HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 14

 CAPÍTULO 14


Jimin POV:

 

Por cada una de las veces que los puños de JungKook se hunden en la masa sobre la superficie de mármol con harina, sus labios dejan escapar un suspiro de cansancio y yo dejo libre una risilla infantil. Mientras yo corto los ingredientes que vayan a ir en su superficie él se deja los brazos en intentar que la masa quede compacta y no se le pegue a los dedos, como sucede a cada segundo, a lo que yo le proporciono un poco más de harina y comienza a hacer muecas infantiles intentando despegarse pequeños restos de entre las uniones de los dedos. Chasquea la lengua, yo me revuelvo a su lado clocándole mejor el mandil y él comienza a recorrerse el cuerpo con los ojos.

—Genial, me he manchado mi Gucci favorito. –Suspira con una mueca quejosa y yo pongo los ojos en blanco mientras intento limpiarle un poco de la harina sobre la superficie de su jersey, a lo que lo empeoro y acaba revolviéndose para que me aleje—. ¡Déjalo estar!

—Vale, vale… —Sigue amansado y yo regreso al beicon que corto en tiras pequeñas y él vuelve con sus suspiros, y con ellos, mis risas descontroladas—. Vamos, usa los músculos que Dios te ha dado… —Digo a lo que él asiente, con un puchero en los labios. Me mira pícaro y se embadurna la palma de la harina.

—Tienes razón. –Me dice—. Pero tú eres el hyung, tienes que hacer tú el trabajo más duro. –Dice y con eso, golpea mi espalda descubierta de mandil con toda la mano manchada de harina. No es un gesto grácil, sino más bien una fuerza bruta que me hace curvar todo el cuerpo. Suelto un gemido lastimero. El cuchillo en mi mano se va lejos, JungKook ríe, divertido y emocionado por el descontrol que crea sin querer, se vuelve a embadurnar la mano en harina y me recorre la cabeza con ella, manchándome el pelo y el rostro, a lo que no se da cuenta de que yo estoy con una mueca dolorida y con la mano escondida en mi regazo. Solo detiene el sonido de su risa cuando comienza a ver el mandil blanco embadurnado de sangre y mis ojos encharcados en agua—. ¿Jimin? –Pregunta y yo me encojo en mí mismo mientras suspiro largamente, intentando controlar el pánico que comienza a embriagarme por culpa de un dolor concentrado en mi mano. Acabo cediendo al miedo y me descubro la mano como, ensangrentada, corre la sangre por mi palma—. ¡Jimin! ¡Por el amor de Dios! –Exclama aumentando mi nerviosismo y se queda paralizado mientras yo me llevo la mano al grifo para limpiar toda la zona de uno de mis dedos, de donde sale la sangre. Es un corte en uno de los laterales. No muy profundo pero sí de larga envergadura. El dedo índice de la mano derecha desde el nudillo hasta pasada la primera falange. Cinco centímetros de corte.

Con ambas manos temblando y un par de lágrimas resbalando por mis mejillas me conduzco rápido al baño y rebusco con mi mano sana dentro del botiquín desinfectante o alcohol para desinfectar la herida de cualquier resto de lo que el cuchillo haya estado cortando. Gimo dolorido mientras vierto el agua oxigenada encima de la herida y dejo caer el bote, dolorido, viendo como solo hago que la sangre salga más rápidamente de mí. Mordiéndome con fuerza el labio inferior cojo unos cuantos puntos de sutura superficiales y comienzo a ponerlos sobre la herida para cerrarla. Con unos seis es suficiente y aunque sigue sangrando por entre los espacios sin cubrir, me recubro todo el dedo con una venda y aprieto para que la herida consiga cerrase del todo. Cuando termino me quedo unos segundos viendo como la venda se empapa muy poco a poco, casi de una forma imperceptible y me doy por satisfecho. Suspiro largamente y miro alrededor, encontrándome a solas dentro del baño junto con mis gemidos doloridos. Suspiro largamente y con mis manos aún temblorosas guardo todo de nuevo en el botiquín, limpio de sangre las pequeñas gotas que se han esparcido por todo el lavabo y me cubro el vendaje con una maya de hilo blanca, como una segunda venda, para asegurar su sujeción. Acabo con el dedo un tanto engordado por la cantidad de vendaje pero me aseguraré de que la sangre no los traspase todos, o tal vez deba acudir a un médico.

