HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 18
CAPÍTULO 18
Jimin POV:
En el despacho entra una luz amarillenta
producto del reflejo del sol en la fachada anaranjada del edificio colindante.
Sentado en mi silla, de espaldas a mi escritorio y de cara al ventanal me quedo
mirando un poco más allá del reflejo en la fachada. Observo la luz y la dejo
rodearme mientras me acerco poco a poco a una de las ventanas que se muestran
en medio de la fachada. La casa de una familia común desmontando entre los tres
el árbol de navidad puesto en el salón. Una familia cualquiera, unos individuos
sin rostro ni nombre. Un padre, una madre y una niña pequeña de cabellos
ondulados y una diadema roja que se pasea emocionada mientras guarda con la
ayuda de su padre cada uno de los pequeño abalorios del árbol en su caja
correspondiente. Hasta el próximo años, hasta que vuelvan a sucederse las
vacaciones y los regalos.
La madre aparece por el salón con una taza de
algo humeante y la niña lo recoge con una expresión feliz y satisfecha. La
pareja se besa, yo me muerdo el labio inferior, pensativo y acabo volviéndome
al interior de mi despacho rodeado de la soledad de una infelicidad producto de
mi mente. Me cruzo de brazos y me debato en la posibilidad de que tal vez este
despacho no sea mío por mucho más tiempo. Me veo aun sentado en esta misma
silla con escombros a todos lados mientras un par de obreros se dedican a tirar
tabique por tabique hasta reducir todo a cecinas. Las voces de mi padre
debatiéndose con los obreros en que no hagan su trabajo y la misma hierática
expresión en mi rostro por la indiferencia ante tal situación.
Es la hora de descanso para la comida. Las tres
de la tarde pasadas y casi como si no fuese yo quien controla mis piernas, me
levanto de mi asiento llevando conmigo mi abrigo, y camino fuera de mi despacho
viendo como la mayoría de los trabajadores en sus mesas han desaparecido o bien
están sobre ellas con un café de la mano. Al pasar por el pasillo central los
pocos que se han quedado se incorporan y me saludan con una reverencia que yo
imito solo por controlar mi estado de nervios. Avanzo pasillo adelante y me
sumerjo de lleno en la sala de diseño. Esta me sorprende con una soledad
demoledora que me obliga a coger aire de la nada y caminar a paso rápido hasta
el almacén dentro de la propia sala. Una pequeña habitación donde se ve rodeada
de estanterías. Y dentro de estas, varios tubos negros, porta—lienzos,
colocados unos sobre otros en los espacios de las estanterías.
Leo en la base de cada uno su nombre y la fecha
de creación. El más modernos me sorprende, el que busco salta a mi vista casi
como un animal hambriento a mi yugular. Lo cojo en mis manos provocando que
unos cuantos más se muevan y quito la tapadera asegurándome de que en su
contenido se encuentra lo que busco y vuelvo a taparlo con el pequeño tapón. Me
lo cuelgo a la espalda con la correa negra que porta el cilindro y salgo del
almacén para después salir de la sala. Me encuentro en medio del pasillo, con una
sensación de haberme perdido pero me encuentro rápido alcanzando las escaleras
me escabullo por ellas con una extraña sensación en el estómago.
Cuando alcanzo la salida me desplazo por el
hall de la empresa, saludo con total normalidad al guarida de seguridad y salgo
por las puertas comenzando a respirar con dificultad. Me muerdo el labio
inferior, busco con la mirada un taxi en la carretera y me desplazo unos metros
carretera adelante hasta que paro a uno que queda al ras de la acera y yo me
cuelo dentro con una mueca de nerviosismo. Con el porta—lienzos sobre mi regazo
me pongo el cinturón y el conductor, un hombre mayor, me mira por el retrovisor
esperando que le de la dirección. Lo hago con una voz nerviosa dándole la
dirección de la casa del señor Jeon y rápido asiente y se pone en camino.
—Llegaremos en una media hora, es la hora del
almuerzo y todo el mundo se está desplazando ahora.
—Dese prisa si puede, —le digo, inquieto sobre
el asiento. El peso del portafolios es mucho más de lo que yo suponía o es el
simple peso de mi conciencia siendo arrastrada con cadenas—, es importante.
