HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 19

 CAPÍTULO 19


Jimin POV:

 

Mis hombros llevan horas convulsionándose. La noche ha sido eterna. La oscuridad no ha acabado conmigo tanto como yo pensaba que lo haría, me ha mantenido con vida para cebarse de mi propio sufrimiento. Tirado en la cama aun con la ropa de ayer comienza a amanecer en un frío invierno que empaña mis cristales. Solo escucho el sonido de mi llanto, el gimoteo de mi dolor saliendo de forma física a través de grandes lágrimas que empañan mi almohadón. Siento como la cabeza me pesa, como la sangre bombea con dureza en su interior. Me duele pensar, me duele recordarle, me duele siquiera creer que he sido engañado por tanto tiempo. Mientras me seco los ojos con el dorso de la mano, estos vuelven a humedecerse con rapidez y amenazan de nuevo con llorar.

Desde que llegué a casa pasé por varias fases de comportamiento en lo que se refiere a asimilar lo sucedido. No fue hasta llegar a casa que no salí del shock en el que la situación me había sumido. Caí en el sofá a llorar como un idiota, cuando después de una gran tensión liberas algo del dolor que comienza a aflorar. Eso solo era el principio, tan solo los primeros minutos del comienzo, de la asimilación. Después vino la rabia en que me desfogué con un par de cuadros tirándolos al suelo y arrodillándome ante ellos para terminar de partir los mástiles de madera. No paré hasta no sentirme completamente avergonzado de mi propio comportamiento y después, el incansable llanto desconsolado en el que aún me veo inmerso.

Mi cerebro intenta a la fuerza no pensar en la situación pero todo a mi alrededor hace que le recuerde y que comience a imaginar las posibles consecuencias. El olor en mi almohadón es la primera tentativa a recordarle, aun su cítrico olor impregna mis sabanas y me gustaría pensar que es tan solo un cruel truco de mi mente pero me temo que no es cierto y a veces caigo en la vergüenza de abrazarme a ese inexistente olor, otras, me dejo acunar dulcemente por él, como quien cae de nuevo en una droga pero se deja avasallar por ella antes que enfrentarla. Después, como puñales, se agolpan los recuerdos de sus labios sobre los míos, de su sonrisa desdibujándose en un gemido, de la intensidad de su mirada apuñalándome, de su cuerpo poseyéndome, del tacto de sus dedos sobre mi piel, deslizándose sin piedad, sin remordimientos. Pensarlo me hace caer de nuevo en el llanto por sentirme violado, estafado, por sentirme engañado en todos los aspectos y más aún, por haberle creído y ahora estar locamente enganchado a él.

Vuelvo a sollozar pero un sonido interrumpe mi llanto, el sonido de mi móvil en mi abrigo. El primer pensamiento que se me pasa por la cabeza es que posiblemente JungKook se haya arrepentido de sus palabras y quiera retractarse, por lo que salto de la cama y busco en el sofá mi abrigo. Me abalanzo sobre uno de los bolsillos y rápido me llevo un golpe en el pecho al leer el nombre de mi padre escrito en la pantalla junto a su teléfono móvil. La decepción me hunde rápidamente en un lodazal del que me veo incapaz de salir, y tragando con fuerza, descuelgo el teléfono para recibir la fría voz de mi padre en un gutural suspiro.

—Jimin. –Dice, no pregunta—. Ven a la empresa. Te espero en mi despacho. –Concluye y termina la llamada. Todo en él me hace pensar que sabe lo sucedido y tiemblo mientras dejo caer mi teléfono móvil sobre mi abrigo en el sofá. Me caigo junto con él sentándome a su lado y escondo mi rostro entre mis manos. Suspiro largamente y sin quererlo, vuelvo a llorar desconsoladamente pensando en que este es el final. Este es un amargo final para una vida demasiado despreocupada. Con una amarga sensación trago saliva. Me incorporo. Me pongo el abrigo y cogiendo el teléfono móvil y las llaves salgo de casa con una fe ciega de que me conduzco al mismo fin de mi vida. Me encamino hacia la barca de Caronte* que me espera con los brazos abiertos.

 

 

Camino a paso rápido, pero tardo lo que parecen ser siglos en llegar al despacho de mi padre. Nada más entrar en el ascensor, me detengo en silencio a mirarme en el espejo por primera vez en horas. Ojeras pronunciadas, ojos hinchados junto con labios rosados por el llanto. Mejillas enrojecidas por el frío exterior pelo levemente revuelto y olor corporal, medianamente decente. Huelo a llanto, huelo a vergüenza. La corbata de mi traje desaparecida, un botón desabrochado. Sin duda no es la mejor imagen para presentarme frente a mi padre pero creo que las formas han dejado de tener ninguna importancia después de lo que he hecho.

