HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 21
CAPÍTULO 21
Jimin POV:
Su olor es aquí más intenso. Tal vez por algún
lado tenga escondido su perfume, o simplemente ya sea porque aquí pasa más
horas o porque aquí es donde se echa el perfume, esta estancia huele mucho más
a él. Es un olor que ha quedado grabado en mi mente desde el primer momento en
que le vi en la cafetería, y recordar ese momento es mucho más doloroso de lo
que había imaginado. He estado rememorándolo estos días pero rodeado de este
olor, es mucho más frío y cruel. Me deshago rápidamente la idea mientras oigo
el grifo del lavabo abrirse.
Comienzo a caminar alrededor de la habitación y
voy poco a poco fijándome en pequeños detalles que a simple vista parecen muy
obvios, meros complemento de un cuarto cualquiera, pero que me dan qué pensar.
La cama está deshecha. No parece que haya tenido el tiempo, el ánimo o las
ganas de hacerla. También puede ser que se acabe de levantar pero parece que
lleve horas despierto incluso que haya salido a la calle, por lo que me decanto
por una de las primeras opciones. En el suelo, al lado de la cama, hay unas
zapatillas de estar por casa y un paquete de tabaco terminado y arrugado en la
papelera. Algo llama mucho más mi atención, dado que reconozco mi libro en su
escritorio. El libro de poesía que me regaló mi madre y que más tarde yo le di
a él. Con una mueca me encamino hasta él tomando como posibilidad el
reclamárselo, pero cuando lo abro en mis manos descubrir un marcapáginas
señalando una de las páginas me quita las ganas. La página me es familiar. Es
el mismo poema que me leyó una vez.
CANCIÓN
DE LA MÁS ALTA TORRE
Juventud
ociosa
siempre
sometida,
por
fragilidad
perdí
hasta mi vida.
Que el
tiempo no se demore
en que
el alma se enamore!
Me
dije: abandona,
que
nadie te vea:
sin
promesa ya
de
dichas eternas.
¡Que
nada pueda pararte,
y del
retiro apartarte!
Tanto
he esperado,
que
ahora sólo olvido;
temores,
dolores
al
cielo se han ido.
Y una
sed insana llena
y me
oscurece las venas.
Así el
verde prado
que el
olvido engaña
crece
con sus flores
de
incienso y cizaña.
Al son
de un sucio montón
de
moscas ––hosco bordón.
¡Viudez
que no pasa,
de
alma misteriosa
que
busca solaz
en
Nuestra Señora!
¡Y
quién reza en su agonía
a
Santa María!
Juventud
ociosa
siempre
sometida,
por
fragilidad
perdí
hasta mi vida.
¡Que
el tiempo no se demore
en que
el alma se enamore!
Ver mi libro en esta situación me hace sentir
mal por dentro, porque de verdad le ha gustado el libro y su contenido. Pensé
que habría tirado por ahí mis regalos tal como yo hice con su jersey, pero veo
que los ha valorado por lo que son y no por ser míos. Me siento en la cama y
comienzo a releer la poesía cerciorándome de muchos detalles de los que antes
había pasado de largo. Pequeñas palabras, amargos fragmentos que me hacen darme
cuenta de la verdadera importancia de este poema y de la cantidad de
interpretaciones que se le pueden dar a las palabras aquí escritas. Es extraño
incluso pensar en la posibilidad de sentir compasión, pero es una mezcla de
odio y compasión que poco a poco va rebajando la adrenalina en mi cuerpo. Han
dejado de temblarme los labios. Me siento con tranquilidad en la cama deshecha
y me dejo abrazar por su suavidad.
Dejo el libro en la mesilla, tal y como lo he
encontrado y miro alrededor. Caigo en la cuenta de uno de los cajones de donde
Jeon sacó la información que me mostró el día en que me quedé a dormir. Como
necesitado de saber si la documentación sigue ahí me levanto, abro el cajón y
saco la primera carpeta que veo sin importarme en realidad el contenido.
Comienzo a pensar que me estoy excediendo en mi confianza, pero después
recuerdo su rostro mirándome desde la altura de las escaleras de su casa con
esa expresión asqueada, y se me borra el remordimiento.