—No se preocupe, llegaremos cuanto antes. –Me
dice pero sé que no está en su mano por lo que acabo por caer sobre el asiento
y respiro profundamente sintiendo mi
corazón agitado y convulsionado por grandes palpitaciones que no hacen sino
mover todo mi pecho con una fuerza sobrehumana.
Siento como sube por mis piernas un cosquilleo
extraño y una pequeña voz, salida de un recóndito lugar en mi mente me advierte
de que aun estoy a tiempo de bajarme del coche y dar media vuelta. Después el
recuerdo del rostro triste de Jeon aparece en medio de la confusa amalgama de
sentimientos en mi mente y todo parece sofocarse momentáneamente. Todo parece
sucumbir a la fuerza de su expresión y al peso de sus palabras. Aún resuenan
dentro de mi mente pero sacudo mi cabeza para deshacerme de la idea de que
estoy haciendo algo malo y cierro los ojos dejándome acunar por el sonido de la
radio al lado del conductor. Es un programa de política que habla de la
influencia de la ultraderecha en algunos de los países europeos y yo muerdo mi
labio inferior mientras me agarro al cilindro con una presión en mis dedos que
llega a teñirlos de blanco.
Pasan más de veinte minutos cuando ya diviso la
casa del señor Jeon a lo lejos. Verla me produce un vértigo que me obliga a
aferrarme fuertemente al cinturón sobre mi pecho. El abrigo comienza a
molestarme, la corbata me oprime la respiración y el porta lienzos me pesa
sobre las piernas. Cuando llegamos pago al taxista y se ofrece a esperarme pero
yo niego con el rostro.
—No es necesario, no sé cuándo saldré. –Le digo
a lo que él no insiste y se marcha mientras me quedo ahí parado frente a la
verja, con el abrigo desabrochado, medio caído de un lado en mi hombro y con el
porta—lienzos de la mano. Tiro de mi nariz por el frío colándose por mis fosas
nasales, me muerdo el labio inferior colocándome la camisa junto con la corbata
y el abrigo sobre mis hombros. Me cuelgo el porta lienzos y me acerco a la
verja de hierro de donde aparece un hombre cuya figura me es familiar. Él me
reconoce al instante y sin decirle yo nada me deja pasar con una sonrisa
amable. Yo me inclino y él me hace una reverencia similar. Cuando paso dentro
siento como me sigue con la mirada pero yo ignoro su presencia. Me acerco al
edificio por el adosado de baldosas húmedas. Ha llovido recientemente. Subo los
dos escalones de la entrada y llamo tocando el timbre.
Rápido comienzo a pensar que tal vez no hay
nadie en casa. Que tal vez el señor Jeon no quiera recibirme y que JungKook ni
siquiera esté aquí. Las dudas y la inseguridad comienzan a embriagarme pero el
peso del cilindro a mi espalda me recuerda la valiosa información que porto. Ya
nada parece importar más que salvarme yo y demostrarle a mi padre que hay algo
más a parte de su empresa. Los pasos se acercan, poco a poco presiento como
alguien camina a prisa hasta la puerta y el primer rostro que me encuentro es
la perpleja expresión de un Jeon un tanto desaliñado mirándome con confusión.
Mis mejillas coloreadas por el frío se vuelven más rojizas por la vergüenza. Le
encuentro con unos pantalones de vestir, unos zapatos simples y una camisa
blanca con los primeros botones desabrochados y las mangas arremangadas.
—¿Jimin? –Pregunta un tanto extrañado. Después
me sonríe y me invita a pasar pero yo le corto todo intento de conversación
obligada.
—¿Está tu padre? –Pregunto a lo que él asiente,
de vuelta a estar confuso y después de dejarme entrar en el salón comienza a
llamar a su padre, el cual acude un tanto confuso, con la misma expresión que
su hijo. Cuando aparece por el salón y cae en mi presencia me saluda con una
inclinación de tronco y una sonrisa y yo le correspondo y sin decir nada más,
me descuelgo el cilindro del hombro, camino hasta la mesa donde cenamos aquella
vez y lo dejo sobre ella, con una mueca de desentendimiento. Jungkook se
muestra confuso y desorientado, a lo que el padre pregunta con una mirada de
desconcierto.
