HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 20

 CAPÍTULO 20


Jimin POV:

 

Tres meses después

 

La lluvia cae torrencialmente. Me empapa a pesar de estar cubierto por una capucha de un abrigo marrón. Apenas un impermeable que me ha servido como abrigo los últimos meses. El más barato de mi colección, el más humilde. Sorprendentemente el más funcional. Con su interior forrado de pelo y su exterior semi—plastificado, es toda una ayuda. Y sin embargo me importa bien poco mojarme. Mi cabello ya está empapado porque no porto paraguas ninguno y mis deportivas no alcanzan a no dejar pasar una sola de gota de agua a mis calcetines. En cada pequeño charco me mojo los tobillos de los vaqueros y con una mueca de disgusto sigo caminando ya de forma inevitable. El día está cubierto, está de un gris que es completamente semejante al gris que se ha instalado por meses en mi corazón. Estamos a un triste veinte de marzo y por primera vez el día se muestra tal como yo me siento en mi interior. He conseguido liberar mi tristeza, en un gris día de lluvia.

Caminar tan despreocupadamente por la calle se me ha hecho siempre extraño, y es una sensación a la que sigo sin acostumbrarme. Siempre tengo que tener un sitio a donde ir, siempre tengo que tener un objetivo y sin embargo hace mucho tiempo que he perdido el rumbo de mi vida y el timón de este barco. La gente alrededor parece ensimismada, todos caminan hablando entre ellos, con un móvil en la mano o con unos cascos en las orejas. Me hacen sentir mucho más solo de lo que debería cuando en realidad es exactamente como estoy. Solo. Solo en medio de la nada, rodeado de mis pensamientos, de mis infantiles pensamientos, de mis pequeñas preocupaciones que a cada día aumentan de tamaño convirtiéndose en grandes monstruos que vienen a visitarme cada noche en forma de pesadillas.

Las dos primeras semanas después de que mi padre me echase de casa estuve oculto en un motel de las afueras. Uno barato donde los precios no sobrepasasen los diez mil wones por noche. Rápido me dispuse a encontrar un piso que alquilasen habitaciones y encontré uno en el centro que salía muy bien de precio dada la ubicación. Un pequeño piso que comparto con otras dos personas. Un inexistente veinteañero ocupado con la universidad y un chico que trabaja en páginas webs desde casa. A ninguno le he visto demasiado. Uno siempre fuera, otro siempre dentro de su cuarto. Yo apenas soy esa nueva sombra que de vez en cuando hace acto de presencia, como un mueble que se mueve poco a poco de ubicación pero que acaba siempre en el trastero, porque no combina con el resto de la casa.

En cuanto tuve un techo me puse a buscar trabajo pero los tentáculos de mi padre llegan a todas partes y se ha encargado de que no vuelva a trabajar de lo que he estudiado haciendo oficial y públicos mis actos. Ninguna empresa me contratará porque no soy de fiar. Y lo entiendo. Nunca contrataría a nadie como yo, pero aun así ni me han querido en pequeños bares de alrededor, ni en cafeterías, ni siquiera en una pequeña tienda de ultramarinos para descargar el camión o para ordenar el almacén. Llegué a suplicar que no tendría por qué estar cara al público, pero con una simple negación incomprensible de cabeza me echaban del local y yo me veía de nuevo en medio de la lluvia, con un abrigo mojado y ningún sitio al que querer ir. Encerrarme dentro de mi cuarto habría supuesto pensar, y lo que menos necesito es pensar, por eso camino hacia ningún lado con la esperanza de que en algún momento la vida me sonría.

Es el recuerdo el que me sorprende con un destino al que dirigirme. En un principio no quiero hacer caso a ese pequeño instinto que me obliga a caminar, pero poco a poco mientras la idea va tomando forma dentro de mi mente, voy viéndola como una verdadera salida al pensamiento, o tal vez simplemente un sufrimiento innecesario. Alegaré aburrimiento, o simple desconcierto, pero antes de darme cuenta mis pasos me han conducido de forma completamente racional a la puerta del portal de Jeon y me quedo parado unos segundos frente a ella viendo como está entreabierta y con la posibilidad de entrar.

Comienzo a subir por el ascensor con una mueca de desconcierto. Me quito la capucha y me sacudo el pelo húmedo con una mano. Hago que el espejo al lado se humedezca de pequeñas gotas de agua pero ni le doy importancia. Me retiro el pelo hacia atrás pero inexplicablemente vuelven a cernirse sobre mi frente varios mechones mojados y levemente ondulados por la humedad. Con una expresión de rendición me dejo el pelo tal como quiera quedarse y me quedo quieto hasta que las puertas se abren y puedo al fin salir del cubículo. Camino atontado. Como si mis pies me guiasen. Que estúpido. Camino porque sé a dónde quiero ir.

Cuando llego a la puerta y toco el timbre me meto las manos dentro de la chaqueta y me quedo un paso alejado de la puerta. Al no escuchar nada al otro lado pienso que tal vez no está. Comienzo a ser consciente de la idiotez que he hecho pero no me voy, me mantengo firme hasta que comienzo a percibir cierto movimiento en el interior. Vuelvo a tocar el timbre temiendo que se haya dado cuenta de quién soy y no quiera abrirme y vuelvo a meter la mano en los bolsillos. Tengo las manos heladas, dentro del bolsillo se siente de nuevo la sensibilidad en los dedos.

