EL PESO DE NUESTRA PERDICIÓN (YoonMin) - Capítulo 6

 CAPÍTULO 6


Yoongi POV:

 

De nuevo en este contexto se me presenta con una familiaridad asombrosa. Él, sentado frente a mí en una silla con esa expresión cansada y las manos sobre su regazo, jugueteando con ellas de esa forma tan descuidada, tan aniñada. Con esa expresión en el rostro de desinterés y cansancio. Comienzo a pensar que se siente mucho más distraído cuando está conmigo hablado que en cualquier otra situación cuando era normalmente al contrario cuando he tenido a otros pacientes a mi disposición. Ellos me escuchaban con oídos huecos y me miraban con expresiones vacías que me hacían temer por mi propia integridad mental. Pero es ahora, cuando se me da un poco de juego, que no estoy entrenado para ganar la partida.

Hoy porta una camiseta blanca y unos pantalones del mismo color, junto con unos calcetines igual de blancos. Todo por cortesía del hospital. No es ropa formal, es tan solo el uniforme de un paciente ya diagnosticado como tal. No le veo cómodo con ella en la forma en que a veces se estira un poco del cuello o se baja las mangas hasta recubrir sus manos. Yo apunto en mi libreta el nuevo día que comienza y los cambios que hemos hecho, como el de su ropa o incluso el de sus pertenencias materiales que ahora mismo le está requisando sin que lo sepa. Con una mueca cojo aire, miro alrededor, y le miro recibiendo su mirada, un tanto avergonzada. Ver esa vergüenza en él me hace recordar lo sucedido la tarde antes y yo mismo enrojezco. Maldita sea.

-¿Cómo has amanecido hoy? –Le pregunto intentado iniciar una conversación corriente. Él se mira la ropa.

-Bien, pero me habían quitado mi ropa.

-Sí, ya lo sé. Hoy oficialmente empiezas tu tratamiento. –Le digo y él me mira, sospechoso.

-¿A esto viene vestirme de esta manera?

-Sí.

-No me gusta. -Dice y yo me encojo de hombros. Tampoco tiene una alternativa-. ¿Por qué es blanco? ¿Y por qué todo el mundo la lleva? Es una forma de anular nuestra personalidad… -Dice a lo que yo abro los ojos y me muerdo el labio inferior.

-Eres un paciente, estás enfermo. En un hospital los pacientes tienen que tener una ropa adecuada para ellos. Cómoda para que no se sientan incómodos… -Él me corta.

-Esto es incómodo. –Se estira de la manga hasta cubrir su mano pero al soltarla esta vuelve a su lugar y yo ruedo los ojos.

-¿Has tomado tu pastilla? –Pregunto y él asiente, arrepentido consigo mismo. Le pregunto tan solo por saber la forma en la que me contesta, ya me han advertido las enfermas que se ha tomado la pastilla con diligencia-. ¿Has vomitado?

-No.

-¿Sientes nauseas?

-Solo cansancio. –Asiento y apunto sus palabras. Cuando vuelvo a mirarle le encuentro de nuevo con esa manía de esconderse las manos bajo las mangas de la camisa. Lo apunto, dado que es un detalle a tener en cuenta aunque no parezca más que una mera estupidez, pero es sin duda un hábito que acabo de ser consciente del dato de que el resto de su ropa le cubría las manos.

-¿Has rezado tus oraciones? –Pregunto a lo que él ríe por la nariz y niega con el rostro. Yo suspiro largamente-. Tienes que hacerlo, te ayudará. ¿Nunca te las han enseñado?

-Claro que sí. En el colegio rezábamos todos los días.

-¿Y por qué no sigues haciéndolo?

-¿Tú crees en Dios? –Me pregunta a lo que yo me veo sorprendido por su atrevimiento.

-Yo soy el que hace las preguntas.

-¿Eso es que no?

-Eso es que no eres nadie para preguntarme eso. Esto es una institución católica, la iglesia nos da parte de la financiación… -Él me corta de nuevo.

-Ah… ya veo. –Sentencia con una media sonrisa cómplice y yo le retiro la mirada.

-Tienes que rezar. Creer en algo te dará fe para aguantar el tratamiento.

-¿Y si no tengo nada en lo que creer? –Pregunta con un deje de curiosidad más que de tristeza y yo le miro con la boca abierta pero sin decir nada, pensando seriamente en las palabras a formular. Me limito a encogerme de hombros y él se me queda mirando, con un interrogante en el rostro. Retomo el mando de la conversación.

-Hoy empiezas el tratamiento. Eso implica varias cosas. La primera es deshacerte de tus objetos materiales. –Digo y nada más soltarlo él se incorpora en el asiento y está a punto de salir corriendo en dirección a su cuarto pero yo le detengo señalándole con la pluma-. No lo hagas, ya es tarde. –Él se me queda mirando con el rostro asustado y yo sigo escribiendo en mi libreta. Mi impasividad le da la razón para creerme y muy lentamente vuelve a sentarse en la silla sin perder de vista la puerta cerrada a nuestro lado-. Si tenías algo de valor no tienes de qué preocuparte, se te devolverá al finalizar el tratamiento.

