EMPÉDOCLES (JiKook) - Capítulo 3
CAPÍTULO 3
JungKook POV:
Despierto sintiéndome algo mareado. Me
incorporo con la luz del sol chocando contra mis ojos aún cerrados y duele. Más
duele mi cabeza ya que anoche apenas pude dormir. Un grito permanece en mi
cabeza. Este mismo se repite esta vez en el exterior.
-¡Jeon! –Grita mi madre desde abajo-. ¡Ya es de
día!
-¡Ya voy! –Grito desgarrando mi garganta ya que
odio hablar a estas horas de la mañana. Con todos mis músculos cansados y
doloridos me levanto y bajo al suelo calzándome unas zapatillas y poniendo
sobre mis hombros una manta, ya que tengo la necesidad de permanecer en la
misma temperatura que entre las sábanas.
A medida que camino fuera el olor a tostadas
recién hechas y a chocolate me sorprende y casi diría que me despereza pero no.
Llego hasta la cocina y me siento en la mesa mientras mi madre termina de
colocar la comida y se sienta. Suspira cansada y puedo ver, girando mi cuerpo,
que se ha deshecho de unas cuantas cajas que anoche le dejé en el salón.
-Buenos días. –Me dice colocándose uno de los
mechones en el rostro de nuevo tras su oreja.
-¿Has tirado algo?
-Sí, la ropa. –Dice simple-. Y los álbumes los
he colocado en la estantería del pasillo. Luego cuando termines de desayunar me
bajas unas cuantas más. ¿Bien?
-Bien. –Le digo.
-La llave que me diste ayer. –Dice y asiento
mientras tomo mi chocolate frío-. Las únicas cerraduras que tiene la casa son
la de la entrada delantera y trasera, la del baño, y la de la alacena*. –Saca
la llave con pereza del bolsillo de un mandil viejo y de colores pastel que
lleva puesto-. La he probado en todos lados y no le encuentro el lugar. Tal vez
no sea de la casa. No se parece al resto de llaves que me dejaron tus abuelos.
-Es muy bonita. –Digo mientras la recupero a mi
poder. La giro un par de veces y observo que es diferente de lo que recordaba,
la ha lavado y ahora brilla mucho más. Su color dorado es mucho más intenso.
-Solo es una llave. –Me dice algo excéntrica
por mi cara de fascinación.
-Me gusta. –Digo sin más.
-Pues para ti. –Se encoge de hombros y yo me la
guardo de nuevo en el bolsillo del pantalón. Quiero seguir desayunando pero su
voz me detiene de nuevo-. ¿Cómo has dormido hoy?
-Bien. –Le miento. Ella asiente y creo que es
el momento-. Mamá, ¿tú oyes ruidos por la noche?
-¿Qué clase de ruidos? –Pregunta sin darle
importancia.
-Crujidos. Desde hace unos días oigo crujidos.
-Es normal, Jeon. Es una casa vieja de madera.
Lo raro sería que no sonase nada.
-Ya veo… ¿Pero seguro que es normal? He oído
como arañazos. –Ella sonríe de mi cara inocente de miedo infantil.
-Seguro que son topillos o algo así. No pasa
nada. Estamos en el campo.
-Topillos. –Repito pensando y ella asiente.
Acabo encogiéndome de hombros y terminando el desayuno. Cuando lo hago y creo
que puedo escabullirme, ella me retiene deshaciendo mis planes de regresar a
dormir.
-Nada de eso, jovencito. Sube de nuevo y sigue
con la limpieza. ¡Y ponte algo decente! No pienso lavarte el pijama si te lo
manchas de mierda.
Suspiro con sus órdenes y tras ponerme algo más
cómodo de ropa subo al desván de nuevo como el día anterior y continúo
investigando dentro de las cajas sin curiosidad alguna en busca de algo
servible. Tras seleccionar otras cinco cajas que contenían utensilios de cocina
y materiales de limpieza mi madre sube de repente por las escaleras haciéndome
dar un respingo. Ella ríe de mi reacción y acaba subiendo conmigo para
continuar en la limpieza.
-¿Cómo vas?
-Estas tienen cosas de limpieza. –Digo mientras
la señalo y las aparto unas de otras-. Estas, cacharros de cocina, esta otra,
algunas lámparas y radios antiguas. No sé si funcionarán. Algunas tienen los
cables pelados.
-Bien. Vamos a bajarlas.