Vuelvo a sentarme en la cama con la carpeta de
color beige en mi regazo y quito las gomas de dos de las esquinas para proceder
a ver su interior. Cuando lo descubro me quedo levemente impactado. Me sacude
un vértigo extraño ante la sensación de verme reconocido en una fotografía. Una
mera fotografía en blanco y negro de mi mismo paseando tranquilamente por la
calle. Me siento levemente mareado y llevo a mis labios la palma de mi mano
consciente de qué es esto. La siguiente es una foto en color, de mí al entrar
de madrugada en mi empresa. La siguiente, en blanco y negro nuevamente entrando
en mi casa. La siguiente, entrando en la casa de mi padre. Subiéndome a un
coche, entrando en una cafetería. Hay varias fotografías de mí dentro de la
misma cafetería. La misma cafetería en donde conocí a Jeon. Me sorprendo al ver
la fecha de cada una de las fotografías en la cara opuesta y descubro que la
más antigua se remonta a un año antes. Un maldito año.
Los ojos comienzan a picarme. Me muerdo el
labio inferior mientras con toda la fuerza del mundo y toda la voluntad me
obligo a no llorar de nuevo pero no puedo evitarlo al sentirme tan pequeño, tan
vulnerable ante la posibilidad de que me haya estado siguiendo tanto tiempo con
el plan de destrozarme la vida. A cada foto en que me veo es cada vez más
difícil continuar, pero como un doloroso círculo vicioso, cuanto más quiero
detenerme más aumentan las ganas de seguir, cuento al menos unas treinta fotos
de diferentes lugares, diferentes sitios. En algunas incluso encuentro algo más
que fechas escritas. Direcciones, la de mi antigua casa y la de la casa de mi
padre. La de la cafetería a la que suelo ir, algunas librerías. Encuentro mis
manías escritas a boli negro con una letra singular, al parecer rápida y
ajetreada. Nerviosa.
“Le gusta el café con caramelo y canela”
“No le gusta la poesía, ni el teatro” “Le
gustan las biografías”
“Le gusta ir a sitios normales, nada
ostentoso”.
—Cuando lloré… —Oigo a Jeon apoyado en la
puerta, mirando serio como he indagado en su privacidad. Yo me limito a
limpiarme los ojos con el dorso de la mano. No quiero que vuelva a verme en
este estado—… no fue mentira.
—¿Qué es esto? –Pregunto cogiendo una de mis
fotos en la mano y enseñándosela, como si no fuera evidente lo que sucede.
—¿De verdad hace falta que te lo explique?
—Quiero oírtelo decir.
—Te estuve siguiendo. No soy espía pero tampoco
parecías muy avispado. Siempre con cosas en la cabeza… siempre de un lado a
otro…
—¿Un año?
—Sí. Eras el plan B, si tu padre no accedía a
la negociación.
—Me acogisteis en tu casa… ¿Y tu madre? ¿Ella
estaba al tanto?
—Sí. La empresa no es solo de mi padre, en
cuestiones empresariales, toda la familia entra en juego. –Niego con el rostro
a sus palabras, incapaz de asumirlo aún.
—¿No pensaste ni por un solo segundo que lo que
estabas haciendo estaba mal?
—Mal… —Suspira la misma palabra que he dicho y
con la misma entonación—. ¿Está mal ayudar a mi padre?
—A costa de herirme… —Niego con el rostro—. Ya
da igual. Sé que no te importo así que mis sentimientos te son indiferentes… —Dejo
la frase a medias porque tras todas las fotos encuentro un pequeño trozo de
papel cuadriculado, medio arrancado de una agenda, con unas palabras escritas.
Es la misma letra que las anotaciones en las fotografías y me quedo confuso
mientras comienzo a leer, con cuidado.
“Querido Jimin. Así se empiezan
las cartas, ¿no? Con un “Querido” aunque en realidad no te quiera. Supongo que no
es la mejor forma de empezar. Park Jimin, —ahora así—, no sé hasta qué punto
has creado un vínculo emocional conmigo, pero córtalo ya. Voy a hacerte daño,
lo sé. Aún no sé las palabras exactas con las que voy a despedirte pero sé que
no seré gentil. Agg, no sé qué diablos estoy haciendo con mi vida, Jimin. Me he
pasado años siendo el pequeño cebo de mi padre pero esto me está superando por
momentos. No sé si lo has notado en mi comportamiento, o en la forma en que a
veces no puedo evitar hacer una mueca desagradable cuando veo en ti algo que no
me agrada. No sé si has sabido que realmente yo no te he amado, pero estoy
empezando a dañarme yo también y no puedo más con esto. ¿Será todo más fácil si
te entrego esta nota a tiempo? Estamos aún a tiempo de solucionarlo todo, pero
solo si te lo hago saber. Hay demasiado en juego como para que yo ponga por
delante de todo mis sentimientos, ¿no? Vaya estupidez. Qué egoísta sería. Yo no
soy un joven enamorado que lo mande todo a la mierda por un capricho. Soy un joven
responsable que lucha por lo que quiere. ¿Pero qué quiero? Nada, Jimin. Quiero
que te alejes de mí ahora que estás a tiempo de comprenderlo. Lo siento, por
todo. Perdóname.”