Cuando salgo del baño me encuentro con JungKook en el mismo lugar de la cocina donde lo he dejado, con la misma expresión y con las manos echas puños temblorosos. Mira al frente mientras todo él está temblando y yo me adentro en la cocina a lo que él me mira de reojo y acaba por girar todo su rostro a mí, con una expresión pálida e impactada. Me acerco a él frunciendo el ceño y solo consigo que me siga con la mirada, ni un solo gesto, ni una sola palabra. Le muestro tímido el dedo vendado y como no reacciona doy por entendido que no le es tan importante y comienzo a recoger la cocina, limpiando lo que he manchado y tirando la comida que estaba partiendo, pues ya no sirve para nada en absoluto. Con la masa bien moldeada la meto dentro un cuenco y la cubro con un trapo para que fermente. Ya terminaré de cortar los ingredientes cuando la masa esté lista. Todo esto, con una sola mano, me desenvuelvo en completo silencio con el sonido de nuestras respiraciones de fondo. No he limpiado el recorrido que han hecho mis lágrimas ni tampoco he borrado de mí el color rojizo de mis mejillas por el dolor y la tensión. Cuando está todo medio organizado comienzo a limpiar con un trapo la harina sobre el mármol y comienzo a escuchar unos gemidos lastimeros. Unos murmullos infantiles. Me giro al Jeon paralizado en mi cocina y lo descubro con la cabeza gacha y la mandíbula apretada. Los labios estirados, los ojos cerrados produciendo un llanto desconsolado. Grandes lágrimas comienzan a discurrir por sus mejillas y lleva sus manos echas puños a su rostro para cubrirse con ellas, medio avergonzado.

—Ya está todo bien. –Digo, con la voz cortada por la sorpresa y temblorosa por el momento que he pasado. Aún tiemblo un poco pero él ha empezado a convulsionar como si temblase de frío. Llego hasta él para poner mi mano sobre su hombro y su llanto se vuelve más nervioso, más desesperado.

—¡Perdóname! –Exclama con las manos cubriendo su rostro—. ¡Lo siento por no hacer nada! –Llora.

—No importa, ya está, ya pasó… ¿Qué te ha ocurrido? Te has quedado en shock…

—¡Lo siento tanto…! –Suspira mientras descubre su rostro empapado en lágrimas. Yo me cuelo entre sus brazos y comienzo a limpiar con mis manos sus mejillas, a lo que el ver mi mano vendada le hace llorar aún más. Esconde la cabeza en mi torso y sus manos van a mi cintura, apretándome con fuerza contra él. Con una fuerza obsesiva que no había visto antes. Le sigue oliendo a humedad su pelo, su jersey huele a masa con harina, su cuello huele a su cítrica colonia. Con mis manos acaricio su cabello y él comienza a humedecer mi hombro—. Siento no haber hecho nada. –Repite—. Siento haber hecho que te cortes.

—Ha sido un accidente—. Digo.

—Lo siento de veras, si te llega a pasar algo…

—Ya está. Mira, todo está bien. –Le digo pero no se mueve un ápice—. Ven, vamos al salón. –Le digo y le conduzco hasta el salón y le siento en uno de los sillones grandes. Él se deja caer y comienza a tirar de su nariz para absorber los mocos por culpa del llanto y a restregarse el dorso de las manos por el rostro. Una vez lo dejo ahí le hago que me mire—. Espera aquí, te voy a atraer algo que seguro que te gusta. –Le digo y salgo corriendo a la cocina comenzando a rebuscar entre los cajones hasta dar con lo que busco. Regreso al salón y me quedo frente a él enseñándole la tableta de chocolate con frutos rojos—. Mira. Es chocolate con frutos silvestres. –Al principio me mira un tanto confuso—. Como el día de la cena en aquél restaurante francés pediste tarta de chocolate con frutos rojos… —Digo, dejando la frase a medias, a lo que su labio inferior comienza a temblar amenazando con el llanto de nuevo—. Lo compré pensando en si algún día venías…

Como no responde nada me siento a su lado en el sofá y parto una pequeña onza poniéndosela delante, a lo que él la mira, con ojos llorosos y después me mira a mí.

