes que no es necesario. –Susurra levemente
avergonzado.
—Lo sé, pero quiero hacerlo. Quiero que sea
solo placer… —Suspiro y él asiente dejándose hacer por mis manos. Introduzco
primero uno de los dos dedos y lo hago despacio, delineando su entrada con
cuidado. Él tiembla, gime, se revuelve y acaba cediendo al contacto con
sumisión. Cuando lo introduzco, él suelta un gemido completamente involuntario
y curva un poco la espalda por la incomodidad. Mi mano libre se dirige a su
pecho para pasar sobre la forma de sus pectorales, para sentir el latido de su corazón
bajo su pecho, para delinear la forma de uno de sus pezones. Él se adjudica esa
mano libre y se la lleva al rostro para colocársela en una de sus mejillas.
Cierra los ojos y yo le acaricio ahí con lentos círculos sobre su cachete.
Acaba entrelazando sus dedos con los míos en la línea de su cuello y yo alcanzo
a besar sus labios, los cuales no dejan de soltar leves gemidos.
Introduzco el segundo dedo y comienzo a hacer
movimientos de tijeras a lo que él responde con movimientos de su cadera al
ritmo de mis dedos. Cuando creo que es suficiente suelto su mano al lado de su
rostro para manejarme mejor y coloco mi pene en la posición de su entrada.
Antes de introducirme dentro le pregunto por un condón. Él me detiene con una
caricia en la mano que sujeta su cadera.
—No lo he hecho con nadie…
—Está bien entonces. –Contesto y acabo
sumergiéndome en su interior. Él cierra los ojos y lleva sus manos a las dos
mías. Una en su cadera y otra cerca de su entrada. Pienso que está inseguro,
pero cuando una vez estoy en su interior y me recoloco sobre su cuerpo, su mano
estrechando una de las manos entrelazando nuestros dedos me hace sentir que
realmente lo único que busca es la reafirmación de que estoy dispuesto a algo
más personal e íntimo que un simple polvo. Su interior está ardiendo, sus
paredes me aprietan. De verdad hace mucho que no ha tenido sexo y sentirme de
nuevo rodeado por su cuerpo me hace sentir que todo es ya posible. La primera
envestida me lo confirma, verle gemir bajo mi peso es una tortura que no sé
hasta cuanto voy a poder soportar y oírle susurrar mi nombre es la primera vez
que sucede, lo cual hace que me desboque rodeándole con mis brazos y besando
cada parte de su perfecto rostro. Las embestidas aumentan su velocidad, su
intensidad, su profundidad. Le llego hasta un punto en que los gemidos mueren
en su garganta y solo tiene labios para besarme. Sus manos los están
acariciándome, se agarran a mí, se mantiene aferrado a mis hombros. Puedo
sentir como poco a poco su respiración va entrecortándose, va agitándose hasta
el punto de perder todo control sobre ella. Yo me siento igual, con las
mejillas enrojecidas y los labios hinchados. Oculto mi rostro en su pecho,
después en su cuello.
—Jimin… Jiminie… miniee… ah... –Gime mientras
me siento al límite y realmente he perdido todo punto de realidad en la
situación. El contexto ha perdido su punto de apoyo en la Tierra y me siento
levitar con su cuerpo aferrado al mío. No aguanto por más tiempo y me vengo en
su interior haciendo que su interior se inunde de mi semen y al salir de él,
gotea por entre sus muslos como la visión más hermosa que me ha mostrado. La
más sincera, la más personal. Sin duda la más humana.
Sin una sola palabra y sin necesidad de mediar
entre nuestros intereses, él poco a poco se incorpora y yo me tumbo sobre la
cama, boca abajo, guiado por la impaciencia de sus manos. Con el rostro hundido
en el almohadón me dejo avasallar por su olor, por el olor de su colonia, el de
su sudor. Me agarro con fuerza a él porque siento como poco a poco sus manos me
abren las piernas y los glúteos pero me sorprende su lengua colándose en mi
interior. Doy un respingo y miro por encima de mi hombro, recibiendo el rostro
de Jeon con ojos cerrados y una apacible expresión. Sus manos haciéndose paso
entre mi glúteos, su lengua en mi interior. Mi espalda se curva, para darle
mejor accesibilidad. Mi trasero en alto, mi rostro escondido por la vergüenza.