Termino de leer dentro del silencio que se ha
formado y me tomo al menos un minuto más en asimilar cada una de sus palabras.
Varias lágrimas siguen cayendo pero yo las aparto de mí con un gesto de mi mano
mientras me muerdo el labio inferior intentando mostrar dureza, o tal vez
simplemente no quiera ver a mi labio temblar de nuevo.
—Ya entiendo porque te gusta ese poema de
Rimbaud. –Digo mientras él frunce el ceño. Yo señalo con la mirada el libro en
la mesilla.
—¿Sí?
—Tal vez ni tu lo sepas pero tu inconsciente te
hace querer lo que realmente deseas y te gustan las cosas que te recuerdan a
tus deseos. Pero creo que eres bastante listo como para saberlo sin que yo te
lo diga. –Hace una mueca.
—Quiero oírtelo decir. –Repite mis palabras,
con los brazos cruzados.
—Eres una marioneta de tu padre.
—No es cierto. Yo…
—No me lo niegues más. –Escupo—. Tu hermano
mayor se va y te queda a ti todo el peso de la responsabilidad. Harías lo que
fuera con tal de que tu padre te de su aprobación, pero en realidad deseas
tanto como cualquiera liberarte de ese peso y vivir una vida de verdad.
—Lo aceptes o no, esta es la vida de verdad.
Esta es la realidad. No sé dónde vives, pero la vida no es pedirse un café y
sentarse a leer. La vida no es ir de la mano por la calle principal del centro
mientras eres alumbrado por las luces de navidad. No es jugar al billar ni
explicar cuadros de Tiziano.
—¿La vida es vivir una mentira constante? ¿Es
engañarse a uno mismo? –Se encoge de hombros—. Entonces yo no quiero vivir.
—¿Te das cuenta ahora de la crueldad de la
vida?
—La vida había empezado a tener su gracia
cuando te conocí. Ahora no solo es tan insulsa como antes sino mucho más
dolorosa… —Pienso unos segundos—. ¿Qué has dicho al entrar?
—Has leído la nota, ¿verdad? –Asiento mientras
le veo señalando la carpeta en mi regazo—. La escribí cuando regresé a la
mañana siguiente de estar en tu casa aquél día que te cortaste. Cuando lloré,
lo hice de verdad. Me dolía que sufrieras por mi culpa, pero no me tomes esas
palabras en serio. Solo tuve un momento de debilidad. Por eso nunca te la
llegué a dar.
—¿Eres feliz?
—¿Acaso eso importa?
—A mí me importa. A ti debería importarte.
—A mi no me importa que seas o no feliz.
—Lo daba por descontado desde el momento en que
me echaste de la casa de tu padre. –Mira al suelo, pensativo—. ¿Y bien? Has
dicho que querías hablar seriamente conmigo cuando te curases. ¿Qué es lo que
quieres hablar?
—Ya da igual. —Niega con el rostro—. Tampoco
creo que vayas a entenderlo.
—Puedes intentarlo.
—No, mientras sigas pensando que realmente hay
una salida a esto. Limítate a aceptar la situación tal como se te presenta. Tú
sin dinero y yo a la sombra de mi padre como una marioneta. Punto. Es más fácil
así.
—¿Te rindes?
—Nunca he pretendido luchar. Esta no es una
guerra que quiera combatir. –Se descruza de brazos y comienza a avanzar hasta
quedar apoyado en el escritorio, a metro y medio de mí. Vuelve a cruzarse de
brazos y deja escapar un largo suspiro—. En la vida tienes que saber contra
quién estás luchando, y si realmente merece la pena la lucha o no.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que la probabilidad más alta está
en que en el caso de que yo quiera, por algún motivo que no alcanzo a entender,
decirle a mi padre que quiero dejar de trabajar para él, lo que va a suceder es
que acabe como tú. –Me señala con un gesto de su cabeza.
—¿Tan malo sería?
