HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 16
CAPÍTULO 16
Jimin POV:
Agarro con fuerza las sábanas debajo de mi
cuerpo con una excitación naciente en mi bajo vientre. Muevo mis pies,
nervioso, inquieto. Sobre las sábanas blancas mi cuerpo queda suspendido sobre
ellas, hundido con su tacto alrededor. No me queda nada más que mi propia piel
sobre mi cuerpo, toda mi ropa ha caído esparcida como por un camino invisible
desde el salón hasta la habitación y mis calcetines son lo único que ha quedado
a los pies de la cama. No hay nadie alrededor, solo el sonido de mi respiración
y los pasos a lo lejos de Jeon en la cocina. Con una mueca de frustración
cierro los ojos y rezo para no caer en la tentación de comenzar a masturbarme.
A él no le gustaría y me ha dejado a medio endurecer solo como un juego antes
de comenzar con el verdadero espectáculo. Me muerdo el labio inferior cuando
oigo sus pasos acercarse poco a poco y voy tensándome a medida que le veo
aparecer por la puerta y se apoya en el umbral, igualmente desnudo que yo, con
una de sus manos rodeando el bote de mermelada.
—Está a estrenar. –Me dice mientras lo mira con
una sonrisa cínica—. De fresa, espero que… bah, si solo voy a probarlo yo.
–Dice con soberbia y se encamina lentamente. Mi primera reacción es cerrar los
ojos al verme tan expuesto y después a cubrirme la entrepierna, lo cual es una
tontería dada ya la situación, pero él ríe con mi gesto y su mano se dirige a
las mías ocultándome, me las retira, con cuidado y me acaricia el vientre
despacio. Siento su peso apoyarse en un lateral de la cama y rápido se levanta—.
Me has dado una idea mejor. –Dice.
—¿Qué vas a hacer? –Pregunto, curioso, abriendo
los ojos, pero antes de poder ser consciente él se acerca a mí con una corbata
y me cubre los ojos para vendármelos con ella. Yo me dejo hacer mientras él
vuelve a sentarse a mi lado y besa mi vientre, justo debajo de mi ombligo.
—¿Estás bien? ¿Estás incómodo?
—No, estoy bien…
—Así es mejor. Quiero que te centres en el
resto de sentidos, mi amor.
—Kookie… —Suspiro y él comienza a acariciar muy
lentamente mi cadera, delineándola con sus dedos. Después poco a poco baja por
mi pelvis y se conduce por mi ingle hasta mi vello púbico sobre el pene. Me
acaricia suavemente erizándome todo el vello del cuerpo y se me escapa un
gemido de placer. Él ríe de forma nasal y continúa acariciándome por los
muslos, entre ellos. Con una de mis piernas se cuela entre ambas y siento como
su cintura se cierra en mis piernas. Una pequeña cintura frágil y delicada que
me hace querer apretarla con fuerza. Me contengo a ello porque hoy soy yo quien
está en sus manos y con estas recorriéndome el cuerpo no puedo pensar
claramente y por largo tiempo en un mismo concepto. Los pensamientos saltan a
mi mente y me distraen continuamente. Su mano sobre uno de mis pezones, el frío
del cristal rodando por mi bajo vientre. Comienzo a convulsionar de la propia
impotencia, del sentimiento de desesperación. Temo interponer mi mano en sus
gestos y por eso me limito a agarrar con fuerza las sábanas a cada lado de mi cabeza con la esperanza de
que el placer se prolongue y aumente su intensidad con los segundos.
Sus dedos acaban el recorrido en mi pene.
Siento como acerca su rostro y roza con su aliento el resquicio de mi glande
que quiere asomar. Siento una descarga de electricidad recorriéndome con la
sensación de la humedad de sus labios aproximándose, pero nunca llega. Es la
tortura más dulce que he sentido jamás. Una extraña prolongación de un
sentimiento de impotencia y necesidad fisiológica. Me encantaría acercarle,
acercarme a él, impulsar mis caderas, pero me quedaría sin mi dulce recompensa
de fresa, por lo que me limito a gimotear desesperado mientras él ríe,
divertido.
Oigo como abre el bote de mermelada y el sonido
de esta al ser aplastada por varios de sus dedos dentro del bote. Un sonido
extraño, pero excitante a la par. La viscosidad de la propia mermelada junto
con su lubricación y su intenso olor a fresas dulces. Todo impregna mis mejores
sentidos y abro mis labios necesitado de ese delicioso gusto.
—¿Quieres probarla? –Me dice como si leyese mis
pensamientos, a lo que yo asiento y él introduce sus dos dedos manchados dentro
de mi boca a lo que yo los chupo como si fueran el mejor caramelo. Él, con un
evidente y sucio pensamiento, los saca y los mete de mi boca haciendo que mis
labios se abomben con cada gesto. Me mancha, me cubre de su pegajosa textura
pero me deja con un dulce sabor en los labios que comienzo a lamer con mi
lengua—. No, no hagas eso… —Dice, casi miedoso cuando se acerca para besar mis
labios con ese mismo sabor que yo cataba antes. Como si él me devorase cual
tarta, comienza a pasar su lengua por mis comisuras, por mis labios, me muerde
estos y los absorbe, con un chasquido excitante.