Pasadas dos horas apenas quedan cajas que bajar
y el espacio parece mucho más amplio de lo que supuse al principio. Cuando tan
solo quedan los mueves cubiertos en sábanas y la estantería con libros mi madre
sube un cubo con alguna y una fregona para hacerme fregar todo el suelo pero
tras insistir durante diez minutos en que no quería hacerlo acabó cediendo a
mis súplicas y lo limpió ella mientras yo limpiaba la estantería libro por
libro.
-¿Qué haremos con los libros? –Le pregunto
mientras ella limpia el suelo dejando un horrible olor a desinfectante por toda
la estancia.
-No lo sé. No voy a tirarlos pero es que hay
muchos.
-¿Eran del abuelo?
-Sí. –Leo el título de uno de ellos.
-Heráclito.
-¿Hum? –Pregunta mi madre y yo le muestro la
tapa del libro, ya muy sucia y ajada. Ella sonríe ante él y parece que
regresara a la infancia. Me hace sentir como si de repente viera en ella a la
niña que pasó aquí su infancia. Seguro que su padre le leía a ella estos
libros.
-¿Son cuentos? –Pregunto leyendo el título del
siguiente libro-. Parménides.
-No hijo. –Ella ríe de mi inocencia, más bien
de mi ignorancia-. Tu abuelo estudió historia de la filosofía.
-Vaya aburrimiento. –Pongo los ojos en blanco.
-No digas eso, niño. –Me riñe con un mohín en
los labios-. Todos estos libros son de ética, política, filosofía…
-Deberíamos tirarlos, entonces. –Susurro
mientras me doy la vuelta y sigo limpiando como si nada. Ella me oye, aunque no
era mi intención que no lo hiciera.
-Deberías leerlos, así no te aburrirías tanto.
–Suspiro-. A tu abuelo le apasionaba Empédocles. Siempre me decía que estábamos
hechos de agua, tierra, fuego y aire. Yo le replicaba que cómo era posible, si
yo no era ninguna de esas tres cosas. Me decía que el amor y el odio habían
unido los cuatro elementos para formarme.
-El abuelo estaba loco. -Digo mientras resoplo
pero ella sigue hablando con sus recuerdos.
-La abuela le reñía diciendo que no quería
embotarme la cabeza con esas cosas pero a mí me gustaban. –Busco entre los
libros hasta encontrar uno en que la palabra “Empédocles” aparece en letra
clara y firme-. No me hagas caso hijo, tienes razón, tu abuelo estaba tan loco
como ese hombre. –Señala el libro en mis manos y yo lo sostengo comprobando el
gran peso que supone no solo físicamente sino de manera emocional.
…
<En griego Ἐμπεδοκλής,
(Agrigento, h.495/490 - h.435/430 a. C.) Filósofo y poeta griego. Realmente se
conoce muy poco de la biografía de Empédocles; su personalidad está envuelta en
la leyenda, que lo hace aparecer como mago y profeta, autor de milagros y
revelador de verdades ocultas y misterios escondidos.>
Comienzo leyendo el libro en mis manos. Sin
duda parece aburrido y pesado pero a falta de una alternativa no me queda más
remedio que sumirme entre las páginas a pesar de las horas, a pesar de que mi
madre me ha pedido encarecidamente que no salga por las noches a leer al
porche.
<En sus obras Empédocles
comienza, como Parménides, estableciendo la necesidad y perennidad del ser.
Pero su originalidad consiste en conciliar dicha necesidad con el devenir, con
el transcurrir de todo. Intentando responder a esta cuestión, nos habla de
cuatro "raíces" (rhicómata) eternas, los cuatro elementos naturales:
fuego, agua, aire y tierra.>
La noche hoy es oscura, sin duda. La luna ha
menguado lo suficiente como para no servirme de guía en la oscuridad. Miro a
todos lados y no la encuentro por ninguna parte. Las estrellas son otra cosa
porque permanecen ahí en el cielo, constantes al contrario que en el cielo de
Seúl donde apenas se pueden ver. La contaminación lumínica y la altura de los
edificios son suficientes como para cubrir por completo el cielo. No digo que
no lo echo de menos.
-Jeon. –Me llama mi madre saliendo al porche
con una taza de café en la mano-. Será mejor que entres ya.
-Un rato más, mamá.
-Puedes leer en tu habitación. –Me dice pero
niego con la cabeza intentando hacer la mejor y más dulce expresión de forma natural.