—¿No tener dinero? ¿No tener donde dormir? Las
preocupaciones que tengo ahora son cómo echarte de mi casa, pero en tu caso son
en dónde dormir dentro de una semana. Creo que las prioridades no son
comparables… ¿Hum? –Yo dejo de mirarle y desvío mi mirada a cualquier otro
sitio de la habitación. Cierro la carpeta y me quedo pensativo mirando su color
bajo mis manos. Suspiro,—. ¿A qué viene esa expresión? ¿A qué has venido
realmente? –Hago un puchero, pensativo—. ¿Qué es lo que realmente te molesta de
todo lo que he hecho? No te importa mi trabajo ni mi relación con mi padre.
¿Qué es entonces?
—Me mentiste, durante mucho tiempo. –Suspiro.
—¿Tu no mientes? –Ruedo los ojos.
—Es simplemente pensar en todos los momentos
que pasamos juntos y se me parte el alma que haya sido una mentira.
—No puedes negar su existencia. Ahí están.
—Me destroza pensar que tú hubieras preferido
que no fuese así. –Él se queda pensativo unos segundos.
—¿Es por el sexo? –Pregunta, pensativo a lo que
yo me levanto y le golpeo con la carpeta en el pecho.
—¡No es por el sexo, maldita sea! ¿Tanto te
cuesta entender que me gustaba pasar el tiempo contigo? –Él frunce el ceño.
—¿Quién ha dicho que a mí no me gustase? –Ahora
soy yo el que frunce el ceño, tremendamente confuso y frente a él, me siento
impotente.
—Creí que iba implícito en el “me das asco” con
el que me despediste…
—Ahora me lo das más. –Me dice mirándome de
arriba abajo, con lo que yo frunzo aún más el ceño—. Todo lloroso y moqueando…
—¿Quieres volverme loco?
—Intento hacer que comprendas que esto es la
realidad. Importa una mierda lo que sientas, lo que hayas sentido por mí.
—Solo quiero oírte decir que lo sientes. No
necesito que le eches la culpa a tu padre o a la realidad. Necesito saber que
te arrepientes.
—No. No me arrepiento. Lo habría hecho
inevitablemente de si conociese tus sentimientos.
—¿Entonces qué puedo esperar de ti?
—Una palmadita en el hombro y una amable
despedida hacia la puerta. –Me señala la puerta del cuarto.
—Eres un cobarde. –Le escupo—. Un maldito crío
que no es capaz de afrontar la vida. Te escondes en la excusa de que nada está
en tus manos, liberándote de la responsabilidad…
—¿Y acaso no es cierto?
—No, tú decides sobre tu vida.
—Tú te has aplicado el cuento… y no te ha
salido bien la jugada, por lo que veo. –Vuelve con esa mirada despectiva.
—Te odio. –Le digo, en un susurro, dando un
paso hacia delante para tenerlo de cara, para que no pueda evitar mi mirada
mientras se lo digo claro.
—Mentira. –Contesta, cínico—. El odio es un
sentimiento muy grande… y tu eres muy pequeño, Park… —Cojo la pechera de su
camisa mientras él da un respingo y le acerco a mí, sintiendo nuevamente una
oleada de su perfume. Mantengo el ceño fruncido y él una sonrisa cínica, pero
poco a poco nos vamos dando cuenta de que la cercanía nos ha robado todo el
valor para seguir con unas máscaras demasiado pesadas. Yo relajo mi expresión a
una mucho más infantil y pérdida. Él vuelve a estar serio, mirándome mientras
le sigo sujetando pero ya no con tanta fuerza. Dejo caer mi rostro, con un
suspiro desanimado. Mis manos en su camisa comienzan a temblar de nuevo—. No te
pongas a llorar de nuevo. –Susurra. Es un susurro tan débil y tranquilo que me
quita el aliento. Tengo que levantar la mirada para comprobar que el cinismo ha
desaparecido de su rostro y la picardía de su sonrisa. Me mira intensamente
mientras intento por todos los medios regular mi respiración. Niego con el
rostro, indicándole que no voy a llorar de nuevo y antes de darme cuenta sus
manos están cada una en mis brazos, con formando parte de una delicada caricia.
Dejando escapar el aire me quedo apoyando mi frente sobre la suya y cierro los
ojos. La situación se haría mucho más extraña y tensa si él no correspondiese a
mi gesto y cerniese sus brazos sobre mi espalda, apoyándome contra él. Mis
manos se cuelan por su cuello, alrededor de este hasta su nuca. La cercanía es
la mejor consejera, el más fiel escudero. El beso se produce unos segundos
después de que yo haya acariciado su nuca. Es un beso tranquilo, dulce, amable,
cariñoso.
Comentarios
Publicar un comentario