—Vamos, come un poco…

Una de sus manos va a mi mejilla y me acaricia casi como si temiese hacerme daño. La otra va a mi mandíbula y me sujeta con algo más de firmeza. Me acerca a él y comienza a besarme la barbilla, con un sutil y delicado beso, con un suave contacto que queda en el aire. Después en ambas mejillas. Después en mi nariz, después por todas partes en mi rostro y yo me quedo con el chocolate suspendido en mis manos y con una expresión confusa que acaba convirtiéndose en una de sosiego y tranquilidad. Me encaramo sobre él con cuidado sentándome en su regazo y le paso la onza de chocolate por los labios para que la acepte. Lo hace con una sonrisa avergonzada y cuando termina de comerla, me besa al fin en los labios devolviéndome el sabor del chocolate con el cítrico sabor de los frutos rojos.

—¿Ves? No pasa nada… ha sido solo un accidente…

—Te quiero, Jimin. –Susurra en mis labios—. No quiero volver a hacerte daño.

 

 

Ambos nos encontramos tumbados en mi cama, con la habitación en una semioscuridad rota por la luz sobre nuestras cabezas de una bombilla que sirve tan solo como una escapatoria a la oscuridad total. Con mi espalda en el cabecero y su cabeza sobre mi pecho cierro los ojos y respiro el cargado habiente que ha quedado después de una hora de sexo desmedido. Ambos desnudos nos acariciamos unos segundos y ahora él está con las manos sobre su regazo sujetando el libro que le he regalado. Yo con las mías, una le sujeto por la cintura y con la otra le acaricio el pelo. Él me habla sobre el libro dentro de su ilusión pero yo solo tengo ojos para ver como sus mechones se quedan entre mis dedos, como se mueven, como resbalan de mis falanges. Su pelo desprende un dulce olor que me enloquece y su textura un tanto sudada en algunas partes por el esfuerzo, es del todo seductor. Pensar que yo he creado ese sudor me hace querer volverlo a sentir de nuevo en mis brazos.

—Este es “Danae recibiendo la lluvia dorada” –Dice mientras señala una de las páginas del libro y le veo sonreír como un niño mientras acaricia la superficie de la hoja. Cuando ha disfrutado de su inexistente textura, comienza a relatarme la historia del cuadro—. Esta es Danae, y esta lluvia dorada es Zeus, convertido para, bueno, para acostarse con ella.

—¿En forma de lluvia? –Pregunto

—Sí. –Asiente, como si fuera algo evidente a lo que yo hago una mueca confusa y al tiempo asqueada, con lo que le pido que pase la página y lo hace con sumo cuidado, con miedo de estropear el propio libro y de doblar las hermosas ilustraciones—. Esta es la “Venus del espejo”. Esta, obviamente es Venus, y este es Cupido, sujetando el espejo.

—¿Por qué se está mirando en un espejo?

—¡Ah! Esa es una pregunta muy interesante. –Da un respingo—. ¿Conoces a la Venus de Milo*? ¿De la antigua roma? –Asiento—. Muy bien, pues se ha deducido, dada la falta de sus brazos, que según la forma en la que estuvieran se cree que estaba sujetando un espejo para mirase en él, porque claro, es la diosa de la belleza. –Asiento—. Pues gracias a esas deducciones, han habido reinterpretaciones de ese supuesto origen, como esta, o como la Venus del espejo del Rubens o la de Velázquez*. Dejando aparte de las interpretaciones modernas como la “Venus de la pantalla” de Fernando Maldonado.

—Se nota que disfrutas con esto…

—¡Claro! –Exclama, entrecierra el libro y mira en mi dirección con una sonrisa infantil.