Parece que mis acciones me preceden, que mis gestos me rodean porque nada más salir del ascensor, los trabajadores se quedan mirándome con una expresión abochornada, altiva, otros simplemente se limitan a ignorarme. Han perdido el respeto de saludarme, y se contienen para no insultarme. Aun sigo siendo el hijo del jefe, aun. Cuando consigo eludir a los trabajadores con la cabeza gacha y las manos dentro de mi abrigo, me encamino a prisa al despacho de mi padre y los trabajadores que pasaban alrededor o que trabajan cerca, se quedan mirándome como impactados por la escena de una película que está a punto de suceder. Como animales al acecho de que su captores vaya a por una presa que no son ellos. Todos se paralizan y siento como sus alientos se cortan en lo que yo golpeo un par de veces la puerta del despacho de mi padre. Veo su sombra recortada a través de los cristales traslúcidos, y por consiguiente, ellos me verán a mí una vez yo esté dentro. Mi padre contesta con un sonoro “Adelante” que me deja levemente paralizado en el sitio. Una parte de mí sigue con la mano aferrada al pomo, incapaz de seguir adelante, pero otra me dice, con un asentimiento de cabeza y una fría mirada que es algo que va a suceder, inevitable, e independientemente de que yo entre en el despacho.

Tras varios segundos que en mi mente ha creído largas horas, entro en el despacho y mi padre me recibe de espaldas, de cara a la venta que tiene tras su mesa de trabajo. Yo me quedo parado en medio del cuarto mientras él, con las manos cruzadas a la espalda intenta mantener una pose formal. Al lado de su mesa hay una botella de whiskey con un vaso vacío pero evidentemente húmedo en su interior. Ha bebido.

—Padre…—Suspiro y él inhala aire, y lo suelta, pensando en las palabras adecuadas.

—¿Podrías explicarme porque los planos del último modelo de motor eléctrico han desaparecido? –Pregunta sin mirarme y yo me muerdo el labio inferior bajando la cabeza.

—Sí… —No me deja seguir.

—¿Podrías explicarme cómo es que el señor Jeon los tiene? –Le miro de reojo, asegurándome de que aun no me mira. Que no lo haga es incluso aliviador.

—Sí... padre yo…

—¡Lo primero que me encuentro al llegar esta mañana… —Comienza a vociferar sin mirarme aún—. Es una llamada desde las oficinas del señor Jeon, de él, personalmente, anunciándome que ha conseguido los planos para el último modelo de motor eléctrico! Y yo, inocente de mí pensando que es una broma, me río en su cara. ¿Sabes que me contesta? Que mi hijo tiene el culo muy abierto y se la han metido doblada… —Dice asqueado y yo aprieto mis manos en puños.

—Padre…

—¡Ni una palabra! –Me grita, ahora sí mirándome a mí—. ¿Qué significa esto, Jimin? ¡¿Qué diablos se te ha pasado por la cabeza?! ¿Ese niñato? ¡Enserio! ¡Te han engañado como a un tonto, maldita sea! ¿Cómo puedes ser tan idiota?

—Lo siento… —Suspiro mirando las baldosas del suelo y como su sombra se va acercando.

—¿Eres consciente de lo que has hecho? Nos han hundido. Nos has llevado a la ruina más absoluta. A mí y a todos los trabajadores de nuestras empresas.

—Lo siento.

—¿Sentirlo? No lo sientes en absoluto. No pensé esto de ti, Jimin. No te he educado para que vayas chupándole la polla al primer niñato que se te pasa. –Aprieta la mandíbula—. Mi propio hijo confabulando en contra de mí, en contra de su propia empresa… ¿Qué esperabas sacar de todo esto?

—La empresa se iba a arruinar de todas formas. –Digo agarrándome a un ápice de valentía que se desvanece en el momento en que hablo. Mi padre se queda unos segundos paralizado por mis palabras y ríe por la nariz.

—¿Qué has dicho?

—Estuve viendo varios estudios y barómetros de nuestros avances…

—¡Te han engañado! ¡Abre los malditos ojos, bastardo! –Grita, a lo que yo me encojo de hombros.

—Lo siento mucho… —Suspiro. Él gira su brazo y me da una bofetada en el rostro que me hace caer al suelo por la impresión. Me quedo unos segundos ahí y me levanto para recibir una más. Esta me rompe el labio y me lleno la boca de mi propia sangre.