-¿Qué es algo de valor? Todo era de valor para mí. –Dice ofendido y con mirada intensa que evito enfrentar. Prefiero mirar las líneas de tinta negra sobre el papel de color beige en mi libreta. Me concentro en su peso sobre mi regazo, en la textura del papel bajo las yemas de mis dedos y de su olor a lignina descomponiéndose ascendiendo hasta mi nariz.

-¿Qué trajiste contigo?

-Mis padres me dijeron que solo era una revisión de un par de días, así que traje una muda de ropa, un par de mis libros, y algunos objetos personales.

-¿Qué objetos personales?

-Un reloj de pulsera, una pequeña caja de música de cuerda y mi diario.

-Pues la ropa no creo que te la devuelvan. –Digo convencido y él frunce el ceño-. Los libros a no ser que alguno de ellos fuese una biblia tampoco. El reloj de seguro que sí pero no te extrañe si se extravía o se pierde por el camino. Los enfermeros tienen las manos muy largas. De la caja de música olvídate, y de tu diario también. –Digo apuntando los objetos que me ha dicho en un pequeño recuadro dentro de la página y de súbito me intriga el nombre de los libros. Cuando alzo la mirada para preguntarle le encuentro con una mueca triste y pensativa. Guarda silencio como quien guarda luto en un fallecimiento. Su mirada se cruza un fugaz instante con la mía y yo la retiro primero. Pierdo toda gana de preguntarse sobre los libros y sin embargo sí me llama la atención la caja de música-. ¿Por qué traías una caja de música? –Pregunto.

-Me calma escucharla. –Dice y comienza a describirla ayudándose de gestos de sus manos-. Es así de pequeña, marrón, tiene pintado unas gafas negras y…

-¿Gafas?

-Sí, es una melodía de Schubert*, Serenade. –Asiento comprendiendo, dada las características físicas del compositor.

-Pues ahora tendrás que aprender a vivir sin ella. –Él suspira bajando el rostro y yo me fijo en su expresión sin poder contener mis palabras-. No entiendo esa afinidad por la conservación de objetos materiales. Es decir, ¿a qué el apego? Son tan solo meros objetos inservibles.

-No es por la mera posesión material, es el conjunto y el contexto que rodea al objeto lo que lo hace imprescindible.

-Las personas vacías necesitan objetos materiales para sentirse satisfechas.

-Las personas como tú estáis vacías. –Me dice con rencor-. Y ni todo el oro del mundo puede llenar el gran hueco que tenéis en vuestras almas.

-¿Personas como yo? ¿Psicólogos?

-Pedantes aburridos. Vuestra palabrería es la cortina que corréis para despistar y que nadie se asome dentro de vuestras mentes.

-Tu verborrea sí que es venenosa. Yo he venido a hablar de otro tema.

-Habla, y no me hagas perder el tiempo. –Yo frunzo el ceño.

-Mierda, ya ni sé qué te estaba diciendo.

-Estabas hablándome de la terapia que hoy comienzo. Los cambios y blah blah…

-Ah. –Digo retomando el hilo de la conversación ante su mirada recelosa-. La primera consecuencia es esa, perder tus objetos materiales. La segunda es la incomunicación excepto en las horas de terapia y los tratamientos. El resto del tiempo no podrás salir de tu habitación. –Él me mira con suspicacia, sabe que hay algo peor-. Y por lo pronto esta tarde empezarás con el tratamiento de aversión a la homosexualidad. –Él frunce el ceño.

-¿Dolerá? –Pregunta a lo que yo me encojo de hombros.

-Cada persona tiene un umbral de dolor diferente…

-No quiero hacerlo. –Niega con el rostro a lo que yo vuelvo a encogerme de hombros mientras cruzo las piernas.

-No está en tu mano elegirlo. –Miro alrededor-. Bueno, solo era eso, informarte. ¿Empezamos con la sesión? ¿De qué quieres hablar hoy?

-Hablemos de qué puedo hacer para que me devuelvan mis cosas. –Dice serio y con intención de negociar pero yo resoplo.