—¿Y por qué no te has dedicado a algo como esto? ¿Tal vez historiador del arte…?

—Digamos que las presiones familiares te obligan a elegir caminos más fáciles y económicos. –Asiento, suspirando—. Esto es mejor dejarlo como un hobbie y dedicarme a lo que se me da bien profesionalmente.

—¿Vender cosas?

—Algo así…

—Entiendo lo de las presiones familiares, pero eso de “dejarlo como hobbie” no suena a una frase tuya. ¿No es cierto? –Suspira y asiente.

—Es lo que solía decirme mi padre cuando era joven. “Está bien tener cultura pero saber de arte solo es algo que da distinción, no da dinero saber de arte”.

—Y una mierda…

—Shhh… —Me chista—. Ya da igual. ¿No crees? Ya tengo la carrera, ya trabajo para mi padre…

—¿Pero no puedes hacer otra carrera?

—¿Y estar otros cuatro años con los codos sobre la mesa? ¿A costa del dinero y la negativa de mis padres? Para ganar la mitad del dinero…

—Entiendo… —Suspiro.

—Los conocimientos no van a irse a ningún lado. –Dice, en un tono más calmado, apoyándose mejor en mi pecho esta vez de cara a mí, con la barbilla sobre sus manos en mi pecho—. Además, yo soy feliz contándote a ti estas cosas. Eres el único que me escucha aunque sé que es aburrido. –Hace un puchero.

—No es aburrido…

—Claro que lo es… —Vuelve a hacer ese puchero.

—Me gusta el entusiasmo que le pones. Eso lo hace 1000 veces más interesante. Serías un buen guía de museos.

—Déjalo estar. —Sonríe—. Además, la mayoría de estos cuadros están en museos europeos…

—Para eso te he regalado el libro. Para que los tengas al alcance de la mano. ¿Insinúas que le siguiente regalo quieres que sea un viaje a París? ¿A Italia? –Me golpea el pecho riéndose y se sube sobre mí dejando el libro en la mesilla al lado de la cama. La oscura decoración hace al espacio algo más pequeño e íntimo, y sobre mi regazo, él se ve mucho más infantil de lo que me gustaría. Queda a mi merced y esconde su rostro en mi cuello, besándome allí.

—Hoy has estado genial, hyung…

—Eso debería decirlo yo… —Suspiro—. Eres tú quien se ha portado como un buen niño. –Le oigo reír en mi cuello, avergonzado.

—Hoy has sido tan cuidadoso conmigo, hyung. No he sentido nada de dolor…

—Pensé que eso no te gustaría. Pensé que te gustaba duro…

—Contigo me gusta de cualquier forma. –Ahora soy yo el que ríe.

—Perdóname, con la mano así y contigo en un extraño estado de nervios… no quería…

—Shh… —Chista de nuevo saliendo de la línea de mi cuello—. Cállate hyung. –Me besa en los labios con una delicadeza asombrosa, impropia de él—. Siento lo del dedo. Lo siento de veras…

—Ya ha pasado. Sé que no volverás a hacerme daño. –Asiente, con ojos brillantes y una sonrisa infantil—. ¿Te ha gustado la pizza? –Asiente emocionado—. Hemos cocinado bien, ¿eh?

—Te quiero. –Susurra, casi atontado, como si no hubiera escuchado lo último que le he dicho.

—Y yo a ti. –Nos besamos de nuevo.

 

———.———


*La Afrodita de Milo (en griego, Αφροδίτη της Μήλου), más conocida como Venus de Milo, es una de las estatuas más representativas del período helenístico de la escultura griega, y una de las más famosas esculturas de la antigua Grecia. Fue creada en algún momento entre los años 130 a. C. y 100 a. C., y se cree que representa a Afrodita (denominada Venus en la mitología romana), diosa del amor y la belleza; ​ mide, aproximadamente, 211 cm de alto.

*Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (Sevilla, bautizado el 6 de junio de 1599 Madrid, 6 de agosto de 1660), conocido como Diego Velázquez, fue un pintor barroco español considerado uno de los máximos exponentes de la pintura española y maestro de la pintura universal.

 

 


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