—¿Qué es esto? –Pregunta.
—Estos son los planos del último modelo de
motor eléctrico de nuestros coches. –Digo de una, sin respirar. Ambos dos
individuos se miran, codiciosos, y sonríen a la par mientras casi se abalanzan
como carroñeros sobre un cadáver para comprobar el interior del cilindro. Ambos
saca de este varios planos en perspectiva y sus correspondientes medidas,
aclaraciones y acotaciones—. Ahí está toda la información necesaria para
fabricar un motor eléctrico.—Sentencio pero parecen no escucharme. El señor
Jeon se ha quedado embobado mirando cada uno de los detalles de los planos como
un niño buscando en ellos el tesoro escondido en el mapa. Mientras tanto, Jeon
alza la mirada al rostro de su padre, del cual espera una confirmación de que
es exactamente lo que su empresa necesita para culminar su diseño.
El padre de JungKook mira a su hijo, con una
expresión victoriosa y asiente, como signo de que es justo lo que necesita. Yo
respiro un tanto aliviado pero después, la mirada del hombre se dirige a mí y
toda su configuración facial, cambia. Ya no se muestra alegre o triunfal, más
bien asqueado. Me señala con la mirada y es como una bala que atraviesa mi
pecho sin previo aviso. Siento el impacto, el dolor es algo progresivo.
—Saca a este Park de mi casa. No quiero verlo… —Murmura
a lo que yo doy un respingo y me tenso en el acto. Como una bofetada abro los
ojos de par en par y cojo una gran bocanada de aire que se pierde de nuevo en
el exterior porque no sé qué decir. Mi mente se bloquea, me quedo en blanco, me
pierdo dentro de la confusión que irradia todo mi cuerpo. Jungkook asiente a su
padre y se gira a mí hasta caminar a mi lado y me coge con fuerza por uno de
mis brazos. Camina triando de mí hasta la puerta a lo que yo no me resisto
porque aun no entiendo nada de lo que sucede. Su expresión es del todo fría,
quiero romper a llorar.
—¿Kook? ¿Kookie… qué pasa? –Rregunto en
susurros, aterrorizado de que su padre nos oiga pero su gélida mirada y la
fuerza en mi brazo me hacen callar, totalmente atemorizado. Cuando llegamos a
la puerta la abre con la mano libre que le queda y me tira fuera con la fuerza
suficiente como para hacerme caer por los escalones hasta el pavimento de
piedras mojadas. Caigo de lado y me giro a él para quedarme mirándolo con una
mueca confusa—. ¿Qué estás haciendo? –Pregunto.
—Tiene que estar orgulloso tu padre… —Me
recrimina Jeon con la misma expresión de asco que su padre. La misma mueca, la
misma entonación de ojos. Sus labios apretados. Juraría que todo es una broma,
una broma pesada. Deseo que baje aquí y me acoja de nuevo en sus brazos pero no
sucede. No es lo que va a suceder.
—Pero… Jeon…
—¿A qué viene esa mirada? Y no vuelvas a
llamarme “Kookie”. Me das asco. –Me muerdo el labio inferior, sintiéndome
completamente engañado, estafado. Poco a poco todo a mi alrededor se desmorona
como el más frágil castillo de naipes. Todo cae a mis pies y sus últimas
palabras terminan por rematar mi corazón—. Soy buen vendedor, ¿verdad? Acaba de
adquirir el mejor producto de nuestro mercado. Siento que no haya sido lo que
esperaba. –Se encoge de hombros y retrocede adentrándose de nuevo en la casa.
Cierra detrás de él y el sonido de la puerta al golpearse es la mejor sentencia
y la más firme que he escuchado jamás. Me quedo ahí parado en medio del suelo
con las manos apoyadas en el frío pavimento. El agua me empapa. Comienzo a
sentir como la vergüenza sube hasta mis mejillas. Es una vergüenza extrema de
haberme entregado en alma y corazón y ahora mi corazón está a mi lado tirado,
pisoteado, apuñalado y sin una sola gota de sangre que bombear.
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