-Tus cosas deben estar ya en la basura, no te esfuerces en reclamarlas. –Él me mira y se deja caer sobre el respaldo de su silla, con una expresión exhausta. Mira a todos lados con un puchero aburrido, casi pensativo y sin intención ninguna de querer hablar y yo llevo mi pluma al papel-. Hablemos de lo que sentiste ayer. –Le digo y él rápido se yergue sobre la silla reaccionando de forma sorprendida y alarmada a mis palabras. No se las esperaba y menos que yo le pidiese hablar de ello. Él me mire avergonzado y yo le hago una pregunta más concreta para que ordene con más rapidez sus pensamientos-. Dame tu versión. La máquina solo me dio el resultado de la secuencia de tus pulsaciones, pero quiero que me digas qué sentiste. ¿Qué sentías mientras te masturbaba la enfermera? –Mis palabras son demasiado directas y frías para su sistema cognitivo y sus mejillas se encienden débilmente y pasa a hacer un puchero pensativo. Sin mirarme me contesta a los segundos.

-Al principio me sorprendí mucho. Si lo hubiera sabido no me habría asustado.

-¿Estabas asustado?

-Me sentí cohibido, mejor dicho. Quería golpearla, pero al mismo tiempo quería ponerme a llorar. –Reconoce con un poco de esfuerzo.

-¿Impotencia?

-Exacto.

-¿Y después?

-Me fui acostumbrando a su mano. Un poco torpe, estaba fría.

-¿Ella no era atractiva?

-Ni con lencería me lo habría parecido. –Dice.

-¿No deseaste en ningún momento tener relaciones con ella?

-No. Nada. –Recalca-. La vergüenza simplemente pasó a ser impaciencia porque se cansara y miedo por la reacción que podría desembocar el no eyacular.

-¿Hiciste un intento por endurecerte? –Pregunto a lo que él asiente con diligencia.

-Hubo un momento en que pensé que no perdía nada por intentarlo, pero no fui capaz.

-¿Qué sentiste cuando yo sustituí su mano? –A mi pregunta él baja el rostro para mirarse las manos sobre el regazo.

-Excitación, obviamente.

-Sé más concreto.

-Al principio también me sentí sorprendido, y temeroso. Temía que me hicieras daño.

-¿Lo hice? –Niega con el rostro.

-Al principio demasiado rápido. Yo aun no estaba duro y no me hacía sentir placer pero en realidad sí. –Cierra los ojos con fuerza, aclarando sus pensamientos-. Eres un hombre, atractivo. -Reconoce a lo que yo apunto en la libreta-. Obviamente me sentí excitado con el contacto incluso si no era perfectamente placentero.

-¿Cómo te fuiste sintiendo progresivamente?

-Es difícil de explicar. Me iba sintiendo cada vez más excitado pero cada vez más avergonzado. La vergüenza me hacía sentir cohibido y temía que eso rebajara mi lívido y pero acabé… eyaculando. Cuando terminé me sentí tremendamente mal.

-¿Mal?

-Sí. Si no hubiese eyaculado no habrías dado por hecho que me gustan los hombres y me habrías devuelto a casa. –Asiento.

-Haberte esforzado por no eyacular.

-Lo hice, pero era la primera vez que me tocaba nadie. –Dice, casi ofendido. Como echándome a mí la culpa de su excitación.

-Espero que antes de dormir pidieses perdón por tus pecados. –Le digo y él me mira, ofendido.

-¿Insinúas que excitarme fue culpa mía? –Pregunta y yo le miro perplejo.

-Claro…

-No solo no recé, -me dice con una mirada malvada-, sino que me masturbé otras dos veces antes de dormir. –Yo abro mis ojos con la información y apunto en mi agenda aun con esa expresión de pasmo.

-Ni quiero preguntarte en qué pensaste… -Reconozco a lo que recibo una mirada de suspicacia y me recorre con la vista a lo que enciende mis mejillas y apunto mi nombre en la agenda.

-Mejor que no preguntes…  -Yo ruedo los ojos y suspiro levantándome de mi asiento. Satisfecho con la conversación.

-Pronto olvidarás estos pensamientos y podrás tener una vida sexual estable con una mujer adecuada.

-Yo no estaría tan seguro. –Dice y se levanta también. Me despide con un gesto de cabeza y yo me marcho cerrando detrás de mí y suspirando largamente mientras me agarro como a un poste de seguridad a la pluma en mi mano y una enferma me sorprende mientras me hace salir de mi ensoñación.

-Doctor Min, le he dejado la caja con las pertenencias del señor Park en su consulta, como siempre. –Me dice y yo asiento mientras me aparto de la puerta en donde ella entra para regresar a Jimin a su habitación y yo me desplazo a mi consulta, con la mente echa un lío de palabras y miradas.

 

———.———


*Franz Peter Schubert (Viena, 31 de enero de 1797-ibídem, 19 de noviembre de 1828) fue un compositor austriaco, considerado el introductor del romanticismo musical y la forma breve característica pero, a la vez, también continuador de la sonata clásica siguiendo el modelo de Ludwig van Beethoven. Fue un gran compositor de lieder (breves composiciones para voz y piano, antecesor de la canción moderna), así como de música para piano, de cámara y orquestal.

 

 

  Capítulo 5                            Capítulo 7

 Índice de capítulos

 

Comentarios

Entradas populares