—¡Ya voy! –Canturrea su voz desde el interior y oigo los pasos acercándose. Son apenas las seis de la tarde, así que nada importante debe estar haciendo como para haberle interrumpido. Sus pasos se detienen en la puerta, y veo su sombra por el borde inferior de esta. Cojo aire y lo suelto despacio. Cuando la puerta se abre detrás de esta aparece un rostro curioso, que poco a poco, se deforma en una expresión sorprendida y después, desilusionada. Poco a poco ofendida. Se queda en una mueca de asco y se apoya en el umbral con los brazos cruzados—. ¿Ves? –Me dice—. Por eso no quería decirte donde vivo. Temía que después aparecieses por aquí. –Yo miro alrededor y tiro de mi nariz, moqueando por el frío.

—Hola. –Digo, con la voz más grave que puedo proporcionarle pero él me mira de arriba abajo, asqueado.

—¿Hola? –Pregunta, confuso—. ¿Qué quieres? –Escupe. Su olor me golpea como una dura oleada y es algo a lo que no estaba preparado porque ni siquiera había pensado en ello, pero ver la imagen de su rostro no es lo más doloroso hasta ahora.

—Supongo que espero una explicación. –Digo, casi como una improvisación. Miro alrededor y él ríe de forma nasal, desinteresado de todo punto.

—Estás horrible. –Suelta y yo le aparto la mirada—. ¿Has venido aquí a amenazarme? –Pregunta con una voz algo más sensata. Pensándolo bien, es la opción más creíble.

—¿Tienes miedo? –Pregunto, cínico.

—¿De ti? No. –Sentencia. –Hueles a perro mojado y parece que acabas de salir de un vertedero. –Dice y yo me miro disimuladamente. Obviamente está exagerando pero en comparación con él me veo mal.

—Yo…

—¿No estarás viviendo en la calle? Si tienes pulgas o garrapatas olvídate de hablar conmigo. –Dice cortándome y se introduce de nuevo en su casa con la intención de cerrar la puerta pero me abalanzo sobre esta poniendo mi mano en medio no dejando que cierre aun.

—Eres un maldito egocéntrico narcisista. –Suelto, temiendo la posibilidad de no volver a poder decírselo—. Merezco al menos un perdón, una explicación.

—No te debo nada. –Me dice por un espacio abierto entre la puerta. Él no hace más fuerza por cerrarla, yo no lo hago por abrirla.

—Me has arruinado la vida. –Susurro.

—Te las has arruinado tú solo…

—Me has mentido.

—Te has dejado engañar muy fácil. –Se desentiende y vuelve a querer cerrar la puerta pero yo vuelvo a interponerme.

—No quiero ir a casa… por favor… —Suspiro y él me mira de nuevo de arriba abajo con una mueca más comprensiva. Suspira, largamente. Se muerde el labio inferior y acaba cediendo, dejándome entrar arrugando la nariz al pasar por su lado.

—Hueles a perro mojado de verdad.

—Lo sé. –Asumo, consciente de que no tengo el pelo limpio de hace un par de días y que la lluvia no ha hecho más que empeorar la situación. La ropa tampoco está recién lavada. Vivir en un piso de cincuenta metros cuadrados con dos adolescentes no mejora las expectativas.

—Necesitas una ducha. –Dice, mientras pasamos al salón y, acostumbrado como está a ser servicial me señala el sofá para que me siente pero yo niego con el rostro—. Mejor, no quiero que me dejes el sofá con este olor.

—Para ya, ¿no? –Le espeto con una mueca seria. Él ríe por lo bajo.

—Nunca antes había tenido que tratar con alguien con tan mal estado. Solo una vez, con un mendigo que se me agarró a la pernera del pantalón.

—Ególatra. –Le escupo.

—Te insultaría pero soy más humilde que eso.

—Llamándome perro mojado como recibimiento a tu casa.

—No he dicho que seas un perro mojado. –Me corrige, ofendido—. He dicho que hueles como uno. ¿Has venido a discutir? Discutamos.

—He venido a que me pidas perdón.

—¿Yo? Creo haber dicho que no iba a hacerlo. No tengo porque hacerlo.

—¿Por qué lo hiciste? –Pregunto, comenzando a sentir como un nudo comienza a formarse en mi garganta.

—Es a lo que me dedico. –Dice, desinteresado mientras va a la cocina a coger una taza de té que tenía preparada y la deja en la mesa central, con intención de sentarse en el sofá pero no lo hace aún.

—¿Eres un puto? –Pregunto, pero la entonación no ha sonado a tal. Él me mira ofendido—. ¿No? Has venido información por sexo. No me niegues que ese era el siguiente paso, pedirme los planos.

—Te me adelantaste. –Me afirma.

—No desmientes que eres el puto de tu padre. –Asiento, confirmándolo, mientras él comienza a mostrarse más tenso—. Ya veo, tú haces el trabajo sucio y tu padre mantiene las manos limpias.