Al rato siento como se incorpora, como poco a
poco se coloca sobre mi cuerpo y apoya una de sus manos al lado de mi cabeza
mientras que con la otra se ayuda a introducirse dentro de mí. Lo hace
lentamente, mucho más lentamente de lo que lo había hecho nunca. Siento cada
pequeña parte de su pene avasallarme con ternura mientras va catando cada
centímetro de mi interior. Sus gemidos se vuelven más fuertes, más largos,
prolongados por el placer de no acabar por introducirse en mí. Cuando llega a
su límite yo quedo soltando el aire acompañado de un gemido que amortigua la
almohada y él aprieta un poco más la cercanía de nuestros cuerpos hundiéndose
un poco más, ignorando el acolchado de mis glúteos. Nuestras pieles en contacto
me ponen la piel de gallina, siento escalofríos por la punta de su pene
escarbando en mi interior. Cuando ha pasado el tiempo prudencial para que me
acostumbre, comienza con embestidas que poco a poco se van volviendo más
intensas, no más agresivas, sí más profundas y ardientes. Su mano desaparecida
se conduce a mi cintura, busca mi vientre curvo por la forma de mi espalda y me
sujeta ahí, asegurándose de que ambos estamos siguiendo el mismo ritmo. La otra
mano cae sobre una de las mías en la almohada y entrelaza sus dedos con los
míos.
El momento poco a poco comienza a
distorsionarse, yo vuelvo a estar duro enseguida y con su cuerpo tomando el control
me siento libre de venirme en cualquier instante, de gemir sin miedo a perder
el control. Su rostro cae en uno de mis hombros. Muerde mi omoplato, después me
besa, me acaricia con su nariz y gime mi nombre de nuevo. Mi nombre de sus
labios es la mejor expresión de placer que he escuchado jamás y quedará para
siempre en mi recuerdo. Le acompañan el sonido de nuestras pieles chocando y el
de mis propios gemidos haciéndose eco dentro de la habitación. Una cacofonía de
éxtasis y placer hasta que los dos venimos de nuevo y a la vez, de una forma
explosiva y sonora. Poco a poco el placer se condensa en simples gemidos de un
orgasmo que perdura, esto se degenera en respiraciones entrecortadas y después
el peso de ambos sobre la cama acomodándonos mejor al espacio. La desnudez de
su cuerpo es hermosa. No me había fijado antes pero ahora que tengo un segundo
para quedarme pensativo recuerdo haberle visto antes así pero nunca antes le
había valorado como lo hago ahora, con la certeza de que esta puede ser la última
vez que el vea de esta forma. Pezones pequeños, rosados, adecuándose al
conjunto de todo su pecho. Una cintura pequeña, sutil, de línea dulce y
compleja. Piernas largas, muslos protuberantes. Me encantaría volver a hacerlo,
repetirlo con él todas las veces que hicieran falta hasta que se me quedase
grabado en la mente la idea del tacto de su piel en mis dedos, la forma de su
cadera en mis manos. Todo, registrado en mi mente.
Antes de poder seguir apreciando su cuerpo él
cede al momento y se gira a mí en la cama. Aun nos puede el cansancio y
respiramos con dificultad pero con una atmósfera de cansancio y completa
armonía, se revuelve, nos cubre con una de las mantas blancas, sobre todo a
mí y con tranquilidad, y se queda con un
brazo rodeándome. No me doy cuenta de que no está llorando de nuevo hasta que
no siento como sus lágrimas humedecen mi hombro donde está apoyado. Sus hombros
no se convulsionan, se limita a dejar escapar varias lágrimas como si la
tristeza fuese la suficiente como para limitarse a ser representadas con
simples lágrimas. Como si estas estuviesen acumuladas de antes y no necesitasen
de todo el conjunto del llanto para salir. Me abrazo a él dejándole con el
rostro en mi pecho y hundo mi nariz en su cabello. Con mis manos lo acaricio. Es
la sensación más maravillosa del mundo. Esta supera a todas las demás. Tener su
cabello enredándose con sutileza entre mis dedos, resbalando de ellos,
sintiendo como él puede ser consciente del contacto pero no tan plenamente como
yo.
Ya hemos hecho esto antes. Todo esto ya se ha
repetido en otras ocasiones, pero me da la sensación de que esta es la primera
vez, la única real. La única que quedará en mi mente, después de todo.
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