HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 10
CAPÍTULO 10
Jimin POV:
Me revuelvo un segundo dentro de las sábanas.
Distingo su olor, el mío propio y me acomodo mejor entre un gran revoltijo de
peso innecesario. El calor alrededor me hace no querer despertar aun y me
sumerjo de nuevo en una espiral de sueño mientras poco a poco voy abandonándome
en mi inconsciencia. Mis manos agarran con fuerza parte de la sábana a mi lado
y me la acerco al rostro respirando con tranquilidad mientras capto en estas un
olor que no es el mío. Un olor cítrico de una persona extraña. Sin embargo el
olor sí lo reconozco. Es un olor que ya ha pasado por mi mente antes y doy un
respingo asustado mientras abro los ojos lo más que puedo mirando alrededor.
Palpo con las manos, aun con poca visibilidad por la luz entrando por la
ventana, las sábanas alrededor deshaciéndome de la idea de que hay alguien
conmigo. Miro por la habitación con una mano cubriéndome los ojos y cuando no
encuentro a nadie comienzo a llamar a Jeon con la voz rota aun por el sueño.
-¿Kookie? ¿Kookie, estás ahí? –No hay una sola
respuesta y ante el silencio vuelvo a hundirme en el colchón con un gemido y
varios suspiros. Me recorro el cuerpo con las manos, desperezándome y sintiendo
mi cuerpo desnudo en las yemas de mis dedos. Me palpo el vientre pegajoso, mi
entrepierna sensible por las varias rondas de anoche. Mis piernas aun tiemblan,
mi cuello duele de sus besos, mis manos están aún irritadas, de cómo me he
aferrado a él en medio del orgasmo. Me duele la garganta de gritar, los labios
de besar. Todo mi cuerpo está molido y me siento más vivo que nunca.
Y de repente, como si la vida me golpease con
una brutalidad desmesurada e inyectándome una dosis de realidad, me incorporo
de un salto en la cama y salgo de entre las sábanas corriendo fuera de la
habitación para rescatar mi teléfono móvil del salón. Al mirar la hora me
siento ido y atontado. Las doce del medio día. A todo esto se le suman tres
llamadas perdidas de mi padre y el hecho de que es un día de diario cualquiera
y ahora mismo tendría que estar en la hora de descanso en la empresa. Como si
cayese desde un precipicio siento la adrenalina recorrerme de pies a cabeza
junto con el peso de la gravedad conduciéndome al fondo del abismo. Lo primero
que hago es dirigirme a una de esas llamadas perdidas y rellamar a mi padre
para darle una explicación coherente que inventaré sobre la marcha mientras
camino a mi cuarto y saco del armario lo primero que encuentro de ropa. La dejo
sobre la cama en el momento en que mi padre responde a la llamada y yo suspiro,
casi aliviado.
-¿Dónde diablos estás? –Pregunta con un tono
que ni de lejos roza la preocupación.
-Lo siento, padre. No puse el despertador y me
he quedado dormido. No he pasado buena noche y…
-Me importan una mierda las excusas. Ven aquí
de inmediato. Tienes una reunión con el departamento de recursos humanos.
-Sí, sí, voy de inmediato. Lo sien… -La llamada
se corta y yo me veo obligado a callar. Con una mueca dejo el móvil sobre la
cama y me meto directo a la ducha para quitarme el olor a sexo de encima. El
agua fría me hace tensarme de inmediato pero al instante me obligo a adaptarme
a la situación, lo suficiente como para quitarme de encima el olor de sus
besos.
Nada más salir me paso una toalla por encima y
me pongo la ropa que he escogido mientras repaso una y otra vez dentro de mi
mente lo que sucedió anoche. Acabé dormido entre sus brazos, con mi nariz en su
cuello, con el sonido de su pulso como nana de cuna.
Cuando estoy completamente vestido, con el
abrigo negro en mi brazo y con una bufanda alrededor del cuello me acerco a la
puerta y estoy a punto de coger las llaves cuando veo bajo ellas una nota
apoyada dentro del cuenco. La leo con una expresión curiosa.
<¿Es muy cliché dejar una nota
en vez de un mensaje de texto? Supongo que no importa demasiado. He tenido que
marcharme pronto por cosas de mi empresa. No te alarmes si no me encuentras a
tu lado. Espero que tengas un día agradable y siento si anoche estuve extraño.
Tengo demasiadas cosas en la cabeza y mucha presión en el trabajo. Apenas llevo
dos años dentro de la empresa de mi padre y se me está haciendo un poco pesado.
Nada de lo que tengas que preocuparte, amor. Llámame cuando tengas un momento,
estaré esperando.