—No hables mal de mi padre. –Me amenaza.

—Tú has hundido al mío en la miseria. Tú y tu padre habéis arruinado a mi familia.

—Y me alegro. –Dice—. Nosotros hemos conseguido…

—¡Cállate! –Le digo, comenzando a perder los papeles por su soberbia—. ¿No lo entiendes? Me importa una mierda la empresa, tu padre o el mío. –Comienzo a gesticular, sintiendo como mis mejillas poco a poco se calientan—. Me importa que me hayas mentido durante meses. Que me has utilizado y me has hecho creer que realmente le importaba a alguien. ¿Sabes el daño que me has hecho?

—¿Preferirías que te hubiera puesto una pistola en la sien y te obligase a…? –No le dejo terminar.

—¡Hubiera preferido que me mataras! –Señalo mi pecho—. No sabes lo que me dolió lo que hiciste.

—No seas un exagerado. –Dice, de forma neutra.

—No tienes ni idea. –Digo, algo más calmado—. No sabes lo que duele que te desprecien. Eres el niño de papá.

—Lo dices como si no supieras lo que es tener padre.

—No lo sé. Y ya desde luego que no voy a poder averiguarlo. –Me mira de nuevo de arriba abajo y parece entender algo.

—Te ha desheredado… ¿eh? ¿Te ha echado de casa?

—Sí.

—¿Estás viviendo en la calle?

—No, pero voy a tener que acostumbrarme a ello, porque ya apenas me queda dinero. –Digo, mirando a mis pies en el suelo y tirando de nuevo de mi nariz. Al tragar saliva me doy cuenta del que el nudo ha aumentado considerablemente.

—Ponte a trabajar. A lo mejor no sabes lo que es eso…

—No me contratan. –Le espeto—. Mi padre saboteará cualquier puesto de trabajo que encuentre. Ha hecho correr la voz en las empresas de que soy un traidor y en los pequeños comercios no me quieren…

—Entonces tienes que haberte hecho ya a la sensación de rechazo. –Dice, con una fría sonrisa y yo aprieto la mandíbula. Él ríe de mi gesto y mordiéndome el labio inferior me abalanzo a él con el puño detrás. Cuando le golpeo la primera vez cae al lado del sofá y queda unos segundos paralizado. Cuando le golpeo la segunda vez queda atontado y antes de la tercera, me detengo, viendo como uno de sus pómulos está sangrando. Él interpone las manos en medio y yo, subido sobre su cuerpo, me quedo mirándole con una expresión de enfado desbordante.

—¿Qué? ¿Ahora me tienes miedo?

—¿Qué diablos estás haciendo? –Grita—. ¡Voy a llamar a la policía!

—No vas a llamar a nadie, cobarde. Eres un estúpido niño mimado.

—¡Cállate!

—¿Cuántas pollas has chupado para conseguir lo que te pide tu padre? ¿Hum? ¿A cuántos has engañado?

—¡A muchos! –Grita—. ¡No eres el primero, Park, no te creas especial!

—¡Bastardo! –Él hace el amago de golpearme pero cojo sus dos muñecas y las sostengo con fuerza—. ¡Te odio! –Le grito con fuerza, cerrando los ojos y las manos sobre sus muñecas—. Te odio. –Repito en un tono más bajo sintiendo como poco a poco el nudo en mi garganta se rompe en forma de llanto y comienzo a perder la fuerza para contenerme. Mis hombros se convulsionan y caigo casi hasta quedar en su pecho con mis manos a cada lado de su cuerpo. Cuando se suelta de mí me aparta y me quedo sentado en el suelo con las manos cubriendo mi rostro—. Todo fue mentira… todo. Cuando me dabas la mano, cuando me besabas, cuando lloraste. Todo fue mentira…

Oigo como se levanta, hace un gemido al haberse tocado la herida y me coge de una de las muñecas para levantarme del suelo. Me zarandea unos segundos como esperando que deje de llorar con eso y acaba soltándome mientras me llevo el dorso de una de las manos a los ojos, para limpiarme aunque mis labios sigan temblando y el nudo siga ahí. Enfadado conmigo, y al parecer, consigo mismo vuelve a sujetarme una de las muñecas y camina conmigo hasta su cuarto, me suelta dentro, como si estuviese tratando con un niño y me mira desde la puerta.

—Voy al baño a curarme esto. –Se señala la mejilla—. Más te vale no moverte de aquí. Vamos a hablar muy seriamente. –Sentencia con voz fuerte y desaparece por la puerta del baño. Yo me quedo quieto, temblando, sintiendo el cuerpo empapado y el frío colándose poco a poco por cada rincón de mi cuerpo. Tal vez lo que sea es su perfume, inundando cada poro de mi piel. El silencio de la soledad me muestra una dura y fría escena en que me encuentro de nuevo en su cuarto. La escena es del todo fantasiosa, pero el contexto la torna de una dura y fría realidad de la que no me quiero hacer cargo.

 

 

 

 

Capítulo 19                          Capítulo 21

 Índice de capítulos                                                 

Comentarios

Entradas populares