Cuando se siente satisfecho vuelve ese sonido
de sus dedos manchándose y esta vez aleja el bote de su alcance, con sus dos
dedos comienza a hacer un camino húmedo desde uno de mis pezones, a través de
la línea central de mi vientre, hasta mi pubis. Con su cuerpo encaramado sobre
el mío cae su boca sobre mi pezón pringoso y comienza a mamar de él como si de
un bebé se tratase. Me besa allí, lame, muerde, hinca sus incisivos, después me
acaricia y comienza a deslizar su lengua por todo el recorrido en mi vientre.
La humedad de su lengua y su temperatura me hacen curvar la espalda para
hacerle más accesible mi cuerpo, a lo que él me rodea la cintura con sus brazos
y me abraza para intensificar el contacto. Su nariz roza con mi piel, su
barbilla la sigue. Cuando acaba en mi pelvis se detiene porque ha perdido el
camino de mermelada y queda un segundo pensativo. Yo estoy lo suficientemente
duro como para que me toque pero no lo hace aún. Vuelve a mancharse un par de
dedos con la mermelada y mientras rodea mi pene con una de sus manos, con la
otra comienza a esparcirme mermelada por toda la superficie. Desde la base,
hasta el palpitante glande.
—Kookie… joder… —Suspiro mientras me revuelvo
por el intenso contacto. La humedad junto con la textura me hacen sentir
tremendamente excitados, pero su mano masturbándome con esa sensación se vuelve
mucho más diabólica. Caigo presa de sus tentaciones y él vuelve a acercarse a
mí para rozar con su lengua una pequeña parte de mi glande, probando una
primera lamida.
—Que rico, Jiminie… ¡No sabes lo delicioso que
estás!
—Shh... –Le chisto avergonzado y una de mis
manos la llevo casi por instinto a su cabello tan solo para sentir la textura
de sus cabellos enredándose entre mis dedos. Me he hecho adicto a esa sensación
y me gusta tenerla siempre que es necesario. Cuando ha probado la primera vez,
comienza a repetir el gesto nuevamente una vez tras otra hasta que acaba por
hundir mi pene en su garganta y comienza con un delicioso vaivén de su cabeza
haciéndome una suculenta felación. Me muerdo los labios con sabor a fresa y él
comienza a aumentar la velocidad. Produce ruidos al llegar con mi pene al fondo
de su garganta que me enloquecen. La melosidad de la mermelada friccionando sus
labios con mi pene es suculenta, la forma en que sus manos siguen jugueteando
conmigo, endiablada—. ¡Kook! –Me quejo cuando estoy a punto de venirme pero él
no se aleja y yo tampoco quiero que lo haga, viviendo en su boca con un largo
suspiro de satisfacción. Me quedo unos segundo respirando con intensidad y
estoy a punto de quitarme la corbata sobre mis ojos cuando su mano me detiene,
siento su cuerpo poco a poco encaramarse sobre mí y su rostro acercarse al mío,
con una sonrisa que no soy capaz de ver, pero sí de intuir.
—¿Qué haces, Jiminie? Aún no hemos terminado…
—Humm... –Me quejo, completamente sumiso a su
conducta y se acerca de nuevo el bote de mermelada para hundir de nuevo los
dedos, rescata un poco más de la sustancia y le oigo embadurnarse con ella
produciéndonos chasquidos por la fricción—. ¿Estás masturbándote con mermelada?
–Pregunto, avergonzado de mis propias palabras al oírlas en alto.
—Claro mi amor. Tienes que estar tan dulce por
fuera como por dentro… —Argumenta como si fuese la explicación más razonable.
Mientras lo hace hunde su rostro en mi cuello y le oigo suspirar aumentando la
velocidad de sus manos.
—¿Te ayudo? –Pregunto casi como una súplica a
lo que él asiente y llevo mi mano a sustituir las suyas. Su pene está
tremendamente húmedo y pringoso, pero muy resbaladizo y enorme. Siento que mi
mano no abarca toda su longitud y cuando creo que está suficientemente
lubricado me llevo mi mano a mis labios para chuparme los dedos que segundos
antes han estado rozando su longitud.
—¿Rico, mi amor? –Pregunta a lo que yo asiento
mientras me coloca ambas piernas a cada lado de su cintura, se rodea con ellas
y se introduce dentro de mí sin preparación a lo que yo me agarro a su espalda
y me escondo en la línea de su cuello, con el rostro fruncido en una expresión
dolorida—. Shhh… Calma… —Susurra con la voz un tono más gutural por el placer.
