EMPÉDOCLES (JiKook) - Capítulo 2

 CAPÍTULO 2


JungKook POV:

 

Poco a poco desdiciendo una y otra vez del desván cargado de cajas que juzgará mi madre. El sol ya se estaba escondiendo y he decidido que era hora de terminar mi trabajo por hoy. Tras cerrar el desván bajo las cajas al salón donde está mi madre haciendo la cena. Poco a poco las mira y a medida que se acumulan en el suelo comienza a sufrir uno de esos ataques de ansiedad que tanto odio en ella. Comienza a gritarme sin motivo.

-¡No dejes eso ahí en medio! Vamos a cenar en unos minutos.

-¿Dónde quieres que las ponga? Es para que veas lo que hay y decidas qué hacer.

-Me da igual, no es momento. –Mi madre está loca, muchas veces lo pienso. Sus argumentos se tornan contradictorios y a menudo creo que no se da ni cuenta.

-Pues cuando he podido, mamá.

-Deja de contestarme. –Esa es su respuesta para todo-. Y siéntate a cenar. –Suspiro amargamente mientras intento no alzar el tono de voz.

-Aún quedan unas cuantas cajas arriba. Termino enseguida. –Sigo escuchando su voz a medida que me alejo de nuevo a las escaleras pero intento hacer como que no me habla, como que nada de lo que me dice no es más que un eco lejano porque es la única manera de sobrellevar una convivencia. A veces, su sola voz me produce una ira ciega que me controla. A veces, desearía poder irme de su lado. Otras con matarla me parece suficiente.

-¡Ya está la cena! –Grita mientras cojo las dos últimas cajas en medio del pasillo desierto y me encamino con ellas de nuevo abajo. Las dejo junto con las otras y me lavo las manos sucias de polvo antes de sentarme frente a mi madre para recibir de buen grado el arroz con pollo y verduras-. ¿Has encontrado algo de valor? –Me pregunta.

-Nada importante de momento. No he terminado con las cajas. Esas que he bajado contienen algo de ropa vieja de los abuelos, algunas revistas antiguas, -con mis palabras sus ojos se iluminan como escapatoria a su aburrimiento-, álbumes de fotos, juguetes de cuando era pequeño y poco más…

-Buen trabajo, mañana continúas con el resto.

-Aun me quedan muchas cosas. –Me quejo-. Esto no se acaba en un día.

-Ya lo sé. Pero tienes todo el tiempo del mundo…

-Todo el tiempo del mundo. –La imito casi en un susurro audible y ella pone mala cara. A esa respuesta me acuerdo al instante sacando la llave de mi bolsillo trasero. Al dejarla en la mesa ella pone una cara peor ya que está aún sucia y parece muy oxidada-. He encontrado esto. ¿Sabes de donde puede ser? –Piensa unos segundos.

-¿Dónde la has encontrado?

-En la estantería.

-Pues no lo sé. Esta casa es muy grande y tiene muchas puertas. –Coge la llave y se la guarda en uno de los bolsillos de sus vaqueros sin darle la menor importancia.- Mañana miraré de donde puede ser.

-Bien. –Le digo con la misma expresión y sigo cenando.

 

 

La luna está en todo lo alto levemente ladeada a la derecha. A pesar de ser verano aquí, en medio de la nada, incluso hace frío en las noches. El viento sopla débil pero constante y me revuelve el cabello haciendo que mi vista se vea interrumpida. Aquí fuera, casi a las doce de la noche, parece que el tiempo se haya detenido. Las luces de la casa a mi espalda aun están prendidas pero yo prefiero mantenerme sentado en el porche con una manta sobre mis hombros. El olor de la noche es algo reconocible. Jamás pensé que tendría un olor propio pero así es, puedo olerlo, puedo sentirlo colándose por cada uno de mis poros. Miro a la nada y nada hay que mirar, sin embargo, así puedo pasar el tiempo y pasa, sin duda. Escucho el sonido de algunos grillos que parecen comunicarse con otros. Algunas pequeñas luciérnagas que se acercan o se alejan pero no llego nunca a distinguir más que la pequeña luz en su trasero.

-Jeon… -Me llama mi madre saliendo por la puerta, cubriendo sus hombros con una rebeca de lana azul.

-¿Sí, mamá? –Nuestras voces no son nada comparado con el alboroto que montamos antes de cenar. Sin duda alejarnos entre nosotros nos hace bien y estar aquí fuera,  me hace bien a mí.

-Es tarde para que estés aquí, no me gusta que salgas a estas horas. –Dice porque lo hago cada noche.

-No me resfriaré, mamá. Es verano.

-De igual manera, yo me voy a dormir. Vete pronto a la cama, por favor. –Asiento acomodándome más en mi asiento y me cubro mejor con la manta. Poco a poco las luces en la casa se apagan y si me esfuerzo puedo oír a mi madre cerrarse en su cuarto y caminar por él unos segundos. Ahora que nada se oye, dentro de lo que cabe, siento un extraño vacío en mi interior. Me siento completamente solo en la nada y aunque es una sensación enriquecedora, no me gusta. Me siento perdido en mis propios sentimientos y acordarme de mi padre y mis amigos en Seúl no lo arregla. Antes de darme cuenta ya estoy limpiando mis mejillas con la manta y absorbiendo los mocos en mi nariz mientras muerdo mis labios angustiado. Suspiro. El nudo en mi garganta se hace más grande y acabo cubriendo mi rostro con mis manos para sollozar sin hacer ruido.

Pasados quince minutos me siento terriblemente cansado por el esfuerzo y me levanto cogiendo un pequeño llavero con linterna para apuntar a mis  pies a medida que camino por la casa a oscuras. Tras unos metros llego a mi cuarto y pongo la manta en mis hombros sobre la cama y cierro la puerta encendiendo la luz. No tardo demasiado en cambiarme de ropa e internarme entre las sábanas que se me antojan un tanto frías para mi gusto. Suspiro amargamente siento aun la angustia del llanto mientras que estando todo el silencio suenan unos ruidos en el suelo.

-Otra vez no. –Susurro exasperado. Esto lleva pasándome desde la primera noche que duermo aquí. Unos extraños ruidos se cuelan desde el suelo haciendo que cruja la madera de una forma escalofriante.

A veces me paro a escucharlos e incluso juraría que parecen pasos en la madera. En la madera de mi cuarto. En mi suelo. Otras me limito a pensar y razonar olvidando ideas descabelladas y alegando a la vejez de la casa que suene de esta manera. Los crujidos aumentan y parecen más evidentes, más cerca de mí. Cierro los ojos con fuerza centrándome en el sonido del extraño crujido. Es exactamente el mismo que he producido yo al llegar hasta mi cuarto y el mismo que hace mi madre. Son pasos. O al menos, muy semejantes a ellos.

Me giro en la cama y apoyo mi oído en el almohadón, me acurruco allí en silencio y controlo el ritmo de mi respiración. Aparte de la mía, otra más se suma al ambiente y debo cubrir mis labios para contener la respiración pero lo que parecía ser otra, ha desaparecido. Muerdo mis labios. El latido de mi corazón se intensifica en mis oídos. Todo parece haber vuelto a ser silencioso hasta que unos arañazos en la madera me sobresaltan. Alguien araña el suelo bajo la cama y rápidamente me cubro la cabeza con las mantas asustado y completamente paralizado por el miedo. Lloro de nuevo acallando con mi llanto cualquier sonido que se asemeje a algo antinatural.

 

 


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