Te quiero>
Sus últimas palabras me hacen sonreír de una
forma que no conocía de mi mismo. Cierro los ojos, paladeo el sabor que me han
dejado sus palabras dentro de mi boca y alrededor de mi lengua. Aun puedo
sentir el sabor de sus besos en ella y rápido niego con el rostro, esfumando la
neblina a mi alrededor, y salgo corriendo dejando la nota en su sitio.
…
Suspiro nuevamente mientras pasan delante de mí
una diapositiva con un diagrama en el que se me muestra radicalmente un
descenso de la actividad laboral de nuestros trabajadores. El hombre que me
expone los acontecimientos está de pie al lado de la grafica señalando con un
puntero laser cada una de las acepciones de las que habla y yo me reclino un
poco más en el asiento con una expresión aburrida y tamborileando con mis dedos
en mi rodilla derecha, sobre la izquierda. Me muerdo el labio inferior, me paso
los dedos por el pelo humedecido aun por la ducha y cierro momentáneamente los
ojos sintiendo un creciente dolor en la cuenca de mis ojos.
-Por eso creemos que la única forma de mejorar
el rendimiento sería haciendo jornadas en donde podamos debatir en grupo las
necesidades de los trabajadores.
-¿Y? Pregunto, incrédulo.
-¿Y, señor?
-¿Qué esperáis de mí al decirme esto?
-Esta es nuestra propuesta, las jornadas.
-¿Y eso no hará perder tiempo de trabajo? ¿O
las haremos en horas extra? ¿Creéis que eso solucionará algo?
-Sería dedicar una hora semanal. Solo eso.
-¿Y cuanto ha dicho que suponen será la mejora
en el rendimiento? –El hombre queda un tanto perplejo al darse cuenta de su
error.
-Una hora, de mejora.
-¿Han tenido en cuenta el tiempo requisado?
–Asiente, casi avergonzado.
-Entonces estaríamos tal como estamos ahora.
¿Qué beneficio nos trae? Ninguno, al contrario. Perdemos la confianza de
nuestros trabajadores al prometerles mejoras que no llegarán. El hombre es una
animal de costumbres… -Alguien golpea la puerta en medio de mi discurso. Todo
el mundo mira dubitativo. Yo me levanto de mi silla y frunzo el ceño. Con un
gesto hago que abran la puerta y se asoma un pequeño joven vestido de cartero
que mira a todas partes con una expresión perdida-. ¿Qué quiere? –Pregunto.
-Hay algo para el señor Park. –Dice, casi
avergonzado. La gente alrededor comienza a murmurar.
-¿Quién se atreve a interrumpir en una reunión?
-Ya puede ser importante.
-¿Qué es? –Pregunto yo, malhumorado mientras me
siento de nuevo y me llevo los dedos a los ojos, presionando para hacer que el
dolor desaparezca. El chico se queda en la puerta parado con una bolsa de
cartón gris y yo, con una expresión de poco amigos, le hago pasar con un gesto
ya que me ve con pocas ganas de incorporarme de nuevo. El chico, de dieciséis
años o alrededor camina sorteando la mesa y pasando entre las personas dentro
de la sala, con la cabeza gacha y las mejillas ardiendo. Cuando llega a mi
altura me pone la bolsa sobre la mesa enfrente de mí y yo la cojo con cansancio
y miro dentro, encontrando el color rojo de una rosa y una caja dorada de
bombones de caramelo y chocolate. Perplejo ante el contenido y mirando al
chico, con las manos cruzadas en su vientre y la mirada en el suelo, rebusco
algo más en el interior encontrando una nota escrita a mano. Reconozco la letra
nada más verla.
<Aún no sé como recompensarte
lo del libro. Ya se me ocurrirá algo mejor, pero mientras tanto un pequeño
obsequio para que el día sea más dulce. Jeon JungKook>
El chico, al ser consciente de que he revisado
el contenido parece tener la intención de marcharse pero yo le sujeto del brazo
a lo que él da un respingo.
-¿Quién te ha entregado esto?
-Un hombre en la puerta. Me ha visto entrando
con el resto del correo y me ha pedido que le suba esto al hijo del director,
al señor Park Jimin. –Dice, casi en un susurro-. Yo asiento con una infantil
sonrisa, le dejo marchar y le doy las gracias con una inclinación de mi rostro,
a lo que él también sonríe y sale a prisa del despacho. Cuando todo ha quedado
en silencio y los ojos curiosos de de mis trabajadores buscan en la bolsa una
explicación a mi sonrisa, yo me incorporo, doy por terminada la reunión y salgo
con paso ágil, para encerrarme en mi despacho a oler románticamente la rosa
mientras me como uno de los bombones.
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