Comienza a suspirar, a gemir, extasiado. Yo comienzo con gemidos lastimeros que
poco a poco van aumentando su profundidad y volumen. Las embestidas comienzan
antes de estar yo preparado pero me acostumbro demasiado rápido comenzando a
exigirle más profundo, más rápido, más fuerte. Él obedece mucho más sumiso que
yo a todo lo que le pido y hace su mayor esfuerzo por llevarme al límite de mi
cordura con una completa diligencia. Araño casi sin querer su espalda, fuera de
todo autocontrol de mi fisionomía. Él se encorva por la impresión pero yo no
aguanto mucho tiempo sin volver a tener sus cabellos entre mis dedos. Me agarro
a ellos, él se amolda a mi cuerpo y me abraza con fuerza mientras me embiste
hasta lo más profundo. Ambos caemos por el abismo del éxtasis hasta golpearnos
duramente con el asfalto del suelo.
Cuando nos corremos nos quedamos unos segundos
inertes, respirando con dificultad, dejando que nuestro cerebro procese lo
sucedido y dándole tiempo a nuestro cuerpo a amoldarse al sentimiento del
placer fugaz. Nos separamos cuando nos encontramos demasiado incómodos y
cansados como para sostenernos por nosotros mismos y él cae a mi lado en la
cama y yo me quedo acurrucado a su lado, rodeado por uno de sus brazos y con
sus labios besando mi cabello.
—Eres tan dulce… —Susurra casi de forma
imperceptible mientras me quita la venda de los ojos.
—Es cosa de la mermelada… —Me excuso,
parpadeando un par de veces habituándome a la visión. Nos veo a ambos manchados
y pringosos con una extraña sustancia rosada por nuestro cuerpo.
—No lo es, mi amor. –Dice sonriente y yo sonrío
con él cerrando a los ojos mientras le veo alcanzar el bote de mermelada en la
mesilla a nuestro lado y cerrarlo, mientras me percato por primera vez de un
paquete de Lucky strike de menta sobre la mesilla.
—¿Qué es esto? –Pregunto, señalando con un dedo
aún tembloroso.
—No fumo a menudo. –Dice excusándose, tal vez
porque mi tono de voz le haya parecido algo recriminatorio. Yo alcanzo el
paquete estirando mi cuerpo sobre el suyo y saco uno de los cigarrillos junto
con un mechero clip del interior. Tiro el paquete de nuevo a la mesilla y
llevándome el filtro a los labios lo enciendo con una mueca inexpresiva. Veo
como la llama quema poco a poco el extremo y lo ennegrece, haciendo que un humo
negro salga como una bandera hondeando en el horizonte del mar. –Cuando le doy
la primera calada se lo extiendo a Jeon y este me mira, con una pícara sonrisa
confusa—. No sabía que fumabas.
—No lo hago. Pero, ¿qué es un polvo sin un
cigarrillo?
—Vaya tontería. –Me besa quitándome el
cigarrillo de la mano—. Contigo es siempre perfecto.
—Cállate. –Le digo, arrancándole el cigarrillo
de las manos y llevándomelo de nuevo a las manos con una expresión de
suficiencia. Él me mira y yo me incorporo con él a mi espalda. Me apoyo en su
pecho y con su brazo rodeándome la cintura.
—Quédate a dormir. –Me dice, con una voz
suplicante. Intentaba parecer simplemente ofrecido, pero se ha equivocado en el
tono.
—¿Quieres que me quede? –Pregunto mientras dejo
escapar humo de mis labios. Él me quita el cigarrillo de nuevo y da una larga
calada.
—Claro, alguien tiene que ayudarme a cambiar
las sábanas que hemos manchado. –Me mira, intentando parecer altivo.
—¿No tienes mañana ningún compromiso familiar?
—No. Por eso lo he propuesto.
—No quiero robarte más tiempo del que merezco…
—Quédate. –Me pide, de nuevo, esta vez más
suplicante—. No necesitas un pijama y podemos pedir comida a domicilio.
—Bah, no sabes venderte bien. –Digo, en lo que
él iba a pasarme el cigarrillo y me lo acaba negando.
—¿Perdona? –Se ofende—. ¿Qué no sé venderme?
–Niego con el rostro—. Con esas tenemos eh… ¿Qué te parece esto? Si te quedas
esta noche repetimos lo de la mermelada con sirope de chocolate. –Yo levanto
una de mis cejas, pensativo.
—A tu cuerpo le quedaría muy bien el chocolate…
—¡Eh! Yo no he dicho que vaya a ser yo quien…
—¡Ya está decidido! –Exclamo, cortando su
discurso y me subo sobre su regazo, impidiéndole mover y le quito el cigarrillo
que me llevo a los labios sujetándolo allí mientras me acomodo mejor en sus
piernas. Él me mira, con una expresión de derrota y yo beso sus labios
haciéndole volver a sonreír. Cuando lo consigo me quedo mirando la preciosa
forma de su perfecta sonrisa dirigida a mí. El corazón me palpita con fuerza,
todo mi cuerpo tiembla. Es la mejor imagen del mundo.
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