—¿Cómo puedes ser tan idiota? Te has dejado engañar por un crío, Jimin. ¿Qué te prometió a cambio de la información? ¿Un puesto en su empresa? ¿Sexo? –Me muerdo el labio roto por la vergüenza que me daría reconocer que no esperaba sacar nada a cambio de ello. Lo hice porque le quería.

—Lo siento. –Repito mientras me incorporo y vuelvo a agachar el rostro.

—No, lo vas a sentir de verdad. Puedes ir olvidándote de seguir siendo mi hijo. –Sentencia volviendo al escritorio—. Y lo que eso conlleva. –Yo le miro un tanto atónito y él comienza a recoger unos cuantos papeles, haciendo como si nada—. Estas obviamente despedido de la empresa y no se te ocurra querer cobrar el finiquito, ya te la han chupado, y te ha salido bien caro. –Mira a otra parte.

—Padre…

—Nada de padre. Olvídate de ser mi hijo. Y despídete de tu sueldo, de tu herencia y de tu casa, no creo que tengas dinero para seguir pagándola. Y a tu madre no se te ocurra acercarte. Ya le he informado de lo sucedido y no quiere ni verte.

—¿Me dejas en la calle?

—Vete a mamársela a ese bastardo hijo de puta. –Comienza a elevar de nuevo el tono—.Yo me quedaré sin empresa pero tú te vas a dedicar a chupar pollas si quieres comer. ¿No se te da tan bien? –Me señala la puerta—. Corre, vete con ese cabrón. ¡Ah, no es verdad! Que te ha echado a patadas de su casa… —Termina su discurso sirviéndose otra copa y yo no soporto una sola palabra más. Me giro y salgo por la puerta del despacho quedándome parado ante la mirada de tantos trabajadores boquiabiertos. Todos han escuchado lo sucedido y yo no puedo por más que caminar a prisa fuera de allí.

Cuando llego al ascensor y me meto dentro quedándome de nuevo a solas, el silencio es demoledor. Se cuela dentro de mí produciendo un dolor agónico que sale en forma de llanto silencioso. Cubro mis labios por miedo de ser oído, cierro los ojos rezando por que no salga una sola lágrima de ellos. La sangre tiene un sabor metálico de la daga que atraviesa mi pecho.

 

 

Cuando llego a casa me encierro y miro a todos lados. Las promesas de mi padre son demoledoras y antes de darme cuenta venderá a su nombre este piso me sacará de los pelos si hace falta. Solo me persigue un único pensamiento y es el de huir. Huir muy lejos donde nadie me conozca, donde pueda rehacer una vida. Construir una vida de la nada, algo del vacío que ha quedado dentro de mí.

Camino a mi cuarto y saco una maleta de debajo de la cama y la pongo sobre esta, de forma que quede abierta y pueda ir metiendo toda mi ropa en el interior. Del fondo del armario saco una pequeña caja de hojalata donde tengo mis ahorros en físico y rápido busco mi teléfono móvil para mirar el saldo de mi cuenta, descubriendo que alguien ha retirado todos mis ahorros de ella. Todos, hasta el último won ha desaparecido, quedando registrado mi padre como el último en entrar en la cuenta. Dado que es él es el adulto que me hizo la cuenta cuando aun yo era menor de edad tiene el permiso para acceder a ella y de haber querido sacarlo antes no habría podido hacerlo, ha sido antes de recibir su llamada.

Asustado y tremendamente enfadado me dirijo a mis ahorros en físico descubriendo que tengo alrededor de siete mil dólares. Caigo al pie de la cama con los billetes de la mano y lloro de nuevo. El llanto ha cogido la malsana costumbre de avasallarme siempre que tiene oportunidad y me quedo paralizado por el miedo que comienza a carcomerme. Todo cae a mí alrededor, todo se desmorona. El precipicio que se me muestra es a la vez que aterrador, tentador. Saltar me mataría, pero salto igual, porque de lo contrario alguien hay siempre detrás, esperando a empujarme.

 

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*En la mitología griega, Caronte​ o Carón (en griego antiguo Χάρων Khárôn, ‘brillo intenso’) era el barquero de Hades, el encargado de guiar las sombras errantes de los difuntos recientes de un lado a otro del río Aqueronte si tenían un óbolo para pagar el viaje, razón por la que en la Antigua Grecia los cadáveres se enterraban con una moneda bajo la lengua. Aquellos que no podían pagar tenían que vagar cien años por las riberas del Aqueronte, tiempo después del que Caronte accedía a llevarlos sin cobrar.

 

 

 

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