Acaba cediendo-. No tardes, ¿hum?
-Sí, mamá.
Sonriendo desde mi interior continúo leyendo.
<Estas raíces corresponden a
los principios (arjé) de los jónicos, mas, a diferencia de éstos, -que se
transforman cualitativamente y se convierten en todas las cosas-, las raíces de
Empédocles permanecen cualitativamente inalteradas: son originarias e
inmutables (se prepara así la noción de "elementos"). Lo que provoca
el cambio son dos fuerzas cósmicas que él llama Amor y Odio. (También en esto
Empédocles prepara el camino para la causa o fuerza natural).>
Poco a poco y sin querer comienzo a pensar en
los ruidos de anoche bajo el suelo de mi cuarto. Poco a poco regresan a mi
mente con una calidad de recuerdo impresionante. Son muy claros y evidentes
ahora o tal vez ni siquiera sea lo que pasó, verdaderamente. Tal vez exagero
los hechos dado que fue de noche y me encontraba solo en mi cuarto. No. Me
niego a creer que eso fue tan malo como lo ha desdibujado mi mente.
<Estas raíces están sometidas a dos
fuerzas, que pretenden explicar el movimiento (generación y corrupción) en el
mundo: el Amor, que las une, y el Odio, que las separa. Estamos, por tanto, en
la actualidad, en un equilibrio. Esta teoría explica el cambio y a la vez la
permanencia de los seres del mundo.
Para Empédocles, el Amor tiende a
unir los cuatro elementos, como atracción de lo diferente; el Odio actúa como
separación de lo semejante.>
Cierro los ojos fuertemente y suspiro cansado.
Aparte de que no entiendo nada de este puñetero libro se me antoja aburrido y
sin sentido. Lo cierro y levanto mi vista al oscuro jardín delante de mí. Él
jamás permanece en silencio con sus grillos constantes. Suspirando y resignado
a mi cansancio regreso a mi cuarto conducido con la ayuda de la linterna y una
vez así me desvisto, dejo el libro sobre la mesa y me interno entre las
sábanas. Antes de apagar la luz miro el brillo de la llave en mi mesilla a la
que he puesto un cordel y cuelga del pomo del cajón.
Cierro los ojos en la oscuridad y el sonido de
la nada es tranquilizador y reconfortante. Es espléndido a la par que novedoso
por su presencia, sin embargo, no dura para siempre porque de nuevo, leves y
lejanos crujidos comienzan a sonar no exactamente debajo de mi cama sino en las
profundidades del suelo.
Pasos lentos, ágiles pero cuidadosos. Antes de
darme cuenta ya muerdo mi labio a medida que el sonido se intensifica y se hace
más evidente. Las mantas me sofocan y el peso de estas me ahoga. Duelen, pero
me proporcionan una extraña seguridad. Los arañazos en la madera regresan.
Están presentes de nuevo y el cosquilleo en mi espalda dado el choque de
adrenalina me hace cerrar los ojos con fuerza. Todo se torna silencio de
repente. Y tan rápido como llega se desvanece por un brutal golpe bajo mi cama
que hace mover el colchón en mi cuerpo. Yo me muevo junto con el sonido y bajo
rápidamente de la cama encendiendo la luz de la habitación.
Espero de pie mirando a mi alrededor aún con un
nudo en la garganta creyendo que tal vez mi madre se haya despertado por el
estruendo pero nadie viene, nada sucede más que un silencio ensordecedor. Es
incluso cruel y ya con el valor que saco de algo podrido en mi interior, tal
vez una curiosidad infantil, camino hasta la cama y me arrodillo para mirar
debajo. Nada más que la madera lisa en el suelo y el extremo de la otra cama en
frente. Suspiro resignado y cuando me incorporo de nuevo, el sonido de los
arañazos regresa. Los pasos también pero esta vez alejándose. Se desvanece su
sonido en el aire y rápido y con toda la fuerza que tengo muevo la cama.
Lo hago despacio para no interrumpir el sueño
de mi madre y levanto las patas de la cama mientras la muevo sobre las otras
dos. Poco a poco la desplazo unos metros hasta que siento que es suficiente y
me incorporo de nuevo, con una expresión de cansancio y agotamiento para
acercarme a la madera en medio del suelo. Mi expresión cambia radicalmente.
En medio del suelo, una puerta.
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